Hacia el final de la cuarta temporada, Star Trek: La nueva generación ya era todo un éxito. Las cifras de audiencia no hacían más que crecer, rompiendo nuevos récords. Aunque no era una serie emitida por una cadena puntera sino que su sindicación hacía que los episodios los ofrecieran una multiplicidad de emisoras en diferentes días de la semana, LNG se había convertido en una de las joyas de la televisión.
Personalidades de todo tipo pedían aparecer en algún episodio, o simplemente visitar los sets de rodaje (entre ellos, por aquellas fechas, Ronald Reagan). Conforme se aproximaba el vigésimo quinto aniversario de la franquicia, su popularidad impulsó la producción de otra película, la sexta de la serie: Star Trek VI: Aquel país desconocido, que se estrenaría en diciembre de 1991. Se trataba de un film que asumía el paso del tiempo y, de hecho, las firmas de los siete miembros protagonistas aparecían en los créditos finales, asumiendo que su papel en la franquicia había terminado dando el relevo a La nueva generación.
Ya en la quinta temporada, “Darmok” está considerado como uno de los mejores episodios de la serie, una reflexión sobre los sutiles pero firmes lazos que unen el lenguaje, la comunicación y la mitología escrito por Joe Menosky. Los intentos de Picard por establecer una comunicación con los alienígenas conocidos como “Hijos de Tama” se ven interrumpidos cuando Dathon, el comandante de la nave tamariana, secuestra al de la Enterpirse y hace que ambos sean transportados a la superficie de un planeta cercano. Picard pronto se da cuenta de que el tamariano no es hostil y redobla sus esfuerzos por salvar el vacío de incomprensión que los separa cuando una peligrosa bestia los ataca…
Menosky hubo de encontrar una razón que justificara la inutilidad del traductor universal en esa situación. Y la encontró en algo tan sencillo como complicado: el lenguaje tamariano estaba completamente basado en las metáforas y las referencias a la propia mitología. De esta forma, los terrícolas sí pueden entender las palabras gracias al traductor, pero en absoluto acceden a su significado. Para ilustrarlo, el guionista recurrió a un brillante ejemplo, la expresión “Julieta en el balcón”, que nos remite a una escena romántica…sólo, claro está, si conocemos previamente su origen, la obra teatral de Shakespeare. A continuación, Menosky hubo de crear de cero una porción de lengua tamariana, y ello en una época en la que no existía Internet y en un plazo muy corto. Para ello, recurrió a la obra del psicólogo James Hillman y aforismos tomados del I Ching chino.
En “El juego”, Riker vuelve a la Enterprise tras haber disfrutado de un periodo de descanso en Risa, el planeta vacacional. Lleva consigo un juego que le han mostrado allí y que se muestra agresivamente ansioso por compartir. Efectivamente, el juego estimula los centros de placer cerebrales y, a todos los efectos, provoca adicción primero –mediante lo que básicamente son orgasmos, si bien esto no se menciona explícitamente- y la esclavización después. Todo resulta ser un plan de los ktarians, que utilizan los visores con los que se juega para hacerse con el control de la Flota Estelar. Sólo Will Wheaton, de permiso en la Enterprise, y su recién encontrado interés romántico, la ingeniero Robin Lefler –interpretada por una jovencísima Ashley Judd‒, averiguan la verdad pero para entonces están solos… Esta especie de remake-plagio-homenaje de La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) fue escrita por Brannon Braga a partir de una idea de Susan Sackett y Fred Bronson que llevaba meses circulando por el equipo de guionistas sin que nadie diera con la forma de llevarlo a la pantalla. Braga lo consiguió en lo que fue su primer guión como escritor oficial del equipo de Star Trek.
