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«Siete hermanas» («Seven Sisters», 2017), de Tommy Wirkola

Siete hermanas fue el sexto film dirigido por el noruego Tommy Wirkola, que había llamado por primera vez la atención con Kill Buljo: The Movie (2007), una parodia chusca y de bajo presupuesto del Kill Bill de Quentin Tarantino. A continuación, tuvo un éxito en ciertos círculos con Zombis nazis (2009), lo que le abrió las puertas de Hollywood a lomos de Hansel y Gretel: Cazadores de brujas (2013), así como a intervenir como guionista y director respectivamente en secuelas de sus dos primeras películas.

No puedo decir que me fascine el cine de Tommy Wirkola. Sus cintas de Zombis nazis eran comedias terroríficas bastante torpes, apoyadas en efectos chocarreros y bromas para amantes del género. Hansel y Gretel fue una película sin sustancia ni identidad alguna. Pero probablemente se me esté escapando algo, porque la hija del ya fallecido productor Dino De Laurentiis, Raffaella, actores de peso como Willem Dafoe y Glenn Close, además de diez productoras europeas pensaron, que Wirkola tenía algo que ofrecer y le apoyaron en Siete hermanas (en el mercado anglosajón y cuando Netflix compró los derechos para su plataforma, la retituló como originalmente se había pensado: What Happened To Monday) con el suficiente entusiasmo como para contar con un presupuesto de 20 millones de dólares a invertir en un proyecto que llevaba tiempo vegetando en el limbo de la Lista Negra, esa colección de guiones que circulan durante años en Hollywood sin que nadie se atreva a rodarlos.

Hay que matizar, no obstante, que en este caso el noruego Wirkola fue un parche, un director contratado para sustituir a Morten Tyldum, que en 2011 había sido designado para encabezar la producción tras su éxito con Headhunters. Sin embargo, acabó decidiendo que le interesaba más –y tuvo razón– lo que iba a convertirse luego en The Imitation Game (2014), así que Raffaella de Laurentiis escogió a cambio al también nórdico Wirkola.

En un futuro aplastado por la superpoblación, la escasez de recursos, las hambrunas y el cambio climático, los apurados gobiernos del mundo aprobaron una estricta ley en virtud de la cual las familias sólo podían tener un hijo. Para asegurar su cumplimiento, el Ministerio de Asignación arrebata cualquier hijo “extra” a los padres y lo coloca en animación suspendida, a la espera de ser despertado en un futuro en el que la población sea más reducida. Todos los ciudadanos son obligados, además, a portar brazaletes electrónicos revisados regularmente en controles policiales y que aseguran que son hijos únicos.

Karen Settman muere al dar a luz a septillizas y su abuelo, Terrence (Willem Dafoe), se hace cargo de ellas, ocultándolas del Ministerio de una forma muy inteligente. Se hace pasar por su padre, les asigna los nombres de los días de la semana, las confina en un ático, hace copias falsas del mismo brazalete y, como son idénticas, sólo deja salir a cada una el día que le corresponde a su nombre. Al término de la jornada, la que ha salido debe informar con todo detalle al resto de lo que ha hecho y visto para que todas sepan lo ocurrido y nadie las pueda coger en un renuncio.

Treinta años después y ya con Terrence fallecido, el engaño sigue funcionando. Las siete (todas interpretadas por Noomi Rapace) continúan viviendo en el mismo lugar y se turnan diariamente para acudir a su trabajo de ejecutiva en un banco. Pero un día, Lunes no regresa a casa y sus hermanas, asustadas, envían a otra de ellas para averiguar lo que ha ocurrido. No tardan en enterarse de que el Ministerio, de algún modo, ha conocido la existencia de las mellizas y considera que son una amenaza para la publicitada eficacia de su política, así que envía a fuerzas paramilitares para asesinarlas.

En esta primera incursión de Wirkola en la ciencia ficción, encontramos una premisa inicial un tanto peculiar. Lo más cercano que podemos encontrar es la serie televisiva Orphan Black (2013-2017), en la que Tatiana Maslany interpretaba nueve copias de sí misma, todas ellas interactuando como protagonistas de la historia. También cuenta este guión con antecedentes literarios, como el libro de Philip José Farmer Mundo de día (1985) y sus secuelas, que en su momento fueron consideradas para adaptar el cine y en las que se establecía un futuro en el que, debido a la superpoblación, cada habitante sólo podía permanecer despierto un día a la semana; o el cuento “2BR02B” (1962), de Kurt Vonnegut, en el que la población se mantiene en equilibrio matando a alguien por cada niño que nace.

