Como integrante del segundo equipo del horroroso montaje de la Rusalka de Dvorák perpetrado por Kristof Loy en el Teatro Real del 2020, destacó como Vodrik o Vodni (El Genio de las aguas) un joven bajo alemán de nombre Andreas Bauer.
Se sabía de él ya merced a ese recurso de expansión profesional que aún sigue siendo el disco o el vídeo. En 2013 desde Dresde se le había visto y oído como un sólido Eremita en un Freischütz de Weber llegado desde la ciudad sajona en un montaje de Axel Köhler y bajo dirección musical de Christian Thielemann. La voz de Bauer se correspondía con ese noble personaje que, en tiempos románticos, cumplía aquella función barroca del deus ex machina capaz de dar salida al conflicto argumental, que por otros medios serían de difícil solución.
Tres años después, Bauer volvía ahora en formato exclusivamente audio a la misma obra, como el menos destacado Kuno (que el cantante sin embargo hacía resaltar), y en 2019 ya un avispado productor (Mattias Lutzweiler) se le propuso su primer recital que es el que motiva este comentario.
Registrado en junio de ese mismo año en Riga, contó con la Orquesta del Festival de Letonia con la batuta de un coterráneo del solista, Karsten Januschke.
Un recital de amplia exhibición músico-cultural para el que Bauer añadió, como símbolo de esa pluralidad, el apellido de los antepasados maternos: Kanabas. Por lo que recoge obras cantadas en varios idiomas relacionados con sus diversos orígenes: alemán, checo, ruso y húngaro.
Disco denominado Love and Despair (Amor y Desesperación) recorre una rica faceta, vocal y expresiva, en torno a la cuerda de su categoría instrumental.
La presentación llega con Verdi, Ernani, el gran momento de entrada escénica del cuarto protagonista de la acción, el vetusto noble Don Ruy Gomez de Silva. El andante, precedido por el pertinente recitativo, Infelice… etu credevi.
Bauer exhibe un centro ancho, robusto y muy bien timbrado, a la alemana sin el espesor de muchos colegas eslavos ni la morbidez de algunos mediterráneos. Pero de inmediato atractivo para el oyente, exactamente encuadrado en su cuerda.. A ello suma un elevado y cuidadoso sentido del canto italiano, diferenciándolo como corresponde del breve recitato que define su sorpresiva indignación. La lectura destila una melancólica sensación de la tristeza por sentirse ya un tanto maduro para pretender apoderarse de la juventud de Elvira. Bauer aprovecha la ocasión para dar relieve a la importante zona grave de la voz.
Luego tiene a bien completar el fragmento con el allegro marziale (la imprescindible cabaletta) que Verdi compuso a favor de Ignazio Marini, escrita en origen para una reposición de su primera ópera, Oberto. Se dio el caso de que Riccardo Muti, tan estricto a lo Toscanini en estas cuestiones, no permitió a Nicolai Ghiaurov que la cantara en sus representaciones de Ernani en la Scala de Milán de 1982, dejándonos con la duda de si en ese momento el gran bajo búlgaro estaba capacitado para asumir la agilidad que requiere el fragmento.
Agilidad que, en asombroso contraste con la página anterior, Bauer cumplimenta con suficiente disposición, redondeando la caracterización del personaje.
Con una excelente participación del chelo (Inga Ozola), Bauer seguidamente ataca la espléndida aria de Filippo II en Don Carlo. Esa pesadumbre ya convocada en Silva, se potencia aquí en el amargado rey de España, donde al propio lamento entremezcla otros sentimientos como la duda y la amargura que crepuscular del monarca dueño del mundo pero infeliz en su vida privada. Tal como Verdi describe con profundas y sencillas maneras, como era su costumbre, y que el intérprete entiende y traduce con límpida claridad.
Una amargura a la italiana que Wagner recoge a su manera en esa largo y quejoso monólogo, en el final del acto II, cuando el rey Marke encuentra a Isolda en brazos de Tristán, aireando su mutuo a mor en vez de llevarlo a la práctica.
Bauer entiende de nuevo el sentido del fragmento y lo resuelve convincentemente, con la presencia ahora destacada del clarinete. Con tal riqueza de medios que, en realidad, la voz suena aún con superior relieve sobre todo a partir del centro hacia el grave, mientras que en la octava aguda el color se hace más claro sin perder por ello presencia.
El intérprete no deja oportunidad de matizar un texto proclive a ello, tanto en el lamento propiamente dicho como en la sucesiva decepción por sentirse traicionado por su más fiel vasallo. De todo ello logra desprenderse una sensación de desconsuelo que se acopla a situación y edad de Marke. No es arriesgado deducir que se trata del más disfrutable fragmento del recital.
Del Aleko de Rachmaninov aparece la cavatina bien convocada en el programa de numerosos bajos, en especial de los que comparten la nacionalidad (o el eslavismo) del compositor. Se pueden recordar a algunos: desde el primero y mítico Chaliapin a Boris Christoff, Nesterenko, Ghiaurov hasta el más reciente, Ilda Abdrazakov. Bauer puede soportar comparaciones.
Los dos cortes sucesivos son verdianos y de carácter bien diferente: las arias de Banquo y la de Zaccaria, Macbeth y Nabucco respectivamente. Dos saneadas lecturas de Bauer, acordes con el resto del programa. Destacando con Banquo la solemne y dilatada melodía verdiana y con Zaccaria el recogimiento de la sacra situación, además de alardear de una apropiada generosidad de registros. En medio de la sencilla, casi camarística orquestación verdiana que acompaña al pontífice hebreo, resalta aún más la nobleza tímbrica de Bauer que concluye con una magnífica y tenida nota oscura.
La parte checa del programa se corresponde con la parte de Rusalka que el cantante ofreció, como ya se ha escrito, en Madrid. Otro gran acierto porque la página es bellísima (con ese contracanto de la orquesta que expresa tan bien su paternal ternura) y la disposición “natural” que parece dispone el intérprete.
Con El castillo de Barba Azul de la única ópera del catálogo de Bela Bartók, el bajo ha elegido la escena final, a que dispone de lo más parecido a un aria en partitura de fluido desarrollo. En ella las tensiones que se han ido acumulando y se relajan hasta un difuminarse en un silencio letal. Para que la escena encontrara su auténtico valor, ha contado con una incisiva voz de mezzosoprano. La de Tanja Ariana Baumgartner, en ocasiones su compañera en la Ópera de Fráncfort. Judith abre por fin la séptima puerta del castillo de Barba Azul y tras ella encuentra su destino, el que sucede a las tres anteriores esposas del misterioso noble, cada una de ellas representando las diferentes partes del día (o de la vida) en esta tan enigmática y sugestiva partitura. Bauer remata así su disco impecablemente.
Januschke, por lo demás, se muestra a la altura del solista en tan diferentes estéticas, contando con una orquesta asimismo ejemplar.
Una apropiada presentación en solitario y en sociedad discográfica de un Bauer tiene en repertorio obras de Beethoven, Bellini, Donizetti, otros Verdi y Wagner de los aquí recogidos, Mozart, Britten, Enesco, Dallapiccola, Stravinsky y Gounod (o sea que asimismo ha cantado en inglés y francés). Asombra tratándose de una carrera que está en sus comienzos. Y con una larga carrera ante sí. Como buen profesional, aparte de su relación con Fráncfort también se ha unido durante un tiempo a la Unter den Linden berlinesa, Implacable forma de cimentar un poderoso currículo.
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