En 1951, Isaac Asimov, ya un escritor bien establecido por entonces, asistió a una reunión concertada por su agente, Frederik Pohl, con Walter I. Bradbury, a la sazón responsable de ciencia ficción de la importante editorial Doubleday. La propuesta que le presentaron fue la de escribir una novela de ciencia ficción juvenil que pudiera utilizarse como base para una posterior serie de televisión.
Las emisiones televisivas existían desde 1941, pero hasta después de la Segunda Guerra Mundial no empezaron a otorgarse licencias por todo el país –aunque concentradas, lógicamente, en las grandes ciudades–. A finales de la década de los cuarenta, ya existían unas cuentas docenas de cadenas, y tras una congelación de un par de años en la concesión de nuevas licencias por miedo a la saturación del espectro y las posibles interferencias, a comienzos de los años cincuenta se produjo una nueva explosión de compañías interesadas en entrar en ese sector.
A más emisoras, más necesidad de llenar las parrillas de programación y de ahí que Doubleday viera posibilidades de vender dos veces un producto avalado por un escritor de prestigio en el género: como libro y como programa de televisión. Al fin y al cabo, ya existían espacios de ciencia ficción –muy primitivos, eso sí– tanto para niños (Captain Video and His Video Rangers) como para un público adulto (Tales of Tomorrow).
Ahora bien, en aquellos tiempos pioneros, los valores de producción eran muy pobres y en absoluto podían igualar y hacer justicia a la capacidad de imaginación de autores y lectores. Temiendo que su obra acabara adaptada en la pequeña pantalla con una calidad ínfima y sin querer “mancillar” su prestigio como escritor y científico, Asimov firmó aquella novela, David Starr, Space Ranger, con el seudónimo de Paul French.
La novela se publicó, como estaba previsto, en enero de 1952, aunque su salto a la televisión nunca se produjo. Sin embargo, Asimov quedó satisfecho con el resultado y con el paso de los años y hasta 1958, publicó cinco títulos más protagonizados por el mismo personaje creando una serie juvenil, perfecta para introducir a los lectores más jóvenes en la ciencia ficción. Efectivamente, escritas para que pueda seguirlas sin problemas un lector de entre 12 y 15 años (si bien, desgraciadamente, hoy los jóvenes no están tan habituados a leer como antaño), son también perfectamente disfrutables por los aficionados más maduros en busca de una lectura rápida, ligera (no exceden las 200 páginas) y entretenida.
Asimov dijo haber oído una vez que era imposible escribir relatos de misterio y ciencia ficción, ya que aquél quedaría resuelto invocando nuevas tecnologías y avances científicos que el lector no podría predecir. Varios de sus relatos de robots y especialmente las novelas de ese ciclo protagonizadas por el androide Daneel R. Olivaw y el detective humano Elijah Bailey, fueron escritos por Asimov precisamente para refutar aquella afirmación. Las novelas de Lucky Starr sirven al mismo propósito: historias en las que la ciencia ficción constituye una parte esencial, no sólo como decorado sino como solución al enigma planteado, pero que son, al mismo tiempo y sobre todo, peripecias detectivescas aderezadas con aventura y acción.
En David Starr, Space Ranger (David Starr, patrullero del espacio) se nos presenta al protagonista del mismo nombre, recién admitido en el Consejo de la Ciencia, la institución más poderosa dentro del gobierno que rige los destinos tanto de la Tierra como de las colonias en los planetas y lunas del Sistema Solar. David –apodado “Lucky”– no sólo es un brillante científico sino un joven apuesto y atlético, sereno y con las aptitudes del perfecto agente secreto (está claro que Asimov o bien no conocía a muchos científicos o bien quería transmitir a la juventud su seguridad de que en el futuro la Ciencia y sus competentes y honrados campeones jugarían un papel esencial en la toma de decisiones de todo tipo).
En su primera misión, es enviado a Marte para investigar una misteriosa epidemia de intoxicaciones letales con origen en alimentos provenientes de las granjas de ese planeta. Allí, se hace pasar por granjero para infiltrarse en una de las explotaciones, conocerá a Grandote, su futuro e inseparable compañero de mil fatigas, tan corto de talla como temperamental y leal a sus amigos. Tras sobrevivir a peleas, tormentas de arena y un encuentro con los auténticos marcianos, desenmascarará a los responsables.
