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«Star Hawkins» (1960), de John Broome y Mike Sekowsky

Aunque en la actualidad todo el mundo asocia la editorial DC Comics con los superhéroes, lo cierto es que el género policiaco ha formado parte de su universo desde sus comienzos. No en vano, Batman debutó en una colección con el revelador título de Detective Comics allá por 1939, y ya en aquellos tempranos años, las páginas de sus comic-books eran frecuentadas por detectives privados como Slam Bradley (1937), Speed Saunders (1937) o Larry Steele (1937).

Aunque durante los cuarenta y cincuenta nunca dejaron de tener cierta presencia en los tebeos de la casa (Timothy Trench, Sierra Smith, Bobo the Detective Chimp), fue a comienzos de los sesenta cuando el género pareció vivir una nueva edad dorada gracias a dos series de la pequeña pantalla. En septiembre de 1958, se estrenó Peter Gunn, creada por Blake Edwards y protagonizada por un Craig Stevens que encarnaba al detective del título. Un mes más tarde, aparece 77 Sunset Strip, creada por Ruy Huggins, la primera serie televisiva con capítulos de una hora de duración, protagonizada por Efren Zimbalist Jr. y Roger Smith encarnando respectivamente a Stu Bailey y Jeff Spencer, dos antiguos agentes secretos reconvertidos en detectives de Los Ángeles.

En esta última serie apareció un personaje, Gerald Lloyd Kookson III, «Kookie» para los conocidos, que se convirtió en todo un fenómeno cultural de la época gracias a su desenvoltura cómica, su amor por el rock’n’roll –entonces una música naciente– y su original vocabulario. Kookie tuvo su repercusión también en el mundo de los cómics: por una parte, fue la inspiración directa para el personaje de Snapper Carr, el muchacho «mascota» de la Liga de la Justicia de América; por otro, el éxito de su programa favoreció la aparición de la tercera gran serie que pobló las páginas de Strange Adventures (junto a Los Caballeros Atómicos y El Museo Espacial). Su nombre fue Star Hawkins.

En su primera aparición, en la aventura titulada «El caso del testigo marciano», publicada en el nº 114 de Strange Adventures (marzo de 1960), se nos presentaba así: «En 2079, Star Hawkins, un detective privado en sus horas bajas…». Como tantos detectives privados de ficción, Star ha visto la cara menos amable de la vida y ello se reflejaba en su expresión. En el fondo era un buen tipo que con los años y roce con las zonas más detestables de la sociedad se había rodeado de un caparazón de cinismo. Era una combinación de los personajes interpretados para la televisión por Craig Stevens y Efrem Zimbalist Jr, pero dado que Strange Adventures estaba dirigido por Julius Schwartz, el lector nunca llegaba a olvidar que, primero y sobre todo, se encontraba ante una historia de ciencia ficción. Ello se conseguía frecuentemente por el sencillo procedimiento de anteponer a cualquier nombre la palabra «espacial»: «Poco después, en la Terminal Espacial…» Y aunque mantiene una sórdida oficina en un barrio poco recomendable de New City (un trasunto de Nueva York), Hawkins algunas veces tiene que viajar a otros planetas para resolver sus casos.

Si los Caballeros Atómicos –que debutarían tres meses más tarde en esa misma colección– eran lo más realista que un cómic juvenil de ciencia ficción podía llegar a ser en aquellos años sin captar la atención de los órganos censores, Star Hawkins representaba la aproximación contraria al género. Aunque no era estrictamente hablando una comedia humorística como lo había sido Taxista espacial, sí introdujo una nada despreciable dosis de humor, más que cualquier otra serie de ciencia ficción de las que supervisara Julius Schwartz en DC. Tal y como lo creó John Broome –quien ya había tenido oportunidad de ejercitarse en el humor con otra serie de detectives de la editorial, el mencionado Detective Chimp–, Star Hawkins era tan buen detective como mal administrador: siempre tenía tan poca suerte como dinero lo que daba origen al recurrente gag en el que se veía obligado a dejar a su secretaria Ilda en una casa de empeños para pagar a sus acreedores.

Porque Ilda no una secretaria cualquiera. La mayoría de los detectives privados de ficción tienen unas adorables ayudantes y puesto que, al fin y al cabo, Star Hawkins era una serie de ciencia ficción… ¿por qué no convertir a esta figura en un robot? John Broome, tenía una especial tendencia a involucrar a Ilda en los casos de su poco amable jefe: nada menos que diez de las diecisiete historias de Star Hawkins contienen en sus títulos la palabra robot, una pista del relevante papel que Ilda jugaba en ellas, a veces incluso convirtiéndose en la estrella del episodio y a menudo salvando de la muerte a su jefe. Ilda era dura, inteligente, eficiente en su trabajo, paciente y dispuesta a soportar los inconvenientes propios de trabajar para un patrón que no siempre puede pagar las facturas, lo que en su caso, como he apuntado arriba, significaba convertirse en su moneda de cambio en la casa de empeños.

