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«Nunca me abandones» (Mark Romanek, 2010)

Avalada por un sólido reparto encabezado por Carey MulliganAndrew Garfield y Keira Knightley, redondeado por secundarios de lujo como la veterana Charlotte RamplingNunca me abandones (Never Let Me Go, 2010) llevó a la pantalla la novela homónima de Kazuo Ishiguro.

Se trató de la segunda incursión del cine en la obra de este prestigioso escritor británico de origen japonés; la primera fue la memorable Lo que queda del día (The Remains of the DayJames Ivory, 1993), un pausado pero punzante drama en el que Anthony Hopkins dispensaba una de sus más intensas interpretaciones, encarnando a un mayordomo que sacrifica su vida personal en aras de su profesión.

Aunque el mismo Ishiguro también hizo sus pinitos como guionista –en las películas The Saddest Music in the World (Guy Maddin, 2003) y La condesa rusa (The White Countess, 2005), esta última también dirigida por Ivory–, en Nunca me abandones solamente figura como productor ejecutivo. El encargado de confeccionar el guión fue el también escritor Alex Garland, cuya relación con el cine tuvo lugar a partir de la adaptación de su novela La playa allá por el año 2000, dirigida por Danny Boyle, para el que posteriormente escribió los guiones de 28 días después (28 Days Later, 2002) y Sunshine (2007).

Nunca me abandones supuso la vuelta a la gran pantalla de Mark Romanek, un reputadísimo director de videoclips musicales (entre otros, Bedtime Story de MadonnaScream de Michael Jackson o Closer y The Perfect Drug del grupo Nine Inch Nails) cuyo último título cinematográfico fue la inquietante Retratos de una obsesión (One Hour Photo, 2002). Escrita por el propio Romanek y con un poderoso tratamiento visual que apoya la psicología de sus personajes, Retratos de una obsesión daba una interesante vuelta de tuerca a un subgénero aparentemente manido: el de los psicópatas solitarios y potenciales asesinos en serie. Deudora de cintas amargas como La conversación (The ConversationFrancis Ford Coppola, 1974) o Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), presentaba a un introvertido y solitario empleado de una tienda de revelado de fotos –un Robin Williams muy alejado de sus histrionismos habituales– que se obsesionaba peligrosamente con unos clientes, una familia (aparentemente) feliz de la que le hubiera gustado formar parte.

La película, al igual que la novela de Ishiguro (publicada en 2005), con la que guarda gran fidelidad –aunque no acreditado, el escritor estuvo involucrado en el proceso de redacción del guión–, se ambienta en un mundo distópico en el que los avances de la medicina han acabado prácticamente con todas las enfermedades. Pero, sorpresivamente para el espectador, estos increíbles acontecimientos han tenido lugar en el pasado. Pues Nunca me abandones se trata de una “ucronía”, es decir, presenta una historia alternativa elaborada a partir de una supuesta revolución médica que tuvo lugar en la década de los cincuenta, un recurso que permite reconstruir un universo de estética anacrónica, muy alejada del futurismo y de la espectacularidad inherentes a la ciencia-ficción.

Lo más novedoso del filme es el tratamiento de esta línea temporal alternativa. No hay informaciones de tipo científico, ni relatos de los hechos históricos, ni descripciones de cómo se desenvuelve la sociedad… únicamente conocemos lo poco que su joven protagonista Kathy (Carey Mulligan) nos deja ver. La acción, narrada desde su punto de vista, arranca en 1994: Kathy, que roza la treintena, echa la mirada atrás evocando los momentos dorados a la vez que extremadamente amargos de su infancia y adolescencia. Viajaremos con ella hasta 1978, cuando era una niña (interpretada por Isobel Meikle-Small) en el apacible pero extraño internado de Hailsham, regido por la distante señorita Emily (Charlotte Rampling). Allí conoceremos a las personas más importantes de su vida: su mejor amiga Ruth (Ella Purnell), su primer y único gran amor Tommy (Charlie Rowe) y la profesora Lucy (Sally Hawkins). Después haremos escala en 1985, contemplando su juventud triste y solitaria en un complejo de granjas llamado las Cottages (traducible como Las Casitas), donde convivirá a su pesar con varias parejas, entre ellas la compuesta por Ruth (Keira Knightley) y Tommy (Andrew Garfield).