Las localizaciones rumanas de la película, elegidas para abaratar costes, ofrecen, gracias a su mellada arquitectura comunista de estilo brutal y gris, una estética creíble de un futuro totalitario en el que la civilización se halla al límite de ruptura. Los efectos especiales son inmejorables a la hora de integrar en los mismos planos a los nueve personajes interpretados por Rapace y hacerlos interactuar. Con estos mimbres, la película debería haber sido, a priori, interesante. Pero no lo es, o al menos no tanto como debiera.

En parte, ello es debido a que la premisa no resulta suficientemente plausible. Una historia con dos gemelos aún podría haber sido verosímil, pero estirar el problema hasta nada menos que septillizas monocigóticas exige del espectador un alto grado de suspensión de la incredulidad. Porque el alumbramiento de siete hermanos es tan inusual que sólo ha sucedido dos veces en la historia registrada, así que la premisa se apoya en un acontecimiento que se da una vez entre un trillón. El guión trata de solventar el asunto –no muy satisfactoriamente– argumentando que en ese futuro se ha producido un aumento de mutaciones genéticas en los fetos.

Además, pronto se hace evidente que esta extraña circunstancia ha sido forzada para ofrecer un ingrediente novedoso a lo que de otra forma no es más que otro futuro distópico no tan distinto de los que se han podido ver en la ciencia ficción desde hace cincuenta años. E incluso entonces y necesitando que la historia avance de alguna forma, el guión aún tiene que estirar la plausibilidad todavía más haciendo que las hermanas tengan diferentes habilidades, especialmente un nivel profesional de hacker que les permite esquivar a los comandos enviados para asesinarlas.

Uno de los grandes agujeros de guión de la película es la impresionante torpeza de las fuerzas de seguridad en un futuro que, precisamente, se nos describe como policial. Constantemente, fracasan a la hora de atrapar a las hermanas. El Ministerio sabe dónde viven así que, ¿por qué no cortar la electricidad y bloquear los accesos físicos e informáticos en vez de tirar granadas de gas y echar la puerta abajo tan brutalmente como hacen los cuerpos especiales cuando entran en un laboratorio de drogas? La doctora Nicolette Cayman (Glenn Close), responsable del Ministerio, dice algo sobre no atraer la atención, pero habida cuenta de los métodos empleados, el resultado es cualquier cosa menos discreto.

Los guionistas Max Botkin y Kerry Williamson podían haberle sacado mucho jugo a una premisa con amplias posibilidades. Por ejemplo, explorando ese mundo distópico a través de los ojos de todas las hermanas, cada una con su propia personalidad. Por desgracia, después de la introducción y tras la desaparición de Lunes y el comienzo de la caza por parte del gobierno, toda la tensión dramática se evapora, la película se pierde y desperdicia su potencial. Lo que empieza como un thriller policiaco neo noir apoyado en el estudio de personajes, se convierte en un despliegue de predecibles, tópicas y dilatadas escenas de acción dominadas por la violencia extrema y narradas de forma un tanto torpe. La construcción del mundo y los personajes que se apuntaban al principio acaban reducidos a una idea tan básica y manida como la de heroínas unidimensionales enfrentándose a una malvada y tramposa dictadura, alargando el metraje hasta unas innecesarias dos horas.

Tampoco la película se esfuerza demasiado para hacer interesante la ambientación o el desarrollo de la intriga. Al final hay un par de giros sorpresa, pero el entorno distópico está construido a base de enfrentar planos villanos contra heroínas igualmente planas, todos luchando por su propia supervivencia y no en el terreno de las ideas. Como Edicto siglo XXI: Prohibido tener hijos (1972) y Cuando el destino nos alcance (1973), el film critica las medidas drásticas para aplanar la curva de población y se posiciona junto a la gente ordinaria que tiene que hacer los mayores sacrificios. Pero en ninguno de estos dos casos setenteros se ofrecía una solución al problema ni un final feliz. Simplemente, presentaban a unos personajes que desafiaban un sistema político y social opresivo.

