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«Rollerball» (2002), de John McTiernan

El éxito obtenido en 1975 por Rollerball, de Norman Jewison, llevó en 2002 a la MGM a asociarse con la nipona Toho para producir un remake dirigido por John McTiernan (quien, curiosamente, ya había dirigido unos años antes una nueva versión de otra película de Jewison, El caso de Thomas Crown).

Por entonces, McTiernan era uno de los grandes directores de acción, con películas hoy clásicas en su haber como Predator (1987), La jungla de cristal (1988) o La caza del Octubre Rojo (1990). En los noventa, su carrera empezó a tambalearse al encadenar los fracasos de Los últimos días del Edén (1992) y El último gran héroe (1993) u obtener sólo una respuesta tibia con el mencionado El caso de Thomas Crown (1999) o El guerrero nº 13 (1999). Rollerball fue el penúltimo clavo de su ataúd (el último sería Basic sólo unos meses después).

Tal fue el batacazo de Rollerball, que hasta la fecha no ha vuelto a dirigir otra película. Es más: en 2006, McTiernan fue acusado de falso testimonio ante un investigador del FBI tras haber contratado al detective Anthony Pellicano, precisamente con relación a Rollerball. El realizador quería descubrir si el productor de la cinta, Charles Roven, había tenido una actitud desleal con él y con el estudio, pero el asunto se complicó legalmente, y McTiernan, acusado de mentir al FBI y de perjurio ante un tribunal, acabó ingresando en prisión en 2013. Fue liberado al año siguiente y cumplió el resto de la condena bajo arresto domiciliario en su rancho de Wyoming.

Conviene recordar que en 1975 no había nacido todavía lo que hoy conocemos como género de acción. El Rollerball original fue ideado como una película distópica con mensaje pero su éxito se debió en gran medida a que al público le encantó su acción más que su moraleja. En cambio, el remake llega no sólo tras dos décadas de excelentes cintas de acción, sino en un momento en el que los deportes futuristas ultraviolentos ya se habían convertido casi en un cliché (y casi en una realidad en los casos que comentaba en el artículo anterior).

El remake, coescrito por John Pogue y Larry Ferguson (Los Inmortales, La caza del Octubre Rojo, Alien 3) sigue la misma trama básica que el original, con un protagonista, Jonathan (Chris Klein), que se ha convertido en una estrella del rollerball, empieza a dudar de su papel en ese deporte, su mejor amigo es asesinado en un partido, desafía a la corporación dueña del equipo y llega a un clímax con un partido en el que se eliminan las reglas y donde se juega la vida.

Los veintisiete años transcurridos entre ambos films se notan en detalles como la presencia de mujeres jugadoras y mayor diversidad étnica en el reparto, pero el cambio más radical es la localización espacial y temporal de la acción: aunque no se dice nada al respecto, la historia bien podría transcurrir en el presente, y en lugar de Estados Unidos, se ha optado acertadamente por situar los juegos en el marco de los siempre inestables estados desgajados de la antigua Unión Soviética.

Todos esos cambios incluyen la eliminación de cualquiera de los mensajes y reflexiones que proponía la película de los setenta para transformarla en un film de acción moderno. Desaparece completamente el desafío de Jonathan contra un estado totalitario como ensalzamiento de la individualidad frente a la conformidad social. En cambio, tenemos una desleída crítica a la violencia en del deporte, el bombardeo mediático y la disposición de las organizaciones deportivas y las televisiones a perpetrar cualquier tropelía con tal de ganar la batalla de las audiencias, pero el guión nunca llega a articular esto de forma mínimamente coherente.

Además, McTiernan y sus guionistas alargan el final original con una serie de estereotipadas escenas en las que los campesinos rusos se alzan y derrocan a sus corruptos opresores capitalistas.

Irónicamente, el remake exhibe la misma hipocresía que el original, a saber, hacer una película sobre el uso corrupto de la violencia institucionalizada con el fin de apaciguar a las masas, y atizar esos mismos instintos en sus espectadores con una serie de escenas tan emocionantes como sangrientas.

Dado que el Rollerball de 2002 no es ya siquiera una película de ciencia ficción, ¿es al menos un buen film de acción? Pues tampoco. El guión no está particularmente bien desarrollado: la subtrama sobre la conspiración corporativa, por ejemplo, no está explorada y en cambio sobran escenas con los protagonistas lanzándose a toda velocidad en monopatines, coches y motocicletas; el partido del clímax tiene poca carga emocional, los personajes son unidimensionales, los diálogos horribles, la música cargante, el montaje mareante y todo el argumento predecible.

Quizá asustados por el nefasto resultado final, los estudios paralizaron la distribución de la cinta durante algunos meses, se realizó un nuevo montaje eliminando violencia para rebajar la calificación por edades y apelar así a una mayor audiencia.

Cuando por fin llegó a las pantallas, las críticas fueron tan demoledoras que acabó casi inmediatamente relegada a los videoclubs. Una película innecesaria y decepcionante en todos los aspectos, especialmente considerando que fue dirigida por quien fue un maestro del género en los ochenta.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".