Volver a una novela como Drácula tras años de olvido, equivale a caer de nuevo en el asombro… y en el escalofrío. No en balde, su autor, Bram Stoker, cambió el rumbo de un género que, gracias a él, llegó a la edad adulta. Con todo, en casos como éste, quien triunfa es el personaje, no el escritor. La prueba es la intensa impresión que el Conde vampiro ha causado en varias generaciones.
Sin embargo, el misterio que aún envuelve a esa figura literaria favorece la proliferación de tópicos, exageraciones y mentiras. Por ejemplo, suele repetirse, sin pruebas de ningún tipo, que Oscar Wilde dijo que Drácula era «tal vez la más bella novela de todos los tiempos». Pero cuando uno investiga la fuente, se encuentra con la sospecha de que Wilde seguramente nunca escribió esa frase.
Todos los libros clásicos tienen motivos para ganarse a nuevos admiradores, y motivos para seducir nuevamente a los lectores veteranos. Lo que ocurre con Drácula demuestra ese principio, con una particularidad… La novela de Stoker nunca ha salido del territorio popular. Y la pasión por esta obra está servida por un lenguaje que no entienden –¡qué se le va a hacer!– muchos académicos y adeptos al canon literario.
Esto, que por un lado debiera llenarnos de satisfacción, tiene un inconveniente. En su mayoría, los estudiosos del Conde vampiro no son gente con peso intelectual, sino aficionados y diletantes… Por supuesto, hay excepciones tan notables como David J. Skal, un formidable historiador de la cultura que ha fijado su interés en el cine y la literatura de terror. Pero si nos ceñimos a nuestro idioma, el número de especialistas es muy exiguo. Y que no se deduzca de ello la excelencia de sus artículos y ensayos. Más bien sucede al contrario: abundan entre ellos los personajes cuya sabiduría en este campo no superaría a la de un lector del viejo Reader’s Digest.
Sobre Stoker se han dicho todo tipo de falsedades: que fue marido adultero, que no tuvo vida conyugal, que murió de sífilis… Es una suerte que todas esas opiniones sean tan fáciles de refutar. Basta con acudir a las fuentes adecuadas. Algo que no hacen ni harán los autores que prefieren vivir del más puro amarillismo.
Una cosa, al menos, es cierta, y es que los vampiros existen. Stoker se inspiró en esa especie de murciélagos para perfilar a su personaje, y de hecho, los cita por boca de uno de los personajes de la novela, Quincey Morris. De todos modos, conviene aclarar que los españoles pusieron nombre a ese quiróptero basándose en la legendaria tradición de los no muertos.
Por lo demás, esos vampiros reales aparecen idealizados en la novela. Imagínense: Morris dice que llegan a medir un metro… Y sin embargo, entre las ocurrencias más inspiradas de Stoker está, precisamente, la de dotar a Drácula de la capacidad de transformarse en murciélago.
¿Y qué me dicen de la escenografía? ¿No es Transilvania otro elemento real en la novela? Cuando Bram Stoker escribe Drácula, Transilvania aún figura entre los territorios del Imperio Austro-Húngaro. Ni que decir tiene que su idealización literaria es tan intensa y colorista como la de esa España que reinventaron los viajeros románticos. Por lo demás, la región de los Cárpatos ya era considerada, en términos literarios, un territorio sobrenatural e inquietante. Sin ir más lejos, el propio Alejandro Dumas establece ese estereotipo en uno de los relatos de Los mil y un fantasmas (1849).
Stoker se documentó para ambientar Transilvania en su novela. Hay un texto que leyó con sumo interés: Transylvanian Superstitions (1885), de Emily Gerard. Gracias a esta viajera, Stoker supo más detalles acerca del nosferatu. Por ejemplo, el modo de espantarlo con ajo y de matarlo con una estaca en el corazón.
Se dice, por costumbre, que nosferatu en rumano quiere decir no muerto. Pero, en realidad, también es una mixtificación debida a Emily Gerard y a la novela. Esa palabra, con dicho significado, es fruto de la fantasía literaria.
