John Milius llevó a la pantalla en 1982 las andanzas del cimmerio Conan creadas por Robert E. Howard. El resultado: una de las películas más excitantes, salvajes y ambiguas de la historia del celuloide.
Con frecuencia, nos sorprendemos al escuchar historias de otros tiempos donde no se podía mostrar en pantalla a un matrimonio durmiendo en la misma cama o donde la palabra «embarazo» era tabú, al igual que la homosexualidad o los emparejamientos interraciales. Vemos estos hechos con una mezcla de indignación, perplejidad y humor, pensando que todo ha ido a mejor y hoy el cine ha progresado, ganando en libertad de expresión. Esta reconfortante sensación desaparece al comprobar que, si antes la (auto)censura respondía a valores morales o religiosos, en la actualidad somos igual de pacatos por aquello de la corrección política.
Hoy resulta casi imposible imaginar un equivalente de aquellas libérrimas cintas de la década de los 70 o de gran parte de los 80, donde la sexualidad, la violencia o los temas escabrosos estaban a la orden del día. Imagínense la que se montaría si el próximo fin de semana se estrenara una película donde el protagonista dijera que lo mejor de la vida es «aplastar enemigos, verles destrozados y oír el lamento de sus mujeres», que derribara un dromedario de un puñetazo o que, siendo nórdico, descabezara a un personaje interpretado por un reconocido actor afroamericano.
Los biempensantes y la prensa progresista también denunciarían la escasez del vestuario de las señoritas de la película y su violencia explícita, así como la agresión a un homosexual o a la aparición de una secta cuyos alienados miembros recuerdan a los hippies.
En Conan el bárbaro se pueden ver estas cosas y alguna más, todas políticamente incorrectas, fruto de la psicopatía de dos personajes tan singulares como el escritor Robert E. Howard y el cineasta John Milius.
Howard, un tejano tan influenciado por el rudo mundo del far west en el que se crió como por su afición a la Historia y la épica clásica, fue el padre del cimmerio en una serie de relatos publicados durante un corto espacio de tiempo (1932-1936), en revistas legendarias como Amazing Stories o Weird Tales, donde también publicaba su amigo H.P. Lovecraft, con quien compartía interés en los dioses-demonios primigenios, las civilizaciones pre-humanas y los horrores abismales.
Por encima del rey Kull o del justiciero puritano Solomon Kane, Conan se perfila como su personaje más popular. De hecho, esincluso más popular que el propio autor, como sucede con los casos de Drácula y Bram Stoker o Tarzán y Edgar Rice Burroughs.
Es más, hoy en día Conan es un icono pop que cualquier persona puede identificar. Pero lo cierto es que el bárbaro adquirió popularidad a partir de los años 50, gracias a una reedición de los relatos, y más tarde gracias los cómics de Marvel, tan famosos que la mayoría del público y de los opinadores piensa que Conan es un personaje originario del mundo del tebeo.
De poco sirvió este tardío éxito al escritor, que se había suicidado en 1936 a la edad de 30 años, triste, desolado y sin excesivo dinero en el bolsillo.
Por su parte, John Milius parecía destinado a trasladar a imágenes el mundo de la Era Hyboria. Considerado a sí mismo un «fascista zen», este extremo personaje ya alternaba la práctica del surf y la escritura de guiones a mediados de los 60.
A pesar de su ideología radical, Milius tiene mucha amistad con gente poco sospechosa de compartir sus inclinaciones ideológicas. Así, es colaborador de tipos tan dispares como George Lucas (desde los tiempos en los que el padre de Anakin era un estudiante de cine), Steven Spielberg (suyos son el guión de de 1941 y el monólogo más famoso de Tiburón), los hermanos Coen, Sydney Pollack (co-escribió el guión de Las aventuras de Jeremiah Johnson), John Huston (con su excéntrico libreto de El juez de la horca), Don Siegel (aunque sin acreditar, John Milius es el padre de Harry el sucio), Walter Hill (la estimulante y poco conocida biografía Gerónimo, la leyenda) o Francis Ford Coppola (en lo que es su guión más famoso, Apocalypse now).
Como director, la carrera de Milius ha sido corta e irregular en aceptación, pero siempre ha estado marcada por la insobornabilidad de uno de los autores más independientes y personales de la historia del cine reciente.
En la violenta recreación de las andanzas del bandido protagonista de Dillinger, en la épica recreación del choque de occidente y el mundo árabe en El viento y el león, o en la melancólica y mitificadora visión del surf en El gran miércoles, Milius había demostrado tres cualidades: atracción por los outsiders, pasión por la violencia y un romanticismo casi wagneriano. Las tres lo acercan al espíritu de Robert E. Howard.
No es casual encontrar cierto parecido entre el irritable policía antisistema Harry Callahan y el bárbaro alérgico a la palabra «civilización» de REH.