“Unificación” fue una historia que se dividió en dos partes y que supuso nada menos que la reentrada de Spock en el universo Star Trek, cómo no, interpretado por Leonard Nimoy. Picard y Data se trasladan al planeta capital del imperio romulano, tratando de determinar la veracidad de los informes que ha recibido la Flota sobre la posible defección del influyente embajador Spock, cuya fisiología vulcana le da una esperanza de vida que supera los doscientos años y que explica que todavía esté vivo en el mismo universo que la serie original. Una vez en Rómulo, disfrazados como nativos, averiguan que Spock está, de hecho, en una misión personal y no autorizada por la Federación y que consiste en trabajar con ciertos grupos ilegalizados por el nacionalista gobierno para reunificar las ramas vulcanas y romulanas en un solo pueblo.
Cuando se estrenó la primera parte de “Unificación”, la semana del 4 de noviembre de 1991, los fans pudieron ver una cartela al comienzo, antes de la entradilla: “Gene Roddenberry 1921-1991”. El creador de sueños había muerto el 24 de octubre, sólo dos días después de asistir a un pase preliminar de Star Trek VI: Aquel país desconocido.
Como niños distanciados producto de dos matrimonios diferentes, los personajes de la serie original y La nueva generación habían tenido muy poco contacto. McCoy y Sarek (el padre de Spock) habían conseguido saltar de una a otra, pero los productores se resistían a mencionar el nombre de Spock. Finalmente, en 1991, ese rechazo a unificar ambos universos parecía ya, sino fútil, sí inconsecuente. Se celebraba entonces el vigesimoquinto aniversario de Star Trek; Michael Dorn, caracterizado como el abuelo de Worf, había figurado en el reparto de la película Star Trek VI, y Spock aparecía por fin en LNG tras más de veinte años alejado de la franquicia en su versión televisiva.
De hecho, Nimoy se benefició de la aperturista política de Michael Piller, en virtud de la cual, recordemos, se aceptaban guiones de cualquier profesional o aficionado. Un equipo revisaba todos ellos y decidía si eran aptos para ser llevados a la pantalla una vez repasados por la pluma de los guionistas oficiales. Nimoy estaba muy interesado en La nueva generación y acababa de participar en el rodaje de Star Trek VI. Vio la oportunidad de unir ambas series a través del personaje de Spock y les presentó el proyecto a Rick Berman y Michael Piller. El destino se alió con aquella idea porque la postproducción del largometraje llevó más tiempo que todo el ciclo de producción del episodio, por lo que “Unificación” terminó emitiéndose un mes antes de Star Trek VI.
La muerte de Roddenberry aguó un tanto las celebraciones, pero el proceso de fusión y consolidación de la franquicia era ya imparable. Una nueva serie, Espacio Profundo Nueve, estaba en plena producción y había rumores en Paramount acerca de que La nueva generación daría el salto a la pantalla grande. Habría otras encarnaciones de Star Trek en el futuro, todas ellas ya sin la supervisión del creador original. ¿Le habría importado? Probablemente no. Sabía que su creación era más grande que él mismo y que otros talentos más jóvenes deberían encargarse de ella en el futuro.
“Delitos” fue un episodio construido sobre la interesante idea de que una agresión puede no ser sólo algo físico, sino mental, y no por ello ser menos profundo. La Enterprise recibe a bordo una delegación de ullianos, una raza de historiadores telepáticos que recolectan recuerdos perdidos de sujetos individuales para elaborar una enciclopedia. En su camarote, la consejero Troi experimenta la recuperación de un recuerdo agradable pero inmediatamente éste toma un giro dramático y cae en un coma. Cuando Riker y la doctora Crusher tratan de averiguar lo que ha sucedido y empiezan a establecer una conexión con la presencia de los ullianos a bordo, ambos se sumen también en una especie de trance. Picard no tiene otra salida que considerar que uno de los aparentemente pacíficos ullianos es un violador mental.