A su modo, Drácula es un heredero de aquel caudillo al que llamaron Vlad el Empalador. Todo esto puede seguirse a través de las notas de Stoker que se conservan en el Museo Rosenbach de Filadelfia. Otro de los libros que Stoker leyó a la hora de documentar su obra fue An Account Of The Principalities Of Wallachia And Moldavia (1820). De ahí extrajo algunos detalles sobre esa figura del siglo XV, el voivoda Vlad III de Valaquia, llamado también Vlad Tepes, el Empalador, o Vlad Drăculea, por ser hijo de Vlad Dracu.
Pero más que su verdadera biografía, a Stoker le interesó su sobrenombre, Drácula, al que dicha publicación atribuía el significado de diablo. Así fue como el personaje que originalmente iba a llamarse Conde Wampyr pasó a ser reconocido como el Conde Drácula. Ahí se acaban las referencias a este guerrero.
El vampiro, de Polidori, aparece en 1819. Varney the Vampyre, de James Malcolm Rymer, sale de imprenta en 1847. Drácula, de Bram Stoker, llega a los lectores en 1897. Y sin embargo, es ésta última la obra que inmortaliza al vampiro.
El personaje del conde vampiro ha transcendido su condición de personaje literario para alcanzar la de icono cultural y popular. Como Sherlock Holmes o la criatura del Dr. Frankenstein, por citar un par de ejemplos. Esa es la fuerza de la novela. Al menos en cierto modo. Recuerden que la creación del Bram Stoker alcanzó ese estatus gracias a sus adaptaciones cinematográficas.
Drácula es el personaje de ficción más veces llevado a la gran pantalla, seguido a relativa distancia por Sherlock Holmes. Sin embargo, pese a que es una figura conocida en el ámbito universal gracias al celuloide, no puede decirse lo mismo del original literario. Y es que ninguna de las versiones filmadas hasta la fecha ha podido captar toda la grandeza y la fuerza de la obra original.
Falsedades en torno a Bram Stoker
En 1932, H.P. Lovecraft escribe lo siguiente: “Conozco a una vieja dama que estuvo a punto de obtener el trabajo de revisar Drácula a comienzos de 1890. Ella vio el manuscrito original y dice que era un terrible desbarajuste. Finalmente, alguien más (Stoker pensó que el precio que ella solicitaba era demasiado alto), lo ajustó a la calidad de ahora posee”. Dos especialistas en el tema, Raymond McNally y Radu Florescu, sugieren que el arreglista fue otro escritor victoriano, Hall Caine, íntimo amigo de Stoker.
Ni que decir tiene que ahí topamos con el primer mito en torno a esta novela. Conviene dejarlo claro: Drácula es una obra escrita en su integridad por Stoker. Lo de Hall Caine es un viejo rumor, que nace del hecho de que él es el dedicatario de la novela. Por suerte, ese tipo de habladurías se puede desmontar con documentación. Hay mucha, y nos permite reconstruir con detalle los siete años durante los que se gestó la obra.
Cuando se lee literatura crítica sobre Drácula y Bram Stoker es habitual encontrarse con una serie de tópicos, verdaderos y falsos, que siguen perpetuándose con el paso del tiempo. En lo que respecta a la información errónea tomada como cierta, es una lástima que seamos pocos quienes pretendamos desterrarla de las monografías sobre el autor, la obra y el personaje.
Circulan otras falsedades acerca de Stoker.Por ejemplo, su implicación activa en prácticas esotéricas. Perpetuar esos errores adquiere especial gravedad cuando lo realizan autores de éxito, en este caso del mundillo de lo misterioso y paranormal. La mayoría de los «investigadores» de ese entorno se conforman con viejos tópicos… como la leyenda que cuenta cómo Stoker gritaba en su lecho de muerte “¡Strigoi, strigoi!”, vampiro en rumano. Algo que también es falso. En ese tipo de libros, uno suele encontrar tremendos errores de bulto o a un afán por introducir, interesadamente, ingredientes sensacionalistas.
