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«Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos»

John Philip Sousa (1854-1932), de padre nacido en Sevilla, fue el más grande compositor de marchas militares estadounidenses. También fue el director más famoso, entre 1880 y 1892, de la Banda de la Infantería de Marina estadounidense (es decir, los Marines).

Según el propio Sousa y el comandante Richard Wallach, la música del himno de los Marines procede de la ópera bufa de Jacques Offenbach Geneviève de Brabant (1859). En concreto, del llamado «Dueto de los gendarmes», interpretado por el sargento Grabuge y el fusilero Pitou.

Sus dos primeros versos “From the Halls of Montezuma (sic) / To the shores of Tripoli” hacen referencia a la Batalla de Chapultepec (1847) y a la batalla de Derna (Cirenaica libia) que tuvo lugar en 1805. En este caso, la eufonía se antepuso a la cronología.

La batalla de Chapultepec tiene un origen muy complejo. En la década de 1830, el recién independizado Estado de México controlaba todo el suroeste de los Estados Unidos (No olvidemos que el antiguo Virreinato de Nueva España abarcaba, aparte del actual México, los estados de California, Nevada, Colorado, Utah, Nuevo México, Arizona, Texas, Oregón, Washington y Florida, así como partes de Idaho, Montana, Wyoming, Kansas, Oklahoma y Luisiana). Sin embargo, sobre todo en la zona de Texas, había cada vez más colonos de origen estadounidense. Hacia 1830 ya eran 25.000 personas.

México alentó el asentamiento de sus ciudadanos y también la emigración europea, e intensificó su presencia militar. Pero los estadounidenses protestaron contra el aumento de los impuestos y la escasa protección que recibían. Es preciso recordar que la zona había sido frontera con la nación apache y que existía la amenaza comanche.

La nueva legislación promexicana promulgada por Antonio López de Santa Anna (1794-1876), presidente de México, provocó una escalada de tensión que culminó en la proclamación de independencia de Texas el 2 de octubre de 1835. Santa Anna entró en Texas al frente de un ejército que el 6 de marzo de 1836 tomó el fuerte de El Álamo (San Antonio). Sin embargo fue derrotado y hecho prisionero en San Jacinto por Sam Houston el 21 de abril.

Sam Houston (1793-1863) fue en dos ocasiones presidente de la República de Texas. Había servido a las órdenes de Andrew Jackson, presidente de Estados Unidos (1829-1837) y se convirtió en su hombre de confianza. Hay rumores de que podría haber sido un agente del propio Jackson para conseguir la independencia de Texas y su posterior anexión a los Estados Unidos.

Sin embargo el presidente Jackson rechazó la anexión de Texas a la Unión. Había, aparte de la necesidad de mantener la neutralidad con México, otra razón de peso. Texas era un estado esclavista. Jackson dependía de una delicada coalición de demócratas del Sur y del Norte, no convenía romper el equilibro entre estados esclavistas y no esclavistas en la Unión.

Por su parte, Houston coqueteó con Gran Bretaña. Prácticamente le ofreció que Texas se convirtiera en un protectorado británico. Pero Gran Bretaña perseguía la abolición de la esclavitud, y además tenía fuertes inversiones en las minas de plata de México. En este sentido, la creciente presencia inglesa en la zona inquietó a los Estados Unidos.

Se realizaron maniobras en el Senado, a lo largo de varios años, a favor de la anexión, pero  el 8 de junio de 1844 fue rechazada definitivamente con el apoyo decidido de un hombre decente, el expresidente John Quincy Adams.

El embajador de México, Juan Almonte, informó a Santa Anna de los avatares de la votación. El general creyó que había llegado su momento. Pensando que los británicos estaban atados por sus inversiones en México y que, por ello, contaría con su apoyo, rompió las negociaciones con Texas y le declaró la guerra. Pero Inglaterra se desmarcó del contencioso y Santa Anna, habiendo fracasado en su intriga, renunció al poder en diciembre de 1844.

Finalmente, el 29 de diciembre de 1845 el presidente Polk firmó la ley de anexión de Texas, que pasó a ser el estado número 28 de la Unión. El conflicto con México estaba en marcha. La guerra comenzó el 14 de septiembre de 1846.

Para su desgracia, México sufrió una aplastante derrota. El Tratado de Guadalupe Hidalgo se firmó el 2 de febrero de 1848. Se fijaba la frontera en los ríos Gila y Bravo (este último era el Rio Grande en Estados Unidos). El vecino del norte adquirió los territorios de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas y Colorado. Entre las batallas que se produjeron en la guerra figura el asalto del ejército estadounidense (incluyendo 40 marines) al castillo de Chapultepec (13 de septiembre de 1847), que fue heroicamente defendido por la guarnición de la que formaban parte algunos de los cadetes de la Academia Militar: los “niños héroes” de Chapultepec.

Según el historiador Felipe Fernández Armesto (Nuestra América. Una historia hispana de Estados Unidos, Galaxia Gutenberg, 2014) después de la anexión de los territorios citados, comenzó un proceso de robo de tierras a los propietarios no estadounidenses, mediante trucos jurídicos y de intimidación. Dicho proceso alcanzó  una escala de pura depredación.

Además, fueron privadas de sus derechos personas cuyas familias estaban establecidas desde mucho antes de la propia independencia mexicana. Uno de los casos que cuenta Fernandez Armesto es el relativo a las tierras de Juan José Balli, que pasaron a manos de Richard King y Gideon K. Lewis. Estos últimos se apoderaron de ellas y crearon el  Rancho King, uno de los más grandes de Texas. Todavía, en los últimos años, los descendientes de Balli tenían entablados pleitos sobre el Rancho King.

“¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos!”. Este lamento fue atribuido erróneamente a Porfirio Díaz, pero su verdadero autor fue el intelectual de Nuevo León José Nemesio García Naranjo.

Imagen superior: «The Battle at The Alamo» (1963), ilustración de Alton S. Tobey (1914-2005) para la serie de libros titulada «The Golden Books History of The United States».

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Joaquín Sanz Gavín

Contable y licenciado en Derecho.

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