“Delitos” no fue el primer episodio de Star Trek en abordar el tema de la violación mental ni sería el último. En “Espejito, espejito”, de 1967, una versión alternativa de Spock entraba a la fuerza en la mente de McCoy para obtener el conocimiento que necesitaba desesperadamente. Veinticinco años después, el Spock canónico haría lo mismo al traicionero Valeris en la película “Aquel país desconocido”. Sus motivos eran similares y en esa ocasión se racionalizó argumentando la urgencia de la situación, pero uno puede imaginar que Spock no estaba satisfecho con sus actos. En un entorno de ciencia ficción, la violación mental es un crimen tan grave como la física.
“La obra de arte social” es quizá el tratamiento más siniestro y extremo del concepto de utopía que se había hecho hasta el momento en la franquicia. Picard se siente frustrado cuando Aaron, el líder de la colonia humana de Moab IV, se resiste a los esfuerzos de la Enterprise por salvar a su mundo del impacto de un fragmento estelar que se aproxima rápidamente. Dado que los habitantes de la colonia han sido genéticamente diseñados para formar una sociedad perfectamente adaptada a su entorno, Aaron se niega a evacuarlos. Pero esa no es la única razón: también teme que el contacto con otros grupos humanos termine por corromper a sus ciudadanos. Cada miembro de esa sociedad eugenésica ha sido diseñado desde el embrión para ser un genio en algún campo concreto de la actividad humana: la física, la música, la diplomacia… incluso el entorno controlado en el que viven es perfecto. Se ha eliminado la enfermedad, el crimen, los peligros medioambientales, el conflicto social, el hambre, la pobreza… Pero cuando entran en contacto con la tripulación de la Enterprise, en absoluto producto de la excelencia genética, se dan cuenta de que se han quedado estancados, de que su tecnología, a pesar de contar entre ellos con auténticos genios, no puede igualarse con la de los visitantes. ¿Qué ha sucedido? Si el entorno social y ecológico es perfecto, si no hay desafíos, si no hay necesidad de adaptarse ni de buscar soluciones a problemas porque éstos no existen, no hay necesidad de investigar ni de descubrir. Y el resultado es, inevitablemente, el estancamiento.
Es La Forge quien salva a esa sociedad de la amenaza que pende sobre ella, el mencionado fragmento de una estrella de neutrones. Y ello aun cuando, siendo ciego, Geordie jamás habría llegado siquiera a nacer en esa sociedad genéticamente perfecta. La colonia, no obstante, se ve muy afectada por su contacto con la Enterprise, ya que un par de docenas de colonos deciden abandonarla para explorar nuevas experiencias y posibilidades más allá de su pequeña y aislada comunidad. De nuevo, la Federación, con todos sus defectos, parece mejor opción que esta alternativa utópica incapaz no sólo de enfrentarse a cualquier cambio, sino tampoco de provocarlo. Sin embargo, en este caso, el resultado final es algo ambivalente respecto de lo que normalmente puede verse en Star Trek, quizá porque los colonos, en lugar de haber seguido las directrices de algún ordenador (como en “Duérmete niño”, en la primera temporada), habían elegido libremente y sin interferencias el camino que debía seguir su sociedad. Al final del capítulo, Picard, que es mucho más respetuoso con la Primera Directriz de lo que jamás lo fue Kirk, expresa cierto arrepentimiento por haber desestabilizado la colonia al intervenir en su destino. De hecho, se pregunta si la ayuda ofrecida por la Enterprise podría haber sido, en último término, tan dañina para la colonia como el fragmento estelar del que la salvaron.
En “Enigma”, toda la tripulación de la Enterprise sufre una pérdida de memoria tras el encuentro con una nave alienígena. Aunque no pueden recordar su propia identidad ni las de los que les rodean, ni cuál es la misión de la nave o su función en ella, sí conservan las habilidades y conocimientos que les permiten operar la Enterprise. En la confusión que se crea, nadie se da cuenta de que Kieran McDuff, identificado por la computadora como oficial ejecutivo, es alguien a quien nunca han visto antes. El ordenador les informa, además, de que se encuentran en una misión de guerra con el objetivo de destruir el centro de mando de una especie extraterrestre. De alguna forma, Picard siente que ese objetivo es erróneo, pero su nuevo primer oficial insiste en que debe obedecer las órdenes.