Este interés por enmarañar la vida y la obra de Stoker es antiguo. No es casualidad que la primera biografía publicada de Bram Stoker, A Biography of Dracula: The life Story of Bram Stoker (1962), escrita por Harry Ludlam, coincidiese con las primeras cintas que la productora Hammer dedicó al personaje. Desgraciadamente, esta obra es una de las fuentes que han forjado muchos de los mitos, tópicos y medias verdades que, aún en la actualidad, han rodeado al conde Drácula y a su creador.
Orígenes de la novela
Interesa conocer qué motivos llevaron a un tipo como Stoker a escribir esa novela. Probablemente, no se trata de un suceso en particular. Más bien, yo hablaría de un cúmulo de influencias, intereses, preocupaciones y anhelos. Tanto del propio autor como de la sociedad que le tocó vivir. Entre ese cúmulo de factores, cabe señalar la lectura de Carmilla, el interés del autor por el ocultismo, su relación con su empleador, el actor Sir Henry Irving, o la sexualidad victoriana.
Al propio Bram Stoker le gustaba contar que la novela tuvo origen en una pesadilla. No obstante, hay que tener en cuenta el gran sentido de lo dramático y lo teatral que poseía el irlandés. Y es el tipo de anécdota que se podría escuchar en la sobremesa de las reuniones del Beefsteak Room. De hecho, Harry Ludlam oficializó la anécdota. Según el biógrafo, la pesadilla se debió a una generosa e indigesta cena a base de marisco aliñado. Más concretamente, cangrejos.
La principal fuente de Ludlam fue Noel Stoker, único hijo nacido del matrimonio entre Florence y Bram. Fue Noel quien profundizó en la dichosa cuestión de la pesadilla. Según sus palabras, el mal sueño versaba sobre «un rey vampiro surgiendo de la tumba para dedicarse a sus siniestros quehaceres».
Con todo, la mayoría de los estudiosos, a pesar de la opinión de Ludlam, nunca han considerado probable esta cuestión. Los calificativos sobre el asunto varían. Hay quien la tilda de historia apócrifa y quien la juzga como puro folklore.
Drácula y Jack el Destripador
A estas alturas, ignoro qué es más atrayente: si el personaje del Conde Vampiro o todas las leyendas que circulan en torno a su creación. Así, también se ha dicho que Bram Stoker se inspiró en asesinos auténticos para diseñar a Drácula.
Algo hay de ello. Durante el otoño de 1888, nueve años antes de la publicación de Drácula y dos antes del comienzo de su redacción, Londres fue sacudido por los sangrientos crímenes de Jack el destripador.
Según el profesor Grigore Nandris (The Times, 8 de diciembre de 1971) estos hechos fueron los inspiradores directos de la novela, aunque no se han descubierto pruebas que sostengan tal pronunciamiento. En realidad, la única semejanza entre ambos personajes es que ambos son predadores nocturnos, cuyas víctimas son mujeres. Son personajes temibles, en todo caso.
De esta leyenda existe otra variación, divulgada en América según Peter Haining y Peter Tremayne, que sostiene que la novela es un relato encriptado de los sucesos relativos al Destripador.
Las claves para clarificar tal código sólo habrían estado en manos del propio Stoker y de un reducido círculo. Con todo, este puede ser uno de esos casos en los que se ha creado un océano a partir de un charco de agua. Existe la posibilidad de que el inaugurador de la leyenda fuese el propio Stoker, de manera no intencionada. O que el propagador se sirviese de unas palabras del propio escritor.
En 1901 se publicó Drácula en Islandia. El islandés fue la primera lengua extranjera a la que fue traducida, con el titulo de Makt Myrkanna (El poder de las tinieblas). Para su edición se encargó a Stoker un prólogo. De él proceden unas líneas que dicen así: «Esta serie de crímenes aún no se ha disipado de la memoria, una serie de crímenes que tuvieron el mismo origen y que, en su momento, causaron tanta repugnancia en las gentes de todo el país como los conocidos crímenes de Jack el Destripador«.
