En numerosos artículos y biografías, se retrata a Bram Stoker, el autor de Drácula, como un maestro del esoterismo. Como ahora veremos, esto es rigurosamente falso. Tan falso como esa leyenda que cuenta cómo Stoker gritaba en su lecho de muerte “¡Strigoi, strigoi!” («¡Vampiro, vampiro!»).
No es ningún secreto el interés que sentía Bram Stoker por el ocultismo. Es algo que pudo tener su origen en los cuentos que su madre le narraba. Narraciones del folklore irlandés, de corte mitológico y fantástico, que él disfrutó durante una larga enfermedad que le mantuvo postrado durante su infancia. Pero seamos claros, ¿fue Stoker un espiritista al estilo de escritores como Arthur Conan Doyle?
Conviene tener en cuenta que la atracción por los fantasmas era algo habitual. Desde mediados del siglo XIX, las hermanas Fax habían ejercido como pioneras del espiritismo. El público comenzó a interesarse por estos fenómenos de ultratumba, y también por otros como la telequinesis o la levitación.
En 1882, se creó la Sociedad para la Investigación Psíquica, una entidad destinada a investigar estos fenómenos desde un prisma estrictamente científico. A Stoker todo ello le sirve com un filón literario, y poco más.
Baste recordar relatos como La casa del juez y El sueño de las manos ensangrentadas, o novelas corno La joya de las siete estrellas… o La dama del sudario, que aunque no sea una obra fantástica si contiene referencias al vampirismo y la precognición.
Pero seamos serios, ¿se deduce de todo ello que Stoker perteneció a sociedades esotéricas? ¿Acaso escribir sobre algo equivale a experimentarlo personalmente?
Se habla mucho de la supuesta pertenencia del escritor a la sociedad esotérica conocida como Golden Dawn. También se dice que ésta influyó, supuestamente, en la concepción de Drácula.
Vayamos por partes. La Golden Dawn, o la Orden Hermética del Amanecer Dorado, que tal era su nombre completo, era una confraternidad que derivó hacia la práctica de la magia. Fundada en 1887, sus enseñanzas alternaban las distintas influencias de sus creadores: la francmasonería, la teosofía y las enseñanzas rosacruces.
Les hablo de las tres líneas fundamentales del esoterismo de aquel tiempo, que confluyen en modas tan modernas, en apariencia, como El código Da Vinci y sus infinitas secuelas e imitaciones posteriores.
El caso es que la Golden Dawn estaría hoy completamente olvidada si entre sus miembros no hubiese figurado un personaje del calibre de Aleister Crowley, al que apodaban La gran bestia. Y con motivo.
En numerosas ocasiones, el nombre de la sociedad estuvo asociado al escándalo, y las querellas entre sus miembros acabaron dirimiéndose en los tribunales. Al margen de todo eso, la idea de que Stoker perteneció a esta fraternidad se debe a dos personajes.
¿Recuerdan a los autores de El retorno de los brujos? Me refiero a Louis Pauwels y Jacques Bergier, los pioneros de esta corriente fabulosa de revistas dedicadas a los misterios y a la parapsicología.
Pauwels y Bergier publicaron El retorno de los brujos en 1960, y un año después fundaron la revista Planète, en cuyas páginas solían tratar ese tipo de asuntos. El caso es que es precisamente en ese libro donde se cita, por primera vez, la pertenencia de Stoker a la Golden Dawn.
En un capítulo dedicado al escritor Arthur Machen mencionan su filiación a la sociedad. Luego citan los nombres de otros miembros. Destacan, además de Bram Stoker, a dos escritores ligados al género fantástico: Algernon Blackwood y Sax Rohmer, el creador de Fu-Manchu.
¿Y qué datos aportan para justificarlo? Según Pauwels y Bergier, Stoker fue admitido en 1888, y plasmó ciertos rituales y enseñanzas secretas en la novela.
Imagínense qué desmesura: los contactos que mantuvo con «inteligencias de esferas más elevadas de la existencia» –sólo accesibles para el irlandés y los miembros de mayor grado de la sociedad– fueron los que propiciaron la escritura del famoso libro.
En fin, todo suena a delirio, pero el error sigue estando ahí, repetido en monografías y enciclopedias. De hecho, los autodenominados parapsicólogos y los propagadores de bulos misteriosos siguen insistiendo en esa pertenencia de Stokera la secta. A alguno le he oído decir: «Su auténtica fuente de inspiración [la de Stoker] reside a juicio de muchos investigadores en la sociedad secreta Golden Dawn, a la que perteneció a pesar de negar el aserto los insatisfechos detractores de las corrientes ocultistas». Aquí entramos en el típico batiburrillo en el que se mezclan los consejeros ocultistas de la Orden del Dragón con supuestos cultos vampíricos arraigados en el Antiguo Egipto. En definitiva, historietas sin fundamento, destinadas al consumo de los ingenuos y de los seguidores de la New Age.
De todos modos, es difícil acabar con el mito.
Los defensores de la tesis ocultista dicen que no puede negarse que Stoker fuera de la Golden Dawn sólo porque, entre sus documentos y obras, no haya referencias a ese tema.
Es cierto que en el círculo más cercano del escritor hubo personas que pertenecieron a la sociedad. Entre ellas, destaca la artista Pamela Colman Smith, quien mantuvo una relación tanto profesional como de amistad con Stoker.
Colman fue la ilustradora del tarot Rider-White, que es la versión de las cartas adivinatorias más difundida del mundo. Asimismo, Pamela Colman ilustró la primera edición de La guarida del gusano blanco. Además, ella es la autora de una caricatura que muestra al bueno de Bram vestido de marinerito. En su gorro luce la leyenda H.M.S. Dracula.
De todas formas, aunque Stoker no perteneciese a la sociedad hermética, ya ven que sí tuvo relación con los asociados, y ese es el clavo ardiendo al que se agarran los defensores del mito.
En esta línea se enmarcan las palabras de R.A. Gilbert, historiador de la Golden Dawn, quien otorga a Stoker el estatus de observador exterior. Esto es, habría tenido acceso a los secretos de la orden… siempre y cuando alguno de los miembros a los que conocía hubiese roto el juramento de silencio que impera en estas sociedades.
En este sentido, suelen mencionarse las claves esotéricas de una película, Nosferatu, rodada en 1922 por Murnau. Tratándose de una adaptación libre de Drácula, cabría pensar que el texto también debiera contener algún contenido iniciático.
Al igual que hay quien ha sostenido que H.P. Lovecraft estaba inmerso en cultos similares a los que describía en sus obras –algunos aseguran que poseyó una copia del Necronomicón–, queda muy bien achacar a Stoker toda suerte de tejemanejes esotéricos. No hay nada como escribir sobre ritos herméticos para que se diga que el autor también participó en aberrantes e impías ceremonias. ¿Cuándo entenderán algunos que ficción y biografía son cuestiones diferentes?
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Copyright del artículo © José Luis González. Reservados todos los derechos.