La ola de crítica actual hacia el reggaetón (motivada básicamente por el machismo de muchas de sus letras, pero ojo… ¡no todo el reggaetón es machista, igual que sí lo es/fue también mucho rock, salsa, flamenco…!) me recuerda un montón al clasismo y desprecio con los que se juzgaban otras manifestaciones culturales que disfrutaban las masas en mi juventud, pero cuyo consumo nadie se atrevía a admitir, porque supuestamente sólo podía atraer a “chusma popular” sin sentido del buen gusto.
Así que uno gozaba de esos placeres culpables en secreto… ¡y a riesgo de que te llamasen subnormal o imbécil al ser descubierto!
En este hermoso artículo de El País se dice bien clarito: “Pienso que es una música machista, pero no más que Dylan, Serrat o Sabina, que reducen a la mujer al papel de musa o de alivio nocturno”, sentencia Víctor Lenore, quien recuerda que la puertorriqueña Ivy Queen compuso el himno feminista «Quiero bailar» (2003) y René, componente de Calle 13, recomienda libros rupturistas como El género en disputa, de la pensadora feminista Judith Butler. “Que se hable de machismo en el reggaetón y no en los Rolling Stones habla a las claras de quién es la clase dominante, ya que letras como ‘Under my thumb’ o ‘Brown sugar’, apología de la violación de esclavas, son cimas del machismo cultural”, añade.
Y quien mejor resume las razones de esa discriminación racista y clasista, en el mismo texto, es María Gabaldón, estudiante de Periodismo: “[El reggaetón] es música de suburbio que ha adoptado la clase obrera y la media y que es rechazada por la clasista”.
En épocas pasadas también vivimos esa discriminación elitista hacia un montón de cosas que nos flipaban y que sorprendentemente ahora se aceptan como normales. Despliego aquí algunos de esos ejemplos que hoy nadie recuerda lo vergonzoso que resultaba admirar en público:
1. Stephen King
A mediados de los 80 daba mucha vergüenza decir que te gustaban las novelas de Stephen King. Yo con quince años era muy fan de It, El cuerpo y Cementerio de animales, pero siempre salía el listo que alegaba que este tipo era una estafa, que con la cantidad de libros que sacaba al año seguro tenía varios negros literarios haciéndole los argumentos, y que no le llegaba a la suela del zapato a Poe.
Por eso me hace mucha gracia que ahora critiquen a muerte a la autora de la saga Crepúsculo, aduciendo que Stephen King sí es buena literatura de terror…
Cada generación consume su propia mierda y la defiende como lo mejor cuando su opinión accede a los mass media y, veinte años después, se vuelve mayoritaria.
Hoy sigo pensando que Stephen King es cojonudo.
2. Spaghetti westerns
Esto sí era terrible. Las películas italianas que imitaban a las estadounidenses (ésa y no otra es la base del spaghetti western y muchos otros subgéneros en coproducción europea, de Sergio Leone para abajo) eran subcultura repulsiva, explotaciones de los más bajos instintos del espectador, apología de la hiperviolencia y el sexo…
Parece mentira, pero tuvo que llegar Quentin Tarantino para que mucha gente (sobre todo los críticos y especialistas en cine y cultura: o sea, los de presuntos gustos refinados) reconocieran el mérito de obras maestras como El gran silencio de Sergio Corbucci.
3. Los cómics
Los cómics fueron durante gran parte del siglo XX cultura basura en la apreciación de las élites culturales. Acusados en el ensayo La seducción del inocente de provocar traumas e inducir a la delincuencia a los inocentes niños, tuvieron que pasar décadas, hasta la reivindicación del arte pop a finales de los 60s, para que poco a poco dejaran de ser criminalizados o despreciados como bazofia sin sustancia. Básicamente, han tenido que dejar de ser cultura de masas para ganar el respeto intelectual…
Ah, y los cómics de superhéroes eran mensajeros del fascismo para gran parte de la izquierda nostálgica del comunismo. Imagino que para algunos trogloditas y talibanes lo siguen siendo…
4. Steven Spielberg
Muchas de las primeras películas de Spielberg fueron masacradas por la crítica en su día: por ejemplo, nada menos que la magistral Tiburón, como aquí demuestra esta reseña del L.A. Times en la que su autor se queja de lo violento del filme y de lo irresponsable que es ofrecer un contenido tan crudo a los indefensos jóvenes…
Siempre la misma porquería de argumentos inquisitoriales y censores, que luego el público olvida, porque ha disfrutado inmensamente y asimila estos filmes como parte de su cultura.
Y si a ello le sumamos que el cine de Spielberg fue vocacionalmente mainstream desde sus inicios, con pretensiones 100% comerciales, uno encontraba aún más difícil proclamar en público que sus películas le gustaban, porque podía ser acusado de vulgar defensor de la basura hollywodiense, además de conservador y cómplice de los valores capitalistas.
