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Crítica: «Tenet» (Christopher Nolan, 2020)

Exagero poco si digo que Christopher Nolan es un autor intocable. Su historia no queda muy lejos de la de otros cineastas endiosados por la crítica, promovidos por la industria y adorados por fans con tendencia al dramatismo.

Es cierto que, de hecho, nada nos impide hablar bien de Nolan. Es un notable artesano, y seguramente algo más. Posee un estilo propio, sus ambiciones son firmes, y una mezcla de habilidad y de suerte ha estimulado su carrera.

No obstante, a la hora de elogiar su obra, y antes de llamarle «genio», conviene recordar algún que otro defecto. Para empezar, una solemnidad sin base intelectual ‒nada que ver con Dreyer o Tarkovski‒, una tendencia al montaje nervioso, que confunde el ritmo con el efectismo, mal oído para los diálogos, y lo que más me duele: una forma de retratar las emociones que mira por encima del hombro a quienes nos gusta la felicidad en Technicolor.

Puede que Tenet sea exactamente lo que esperan sus admiradores: un artefacto visual de primer orden, con buena arquitectura, frío, razonablemente espectacular y tirando a hermético. Es decir, el concepto que define al propio Nolan. Un Nolan orgulloso, casi desafiante, convencido de que juega a carta ganadora al rodar una película de espías, tipo James Bond, que encima sondea a fondo cuestiones trascendentales.

No me interpreten mal. Sé que el párrafo anterior suena a juicio de intenciones. Por intrincada que parezca, Tenet no es una pedantería. Pero tampoco es una obra tan poderosa como intenta transmitir su puesta en escena. Además, al verla, vuelvo a sentir que la de Nolan es una trayectoria entorpecida por la seriedad.

Lo reconozco: no hace mucho, su cine llegó a fascinarme, pero hoy noto en él justo lo contrario de lo que me pasa con Tarantino. Este último empezó coleccionando tics, guiños y referencias ajenas, y hoy es un cineasta seguro, libre y maduro. Con Nolan, el proceso se invierte, y de forma progresiva, me transmite cada vez más afectación y amaneramiento.

Pero vayamos al grano. ¿De qué trata Tenet? Como sucedía en Memento, en Origen y en Interstellar, aquí el tema principal es el tiempo y sus paradojas.

En este caso, un espía anónimo (John David Washington) se sumerge en una trama relacionada con una organización secreta. Lo típico: un gran problema y un hombre que debe resolverlo. La gracia del asunto es que el desastre mundial que debe evitar nuestro protagonista se relaciona con un extraño proceso físico: la inversión temporal. Se trata de un plano contraintuitivo, en el que determinadas personas y objetos actúan como si el tiempo fuera hacia atrás.

Así, una bala puede regresar al cañón de la pistola desde el que salió disparada, desvaneciéndose el impacto que generó en una pared. La cosa va aún más lejos, pero no pondré más ejemplos. Y no lo haré porque el encanto y la sorpresa de la película residen, sobre todo, en este juego variable de causa y efecto.

Si nos abstraemos de la reversión temporal, de los palíndromos y de sus complejidades, Tenet no es otra cosa que un festival de operaciones encubiertas y superespías. Brillan especialmente el compañero del héroe (Robert Pattinson), el villano feroz (Kenneth Branagh) y la mujer maltratada por este último (Elizabeth Debicki). Los tres actores brindan interpretaciones muy precisas, y eso que Nolan, con sus golpers de timón, no se lo pone fácil.

En definitiva, uno se deja llevar por el frenesí, por el tiempo reversible y por las virguerías visuales de Nolan. Pero al final, qué quieren que les diga, Tenet tiene algo de crucigrama. O de papiroflexia. Y eso me distrae con preguntas inoportunas ‒¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué la acción se pliega en esta dirección y no en otra?‒, que no siempre son respondidas claridad.