El clon izquierdista (?) de Milius, Oliver Stone, fue el primero en elaborar un guión para una posible película de Conan. Su libreto tenía un demencial enfoque épico, lleno de batallas multitudinarias de hombres-bestia que se acercaría en concepto a la futura adaptación de la trilogía de Tolkien, pero que en la década de los 70 era poco menos que imposible de llevar a cabo, sobre todo teniendo en cuenta la atractiva idea de Stone, que no era otra que la de contar esa historia en una serie de doce películas, siguiendo el modelo de la interminable saga de James Bond.
El proyecto, como suele ocurrir, fue alterado y pasó de mano en mano hasta que, finalmente, el inefable productor italiano Dino de Laurentiis decidió rebajar un poco el nivel de violencia del film (!) pero no puso mayores pegas a la hora de dar libertad al demencial genio de Milius, quizá impresionado por la idea de tener de protagonista al bárbaro Schwarzenegger, visualmente idéntico a la concepción más popular del personaje, dibujado por John Buscema en la Marvel.
El casting de la película, ciertamente, responde más a criterios visuales que a las capacidades interpretativas de los actores, pese a contar con dos monstruos de la profesión como James Earl Jones y Max von Sydow.
Milius, gran admirador del cine japonés, dirige a sus actores para que hablen con la tosquedad energética con la que los occidentales percibimos las interpretaciones de los actores de las películas de samuráis, y dando tanta o más importancia a los movimientos de los personajes que a la recitación de textos.
Esta influencia nipona está presente durante toda la película a través de un estilo visual en el que se mezcla la elegancia del clasicismo y la estética de la violencia, remitiendo claramente al cine de Kurosawa. El mejor ejemplo es esa escena en la que los protagonistas entablan la batalla en los túmulos, que no oculta su deuda con el enfrentamiento de la banda de los bandidos y los héroes en Los siete samuráis.
Más de una mente maligna ha querido ver también la huella de Leni Riefenstahl en la escena final, cuando el malvado brujo Thulsa Doom (personaje extraído de las historias del rey Kull, que no aparecía en las de Conan) congrega a sus fieles en la montaña para ser posteriormente decapitado por el cimmerio, quien quema la escalera-templo-altar del brujo tras arrojar una lámpara con un olímpico movimiento de lanzamiento de martillo.
Von Sydow hace una breve y divertida aparición como el shakespeariano Rey Osric, y Jones encarna al racialmente ambiguo Thulsa Doom, ese brujo capaz de transformarse en serpiente y cuyo mayor poder es poder controlar las mentes de los demás por medio de la palabrería y la pose, a lo Hitler.
Aparte de por estos actores, la película se recuerda como el primer gran éxito de quien estaba destinado a llevar la corona de Gobernador de California. El acento teutón, la mole muscular, la escasa agilidad interpretativa y la cara cuadrada del primitivo ex Míster Olimpia, lejos de ser impedimentos, lo convertían en el bárbaro perfecto, aunque más de un fan de la obra de REH se ha quejado de la simplificación del personaje, tema del que hablaremos posteriormente.
Otras opciones de casting arriesgadas pero exitosas: un compañero de horas surfístas de Milius llamado Gerry López sirve a la perfección como el ladrón Subotai, un extraordinario arquero de reminiscencias mongolas; Sandahl Bergman, bailarina que fascinó (algunos dicen que obesionó) a Milius con su trabajo en All that jazz, aporta el aspecto y los movimientos precisos a la sensual y peligrosa Valeria, que pasa de ser ladrona a Valkiria por culpa de uno de esos amores que van más allá de las fronteras de la muerte; y por último, el actor japonés Mako, que ejerce de narrador de la historia y de extravagante mago haciendo uso de una entonación única y unos ademanes solo disponibles para un intérprete nipón.
Conan se rodó en tierras españolas. La mayoría del equipo técnico es de aquí, incluyendo al genio de las maquetas Emilio Ruiz. Eso llevó a la inclusión en el reparto de dos personajes populares: Jorge Sanz, que encarna a un Conan niño (lo que ahora, viendo como ha «crecido» Sanz provoca hilarantes comparaciones entre el físico del actor austriaco y el del protagonista de El inquilino), y la trágicamente olvidada Nadiuska, quien luce su belleza como la mamá del bárbaro.
Ambos actores son protagonistas de la que es la más bella decapitación de la historia del cine.
La variedad de entornos naturales que ofrece nuestro país sirve a la perfección para recrear el mundo de Conan, desde los bosques de la sierra madrileña a las ventosas costas del sur, sin olvidar las inquietantes formas rocosas de la Ciudad Encantada de Cuenca, lugar este último quizá demasiado reconocible para el espectador español, pero ideal para situar la guarida de la mujer demonio con la que el bárbaro pasa una «fogosa» noche de amor.
Como ya he señalado, muchos acusan al film de simplificar en extremo al personaje de Conan, quien apenas habla y cuando lo hace es para soltar frases cortas y contundentes, en lugar de las discursivas peroratas del personaje de los relatos originales.
