Cuando pienso en la desbocada, ostentosa y convulsa puesta en escena de Ejército de los muertos, no sé si fijarme primero en sus aciertos, que más de uno hay, o en sus inconvenientes, que también abundan, y que por supuesto, exaltarán a los críticos cascarrabias.
Empecemos dejando claro que Snyder ‒un profesional con estilo propio‒ desconoce el significado de palabras como austeridad, sencillez o clasicismo. Para colmo, en esta película parece desatado, como si la cámara fuera un cañón de confeti.
Es más, una vez comparada Ejército de los muertos con su predecesora, Amanecer de los muertos (Dawn of the Dead, 2004), esta última se perfila como el no va más del equilibrio narrativo. ¿Habrá, me pregunto, algún productor que le explique a Snyder la importancia de un montaje sensato?
El director quiere ser épico, efectista, apabullante… y claro, eso puede regalarnos cosas buenas ‒un barroquismo violento‒ y también puede forzar la maquinaria ‒148 minutos de metraje a partir de un guión que no da para tanto‒. Está claro que a Snyder le encanta inventar encuadres, jugar con el tiempo y añadir mil subrayados. Y yo, ante eso, aplaudo e incluso llego a entusiasmarme… hasta que caigo en la cuenta de que los personajes me han dejado de importar. Más o menos, lo mismo que me sucedía en los noventa cuando leía cómics muy aparatosos, repletos de viñetas impactantes, bien dibujadas, pero con guiones que parecían escritos en media hora.
Sin aspirar a la originalidad, Ejército de los muertos parte de una premisa atractiva. Por encargo del millonario Bly Tanaka (Hiroyuki Sanada), un equipo de mercenarios, encabezado por el forzudo Scott Ward (Dave Bautista), se interna en territorio zombi, a la búsqueda de una caja fuerte repleta de billetes.
Pero atentos, porque la zona dominada por los muertos vivientes es lo que queda de Las Vegas. Aunque conserva rastros de lo que fue, la ciudad del juego está en ruinas. Casi parece que un huracán la ha puesto patas arriba. El detalle peligroso es que en ella coexisten dos hordas caníbales: los zombis de toda la vida y una variante evolucionada, mucho más feroz e inteligente, que desarrolla una cultura tribal.
Sobre el papel, varios de los personajes tienen potencial: el propio Scott Ward y su hija distante (Ella Purnell), sus viejos camaradas María Cruz (Ana de la Reguera) y Vanderohe (Omari Hardwick), la piloto Marianne Peters (Tig Notaro), el desvalijador Ludwig Dieter (Matthias Schweighöfer), Lily, la Coyote (Nora Arnezeder)… Sin embargo, llega un determinado momento en el que uno empieza a mirar el reloj, e inevitablemente, a pensar que ese tour zombi por Las Vegas está siendo ‒¿cómo lo diría?‒ demasiado exhaustivo.
Sin duda, hay momentos simpáticos, incluso aterradores, y ocurrencias visuales bastante notables. También tiene interés comparar la cinta de Snyder ‒en desarrollo desde 2007‒ con otra película reciente, de trama muy similar, la coreana Península (Peninsula: Train to Busan 2, 2020). O podemos rastrear el sinfín de citas y homenajes que introduce el director, casi a modo de pastiche: Fantasmas de Marte (Ghosts of Mars, 2001) y Vampiros (Vampires, 1998), de John Carpenter, Aliens: El regreso (Aliens, 1986), de James Cameron, el libro Soy leyenda, de Richard Matheson… Pero el precio a pagar por todo ello está claro: debemos permitir que el director se salga con la suya y persevere en todas sus decisiones. Incluidas las que no funcionan, y a ratos, convierten este artefacto en un videojuego de tiros.
Creo que no echo mal las cuentas si les digo que aquí hay un problema de escritura. Cuando rodó Amanecer de los muertos Snyder colaboró con un guionista inspirado, James Gunn. Ojalá hubiera ocurrido lo mismo en esta oportunidad. Con eso y un recorte de media hora, la película alcanzaría todas sus aspiraciones.
Sinopsis
Se ha declarado una epidemia zombi en Las Vegas. Un grupo de mercenarios decide adentrarse en la zona de cuarentena para perpetrar el mayor golpe de la historia.
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