5. Los videojuegos violentos
¿Os acordáis cuando los videojuegos iban a destrozar el cerebro de todos los adolescentes y a convertirlos en asesinos de masas? Yo sí lo recuerdo.
Pese a la consideración artística que ya merece el formato, todavía hay quien cree que influyen en la alienación de los jóvenes. Aquí se puede encontrar un divertido listado de los títulos históricamente más polémicos, desde el añejo Death Race (1976) a ese Grand Theft Auto de hace dos décadas que te permitía atropellar a Dios y a su padre en un coche de bomberos.
De hecho, el tema todavía preocupa en la actualidad.
Y no se pierdan este artículo donde se enumeran las razones más gilipollas para prohibir videojuegos en diversos países, empezando por la obsesión que tenía Hugo Chávez de que todos los videojuegos violentos provocan violencia: por descontado, gracias a la ilegalidad de esos videojuegos, Venezuela es hoy la nación más segura del mundo.
6. La Oreja de Van Gogh
Una de las cosas más divertidas de vivir en Lima es escuchar a amigos de ámbitos culturales hablar bien de músicos españoles que ningún español se atrevería a elogiar por terror al desprestigio eterno: el primer halago que oí en mi vida dirigido hacia José Luis Perales provino de un peruano. Si un español hablase bien de Perales, estaría condenado a la ignominia primero, seguido del ostracismo cultural para toda la eternidad.
Lo mismo se puede decir de Julio Iglesias, Manolo Otero, Mari Trini o cualquier otro héroe setentero de la música melódica ibérica. Bueno, a Raphael y Camilo Sesto ya no está tan mal visto defenderlos, porque la comunidad gay se los ha apropiado como íconos culturales. Pero si eres heterosexual y te gustan, seguirás siendo un “cutre” y un pueblerino como yo.
Y lo mismo sirve para La Oreja de Van Gogh (que es un grupo mayoritariamente para heteros, por los que muy pocos se atreven a defenderles en España): su pop no es del gusto de la gente inteligente, lo encuentran insoportablemente empalagoso y simplón. Exactamente lo que sucedía en los años 80 con Mecano.
A mí me encanta La Oreja, y lo sitúo ahí en lo más alto del buen pop, junto a Elvis (quien cuando empezó su carrera fue acusado de ser un blanquito robándole su estilo a la cultura negra y de hacer música indecente, hasta que empezó a grabar canciones naïf y entonces fue acusado de huachafo…), los Bee Gees (que también siempre fueron la última caca del mundo para la prensa musical) y Don Omar (que no tengo ni idea de qué pensará el estrablishment de él ni me importa…). Y además, La Oreja de Van Gogh fueron los primeros en reivindicar a Perales en España…
¡Hasta en eso son consecuentes!
7. El tango
El tango fue sin duda el reggaetón de hace un siglo: antes de que fuera aceptado y adoptado por la alta sociedad y la élite biempensante, se consideraba lo más vulgar y repugnante que existía culturalmente… no tanto por el machismo flagrante de muchas de sus canciones, sino porque había nacido en el arrabal, en los barrios bajos, era música y baile para el populacho y el lumpen. Las letras no tienen desperdicio. Por mentar al mejor, el mítico Gardel cantaba en «Esta noche me emborracho» al reencontrarse con un amor de otro tiempo: “Mire si no es pa’ suicidarse que por ese cachivache sea lo que soy…”.
Y es que si hoy nos ponemos a analizar algunas letras del tango clásico, el reggaetón se revela casi inocuo. «La toalla mojada», por ejemplo, cuenta cómo un proxeneta golpea a las chicas con esa toalla del título, y no había “a copera que no diera mancada”.
O «Amablemente», donde un sujeto descubre a su pareja con otro hombre. La letra es tremenda: “Sin embargo, canchero y sin cabrearse, le dijo al gavilán: ‘Puede rajarse: el hombre no es culpable en estos casos’… Y luego, besuqueándole (a ella) la frente, con gran tranquilidad y amablemente, le fajó treinta y cuatro puñaladas”.
¿Por qué ya nadie se acuerda de eso y todo el mundo acepta el tango como una manifestación cultural asumida e inofensiva?
¿Por qué nos escandalizamos tanto de la última novedad y luego olvidamos sin trauma?
¿Qué generación escuchará reggaetones sin sentir que es un género musical demonizado? ¿La de dentro de diez, veinte, treinta años?
¿Y qué nos hará gritar de indignación y exigir su prohibición el año que viene?
Copyright del artículo © Hernán Migoya. Publicado previamente en Utero.Pe con licencia CC.