Lo cierto es que que REH pone en boca de su personaje sus desquiciadas (o no) ideas sobre la superioridad del hombre bárbaro, amante de la libertad, dispuesto a apurar la vida mediante comportamientos tan básicos como beber, fornicar y matar. Conan es el contraste perfecto frente a la decadencia de la civilización, formada por políticos corruptos, avariciosos, gordos, petimetres y rendidos a los pies de sacerdotes manipuladores.
El cimmerio, pese a que llegará a ser rey, odia las leyes y las restricciones, y sustituye los enfrentamientos dialécticos por el descabezamiento. La esencia de Conan es autorretratada en esta famosa sentencia «La barbarie es el estado natural del hombre. La civilización es antinatural. Es un capricho de las circunstancias. Y, en última instancia, la barbarie siempre saldrá triunfante».
John Milius raciona este tipo de comentarios, quizá demasiado obvios en los relatos, dejando que el que hable y reflexione sea principalmente el narrador, pero construyendo el film sobre esta temática, ya que no hay que ser muy observador para intuir que el director se identifica con la filosofía de REH.
Conan defiende la fuerza bruta por encima de la palabra, mientras busca el «Enigma del Acero», que le es revelado finalmente por Thulsa Doom. «¿Qué es el acero comparado con la mano que lo maneja?», proclama el malvado brujo tras hacer que una chica se arroje al vacío con sólo pedírselo. Claro que Conan termina arrancándole la cabeza a Thulsa Doom, con lo que la ambigüedad de este film repleto de simbología está servida para la discusión.
Calificada como fascista por unos y como anarquista por otros, el film mezcla la idea romántica de una protocivilización nórdica con la militancia nietzscheana. No en vano, el film se abre con el famoso «aquello que no nos mata, nos hace más fuertes» del airado Friedrich.
Sin embargo, Milius no profesa en esta cinta ningún respeto a los gobernantes (el patético rey Osric) y proclama la libertad como la mejor de las religiones (Subotai demuestra que los cuatro vientos están por encima de los otros dioses), en lo que es una actitud incompatible con esa obsesión de los fascistas por tenerlo todo controlado y jerarquizado. En fin, la discusión está servida.
Pero no hay que olvidar que es esta una película de aventuras fantásticas, en donde no faltan demonios, ritos mágicos y serpientes gigantes, algo inevitable a la hora de adaptar las aventuras del bárbaro. Conan no abandona en ningún momento las peripecias y la diversión, con algún toque de humor cafre y una agradable exhibición de carne para ambos sexos. Uno de los grandes aciertos de la cinta, posteriormente adoptado en todas las buenas películas del subgénero «de espada y brujería», consiste en dotar de una ambientación realista a lo que podría haber caído en los abismos de lo ridículo fácilmente.
El director artístico Ron Cobb, que ya inyectó de credibilidad la ambientación futurista de Alien, plantea el film como un relato histórico. Las armas, los edificios, el vestuario son evidentemente inventados, incluyendo algunos modelitos que se adelantan a locuras de Gaultier o Kenzo, pero que conjugan influencias estéticas de culturas antiguas de todo el mundo, cosa que ya hacía REH con sus Reinos Hyborios.
Si el trabajo de Ron Cobb es imprescindible a la hora de hacer de esta una película única, no podemos olvidar la importancia de la banda sonora de Basil Poledouris. Decir que la música de Conan es impresionante es quedarse cortos, pues sin duda es una de las mejores composiciones que jamás hayan acompañado un film.
Poledouris, uno de los artistas más subestimados en su campo, logra conjugar los ecos de Wagner con los de Carl Orff en una obra evocadora obra y emocionante. La contundencia primitiva en «Anvil of Crom» (tema plagiado por Jerry Goldsmith en Desafío total), el lirismo medieval en «Theology», la furia bélica en los coros de «Riders of Doom» o el romanticismo descarnado en «Love theme»… cada sentimiento está reflejado y ampliado por Poledouris en esta obra maestra.
El éxito de Conan el Bárbaro se tradujo en un aluvión de imitaciones, en su mayoría pobres subproductos italianos que terminaron por desprestigiar al film de Milius.Lo mismo cabe decir sobre esa pobretona secuela que es Conan el Destructor (¡¡¡con Grace Jones!!!), que echó a perder lo que podría haber sido una grandiosa saga, o el pseudo-Conan El guerrero rojo, basada en las aventuras de Red Sonja, aguerrida pelirroja compañera de cama y batallas del bárbaro en los relatos y los tebeos.
Este último film, razonablemente divertido, caía en la ignominia por un incoherente casting encabezado por la grotesca Brigitte Nielsen y con un Schwarzenegger que hacía de Conan pero no se llamaba así por arte de los derechos de autor.
Pese a esta lamentable herencia, Conan el Bárbaro se mantiene como la mejor en su género, incluso por encima de la brillante trilogía de Peter Jackson.
Hace años que se lleva hablando de una nueva película, escrita y dirigida de nuevo por John Milius, que relataría las andanzas del cimmerio en su etapa de rey de Aquilonia. Por desgracia, parece que el proyecto nunca se llevará a cabo.
Seguiremos rezando a Crom, aunque no nos oiga, por el regreso de la barbarie.
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