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Crítica: «Nop» (Jordan Peele, 2022)

Nos hemos acostumbrado a un cine que genera certezas, diseñado para promover una regresión a emociones primarias. Entre las excepciones a esa tendencia, destaca Jordan Peele, provisto de suficiente agudeza como para que aceptemos su deseo de acoplar una y otra vez metáforas sobre la identidad y la opresión.

Con Peele, no sirven las opiniones monolíticas. Tanto la magnífica Déjame salir (2017) como la desigual Nosotros (2019) demuestran que, en su cine, la puesta en escena debe valorarse en un estrato distinto al que ocupa el comentario social.

Nop es la prueba de que el director ha ido conformando su estilo a partir de una cinefilia generosa y heterogénea. Como sucede con las mejores películas de fantasía, viajamos al corazón de la película para evadirnos de la realidad, y por el camino, surgen el asombro, el lirismo, el terror e incluso el humor. En este caso, una narrativa depurada consigue que la historia fluya con ligereza, a pesar de los peculiares elementos que la integran.

¿Qué es Nop? ¿Un relato de ciencia ficción? ¿Una reflexión sobre el poder de la mirada y el sentido de la maravilla? ¿Una aventura familiar? ¿O una febril y algo anárquica historia de presas y cazadores? Para no arruinar expectativas, quedaos con este punto de partida: dos hermanos, Otis Jr. y Emerald Haywood (Daniel Kaluuya y Keke Palmer), comprueban que entre las nubes de su rancho familiar se oculta una amenaza mortal.

Su presencia casi hipnótica hará que ambos se esfuercen en saber de qué se trata, aunque les disguste lo que descubran.

El entramado de referencias que usa Peele alterna lo nostálgico y lo reconocible con lo inesperado y lo chocante. A su manera, Nop tiene algo de weird western y de cine dentro del cine (me refiero a esas películas que traspasan el umbral del oficio para presentarnos la otra cara del séptimo arte). De forma más o menos elíptica, también encontramos aquí ingredientes que el realizador parece tomar de Encuentros en la tercera fase (1977), Temblores (1990), Tiburón (1975) o Blow-Up (Deseo de una mañana de verano) (1966).

Hay en la película un par de personajes que añaden más capas a esta historia y que, desde un segundo término, nos aclaran que hay una gran diferencia entre las cosas (por ejemplo, esa amenaza en los cielos) y el modo en que las miramos. Se trata del excéntrico director de fotografía Antlers Holst (Michael Wincott) y de un técnico de cámaras de vigilancia, Ángel (Brandon Perea).

La presencia de Jupe (Steven Yuen), antigua estrella de una comedia televisiva y dueño de un carnaval de segunda categoría, amplía el foco de la película y le brinda ese elemento de extrañeza que Peele parece tomar de la serie La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959), de Rod Serling.

Entre el suspense y el surrealismo, entre la ironía y el miedo, Nop invita a recorrer sus inquietantes pasajes con la mente abierta y ganas de pasarlo bien. Concluir aquí me parece la mejor forma de no revelar más detalles. Tengo claro que Peele quiere sorprendernos y no sería bueno estropear ese propósito.

Sinopsis

El oscarizado Jordan Peele perturbó y redefinió el moderno género de terror, primero con Déjame salir en 2017 y luego con Nosotros en 2019. Y ahora reimagina la película del verano con la nueva y amplia epopeya de terror Nop, una oscura pesadilla pop, mezcla de insólita ciencia ficción y complicado thriller social, de la que nace la violencia, el riesgo y el oportunismo que siempre acompañan a la novelesca historia del Lejano Oeste estadounidense… y a la industria del espectáculo.

Jordan Peele vuelve a reunirse con el también oscarizado Daniel Kaluuya (Déjame salir, Judas y el mesías negro). Se unen al reparto Keke Palmer (Estafadoras de Wall Street, Alice) y Steven Yeun, nominado a un Oscar (Minari. Historia de mi familia, Okja), como los dos residentes de un solitario barranco en el interior de California que realizan un descubrimiento tan insólito como escalofriante.

Nop transcurre muy cerca de Los Ángeles, en el árido y algo caótico Valle Santa Clarita, en el Sur de California. OJ Haywood (Daniel Kaluuya) y Emerald Haywood (Keke Palmer), un hermano y una hermana, han heredado el rancho de caballos de su padre, el legendario Otis Haywood Sr (Keith David, Manhattan sin salida, Crash/Colisión), famoso en la industria por ser el mejor domador de caballos para cine y televisión. Pero es una profesión muy competitiva, y a pesar de su habilidad y conocimientos, OJ y Emerald tienen graves problemas económicos, algo habitual en una profesión en la que el talento no siempre puede controlarse. Vecino al rancho se encuentra Jupiter’s Claim, un parque temático para toda la familia con granja interactiva basado en la historia y estética – ambas muy edulcoradas – de la fiebre del oro californiana, gestionado con cuidados evangélicos por su propietario, Ricky “Jupe” Park (Steven Yeun), una exestrella infantil con una trágica historia de la que lleva años queriendo escapar.

OJ y Emerald empiezan a notar que ocurren fenómenos inexplicables en su vasta propiedad y se obsesionan intentando captar el misterio con unas cámaras. Decididos a descubrir lo que ocurre, se sumergen en situaciones cada vez más complicadas y peligrosas, acabando por poner en riesgo lo único que tienen: el negocio que levantó su heroico padre de alargada sombra. Pero las cosas empeoran cuando los hermanos deciden reclutar a Angel Torres (Brandon Perea, la serie The OA, American Insurrection), el experto de una de las tiendas de la cadena Fry’s Electronics, así como al aclamado director de fotografía Antlers Holst (Michael Wincott, Hitchcock, la serie Westworld), que está a punto de jubilarse. El esfuerzo y orgullo de los cuatro cruzará un punto de no retorno, llevándoles a aterradoras consecuencias y arrastrándoles hacia el ojo de una tormenta irreversible. El resultado es un tremendo espectáculo de terror basado en un núcleo intimista y de gran complejidad emocional.