(Atención: espóiler). Pero el desenlace de Siete hermanas es un tanto incoherente y desconcertante. Porque las acciones de las hermanas Settman desembocan en el el desmantelamiento de la ley de hijo único y la reinstauración de la libertad para reproducirse libremente y volver a consumir recursos con alegre irresponsabilidad, lo que supone un retroceso a una situación que el montaje de apertura había presentado clara e inequívocamente como trágica antesala al apocalipsis. Sí, las hermanas se presentan como moralmente rectas y unidas por el amor, pero el mensaje implícito viene a decir que el amor y la compasión son sentimientos miopes, egoístas e irresponsables. No es que defienda la incineración masiva de niños, pero cuando las hermanas supervivientes contemplan complacidas la inmensa guardería producto de la nueva ola de nacimientos no regulados, está claro que no han considerado las consecuencias de sus actos. Ésta no era una historia que, en buena lógica, pudiera tener un final feliz, pero el guión se empeña en ello.

El otro giro sorpresa resulta ser la traición de una de las hermanas, pero parece un truco propio de un thriller de ciencia ficción mediocre de los 80, una revelación que sale de la nada en vez de ser el resultado de un desarrollo dramático apuntado a partir de tensiones entre los personajes que hubieran podido apreciarse en pantalla. (Fin del espóiler).

Interpretar a siete copias diferentes de una misma persona suena como un auténtico desafío para cualquier actriz ambiciosa, pero el film tampoco consigue sacarle partido a ese concepto. A diferencia de Orphan Black, Tommy Wirkola y Noomi Rapace no hacen lo suficiente como para que las siete hermanas sean personajes lo suficientemente individualizados y bien construidos. Rapace se desenvuelve bastante bien con el material que se le da, pero le faltan escenas y le sobran personajes como para que el espectador pueda ir más allá de unos cuantos rasgos superficiales y conectar con alguna de ellas el tiempo suficiente. Varias de las hermanas mueren en el curso de la película, pero cuando llegan esos momentos, se ha hecho tan poco para diferenciarlas que es fácil que el espectador se quede tratando de recordar qué hermana es la que ha caído y sólo sienta indiferencia ante su desaparición. Y al final y como se prima la acción sobre todo lo demás, la única de las siete hermanas que parece tener más peso es la especialista en combate.

Aunque desde el punto de vista interpretativo Siete hermanas pertenece a Rapace, los secundarios, actores mayormente desconocidos, no hacen un mal trabajo, pero tampoco destacan especialmente ni pueden estar a la altura de los tres principales.

En esta ocasión Willem Dafoe se aleja de ese registro tan característico de individuo algo enloquecido y amenazador para dar vida a un abuelo que quiere a sus nietas, pero también se comportará con ellas lo cruelmente que sea necesario para enseñarlas a sobrevivir. Glenn Close encarna a la principal villana de la historia, pero el papel no le permite darle los matices éticos que hubieran ayudado a construir mejor el personaje y su incuestionable capacidad como actriz se queda desaprovechada en un personaje hueco y estereotipado. Y es una lástima, porque la doctora Cayman era un personaje jugoso con el que se podía jugar, un científico que decide, ante una situación extrema, asumir la carga de tomar una decisión impopular y cruel. El guion hace algún tímido intento de exponer su postura, la de alguien que, convencido de estar actuando por el bien común y siguiendo un criterio fríamente científico, debe guardar a toda costa un terrible secreto que éticamente es repulsivo y que le atormenta. Pero ni el potencial del personaje ni el talento de Close son suficientes para compensar las debilidades de un guión que, cada vez que se acerca al plano emocional, escapa de él rápidamente hacia el de la acción física. Algo que no debería sorprendernos conociendo la trayectoria previa de Wirkola, que en sus películas siempre se había sentido más cómodo con las armas de fuego que con la gente.

Siete hermanas nunca llega a alcanzar el potencial que prometen sus escenas iniciales, optando por el camino trillado del thriller de acción en lugar de explorar los aspectos más cerebrales o éticos de la historia. También le sobra metraje y le falta caracterización, pero si lo que se busca es un entretenimiento ligero con buenas dosis de acción, puede ser un producto moderadamente satisfactorio. En cambio, aquellos que se acerquen a este film atraídos por su premisa y lo que de ella puede derivarse, seguramente quedarán decepcionados ante un producto difuso ¿Es un thriller psicológico? ¿Quizá una película de acción de héroes a la fuga? ¿Un drama familiar? ¿Una advertencia sociopolítica disfrazada de distopía? O puede que todo ello a la vez. Queriendo abarcar demasiado y ser muchas cosas diferentes, Siete hermanas acaba perdiendo su identidad y la oportunidad de figurar entre los clásicos menores del género.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".