Es este un Marte desértico y rocoso, en el que las ciudades y las granjas –como muy pronto planteará Asimov en Bóvedas de acero (1953) en su saga de los robots– están cubiertas por cúpulas protectoras bajo las cuales existe un ambiente controlado. Los granjeros son individuos duros que han desarrollado un fuerte sentido de la comunidad con ritos y costumbres propios de los que se sienten muy orgullosos. David encontrará además a los marcianos que todavía viven en las profundas simas del planeta, unos seres que hace millones de años evolucionaron hacia la pura energía y el puro intelecto. Estos ayudarán al héroe a sobrevivir a su peligrosa misión y le regalarán un ingenio muy poderoso del que Lucky se servirá en la siguiente aventura (y del que Asimov se desembarazará ya en la tercera, pensando acertadamente que resultaba más interesante privar al héroe de sofisticadas ayudas tecnológicas alienígenas).
Por lo demás, el libro es entretenido aunque la resolución del misterio sea un poco floja (resulta difícil de creer que alguno de los personajes sea tan malvado como para envenenar a propósito a cientos de inocentes). Lucky no es un personaje particularmente interesante: es demasiado noble, inteligente y diestro en el combate como para dotarle de una mínima profundidad. Esto es algo que no cambiará en las siguientes novelas, en las que siempre destacará la trama detectivesca por encima de los personajes.
Grandote, por su parte, ejerce el papel de compañero fiel, alguien cuya limitada inteligencia es compensada por su inquebrantable lealtad y que sirve de contrapunto humorístico a su serio camarada.
En Lucky Starr y los piratas de los asteroides (Lucky Starr and the Pirates of the Asteroids, 1953), el héroe ha de investigar las actividades de los corsarios espaciales que mataron a sus padres cuando él era pequeño y que ahora han resurgido para entorpecer el comercio interplanetario desde sus bases escondidas en la miríada de asteroides del cinturón que se extiende entre Marte y Júpiter.
En compañía de Grandote, habrá de enfrentarse a peligrosos duelos en el vacío, confraternizar con sus enemigos, descubrir quién es el líder del grupo y averiguar qué potencia extranjera los está utilizando para fines más siniestros que los de la simple rapiña. Entrega con más dosis de aventura espacial que de misterio, es también y en cierta medida un reflejo de la Guerra Fría en tanto en cuanto se introduce la figura de un enemigo extranjero en la sombra (los misteriosos habitantes de Sirio) que manda agentes encubiertos a desequilibrar la economía terrestre de cara a una posible invasión.
Lucky Starr y los océanos de Venus (Lucky Starr and the Oceans of Venus, 1954) nos traslada al segundo planeta del sistema solar más próximo a nuestra estrella. Es la versión acuosa de Venus anterior a que la observación con radiotelescopios y el envío de sondas automáticas revelara que el planeta era en realidad un infierno de azufre y ácido sulfúrico con temperaturas en la superficie de 400 ºC.
Durante cien años, su espesa capa de nubes apuntaba a la posibilidad de condiciones similares a las terrestres, con vegetación y océanos, una idea adoptada por muchos autores como Edgar Rice Burroughs, Robert A. Heinlein o, como vemos, el propio Asimov. Los humanos han colonizado el planeta estableciéndose en grandes ciudades subacuáticas cubiertas por cúpulas. A una de ellas acude Starr cuando se entera de que un amigo y compañero suyo del Consejo de la Ciencia ha sido acusado de traición. Se están registrando casos aislados pero muy preocupantes de individuos que parecen ser poseídos por alguna mente que les obliga a realizar acciones peligrosas o incluso suicidas. Lo que nadie sospecha es que Venus alberga una forma de vida inteligente, tan a la vista de todos que nadie la ve. Una novela divertida y algo inusual para Asimov, que no solía introducir extraterrestres en sus relatos.
En Lucky Starr y el gran sol de Mercurio (Lucky Starr and the Big Sun of Mercury, 1955), el dúo protagonista se traslada al planeta más cercano a nuestra estrella, un lugar tremendamente inhóspito en el que se ha establecido una colonia científica. El joven ingeniero Scott Mindes está allí tratando de sacar adelante un experimento con la luz y el hiperespacio que podría cambiar la faz de la Tierra. Sin embargo, sus esfuerzos están siendo frustrados por una serie de sabotajes cuyo autor se desconoce. Starr pronto se encuentra en el ojo de un huracán de intereses en el que cualquiera es un sospechoso potencial. Así, se enfrenta a los tejemanejes del matón de un senador terrestre que quiere cercenar el poder del Consejo Científico; al fanatismo del director de la instalación, obsesionado con la intervención de agentes de Sirio; al aparentemente delicado equilibrio mental de Mindes; y al ambiguo médico de la colonia. Por si fuera poco, existe la posibilidad de que, como en otros planetas, exista algún tipo de vida autóctona inteligente.