“Pistas”, “Enigma” y la posterior “Causa y efecto” se apoyan sobre la misma idea: la tripulación de la Enterprise encuentra…algo, y luego pierden la memoria, ya sea del encuentro en sí mismo o de sus propias identidades. Sin embargo, cada episodio, a su manera, es muy destacable. “Pistas” está desarrollado como un misterio a la antigua usanza (¿Por qué miente Data?), “Causa y efecto” como una aventura de altos vuelos (la nave queda atrapada en un bucle temporal) y “Enigma” como un relato producto de la Guerra Fría (ganar una guerra convenciendo a unos poderosos extranjeros de que tu enemigo es también el suyo). De los tres capítulos, sin embargo, sólo “Enigma” trata de destacar el humor inherente a semejante situación, con Worf instalándose en la silla del capitán, Data convertido en camarero y Riker acostándose con Ro Laren, una mujer con la que normalmente se enzarza en amargas discusiones.
“Ética” es otro de los excelentes episodios escritos por Ronald Moore acerca del mundo y la cultura klingon. Paralizado permanentemente de cintura para abajo a resultas de un accidente, Worf prefiere suicidarse antes que vivir como un tullido. Le pide a Ryker que le ayude en el ritual correspondiente, pero éste se niega, argumentando que según esa tradición klingon que Worf tanto invoca, debe ser su hijo pequeño quien debe hacerlo. Incapaz de obligar al pequeño Alexander a pasar por semejante trance, acepta someterse a una nueva cirugía desarrollada por una especialista –a la que la doctora Crusher se opone por considerarla poco ética‒ que tanto puede curarle como matarle.
Ron Moore afirmó que no le gustó nada tener que encargarse de este episodio. Odiaba los programas sobre médicos y en esta historia tuvo que recurrir al imprescindible vocabulario y expresiones del oficio. Aun así, supo escribir un excelente drama que abordaba con inteligencia, profundidad y sensibilidad el siempre delicado tema de la eutanasia. Y ello sin tomar partido por una u otra opción. Worf es un guerrero, cuya cultura, educación y temperamento le dice que, sin poder luchar, su vida ha terminado y que más vale morir que vivir paralizado. Picard no tiene las mismas creencias, pero es partidario de respetarlas. Por las mismas razones que Worf, Riker, en cambio, se niega a colaborar en el suicidio de su amigo. Y la doctora Crusher, como médico, no contempla en absoluto dejar que su paciente se quite la vida. A todos estos puntos de vista se añade el tema de la práctica médica en casos extremos. ¿Es ético aplicar tratamientos experimentales potencialmente letales en pacientes desesperados? Es este un excelente ejemplo de la mejor ciencia ficción, aquélla que pone el énfasis no en la tecnología o los efectos especiales, sino en el ser humano (o klingon, en este caso).
“El paria” permitió analizar el tema de la intolerancia sexual de una forma que solo la ciencia ficción es capaz. Cuando varios representantes de la especie andrógina J´naii piden ayuda a la Enterprise para localizar una lanzadera perdida, Riker se encuentra trabajando codo a codo con Soren, una/uno de sus pilotos. Ambos conversan mucho sobre sus respectivas culturas y Soren explica que entre los J´naii está prohibido mantener relaciones asumiendo un rol específico. Aquellos que expresan públicamente sus preferencias sexuales son arrestados y sometidos a un lavado de cerebro que les reconduce a actitudes más “saludables”. Pero Soren admite que “ella” siempre se ha considerado mujer y que, de hecho, se siente atraída por Riker.
