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Josechu Lalanda, el trazo de la vida salvaje

Recuerdo haber cruzado el umbral de un bosque cuando sus criaturas eran sólo pinceladas de acuarela. Josechu Lalanda (1939-2015) había creado esa fronda con su arte, pero gracias a la fantasía, no era difícil avanzar por sus sendas más intrincadas y sugerentes, captando así unas sensaciones que me aguardaban en la vida real.

Para toda una generación de amantes de la naturaleza, la obra gráfica de Lalanda fue más que una inspiración. Viene a cuento citar su larga relación con Félix Rodríguez de la Fuente. No en vano, en muchos de sus libros y programas aparecían las obras de este pintor, como una invitación elegante y seductora que nos animaba a estudiar con detalle nuestra flora y nuestra fauna.

Lalanda ya no está entre nosotros, pero puedo asegurarles que sus dibujos, cuadros e ilustraciones seguirán acompañándonos, como estampas permanentes de esa vida silvestre que Josechu amó desde la infancia.

Imagen superior: Josechu Lalanda junto a Félix Rodríguez de la Fuente.

Parece claro que el destino conspiró para convertirlo en uno de los mejores dibujantes de animales de los que tengo recuerdo. Nacido el 20 de febrero de 1939, Josechu era hijo de un legendario torero, Marcial Lalanda, y se familiarizó desde niño con la tauromaquia y con la caza en los Montes de Toledo.

Con el tiempo, esa intimidad en los espacios abiertos le permitió educar la mirada, y así, gracias a una formación puramente autodidacta y a unas dotes de observación formidables, acabó transformándose en un pintor y escultor animalista.

Lalanda acompañó a Félix a lo largo de catorce intensos años, repletos de ambiciones y de proyectos, de viajes y de revelaciones compartidas. Juntos, en Prado del Rey, charlaban sobre animales y planificaban esas láminas y gráficos multicolores que tan a menudo usaba Rodríguez de la Fuente en sus memorables programas.

Las anécdotas de ese periodo son numerosas. «Fuimos a Gredos ‒le contaba el pintor a Miguel Ángel Barroso‒ acompañados por el gran fotógrafo Paco Ontañón, tristemente desaparecido. Nos alojamos en el parador, a gastos pagados, pero Félix insistió en que durmiéramos en la misma habitación. No es que fuera tacaño, es que no quería abusar. Le dije “vale, pero el chuletón de Ávila no me lo quita nadie”. Qué tiempos. Félix conseguía paralizar a España con un lirón careto. Cuántos biólogos habrán surgido por su culpa».

Imagen superior: lámina de la enciclopedia «Fauna», realizada por Josechu Lalanda © 1970 Salvat.

Rodríguez de la Fuente también fue muy preciso a la hora de definir a su amigo: «Los que por profesión o vocación conocemos bien a los animales ‒escribió en cierta ocasión‒ sabemos que la pintura animalista es un arte difícil. Difícil porque exige la buena técnica del dibujante y los profundos conocimientos zoológicos del naturalista. Quizá por ello haya tan pocos animalistas buenos. Me atrevería a afirmar que Lalanda es el más perfecto que hemos tenido después de los geniales maestros de Altamira.»

Lalanda y Félix se conocieron en 1965, el año en que Madrid fue el escenario del Congreso Forestal Mundial. Por aquellos días, el artista organizó su primera exposición en el Real Club de Monteros, donde un mes atrás Félix había dado a conocer su primera gran obra: El Arte de Cetrería.

Publicado por Ediciones Nauta, el libro suponía el estreno literario de su autor ‒presentado en las páginas de cortesía como «cetrero mayor de España»‒, y además de valiosísima información sobre la caza con aves rapaces, ofrecía un soberbio repertorio de fotografías, realizadas por Paul Rickenback y por el propio Félix.

Imagen superior: lámina dibujada por Lalanda para la editorial Incafo.

El halconero ya era una figura popular por esas fechas, gracias a sus apariciones en el programa Fin de Semana, de TVE. Su encuentro con Lalanda fue muy significativo. «De los animales que solía dibujar entonces ‒cuenta este último‒, había alguno que no conocía demasiado bien, como era el lobo. Un amigo me dijo que podía ver lobos que vivían en un cercado en la Casa de Campo de Madrid. Me acerqué a tomar apuntes y en ello estaba cuando apareció Félix —los dos lobos eran suyos: Remo y Sibila— y me preguntó qué hacía allí. Me di a conocer como pintor de animales y a él esto le llamó la atención, pues en España era una novedad por entonces que alguien se dedicara a pintar animales. Después de charlar un rato sobre fauna y naturaleza, me propuso colaborar con él en una serie de programas que tenía previsto realizar en televisión. Nuestra primera colaboración fue en Televisión Escolar, espacio dirigido a niños, que se emitía por las mañanas en 1966. Después vinieron el programa Fauna, los domingos por la tarde, y Planeta Azul. Así fue como comenzó una larga colaboración y amistad con él».

