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«La caída de la casa Usher» (Jean Epstein, 1928)

El protagonista (Charles Lamy) recibe una carta de Roderick Usher (Jean Debucourt), un amigo de la infancia, en la que reclama su presencia y su ayuda. Cuando acude a la mansión de este, se encuentra con un hombre extrañamente obsesionado con finalizar el retrato de su esposa enferma Madeline (Marguerite Gance). La mujer padece de una extraña dolencia que parece agudizarse a medida que su marido avanza en el trabajo de pintura. Finalmente Madeline fallece y es trasladada a una cripta situada lejos de la casa, una desgracia que marcará el comienzo de un terrible destino que parece cernirse sobre la estirpe de los Usher.

Tal es el argumento de La caída de la casa Usher (La chute de la maison Usher, 1928), la sugestiva incursión del cineasta Jean Epstein en la compleja obra de Edgar Allan Poe que, como su título indica, se inspira en el relato del mismo nombre aunque también incorpora elementos de otras obras del escritor, especialmente de El retrato oval.

Francés de origen polaco –nacido en Varsovia en 1897–, Epstein participó del bullicioso clima artístico de entreguerras, marcado por la eclosión de las vanguardias. Teórico del cine además de escritor, consideró al cine como un arte de pleno derecho y trató de plasmar en sus películas sus postulados teóricos. «Violentar la naturaleza del tiempo real, ésa era una de las grandes ambiciones de Epstein […], conseguida por vez primera en la historia de la ciencia y del arte gracias al acelerado, al ralentí y a la inversión de movimientos» (1). Junto con otros artistas y cineastas como Louis Delluc, Germaine Dulac o Abel Gance (cuya esposa Marguerite interpretó el papel de Madeline Usher en el filme que nos ocupa), Epstein formó parte del impresionismo francés, uno de los numerosos ismos surgidos en los agitados años veinte.

En esta obra, la más famosa de su filmografía, el autor echó mano de un rosario de recursos (montaje rítmico, flou, juegos de luces y sombras, encadenados, sobreimpresiones, distorsiones y ralentizaciones, entre otros) para dotar al conjunto de una atmósfera sobrenatural y onírica. Algo que consigue de sobra, si bien el barroquismo visual desplegado resulta en ocasiones demasiado redundante y algo pretencioso. Cabe reseñar que en esta película trabajó Luis Buñuel en calidad de asistente de dirección y coguionista, si bien fue despedido por diferencias de criterio con Epstein.

Menos avezada resulta sin embargo la interpretación de la historia; tras un prólogo sacado de Nosferatu –la versión no acreditada de Drácula de Bram Stoker, realizada por Murnau en 1922–, en el que los aldeanos rehúsan acercarse a la maldita mansión aludiendo difusas y ominosas amenazas, Epstein quiso eliminar cualquier sombra de incesto del original convirtiendo a los hermanos Usher en esposos. Pese a esta interpretación más convencional, la película maneja con acierto diversos elementos del enrarecido universo del escritor, siendo «una de las primeras en hacer de Poe un género caracterizado por una serie de tópicos o temas intercambiables de unas obras a otras, como el enterramiento prematuro, la ravenante y la mujer del cuadro» (2).

En El hundimiento de la casa Usher, el personaje de Madeline se incorpora al panteón de esposas muertas –y objetos de pasiones necrófilas– de la obra de Poe, con referencias explícitas a los cuentos LigeiaEl gato negro o La caja oblonga, además del susodicho El retrato oval. No obstante, la película elabora un retrato mucho más amable del regreso de la enamorada, trocando la sed de venganza por el triunfo del amor sobre la muerte en un inusitado final feliz en el que los dos esposos se alejan abrazados de la perniciosa influencia de la mansión, convenientemente devorada por un fuego purificador.

Versus Entertaiment lanzó una edición «especial coleccionista» de este clásico del cine mudo francés, compuesta por dos discos de DVD. Como extras destacan los cortometrajes de Epstein El espejo de las tres caras (La glace à trois faces, 1927) y El domador de tempestades (Le tempestaire, 1947), así como dos adaptaciones de Poe de cineastas de la época: La caída de la casa Usher (The Fall of the House of Usher, James Sibley Watson y Melville Webber, 1928) y El corazón delator (The Telltale Heart, Charles Klein, 1928).

(1) Román Gubern, Historia del cine, Barcelona, Lumen, 1989, p. 134.

(2) Pilar Pedraza (edición de Antonio José Navarro), Las sombras del horror. Edgar Allan Poe en el cine, Madrid, Valdemar, 2009, p. 150.

Copyright del artículo © Lola Clemente Fernández. Reservados todos los derechos.

Copyright de las imágenes © Films Jean Epstein. Cortesía de Versus Entertaiment Video & DVD. Reservados todos los derechos.

Mª Dolores Clemente Fernández

Mª Dolores Clemente Fernández es licenciada en Bellas Artes y doctora en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid con la tesis “El héroe en el género del western. América vista por sí misma”, con la que obtuvo el premio extraordinario de doctorado. Ha publicado diversos artículos sobre cine en revistas académicas y divulgativas. Es autora del libro "El héroe del western. América vista por sí misma" (Prólogo de Eduardo Torres-Dulce. Editorial Complutense, 2009). También ha colaborado con el capítulo “James FenimoreCooper y los nativos de Norteamérica. Génesis y transformación de un estereotipo” en el libro "Entre textos e imágenes. Representaciones antropológicas de la América indígena" (CSIC, 2009), de Juan J. R. Villarías Robles, Fermín del Pino Díaz y Pascal Riviale (Eds.). Actualmente ejerce como profesora e investigadora en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).