Para contrarrestar el mal gusto que nos invade, la mejor estrategia es volver a los clásicos de la cultura popular. Ésa es, justamente, la línea que nos lleva del dibujante belga Hergé al realizador Steven Spielberg, y que explica las razones del cineasta para echar la vista atrás y convertir en imagen animada tres inolvidables aventuras de Tintín.
En concreto, el guión de Steven Moffat, Edgar Wright y Joe Cornish condensa tres de las peripecias más inolvidables del famoso personaje: El cangrejo de las pinzas de oro, El secreto del Unicornio y El tesoro de Rackham el Rojo.
Ésta es una aventura de las que ponen al amante de los clásicos en el papel de abogado defensor. ¿Y sabes por qué? Porque todo en ella recuerda la atmósfera y la esencia del cine de aventuras más añejo y entrañable.
De factura primorosa, elegante en su concepción, con un maravilloso atractivo visual, Las aventuras de Tintín es un espectáculo formidable. Sin perder ese estilo que le dio fama en los setenta y ochenta, Spielberg maneja su cámara virtual como si ésta tuviera conectado un motor fuera borda.
En vez de rodar una adaptación alternativa de las obras de Hergé, Spielberg y su equipo han decidido respetar el material de origen, agregándole soberbios momentos de acción –la batalla naval, la persecución en el zoco…– que agraden a la generación más joven, acostumbrada a subirse a la montaña rusa cada vez que paga una entrada de cine.
En cuanto a la animación 3D, hay que agradecer a los creativos de WETA Digital que hayan humanizado con tanta eficacia a los personajes. En otras películas que recurren a la técnica de captura de movimientos se advierte esa frontera que distancia a las animaciones realistas de los humanos de carne y hueso –el llamado uncanny valley–. Por un prodigio que solo encuentra su explicación en el talento, aquí el uncanny valley queda sustituido por la pasmosa naturalidad de los personajes que vemos en pantalla.
Hergé, Spielberg y un desconocido llamado Tintín
Quizá sea una impertinencia recordar que Spielberg –y me atrevo a decir que incluso el productor de la cinta, Peter Jackson– no leyó los cómics de Tintín cuando son más recomendables: es decir, a lo largo de esa niñez en la que casi todos soñamos con tener un amigo como el Capitán Haddock y un perro como el fiel Milú.
En realidad, el cineasta descubrió la obra de Hergé casi por casualidad. Pónganse en situación: acababa de estrenar En busca del arca perdida en 1981, y leyendo las críticas encontró un estribillo que se repetía aquí y allá. Más de un cronista consideraba que las hazañas de Indiana Jones tenían ese espíritu nostálgico, ingenuo y cosmopolita que atesoran los tebeos de Tintín.
«¿Tintín?», se preguntó Spielberg. «¿Y quién es ese Tintín?» Lo primero que hizo fue pedir a su secretaria que le trajera varios álbumes de la serie. Estaban en francés, y no entendía los diálogos, pero le fascinaron. Una llamada telefónica a Hergé fue su siguiente paso. Hablaron a comienzos de 1983, mientras Spielberg rodaba en Londres Indiana Jones y el templo maldito.
Hergé y su mujer, la dibujante Fanny Vlaminck, invitaron a Steven Spielberg a su casa de Woluwe-Saint-Lambert, pero el realizador nunca pudo visitarles por una fatalidad irremediable: el dibujante murió poco después de aquella conversación telefónica, el 3 de marzo de 1983, a causa de la anemia que padecía desde años atrás.
Pese a ello, Spielberg mantuvo viva la idea de llevar al cine las aventuras de Tintín. Melissa Mathison llegó a escribir un guión, y se rumoreó que Jack Nicholson encarnaría a Haddock.
Con el paso de los años, este proyecto quedó sepultado por otros más rentables. Los derechos fueron recuperados por la Fundación Hergé, y otras productoras quisieron adquirirlos, pero Spielberg siempre pensó que Tintín merecía una buena película y que él era el idóneo para rodarla.
Fue la productora Kathleen Kennedy quien le animó a recomprar los derechos para DreamWorks en 2002. En un principio, ambos tenían la idea de producir una película con actores reales, lo cual, probablemente, hubiera dado un resultado tan poco satisfactorio y tan cercano al kitsch como el demostrado en Tintín y el misterio de las naranjas azules (1964), de Philippe Condroyer.
Es ahí donde interviene Peter Jackson, fan de Hergé, y sobre todo, familiarizado con las nuevas tecnologías de motion capture tras el rodaje de cuatro superproducciones con abundantes efectos: la trilogía de El Señor de los Anillos y King Kong.
Gracias a estos dos títulos, la compañía fundada por Jackson, Weta Digital, empieza a competir en el campo de los trucajes con la ILM de George Lucas. En el caso que nos ocupa, el mérito de Weta Digital reside en el fotorrealismo de los personajes. Ahí es nada: sin perder la apariencia que les dio Hergé, cada uno de ellos posee el perfil y la textura de auténticos seres humanos.
Uno de los actores de King Kong, Jamie Bell, es quien encarna al reportero Tintín. El polifacético Andy Serkis (Gollum en El Señor de los Anillos y el gran gorila en la película mencionada) asume el papel del capitán Haddock. Completan el reparto Daniel Craig, que interpreta a Sakharine y a Rackham el Rojo, y Simon Pegg y Nick Frost, que se meten en la piel de los detectives Hernández y Fernández.
La elección de Pegg y Frost es particularmente acertada si tenemos en cuenta que ambos son viejos amigos y ya han rodado juntos cintas de culto como Zombies Party y Arma fatal. Edgar Wright, el director de ambas películas y coguionista de Tintín, escribe algunos de los diálogos que los dos actores interpretan en la película.
El propósito de Spielberg consiste en completar una trilogía. La segunda entrega, según él mismo ha anunciado, partirá de los álbumes Las siete bolas de cristal, El loto azul, y Tintín en el Tíbet, y la tercera reunirá el argumento de Objetivo: la Luna y Aterrizaje en la Luna. Como ven, los tintinófilos –que son legión y no conocen fronteras– están de enhorabuena.
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