Para los naturalistas y biólogos de mi generación, el punto culminante de la colaboración entre ambos fue, sin lugar a dudas, la enciclopedia Fauna, publicada por la Editorial Salvat entre 1970 y 1973. Quien desee acercarse a esa obra, tendrá ocasión de recordar las ilustraciones de Lalanda, sugerentes, y al mismo tiempo, explicativas del comportamiento animal.

No hay duda de que, gracias a esas creaciones, la divulgación científica y el arte iban de la mano.

De ahí en adelante, la carrera de Josechu se centró en los temas naturales y cinegéticos. A ese periodo corresponden obras como Un cazador en la TVE, de Fernando Junco Calderón (Afrodisio Aguado, 1968), Fauna ibérica. Los animales cazadores, una vez más junto a Félix (Prensa Española 1970) o la Guía de las anátidas de España, impresa por el ICONA en 1973.

No me olvido otra obra muy relevante en el área de la educación ambiental: los carteles que pintó para la campaña de protección de la naturaleza que ICONA emprendió un año después. Y tampoco quiero olvidarme de su labor en aquel pionero curso de etología que se impartió en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid, entre 1971 y 1972, muy poco después de que los etólogos John H. Crook y Robert Ardrey dieran a conocer sus nuevos avances en esta disciplina.

Además de ese trabajo editorial, científico y televisivo, Lalanda no descuidó la promoción de sus obras en numerosas exposiciones, dentro y fuera de España. Sus pinturas tenían esa fuerza expresiva y ese dinamismo que ya había demostrado como ilustrador en revistas como Caza y PescaTrofeo o Blanco y Negro, y que en años posteriores lo convirtieron en un clásico dentro de esta especialidad artística.

Lalanda protagonizó una edad de oro en la ilustración de la naturaleza española. Es probable que más de un lector recuerde a Félix mostrando a los espectadores alguno de aquellos gráficos, láminas y cuadernos de campo que confeccionaban magistralmente Iván Fernández de la Viña y el propio Josechu. (Hago aquí un inciso para recordar los sesenta Cuadernos de campo que leímos a fines de los setenta. Otro hito de la divulgación ambiental firmado por Rodríguez de la Fuente, con figuras en color de Iván Fernández y dibujos en blanco y negro de Juan Manuel Varela).

La andadura televisiva de Josechu fue igualmente fructífera. Después de la magnífica experiencia que compartió con Félix en el mítico programa El Hombre y la TierraLalanda dio muestras de su talento en espacios como El Coto (Canal Satélite Digital, 1998-2003) y Veda Abierta (Canal Caza y Pesca, Digital Plus, 2003-2014).

Aunque he mencionado con insistencia la obra gráfica de este creador, no hemos de olvidar sus imponentes esculturas en bronce, casi todas ellas de tema naturalista, con un acabado excepcional y una apariencia de vida que aún sorprende.

En todo caso, y aunque la trayectoria de Josechu prácticamente se prolonga hasta la fecha de su muerte ‒en octubre de 2015, por culpa de una enfermedad que le diagnosticaron poco antes‒, permítanme que concluya esta semblanza con ese apunte nostálgico que ya cité unas líneas más arriba. Me refiero, claro está, al recuerdo de aquellas láminas que Félix mostraba, desde una pantalla en blanco y negro, en los programas dominicales de Fauna (1968), o ya en color, en algunos de los mejores capítulos de El Hombre y la Tierra.

Gracias a la labor de Lalanda, los niños de entonces descubrimos cómo vuelan las águilas imperiales en su parada nupcial, o qué movimientos ritualizados ejecutan los linces cuando se encuentran. En definitiva, prendió el nosotros el interés por la biología, y por encima de ese interés científico, nos atrapó para siempre el amor por la vida salvaje.

Copyright del artículo © Mario Vega Pérez. Reservados todos los derechos.

Mario Vega

Tras licenciarse en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, Mario Vega emprendió una búsqueda expresiva que le ha consolidado como un activo creador multidisciplinar. Esa variedad de inquietudes se plasma en esculturas, fotografías, grabados, documentales, videoarte e instalaciones multimedia. Como educador, cuenta con una experiencia de más de veinte años en diferentes proyectos institucionales, empresariales, de asociacionismo y voluntariado, relacionados con el estudio científico y la conservación de la biodiversidad.