El dibujante Mike Sekowsky fue la elección ideal para reflejar sobre el papel el tono ligero de los guiones de Broome. Había algo en su visión del futuro de la Tierra –por no hablar del resto de los planetas– que hacía imposible tomársela en serio. Su extravagancia gráfica se veía limitada en las páginas que dibujó para su principal serie en DC, la Liga de la Justicia de América, guionizada por Gardner Fox; pero en Star Hawkins pudo explayarse a gusto, tal y como se aprecia en el capítulo aparecido en el nº 134 de Strange Adventures, «El Caso de los Diablillos Interplanetarios», en el que siete diminutos alienígenas de expresión maniaca siembran el caos en la oficina del protagonista. El fluido entintado de Bernard Sachs se ajustaba perfectamente a los lápices de Sekowsky.

Star e Ilda rotaron sus aventuras de 8-9 páginas en Strange Adventures con otras dos series, Los Caballeros Atómicos y El Museo Espacial, por lo que cada tres meses los lectores tenían oportunidad de leer un nuevo caso de la peculiar pareja. Entre estos se contaron encontrar a testigos recalcitrantes, hallar el paradero de gemas robadas, ir tras falsificadores o ladrones de robots, frustrar invasiones alienígenas o rescatar a diplomáticos secuestrados.

Introducir una serie de tono ligero en una revista cuyos lectores, en general, preferían los relatos de ciencia ficción más estricta, fue un riesgo calculado y aunque nunca se contó entre las favoritas del público, sí demostró contar con el suficiente apoyo como para aguantar hasta el final de la etapa de Schwartz como editor. Star Hawkins totalizó 21 episodios hasta el número 162 (marzo 1964), todos ellos a cargo del equipo creativo original excepto el último, escrito por France Herron.

A mediados de 1964, el genial editor de Strange Adventures, Julius Schwartz, abandonó las colecciones de ciencia ficción de la casa para encargarse de los títulos de Batman. Le sustituyó Jack Schiff, que recuperó la cadencia trimestral de los casos resueltos por el detective y su secretaria a partir del número 173 (febrero de 1965), prolongando esta nueva etapa hasta el 185 (febrero de 1966), si bien ahora los encargados de narrar sus peripecias serían el guionista Dave Wood y el dibujante Gil Kane.

Cuando a mediados de los sesenta la editorial pasó a centrarse más en los superhéroes, abandonó en el limbo a todos aquellos personajes cuyas aventuras discurrían en el futuro y Star Hawkins no fue una excepción. Pero había toda una generación de fans que había crecido con aquellos héroes y que no los olvidaron tan fácilmente. Uno de ellos fue Mike Tiefenbacher, aficionado convertido en guionista freelance y editor de una revista especializada (The Comic Reader), quien escribió una historia corta en la que se revelaba lo que había sido de Star Hawkins. Dibujada por Alex Saviuk y Vince Colletta, apareció como complemento en DC Comics Presents nº 33 (mayo de 1981) con el título «Whatever Will Happen to Star Hawkins». Ambientada en el año 2092, el relato decidía cambiar la eterna mala suerte de los protagonistas haciendo que encontraran el verdadero amor: Star con la encantadora y rica heredera Stella Sterling, e Ilda con el guardaespaldas robótico de aquélla, Automan (protagonista, a su vez, de una oscura serie que apareció esporádicamente en Tales of the Unexpected a mediados de los sesenta).

Aquella historia terminaba felizmente con Star y Stella dirigiendo la Academia Hawkins-Sterling de Detección Robótica, un lugar en el que los robots podían aprender el oficio de detectives (por supuesto Ilda y Automan se encargan de impartir algunas de las clases). En ese último episodio se rindió un cariñoso homenaje a los creadores originales del personaje, bautizando a cuatro de los villanos de la historia como B10Room (John Broome), S12EKow (Mike Sekowski), S12Achs (Bernard Sachs) y K7Ane (Gil Kane).

De nuevo, una temporada en el limbo hasta que Howard Chaykin lo rescató para su miniserie Twilight (1990), en la que reunía a los dispersos personajes futuristas que la DC había ido dejando por los rincones más oscuros de su universo para darles una nueva vida. Por desgracia, en manos de Chaykin, esa nueva vida resultó estar trufada de violencia, truculencias sexuales y psicopatologías, así que su enrevesada versión fue apartada de la continuidad oficial de la editorial. En ella, Star Hawkins e Ilda mantenían una difícil relación de codependencia, con él despreciando, abusando y humillando a su sensible robot femenino y ésta aceptando sumisamente el maltrato gracias al amor que sentía por su jefe.

Su última aparición hasta la fecha ha sido para narrar su muerte a cargo –¡cómo no!– de Jim Starlin en la miniserie Mystery in Space nº 2 (diciembre de 2006).

Aquellos que busquen sórdidos casos policiacos resueltos por detectives amargados con el mundo, por favor, diríjanse a cualquier otra serie. Pero si quieren una comedia espacial ligera, contraten a Star Hawkins en su versión clásica.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".