La trama de Las siete bolas de cristal continuó en El templo del Sol, publicada directamente en color entre 1946 y 1948 en las páginas de Tintin. La razón de tan prolongado periodo es que durante casi dos meses hubo de suspenderse la serialización a causa de la depresión que sufrió Hergé, una enfermedad que le acompañó de forma intermitente los siguientes quince años. La edición en álbum apareció en 1949.
Tras averiguar que su amigo Tornasol había sido secuestrado y trasladado por barco a Perú, Tintín y Haddock vuelan a ese país para adelantarse a la arribada del navío. Pero los culpables consiguen escapar con su víctima, dando comienzo a un viaje hacia los Andes repleto de aventuras en compañía de un nuevo amigo, el joven indígena Zorrino, que culminará con el descubrimiento de un reducto en el que la cultura prehispánica ha pervivido intacta y sobre el que gobierna el Gran Inca.
Claramente, en el argumento confluyen tanto el descubrimiento de Macchu Pichu por parte de Hiram Bingham en 1911 como la trama de un folletín de aventuras escrito por el popular Gaston Leroux, La novia del sol. Y, desde luego, recurre a algo que ya era un cliché para entonces: la utilización de un eclipse para aterrorizar a una civilización primitiva. Esta treta fue utilizada históricamente al menos en dos ocasiones: por Cristóbal Colón en 1503 durante su cuarto viaje, y en 1905 por el capitán belga Albert Paulis en África Central. Fueron pasajes reales pero de tintes absolutamente novelescos que, por supuesto, no podían dejar de hallar traslación en la literatura, como fue el caso del famoso Un yanki en la corte del Rey Arturo (1889) de Mark Twain.
En el caso de Hergé, la idea fue probablemente sugerida por parte de su amigo y editor de Tintín por entonces, Jacques Melkebeke. Sin embargo, a la hora de utilizarla, cometió algunos errores de bulto. Para empezar, los incas no sólo eran capaces de predecir eclipses, sino que para los indígenas descritos en el álbum, que tenían contactos regulares –y secretos– con el mundo exterior desarrollado, ese fenómeno no podía resultar tan traumático.
Además, tal y como le informó un niño mediante una carta algún tiempo después de la publicación del álbum, dibujó el eclipse al revés: dado que los personajes están en el hemisferio sur, el fenómeno debería haberse desarrollado en el sentido contrario al que aparece en la historia. Por todo esto y por su falta de originalidad, el propio Hergé no quedó muy satisfecho con el desenlace.
Con todo y tal y como era habitual en Hergé, los dibujos de templos, objetos y vestimentas están retratados con excepcional detallismo y fidelidad, extraídos de tratados etnográficos, revistas, grabados de la época o directamente de las ruinas conservadas de ese periodo en Macchu Pichu, Sacsayhuaman en Perú o Tiahuanaco en Bolivia.
En este sentido, Hergé se benefició de la ayuda de Edgar Pierre Jacobs, quien pasó muchas horas revisando museos y publicaciones a la búsqueda de detalles sobre los incas y las civilizaciones prehispánicas que poder incluir en la aventura, y que luego él mismo reutilizaría en su álbum de Blake y Mortimer, El enigma de la Atlántida.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.