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Crítica: «Munich» (Steven Spielberg, 2005)

Este ha sido uno de esos años en los que Spielberg ha realizado una película de entretenimiento y otra de las llamadas «comprometidas», aunque lo cierto es que en esta ocasión ninguna de las dos ha entrado en cada categoría al 100 %. La Guerra de los Mundos resultó ser demasiado siniestra como para relegarla a simple cine-espectáculo, y Munich es, en su mayor parte, un thriller de espionaje.

Aunque durante las más de dos horas y media que dura la película hay tiempo para disertaciones las causas y efectos del terrorismo o el conflicto entre Israel y Palestina, Munich está narrada como una de esas películas en las que un grupo de especialistas deben llevar a cabo una peligrosa misión, echando mano de sus propios recursos y de contactos hasta en el infierno.

Por supuesto, el contexto histórico y la naturaleza de la misión, discutible a nivel moral, hacen que la película no se quede en un mero Italian Job, llegando a congelar el estómago a golpe de brutalidad y poniendo en funcionamiento la mollera en más de una ocasión.

Munich se hermana conscientemente con aquellos thrillers políticos de los setenta, unos tiempos convulsos y violentos en los que la Guerra Fría, el terrorismo y el crimen organizado parían todo tipo de grupos activistas que interactuaban entre sí, aliándose un día, traicionándose al otro y generando un estado de paranoia global.

Spielberg capta el espíritu de películas como Chacal (de hecho el famoso asesino es citado en un momento del film) no solo temáticamente, sino que se permite el lujo de usar un estilo visual sucio y pseudo-documental similar al de aquellas obras, recurriendo a zooms y otras «imperfecciones voluntarias» gracias a la colaboración de su ya inseparable Janusz Kaminski. Pero no hay que temer, Spielberg sufre de una anomalía genética que le impide dirigir mal, y Munich incluye un buen puñado de escenas de las de quitarse el sombrero ante un genio indiscutible de la narrativa cinematográfica.

¿Es una película pro-israelí? Ni mucho menos. ¿Pro-Palestina? Gracias a Alá, no. ¿Es ñoña? No demasiado. Steve vuelve a incidir en su idea de la familia como sinónimo del amor y tabla de salvación para un mundo loco y feo, pero no llega al acaramelamiento. De hecho se permite una pequeña broma haciendo que la esposa del protagonista le llame «cursi» cuando este le dedica unas palabras tiernas.

Como les ocurre a las películas de Spielberg en más de una ocasión, la elección del actor protagonista (en esta ocasión el correcto pero algo soso Eric Bana) es más discutible que la de los secundarios (o, por qué no decirlo, los extras), que siempre suelen ser intérpretes diseñados por la Providencia para ese papel en concreto. El inmenso (en número y calidad) plantel de secundarios de Munich debería ser materia de estudio para todo el que se dedica a la cosa del casting.

Munich no es una de las obras cumbre de Spielberg, según mi muy subjetiva opinión, pero se sitúa con tranquilidad a la altura de Salvar al soldado Ryan: ultraviolenta, de estilo documental pero sin abandonar el lirismo, bien interpretada… pero quizá carente de ese toque final (si supiera cual es estaría haciendo películas en lugar de escribir sobre ellas) que convierten a un film impecable en una Obra Maestra.

Sinopsis

“Nuestros peores temores se han hecho realidad”. Con estas palabras, pronunciadas el 6 de septiembre de 1972, el presentador de televisión Jim McKay anunció a Estados Unidos que los once miembros de la delegación israelí que un grupo de palestinos había secuestrado en la Ciudad Olímpica de Munich, habían fallecido.

La mayoría había muerto en la pista del aeropuerto de Furstenfeldbruck a las afueras de Munich en medio de una chapucera operación de rescate organizada por las fuerzas del orden alemanas. Una oleada de sorpresa recorrió un mundo revuelto. Además de los conflictos de Vietnam, Irlanda del Norte y Oriente Próximo, el descontento invadía las calles de Estados Unidos y Europa. Estos Juegos Olímpicos simbolizaban una unidad global muy necesaria y una isla de paz.

Pero no fue así. El mundo no tardó en aprender que los hombres que habían entrado en la Ciudad Olímpica vestidos con chándales, armados con Kalashnikov y granadas, eran fedayines (significa “hombres de sacrificio”). Varios habían sido reclutados en los campos de refugiados en Jordania, Siria y Líbano. Su objetivo era llamar la atención internacional hacia la causa palestina e intercambiar los rehenes por 234 prisioneros palestinos, además de los notorios terroristas alemanes Andreas Baader y Ulrike Meinhof.

El inquebrantable gobierno israelí liderado por Golda Meir rehusó entablar negociaciones desde un principio; así mismo, Alemania no permitió que un equipo de las fuerzas especiales israelíes actuara en Munich. En vez de eso, la policía alemana lanzó una serie de nefastas operaciones de rescate. Todo empezó en la madrugada del 5 de diciembre y duró exactamente 21 horas durante las que fallaron varios planes de emergencia.