Jordan Peele quería ampliar su lienzo cinematográfico y, de paso, enfrentarse a un nuevo reto en su carrera de cineasta: la película del verano. Nop es la historia de mayor envergadura que he contado hasta ahora”, dice el director. “Desde un punto de vista meramente cinematográfico, todo el proceso ha sido una auténtica aventura. Todos los departamentos se han arriesgado y entregado al máximo. Empecé a escribir un guion para una película sin saber si conseguiría rodarla. Luego reuní a un equipo para que me ayudara a sacarla adelante”.

Al explorar las posibles opciones, un subgénero de “la película del verano” le pareció el más apto para una reinvención. “Se me ocurrió que podría hacer la gran película americana OVNI, una cinta de terror con platillo volante”, explica Jordan Peele. “Pero no solo sería una película de terror con platillo volante, sino la película de platillo volante por antonomasia. Es un género nada fácil porque se trabaja con un decorado muy complicado de abarcar, el cielo. Debo decir que Encuentros en la tercera fase es una de mis grandes influencias, tanto por su alcance como por su visión, pero sobre todo por la habilidad que demuestra Steven Spielberg haciéndonos sentir que estamos ante la presencia de otro mundo. Una experiencia inmersiva semejante era lo que buscaba desesperadamente. Sin embargo, el género suele entregar maravillosas cualidades a una civilización alienígena mucho más avanzada que la nuestra. Ahora bien, ¿y si la verdad fuera mucho más sencilla y oscura de lo que hemos imaginado hasta ahora?”

Como en las películas anteriores de Jordan Peele, Nop reserva unas cuantas sorpresas al espectador, que ya se ha hecho una idea de lo que espera ver cuando entra en el cine. “Si mostramos tan poco en los tráileres y en todo el material publicitario es porque así lo mejor está por venir”, comenta el productor Ian Cooper. “Jordan diseña películas para que el espectador lo pase realmente bien si no está seguro de lo que va a ocurrir”.

Nop, como todas las historias de Jordan Peele, no se limita a producir sustos y escalofríos, a aterrar y entretener, también aprovecha para profundizar en algunos temas. La película es un espectáculo en sí, además de examinar la forma en que el espectáculo moldea la cultura y la idea que nos hacemos de nosotros mismos. Cuando los personajes principales presencian un fenómenos sin documentar en el cielo del rancho Haywood, todos sin excepción, aunque por diferentes razones y a su manera, se sienten obligados a documentar la anomalía. “El ADN de la película trata de la adicción del ser humano por el espectáculo”, comenta el director. “Y cuando el dinero se entromete, aparece una explotación masiva de lo que debería ser sencillamente puro y natural”.

“Me encantan las películas de género porque crean expectación”, dice el director. “Hay una serie de normas y de reglas para contar ciertas historias y conseguir ciertas emociones. Como espectadores, lo tenemos muy aprendido y nos ayuda a saber qué tipo de película vamos a ver. Pero también nos da la oportunidad de subvertir las reglas y las normas. Así, cuando se supone que van a darte un susto, aparece una situación cómica. Pero cuando crees que va a ser divertido, te arranca el corazón. Mediante este proceso de subversión del género conseguimos hacer películas que no entran en ninguna de las categorías conocidas”.

Después de ver su trabajo en Dunkerque y Tenet, ambas de Christopher Nolan, el director y los productores decidieron pedirle al director de fotografía Hoyte van Hoytema, nominado a un Oscar, que se ocupara de la iluminación de la película. Entre las mayores dificultades a las que debió enfrentarse Hoyte van Hoytema y su equipo estaban las escenas nocturnas. “Había varias escenas en el valle de noche, pero el valle es muy grande”, dice. “Está rodeado de montañas y es imposible iluminarlo. Sin embargo, para la historia era muy importante que se sintiera la amplitud del valle y, por lo tanto, había que crear noches que parecieran enormes, épicas, inmensas, que aportaran la posibilidad de mirar a lo lejos en la oscuridad. Pero tampoco queríamos que esas noches parecieran falsas. Es el problema clásico al que se enfrenta cualquier director de fotografía cuando rueda en el campo de noche porque no hay nada excepto la luna, y las cámaras carecen de la sensibilidad suficiente para capturarlo todo con esa luz. Se nos ocurrió pensar en la técnica ‘Day For Night’, también llamada ‘noche americana’, algo que lleva haciéndose en Hollywood desde siempre para solventar ese problema. Se trata de colocar a los actores en una posición muy concreta con el sol, preferiblemente a contraluz, y después oscurecer o azulear la imagen para crear la ilusión de que es de noche. Pero cuando empezamos a estudiar esta opción, los resultados no acabaron de convencernos. Decidimos inventar un nuevo sistema y acabamos creando una instalación ‘noche americana’ combinando varias cámaras, todas perfectamente alineadas sin el menor paralaje. Luego, al unir las imágenes rodadas por las diferentes cámaras, concretamente la Alexa 65 con un chip infrarrojo, y con la ayuda de unos programas, pudimos crear imágenes muy parecidas a la noche. Una vez hecho todo esto, el supervisor de efectos visuales Guillaume Rocheron pulió las imágenes. Personalmente, esas tomas nocturnas increíbles de gran magnitud me parecen geniales. No había visto nada parecido excepto en CGI, pero el CGI nunca aporta la cercanía de estas imágenes.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Monkeypaw Productions, Universal Pictures. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.