La relación parece clara, pero no lo es tanto. La serie de crímenes a las que Stoker hace referencia son las sangrientas fechorías del vampiro. Se refiere a ellas como hechos reales. Incluso llega a ir más lejos, y declara que conoce la verdadera identidad de los protagonistas, unos buenos amigos suyos.
Otra leyenda sobre Drácula tiene su origen en una carta remitida a The Times el 8 de diciembre de 1971. Era una carta firmada por el señor F.H. Tate, y en ella narraba cómo a este caballero le contaba su abuelo, el escritor Louis Jelf-Petit, que Drácula tuvo su origen en una apuesta.
El escrito dice así: “Señor, su artículo sobre Drácula y los vampiros me recuerda que mi abuelo Louis Jelf-Petit, que conoció a Bram Stoker, solía contarme una faceta que no he oído en otro lugar. Sucedió que Stoker y un amigo se apostaron quién hacía la historia más terrorífica. Cuando expiró el plazo y los cuentos fueron sometidos a un juez, Bram Stoker perdió la apuesta. ¡La otra historia nunca ha sido publicada! Me pregunto si alguien más cercano a Stoker podría confirmar esta anécdota. F.H. Tate, en High Housen, Hook Heath, Woking”.
¿Qué opinión debe merecenos esa carta? Según Mr. Tate, su abuelo conoció al autor irlandés en sus días de juventud. Jelf-Petit, nacido y fallecido en fechas próximas a las de Stoker, 1844-1913 y 1847-1912 respectivamente… Pudo conocerle en la época en que Bram estudiaba en el Trinity College.
No dudo de la historia del señor Tate, a quien concedo el beneficio de la duda. Pero es bien sabido que la compilación de las primeras notas para la novela está fechada en marzo de 1890. Por consiguiente, ese detalle invalida la anécdota que contaba Jelf-Petit.
Drácula y el profesor Vambery
Cuando se habla de la novela Drácula, hay otro mito que suele repetirse: la decisiva intervención del profesor Arminius Vambery en el desarrollo del libro.
Harry Ludlam es la fuente que mayor peso otorga al profesor Vambery en la paternidad de Drácula. Pero no es el único. Daniel Farson, descendiente y biógrafo de Bram Stoker, va un poco más lejos al especular que «hay una buena razón para asumir que fue el profesor húngaro quien, por primera vez, le mencionó a Bram Stoker el nombre de Drácula». Eso es lo que escribe en The Man Who Wrote Drácula: A Biography of Bram Stoker (1975).
Se conoce mucho sobre esta figura del profesor húngaro. Es un asunto bien estudiado. Vambery (1832-1913) fue un erudito y viajero nacido en la actual Hungría, que en tiempos del profesor formaba parte del Imperio Austro-húngaro. Se describía sí mismo como un lingüista, empeñado en la búsqueda de los orígenes de la lengua magiar. Con tal propósito, recorrió Asia Central y el cercano Oriente gracias a los inmensos conocimientos lingüísticos que poseía. Para lograr acceder a lugares donde jamás lo haría un hombre blanco, adoptaba diferentes identidades.
Todo un aventurero, desde luego que sí. Llegó a caracterizarse como un ciudadano turco oriundo de Estambul y también como un derviche.
Esas proezas fueron populares cuando se publicaron en forma de libro. De hecho, rivalizaron con las del británico Richard F. Burton, el descubridor de las fuentes del Nilo. Entre Burton y Vambery existió una gélida relación. Eso en el mejor de los casos. Por otro lado, es posible que bajo los ropajes del erudito húngaro se ocultasen los del espía. Sus viajes al Asia Central tienen lugar en la década de 1860, fechas en las que tenía lugar la rivalidad conocida como el Gran Juego, entre Gran Bretaña y Rusia.
Este sería el equivalente aproximado de la guerra fría durante gran parte del siglo XIX. Un sordo enfrentamiento entre ambas potencias por el dominio de la zona. Gran Bretaña veía amenazado su dominio sobre la India y sus intenciones respecto a Afganistán por el expansionismo ruso. Por su parte, Rusia veía en los ingleses un freno para su política de anexiones.