No todos los espectadores se mostraron satisfechos con el guión escrito por Jeri Taylor, algo que tampoco sorprendió a los productores. La historia se había escrito para denunciar la injusticia inherente a ciertas actitudes sociales que todavía seguían muy vivas en el siglo XX. Pensaron, por tanto, que molestarían a aquellos espectadores de talante más conservador. Pero inesperadamente, aunque sí recibieron cartas de protesta de ese grupo, llegaron muchas más procedentes de la comunidad gay quejándose de que no habían ido lo suficientemente lejos y de que el tema de la orientación sexual se había enfocado de manera tan ambigua que los heterosexuales podían pensar que la historia iba sobre la heterosexualidad. Estas protestas se apoyaban en una de las frases de Soren: “Algunos tienen fuertes inclinaciones hacia lo masculino. Otros las sienten para ser mujeres. En nuestro mundo, esos sentimientos están prohibidos”. No había mención a aquellos “con inclinaciones a ser mujeres” que se sintieran atraídos por otras mujeres, o aquellos que se sintieran hombres y que, a su vez, desearan una relación con otro varón. En fin, que no había mención alguna de la homosexualidad. Y aunque el discurso de Soren describía la necesidad de “llevar vidas secretas y resguardadas”, los fans gays pensaron que los productores habían querido evitar el tema.
Aunque hoy puede resultar fácil entender la polémica, también lo debería ser el que semejante tema no pudiera tratarse de forma completamente abierta en una serie destinada a una audiencia lo más amplia posible. Personalmente, no tuve ningún problema en entender las referencias, por mucho que estuvieran disfrazadas del modo característico de la ciencia ficción y, en concreto, de Star Trek, esto es, colocar el tema de interés social en el marco de una cultura alienígena y adornarlo con elementos propios del género.
En “Causa y efecto” el guionista Brannon Braga experimentó con una nueva estructura narrativa que confundió a propios y extraños. Mientras se hallan cartografiando una región desconocida, los tripulantes de la Enterprise experimentan una continua sensación de deja vu. El sistema de propulsión de la nave falla y se encuentra atrapada en un rumbo de colisión con otra nave que parece surgida de la nada. En plena emergencia, Data y Riker ofrecen dos actuaciones alternativas, de las cuales Picard elige una…y paga el precio: la destrucción de la Enterprise… Pero inmediatamente después de su explosión, nave y tripulación vuelven a encontrarse repitiendo la misma rutina de las últimas horas hasta volver al punto del desastre. Están atrapados en un bucle temporal, pero no son conscientes de ello ya que no conservan la memoria del anterior y, por tanto, están condenados a repetirlo una y otra vez hasta la eternidad.
Cuando se emitió por primera vez, muchos espectadores pensaron que sus televisores tenían algún tipo de problema, o que la emisora estaba repitiendo el mismo fragmento del episodio vez tras vez. La confusión venía motivada porque la manera de contar este tipo de fenómenos temporales era nueva, anterior al estreno de películas que más adelante la popularizaron como Atrapado en el tiempo (1993). Gene Roddenberry había prohibido a su equipo de guionistas historias sobre viajes en el tiempo, pero Braga se lo tomó como un desafío personal y trató de escribir una aventura temporal como no se había visto antes. Pensó que utilizando el tiempo se podían hacer más historias que la clásica del individuo que regresaba hacia atrás en la línea temporal para evitar que algo sucediera. ¿Y si los personajes se quedaran atrapados en el mismo día, una y otra vez?
No fue un episodio fácil de escribir porque cada vez que los personajes repiten el bucle, hay algo sutilmente diferente en el mismo. A los guionistas les costó días de trabajo imaginar que podían utilizar la partida de póker y a Data para enviar un mensaje al futuro y romper el bucle. También supuso un desafío para el director del capítulo, Jonathan Frakes, que hubo de encontrar una manera de rodar cinco veces las mismas escenas utilizando encuadres y ángulos diferentes.