Acabó con un tiroteo caótico en el aeropuerto en el que murieron los rehenes, cinco secuestradores y un policía alemán. Unas semanas después, durante lo que fue estimado por muchos como algo planeado entre el gobierno alemán y el palestino, los tres fedayines supervivientes fueron liberados a cambio de los pasajeros de un avión secuestrado de la Lufthansa.

Se celebró una misa conmemorativa y los Juegos Olímpicos siguieron su curso a pesar de la triste atmósfera. Los medios de comunicación y el mundo entero intentaron recuperar la normalidad.

Lo que siguió nunca fue noticia. Oficialmente, Israel respondió al atentado el 9 de septiembre bombardeando bases de la OLP en Siria y en Líbano. Pero, al mismo tiempo, la primera ministra Golda Meir y el supersecreto “Comité X” del Gabinete israelí autorizaron otra misión de la que nunca se hablaría. Decidieron realizar un enorme esfuerzo con el fin de meter miedo a cualquier terrorista que quisiera amenazar a Israel: eliminarían como fuera a los once responsables de planear el atentado de Munich.

Mediante la “Operación Cólera de Dios”, un programa de asesinatos muy controvertido, al menos trece hombres fueron sentenciados a muerte sin ser juzgados. Las acciones del equipo de anónimos y expertos asesinos escogido por Israel tuvieron un fuerte impacto con ecos que todavía resuenan hoy.

A pesar de que el Gobierno y los servicios secretos israelíes, el Mosad, no hayan reconocido nunca la existencia de este equipo de asesinos, un cierto número de libros y de documentales, basándose en fuentes internas, han ofrecido detalles acerca de cómo y por qué la “Operación Cólera de Dios” cumplió con el objetivo.

Además, dos generales israelíes confirmaron públicamente que los equipos de asesinos existieron: el general Aharon Yariv en un documental de la BBC en 1993, y el general Zvi Zamir en una entrevista del programa “60 minutes” en 2001.

Para el productor Barry Mendel, los acontecimientos de Munich 1972 nunca dejaron de ser un recuerdo intenso y desgarrador. Cuanto más aprendía, más importancia cobraban. Por eso empezó a pensar en un thriller que llevara a la reflexión acerca de la parte más desconocida de la historia. Barry Mendel recuerda perfectamente el suceso y la sensación de que algo había cambiado para siempre en el mundo.

Barry Mendel desarrolló el proyecto durante cuatro años antes de contárselo a Kathleen Kennedy, con la que ya había trabajado en el innovador thriller El sexto sentido. Se lo contó a su vez a Steven Spielberg que finalmente decidió llevar el proyecto a la gran pantalla al acabar la taquillera La guerra de los mundos, la apocalíptica película basada en el clásico de ciencia-ficción de H.G. Wells.

Nada más enterarse del proyecto, la productora estaba convencida de que la historia encajaría a la perfección en el ecléctico abanico escogidos por Steven Spielberg hasta la fecha. “Steven tiene un don para contar historias; con material como éste y un tema de tanta importancia, estaba entusiasmada con las posibilidades”, dice Kathleen Kennedy. “No se me ocurría nadie que pudiera hacerlo tan bien como él”.

Y sigue diciendo: “Hoy en día, el bombardeo de información es constante; pasan muchas cosas cada día. Creo que volver atrás y tener perspectiva es algo que pueden hacer los directores y las personas que cuentan historias para asegurarse de que no olvidemos lo que pasó. Creo que es una de las razones fundamentales por las que Steven quiso hacer la película. Lo que ocurrió entonces explica muchos acontecimientos actuales. Nos hace dar un paso atrás y preguntarnos qué ocurrió hace 33 años y qué nos ha enseñado. Pero también es un thriller que no deja relajarse a nadie y que atraería aunque no se basara en hechos reales”.

Copyright del artículo © Vicente Díaz. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Amblin Entertainment, The Kennedy/Marshall Company, Alliance Atlantis, Universal Pictures. Reservados todos los derechos.

Vicente Díaz

Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Europea de Madrid, ha desarrollado su carrera profesional como periodista y crítico de cine en distintos medios. Entre sus especialidades figuran la historia del cómic y la cultura pop. Es coautor de los libros "2001: Una Odisea del Espacio. El libro del 50 aniversario" (2018), "El universo de Howard Hawks" (2018), "La diligencia. El libro del 80 aniversario" (2019), "Con la muerte en los talones. El libro del 60 aniversario" (2019), "Alien. El 8º pasajero. El libro del 40 aniversario" (2019), "Psicosis. El libro del 60 aniversario" (2020), "Pasión de los fuertes. El libro del 75 aniversario" (2021), "El doctor Frankenstein. El libro del 90 aniversario" (2021), "El Halcón Maltés. El libro del 80 aniversario" (2021) y "El hombre lobo. El libro del 80 aniversario" (2022). En solitario, ha escrito "El cine de ciencia ficción" (2022).