Y ahí es donde interviene Vambery. Es más que probable que, durante sus viajes, cambiase de identidad para mantenerse a salvo de los fanáticos religiosos. Pero también le sería muy útil para no ser reconocido como un agente al servicio de la inteligencia británica.
En 1888 recibió una alta condecoración de manos del Príncipe de Gales. Sin duda, una recompensa por algo más que la anglofilia de la que hacía gala el erudito.
¿Cuándo empieza su relación con Stoker? Su asociación con Drácula comienza en la primavera de 1890, el treinta de abril para ser más exacto. Tras asistir a una representación en el teatro Lyceum, es agasajado por Sir Henry Irving, su propietario y principal estrella. Disfrutan de una cena en el Beefstake Room. Dicha sala era el despacho de los anteriores propietarios del teatro, quienes habían instalado una parrilla para asar carne cuando el ajetreo les impedía salir a almorzar en un restaurante.
Irving restauró la sala para celebrar cenas, y allá se homenajeaba a los invitados de honor. Sir Henry era un anfitrión muy selectivo. Por lo demás, ahí encontramos a Bram Stoker, en calidad de gerente del teatro y mano derecha del actor. El irlandés se ocupaba, además, de confeccionar los menús y de ubicar a los comensales en de la mesa. Es decir, que Irving invita a Vambery, y Stoker actúa como jefe de protocolo.
Supuestamente, en la conversación de la sobremesa salieron a relucir las numerosas supersticiones de la patria de Vambery. Entre ellas, los vampiros. Según Ludlam, en esa conversación se hizo mención a la misteriosa Transilvania. Eso hizo que Stoker prescindiese del escenario inicial de su novela, Estiria, y lo cambiase por los Cárpatos. Dicho de otro modo, en esa cena fue donde Drácula comenzó a cobrar forma.
Claro que Ludlam se equivoca. La primera anotación sobre la obra esta fechada un mes antes de esta cena.
Al margen de lo sostenido por Ludlam y Farson, es muy posible que toda la hipotética relación de Vambery con la novela esté contenida en estas líneas del capítulo dieciocho: «Le he pedido a Arminius, de la Universidad de Buda-Pest, que, con todos los medios a su alcance, me haga una relación detallada sobre él, poniéndome al corriente de su vida pasada».
Todo es una ficción, desde luego, porque ese párrafo es el cimiento sobre el que se sustenta la leyenda. ¿Y entonces? ¿Qué hay de la relación de Vambery con el novelista? A pesar de lo escrito por Ludlam, no hay constancia de que Stoker y Vambery mantuviesen correspondencia alguna. Y eso que se ha conservado parte de la prolija correspondencia del irlandés. Hay una obra de alto contenido autobiográfico que recoge la época que Stoker estuvo relacionado con Irving.
Me refiero a Personal Reminiscences of Henry Irving. En las páginas dedicadas al encuentro con Vambery, sale a colación la novela. Sin embargo, hay autores que interpretan que esas líneas de la novela son un homenaje, sino una manera de agradecerle a Vambery su hipotético asesoramiento.
Tampoco por su parte existen pruebas de un supuesto intercambio epistolar. Tampoco hay mención alguna en sus obras a cualquier relación con Drácula. Voy más lejos: en ninguna de las obras escritas por el eminente húngaro sobre a su tierra natal existe referencia al Drácula histórico.
Al margen de su coincidencia en The Beefstake Room, ambos caballeros volvieron a encontrarse sólo una vez más el resto de sus días. Fue en 1892 en Irlanda, con motivo de la entrega al húngaro de un galardón, por parte del Trinity College. Tampoco, en esta ocasión, hay indicio alguno de que la cuestión de Drácula o los vampiros saliese a colación.
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Ilustración superior © Greg Hildebrandt. Portada de «Dracula», The Unicorn Publishing House , 1985.
Copyright del artículo © José Luis González. Reservados todos los derechos.