“La primera obligación” fue otro episodio dedicado al desarrollo de personajes y con nula acción. Un miembro del escuadrón de Wesley Crusher en la Academia Estelar ha muerto durante un accidente mientras ejecutaban unas maniobras en el espacio exterior. Ante la comisión de oficiales de la Academia que investiga el suceso, Wesley y sus tres compañeros supervivientes del equipo declaran que el fallecido sufrió un ataque de pánico y provocó su propia muerte. Pero Picard sospecha que los cuatro muchachos ocultan algo y presiona a Wesley para que revele la verdad, algo que le podría costar al chico algo más que la amistad de sus compañeros: su carrera como futuro oficial de la Flota.
Este episodio vino firmado por Ron Moore y Naren Shankar. Este último, como Moore, había estudiado en la Universidad de Cornell y, de hecho, ambos pertenecían a la misma fraternidad, donde se hicieron buenos amigos. Cuando Moore se marchó para hacer carrera como guionista en Los Angeles, Shankar se quedó en Cornell y terminó su doctorado en ingeniería y física. Pero para entonces, ya sabía que su objetivo en la vida no era el de ser ingeniero. No le costó mucho a Moore, que había empezado hacía poco a trabajar en “La nueva generación, convencerle para que se mudara a la Costa Oeste. Escribió un tratamiento de guión y Moore se lo mostró a sus compañeros; gracias a ello lo contrataron como becario y luego como asesor científico en virtud de su educación universitaria en esas materias, pero también le permitieron presentar sus propias ideas para guiones. El primero en ser aprobado fue este capítulo acerca del dilema ético de tener que elegir entre la lealtad hacia los amigos y el deber.
En “La compañera perfecta”, uno de los papeles principales, la irresistible Kamala, lo interpreta Famke Janssen, una exmodelo holandesa cuyo carisma, tanto como a Picard en la serie, conquistó a los productores de la franquicia. De hecho, mientras se rodaba aquel episodio se estaba llevando a cabo el casting para la nueva serie Star Trek: Espacio Profundo Nueve y le ofrecieron el personaje del oficial científico, papel para el que estaban teniendo muchos problemas en encontrar el actor idóneo. Pero Janssen lo rechazó, puesto que quería garantizarse la libertad de participar en producciones cinematográficas y no deseaba encasillarse en un papel concreto. Efectivamente, el público no tardaría en verla interpretando papeles inolvidables, como la villana Xenia Onatopp en la entrega Goldeneye de la franquicia de James Bond, o, de nuevo junto a Patrick Stewart, Jean Grey en la serie de películas de X-Men.
En la quinta temporada, René Echevarría ya había vendido varias historias a los productores de la serie. También le habían encargado reescribir varios guiones firmados por terceros y enviados al estudio, incluyendo “La pareja perfecta”. Sin embargo, continuaba residiendo en Nueva York. No estaba dispuesto a cambiar la vida en los límites de Broadway por un futuro más prometedor en Hollywood. El episodio «Yo, Borg”, cambió todo eso.
Rastreando una señal de socorro hasta un mundo distante, la tripulación de la Enterprise encuentra los restos de una nave borg y un superviviente de la misma. Aunque Picard inicialmente no quiere intervenir en el salvamento de aquél, la doctora Crusher lo convence para llevarlo a bordo y curarlo. Separado del colectivo borg, el ser empieza a recobrar su sentido de la individualidad y miembros de la tripulación que eran inicialmente escépticos con la idea de tenerlo a bordo, desarrollan empatía hacia esa alma perdida que adopta el nombre de Hugh. Picard, sin embargo, sigue convencido de que Hugh no puede ser recuperado y ordena a La Forge y Crusher que encuentren una forma de servirse de su conexión mental con el colectivo borg para destruir a toda la especie.
Es esta una historia que surgió de una de las reflexiones de Echevarría acerca de los elementos básicos de la serie, en este caso, los borg. Eran unos personajes que habían tenido mucho éxito, pero los productores no los habían vuelto a recuperar desde su debut casi dos años atrás. Ello era así porque no creían que pudieran superar la escala épica de aquel episodio doble, pero Echevarría pensó que quizá la forma de abordarlo era la opuesta. En lugar de una gran confrontación galáctica entre dos especies ¿Por qué no hacer una historia íntima sobre uno de ellos? ¿Cómo sería un borg, uno solo, aislado de los demás?