Ya lo sé, quizá no haga falta entenderlo todo. Pero no esperen que vea dos veces la película para aclarar conceptos. La vida es breve, y mi tiempo, a diferencia de lo que sucede en Tenet, no tiene marcha atrás.

Sinopsis

Armado con una sola palabra, Tenet, y luchando por la supervivencia del planeta, el protagonista viaja a un mundo crepuscular de espionaje internacional en una misión que va más allá de los límites del tiempo real.

No se trata de un viaje en el tiempo sino de una inversión.

La mayoría de la gente ve el tiempo como una dinámica inalterable de nuestra existencia, pero en manos del realizador Christopher Nolan, se convierte en un hilo que puede manipularse a placer, doblarse, retorcerse, yuxtaponerse… o invertirse. Nolan, que ha escrito, dirigido y producido Tenet, afirma: «La historia asume ideas sobre la noción de tiempo y cómo lo experimentamos. De esta forma, el componente de ciencia ficción interactúa con los elementos clásicos del género de espías».

Nolan revela que Tenet era un concepto que llevaba contemplando hace tiempo, y señala: «Creo que, como realizador, tienes un conjunto de ideas, cosas en el fondo del cajón que pueden tardar décadas en concretarse. Y el momento de sacarlas a la luz tiene que ser el adecuado en todos los aspectos. Para mí fue una combinación de recuperar un sentido más amplio de la realización cinematográfica después de Dunkerque y llevar al público de todo el mundo a lugares en los que no habíamos estado. También me sentía preparado para enfrentarme al género de espías, algo que siempre había querido hacer. Siempre me gustaron las películas de espías; es una rama de la ficción tremendamente interesante y divertida. Pero no quería hacer ese tipo de película a menos que pudiera aportar algo nuevo. La forma más sencilla de explicar nuestro enfoque es decir que lo que hicimos con Origen para el género de los atracos es lo que Tenet intenta aportar al género de las películas de espías».

Curiosamente, resulta que la noción de invertir el tiempo no está fuera del ámbito de lo posible para los físicos modernos, y tiene que ver con la ley de la entropía, que, explicado de forma básica, establece que todas las cosas tienden al desorden. «Todas las leyes de la física son simétricas; pueden avanzar o retroceder en el tiempo y ser las mismas, salvo en el caso de la entropía», explica Nolan. «La teoría es que, si pudieras invertir el flujo de entropía de un objeto, podrías invertir el flujo de tiempo de ese objeto, por lo que la historia se basa en una física creíble. Hice que (el físico) Kip Thorne leyera el guion y me ayudó con ciertos conceptos, aunque no vamos a justificar que esto sea científicamente exacto. Pero se basa aproximadamente en la ciencia real».

El director sabía que hacer realidad su visión exigía «un conjunto de reglas que no fuera tan sencilla como dar marcha atrás a la cámara o ir al revés. Existe una interacción entre la dirección del tiempo y el entorno en el que nos encontramos: cómo se mueven las cosas a nuestro alrededor e incluso el aire que respiramos», aclara. «La noción de inversión es asimétrica, por lo que el conjunto de reglas era complicado y tenía que abordarse de forma más complicada. Eso implicaba la adopción de diferentes técnicas. El reparto y los especialistas debían realizar escenas de lucha y correr y andar en diferentes direcciones, los vehículos tenían que desplazarse hacia adelante o hacia atrás en diferentes configuraciones para que pudiéramos, toma a toma, cambiar completamente la técnica que estábamos usando para crear esa imagen en particular. Algo que hemos aprendido a lo largo de los años: Si puedes contar con un abanico de técnicas diferentes que te permitan seguir cambiando el truco que estás usando de un plano a otro, al público le resultará mucho más difícil apartar los ojos de la pantalla. Es mucho más inmersivo».

El rodaje de Tenet llevó a Nolan y a sus equipos de producción a siete países diferentes en tres continentes separados: de Estados Unidos al Reino Unido, de Estonia en Europa del Este a la costa amalfitana en Italia, y de India a los países escandinavos de Dinamarca y Noruega.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.