Edgar Allan Poe ha sido y siempre será la gran figura del romanticismo oscuro. Igual que no habría narrativa gótica sin Horace Walpole y Ann Radcliffe, el gótico americano jamás hubiera existido sin las instrucciones de Poe. Ningún otro escritor se ha aventurado con tanta elegancia en las tinieblas, descubriendo qué nos da placer en los territorios del miedo.
Poe fue muchas cosas. El típico infeliz que se pierde al doblar la esquina. Un hombre con mala suerte. Un adicto a la noche, al alcohol y a los malos sueños. Y sobre todo, un escritor excelso, en cuya órbita aspiran a moverse cientos de imitadores.
En esta insólita película, Raúl García resume el universo de Poe, no ya en su vertiente literaria ‒que también‒, sino a través de la imaginería que lo ha inmortalizado en el siglo XX. Prestemos atención, porque cada uno de los episodios que la componen acumula otros tantos homenajes y resonancias.
Por este orden: el relato La caída de la casa Usher está narrado por Christopher Lee, icono viviente de la Hammer, que ya leyó el mismo cuento en su doble casete Tales of Horror, publicado en 1979. El diseño de este segmento, con toques expresionistas, evoca la fisicidad de los muñecos articulados que el maestro de la animación checa, Jiří Trnka, usaba en sus largometrajes.
El corazón delator está realizado con un estilo que homenajea al gran Alberto Breccia, inolvidable dibujante de cómics como Ernie Pike, Mort Cinder, Perramus y El Eternauta, y responsable de una bellísima adaptación de este relato, publicada en 1975 y recopilada no hace mucho por el sello Astiberri en el volumen El corazon delator y otros relatos extraordinarios de Poe. Comparar ese cómic de Breccia con el trabajo de García demuestra en qué medida este último ha sido capaz de reproducir la esencia del artista argentino.
Quien narra El corazón delator es Bela Lugosi, por medio de una grabación de 1947 que nos remite a la época en la cual el actor intervino en otros films afines a Poe, como Satanás (The Black Cat, 1934), El cuervo (The Raven, 1935) y El doble asesinato de la calle Morgue (Murders In The Rue Morgue, 1932).
En 1953 Ted Parmelee rodó una imponente versión del mismo relato, producida por UPA y Columbia, y narrada por James Mason. Si uno es consciente de lo mucho que admira García el corto de Parmelee, también encontrará vestigios de ello en la película.
En La verdad sobre el caso del señor Valdemar, narrado por Julian Sands (Warlock, el brujo, 1989), García emplea elementos propios del cómic. En concreto, característicos de Tales from the Crypt, la mítica revista publicada por EC Comics entre 1950 y 1955. Por pura sugestión, este Valdemar también me hace pensar en los tebeos de horror de los sesenta y los setenta, como aquellos que publicaba el sello Warren ‒Creepy, Eerie y Vampirella‒. Todo lo que uno recuerda de aquellas revistas ‒la textura, el gramaje del papel, el entintado, los colores planos‒ se evoca en pantalla. Con un detalle extra: el protagonista luce el rostro de Vincent Price, inolvidable intérprete de aquellas adaptaciones de Poe que rodó Roger Corman.
El propio Corman, por cierto, presta su voz al príncipe Próspero en un cameo para el quinto episodio, La máscara de la muerte roja, resuelto con un toque pictórico muy seductor (El propio García ha mencionado a Egon Schiele y a Pieter Brueghel el Viejo como dos referencias que acá le fueron útiles).
Me queda un relato más: El pozo y el péndulo, narrado por otro fanático de Poe, Guillermo del Toro. Con una presentación más realista y perturbadora, de cierto aire hammeriano, la animación se beneficia de un recurso interesante, la pantalla partida, evocando quizá los inquietantes efectos que extrajo de ella Richard Fleischer en El Estrangulador de Boston (1968). Yéndonos por las ramas en busca de otras alusiones, aquí también cabe pensar en Goya y en sus pinturas negras.
Como nexo de unión entre los relatos, Raul García nos sitúa en un hermoso camposanto cubista, donde dialogan la Muerte (la escritora Cornelia Funke) y el cuervo Poe (Stephen Hughes).
Producida por la compañía de Stéphan Roelants, Melusine Productions, con apoyo de Film Fund Luxembourg y capital belga, luxemburgués, estadounidense y español, Extraordinary Tales tuvo un desarrollo muy complejo. De hecho, y a la vista del resultado, diría que inmerecidamente complejo.
En 2003, tras varios años demostrando su talento en los estudios Disney, donde participó en películas como ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Aladdín, El Rey León y La Bella y la Bestia, Raúl García dejó la Casa del Ratón. Después de trabajar en Paramount Network, un proyecto fallido le llevó a estrechar su relación profesional con Roelants. Por fin, en 2006, dos años antes de dirigir El lince perdido, García rodó el corto El corazón delator, pre-seleccionado para los Oscar, y su buena acogida le animó a realizar otros cortometrajes basados en la obra de Poe.
Nada menos que ocho años después, uniendo esa sucesión de proyectos, logró completar la película.
Como ya vimos, Extraordinary Tales cuenta con un formidable reparto de voces, que también hemos de agradecer al director de casting, Bruto Pomeroy, otro experto en el mundo del tebeo y del cine, y a la productora del film, Rocío Ayuso. Asimismo, es muy evocadora su música, obra de Sergio de la Puente, con la asistencia de Javier López de Guereña, cuya partitura suena en El corazón delator.
Como ya ven, esta empresa quijotesca, realizada con una pasión que trasluce en cada plano, se aleja del campo de la industria comercial y nos aproxima a otro terreno: el arte en su sentido más amplio.
En ella, Raúl García no sólo demuestra su calidad como animador. También plasma su cultura y su sensibilidad humanística. Nos hallamos ante un creador que hace, por encima de todo, lo que siente que debe hacer.
Desde luego, es fácil admirar Extraordinary Tales en este aspecto. Por otro lado, está claro que el software de la animación digital no para de evolucionar, más allá de lo que era posible para García y su equipo entre 2006 y 2013. Sin embargo, esto es casi irrelevante. ¿Conclusión? La que dije: el espectador debe valorar el film no por sus recursos técnicos, sino por otras virtudes más importantes, que por suerte, nunca envejecen.
Piensen, sin ir más lejos, en las maravillosas escenas que enlazan cada episodio. En ese escenario de papiroflexia, brilla tanto la animación de García como el talento de un espléndido artista e ilustrador, Fernando (Jack) Mircala, capaz de construir mundos prodigiosos con recortables de cartulina.
Sin duda, la elegancia de Mircala, a mitad de camino entre la vanguardia y el clasicismo, depurada a lo largo de numerosos libros y exposiciones, añade un toque único a esta producción tan singular y estimulante.
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.
Copyright de las imágenes © Mélusine Productions, Melón Digital, The Big Farm. Reservados todos los derechos.