Como en los libros anteriores, éste plantea un Mercurio alejado de la realidad astronómica que hoy conocemos. En la novela, el planeta no tiene rotación y una de sus caras está permanentemente en sombra mientras que la otra es bombardeada de lleno por la radiación del cercano Sol. Desde los años sesenta se sabe que Mercurio rota, pero esta inexactitud no le resta un ápice de interés y ritmo a la intriga policíaca (más compleja que en entregas anteriores) y aventurera y sin duda es capaz de despertar el sentido de lo maravilloso en el joven lector que la aborde por primera vez.
En Lucky Starr y las lunas de Júpiter (Lucky Starr and the Moons of Jupiter, 1957), Lucky y Grandote reciben la misión de viajar hasta Júpiter Nueve, una de las lunas del gran planeta, donde se encuentra ubicada una instalación ultrasecreta de investigación en la que se está desarrollando una nave con un nuevo modelo de propulsión gravitatoria que puede revolucionar el viaje espacial. Todo indica que entre el personal se encuentra un espía del Imperio Sirio y no va a ser fácil averiguar de quien se trata.
El personal, gente endurecida por el aislamiento y las condiciones de trabajo, no recibe bien a los extraños que llegan para husmear y desde el principio les crean problemas a los protagonistas. Lucky no tarda en llegar a la conclusión de que el espía sirio debe ser un robot. El problema no consiste sólo en identificarlo sino exponerlo sin provocar la explosión del ingenio atómico que estas máquinas suelen llevar incorporado para el caso de que su secreto sea comprometido.
A estas alturas y aunque Doubleday seguía publicando las novelas con el seudónimo de Paul French, Asimov no escondía ya su autoría, como lo demuestra la introducción, como parte fundamental para resolver el misterio, de las Tres Leyes de la Robótica que él mismo creó ya bastantes años atrás. De hecho, por esa misma época estaba publicando las aventuras del mencionado dúo de detectives Elijah Bailey y Daniel R. Olivaw (Bóvedas de acero, El sol desnudo), en las que dichas leyes también jugaban un papel básico.
Lucky Starr y los anillos de Saturno (Lucky Starr and the Rings of Saturn, 1958) es la última novela de la serie, y en ella Lucky y Grandullón se ven las caras, por fin, con el adversario intrigante que hasta ese momento han sido los habitantes de Sirio, quienes siglos atrás se fueron de la Tierra para fundar una colonia en ese mundo, desarrollaron sus propias civilización y cultura y, a diferencia de su planeta de origen, potenciaron y profundizaron en las investigaciones sobre robots –lo que supone un enlace de la serie con el universo que Asimov ya había levantado en su Ciclo de los robots y que treinta años más tarde fusionaría con el de la Fundación–. Los sirianos se han establecido en una de las lunas de Saturno que el gobierno terrestre considera bajo su zona de influencia. Mientras Lucky se infiltra en la base enemiga, tiene lugar una conferencia interplanetaria que decidirá si estalla o no la guerra –de nuevo un conflicto inspirado en la geopolítica de la Guerra Fría–. Esta entrega es más un thriller político y de acción que un misterio detectivesco y lo interesante es descubrir qué plan ha ideado Lucky para salir del apuro y echar a los sirianos del Sistema Solar sin recurrir a la fuerza.
Se planeó una séptima entrega, Lucky Starr y las nieves de Plutón, pero nunca llegó a escribirse, dado que Asimov decidió en ese punto de su carrera dedicarse exclusivamente y durante más de una década a escribir divulgación científica e histórica.
Han pasado más de setenta años desde que apareciera el primer volumen de Lucky Starr y tanto la ciencia como la ciencia ficción han avanzado muchísimo desde entonces. Dice mucho a favor de Asimov que las aventuras de este detective-agente secreto espacial continúen siendo una lectura agradable y recomendable sobre todo para lectores jóvenes. No ofrecen un gran trabajo de caracterización, pero sí tramas sólidas, aventura, suspense y emocionantes viajes por el sistema solar que sin duda harán mucho por despertar el sentido de lo maravilloso en las mentes juveniles.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.