A través del relato de Kathy, salpicado de cotidianeidad y centrado en el dramático derivar de sus sentimientos (el amor, los celos, la amistad, la deslealtad, la pérdida de los seres queridos, el dolor, la soledad, el desamparo, la nostalgia…), se irán desgranando lenta y sutilmente algunas consecuencias indeseables del progreso. Del mismo modo, se irán desvelando los misterios que rodean al origen y destino del trío de jóvenes protagonistas, para los que la abolición de la enfermedad supondrá pagar un altísimo e increíble coste. Y es que, al igual que sucede en las distopías del futuro mostradas en filmes como Blade Runner (Ridley Scott, 1982), Gattaca (Andrew Niccol, 1997) o La isla (The IslandMichael Bay, 2005), la piedra angular en la que se apoya Nunca me abandones es el conflicto entre la ética y los avances científicos, si bien hay diferencias sustanciales a la hora de abordar el mismo.

La película, descrita por su director como “descaradamente hermosa y privada de toda ironía” –de hecho, uno de sus aspectos más negativos es la carencia absoluta de sentido del humor–, se centra casi en exclusiva en el estudio de las relaciones que se establecen entre los personajes, especialmente en el complejo triángulo amoroso compuesto por Kathy, Ruth y Tommy, en el que los sentimientos de amor y amistad se entrelazan con los celos y la traición.

Con un tono melodramático alejado de las convenciones del género de la ciencia-ficción, Nunca me abandones pinta un doloroso (y con frecuencia lacrimógeno) retrato de la fragilidad del ser humano en el que no hay lugar para la rebelión, solo para una triste y resignada aceptación. Los personajes de Nunca me abandones, haciendo gala de la renombrada flema británica, llevan la procesión por dentro. Como corderos que van al matadero, víctimas sacrificiales del progreso de la sociedad, se encaminan mansamente al terrible destino que les ha sido asignado. Otra nota discordante de un género centrado por lo general en plasmar la lucha por la supervivencia, por inútil que esta sea; como afirma Romanek “muchas películas de ciencia ficción tratan del intento de huir de algún gobierno opresor o algo parecido, pero en nuestra película ocurre lo contrario. Estos personajes no huyen porque desde que nacieron les enseñaron a abrigar un sentimiento de orgullo y un sentido del deber acerca del lugar que ocupan en esta sociedad alternativa, por terrible que pueda resultar. No huyen, además y en parte, porque no hay ningún otro lugar al que ir. La película trata de la urgencia de fundirnos en un abrazo con la gente a la que amamos porque el tiempo es tan fugaz”.

Así las cosas, solo queda lugar para la melancolía. Una melancolía sangrante, que busca hacernos sufrir al lado de sus protagonistas, acentuada por un magnífico tratamiento de la atmósfera: la belleza bucólica pero algo desangelada del orfanato de Hailsham, la fría humedad de la campiña inglesa, constantemente azotada por el viento, las playas solitarias, la monotonía gris de la ciudad, la gélida asepsia de los hospitales. Un lastimoso marco que sirve para reflexionar sobre la esencia de la verdadera humanidad y cuáles son las cosas que realmente importan cuando el tiempo del que disponemos se acaba.

Copyright del artículo © Mª Dolores Clemente Fernández. Publicado previamente en CineMaverick. Reservados todos los derechos.

Mª Dolores Clemente Fernández

Mª Dolores Clemente Fernández es licenciada en Bellas Artes y doctora en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid con la tesis “El héroe en el género del western. América vista por sí misma”, con la que obtuvo el premio extraordinario de doctorado. Ha publicado diversos artículos sobre cine en revistas académicas y divulgativas. Es autora del libro "El héroe del western. América vista por sí misma" (Prólogo de Eduardo Torres-Dulce. Editorial Complutense, 2009). También ha colaborado con el capítulo “James FenimoreCooper y los nativos de Norteamérica. Génesis y transformación de un estereotipo” en el libro "Entre textos e imágenes. Representaciones antropológicas de la América indígena" (CSIC, 2009), de Juan J. R. Villarías Robles, Fermín del Pino Díaz y Pascal Riviale (Eds.). Actualmente ejerce como profesora e investigadora en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).

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