A los productores les encantó la idea, pero fue sólo después de que Echevarría volara a Los Ángeles para desarrollar el guión cuando se dieron cuenta de lo mucho que había madurado como escritor. Había aportado por su cuenta cosas verdaderamente interesantes al guión, como que el borg sólo utilizara la palabra “nosotros”, o que Picard se comportara como Locutus, su identidad borg, para presionar a Hugh hasta que éste demuestra que algo ha cambiado en su interior. Fue entonces cuando le ofrecieron mudarse a California y convertirse en miembro permanente del equipo de guionistas. Echevarría, por tanto, se sumergió en el mundo de la televisión y dejó de soñar con escribir obras revolucionarias para teatros marginales de Broadway.
”Yo, Borg”, además, sentó las bases de una de las principales líneas temáticas para la posterior serie Star Trek: Voyager, en la que la borg Siete de Nueve es separada del colectivo para emprender a continuación un prolongado esfuerzo por recuperar su humanidad y capacidad de existir como individuo autónomo.
En “Luz interior”, Picard es golpeado por un rayo de energía procedente de una antigua sonda espacial, encontrándose a continuación en el árido y tecnológicamente primitivo mundo de Kataan. Aunque conserva todos los recuerdos de su vida a bordo de la Enterprise, los habitantes de Kataan insisten en que siempre ha vivido entre ellos como un sencillo agricultor, que su nombre es Kamin y que está casado con una mujer llamada Eline. Es una realidad que Picard inicialmente se niega a aceptar, pero conforme van pasando los años sin tener noticia de la Enterprise, abandona las esperanzas de ser rescatado y se da cuenta de que lo que debe hacer es aprovechar esa nueva existencia que se le ofrece.
Este episodio, inicialmente presentado por el guionista Morgan Gendel y sobre el que trabajaron varios escritores de la plantilla hasta darle la forma definitiva, es uno de los más queridos por los fans de toda la franquicia Star Trek. Es una historia muy sencilla y al mismo tiempo muy compleja. Picard es obligado a vivir en su mente el resto de su existencia en un mundo moribundo, pero a bordo de la Enterprise solo transcurren veinticinco minutos, al término de los cuales el comandante regresa a su yo habitual y el capítulo se termina. Podría haber sido una historia perfecta para Dimensión desconocida: intelectualmente apasionante pero emocionalmente plana porque le sucedía a uno de esos personajes anónimos y efímeros con los que trabajaba esa antología televisiva. Los espectadores difícilmente pueden sintonizar sus emociones con un personaje con el cual “conviven” sólo media hora.
Pero sí lo pueden hacer con Picard, porque conocen bien al personaje. A estas alturas de la serie, los espectadores más fieles han viajado con él por toda la galaxia durante 125 horas, conocen sus manías, temores, virtudes y defectos, por lo que le acompañan en la desorientación y miedo que experimenta en esta aventura. No sólo eso, gracias a la magnífica interpretación de Patrick Stewart, también pueden sentir con él. ¿Cómo sería el ser arrancado de la vida propia y arrojado a otra, una que has pasado muchos años tratando de evitar? Una vez que tomas verdadera conciencia de que ahora esa nueva vida es tu auténtica realidad, que esa es tu casa, que esa es tu mujer… te amoldas y, siendo como es Picard –sea cual sea el nombre por el que le conozcan quienes le rodean‒, te comprometes. Te comprometes con tu esposa, con tus hijos, con tus amigos y con el bienestar de tu comunidad. Y cuando el episodio llega a su fin, podemos comprender e incluso sentir su pérdida. Por todo ello, “La luz interior” ganó el Premio Hugo a la Mejor Presentación Dramática en 1993, la primera vez que el galardón iba para un programa televisivo desde la emisión de la serie original de Star Trek.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.