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¿Democratización?

Hay que democratizar la cultura. Hay que democratizar la tecnología. Hay que democratizar la ciencia… ¿Por qué? Lo que hay que hacer es dar accesibilidad. Lo que necesitamos es que todo aquel que quiera acceder a estos mundos lo pueda hacer. Y eso ya es posible.

Nunca ha habido más museos. Nunca la tecnología ha sido más barata. La información sobre cualquier campo de la ciencia esta más accesible que nunca gracias a internet. Y sin embargo, se sigue insistiendo en que hay que democratizar esos ámbitos.

En realidad, lo que se está pidiendo cuando se habla de democratizar, es que todo el mundo pueda entender, manejar o apreciar el conocimiento humano. Pero esto es un error, y no pretendo afirmar con ello que debamos crear entornos cerrados, accesibles para unos pocos. Lo que quiero decir es que para adquirir conocimiento hace falta esfuerzo, tiempo y dedicación, y cuando eliminamos estos factores, las cosas pierden su valor.

Hace años, David Greelish entrevistó en la revista Time a Alan Kay, un informático que desarrolló trabajos pioneros en varios campos, como por ejemplo los interfaces gráficos. Entre las reflexiones de Kay, me pareció muy reveladora la siguiente: «There is the desire of a consumer society to have no learning curves. This tends to result in very dumbed-down products that are easy to get started on, but are generally worthless and/or debilitating.» («Existe el deseo de una sociedad de consumo sin curvas de aprendizaje. Esto tiende a dar como resultado productos muy vulgarizados, con los que es sencillo empezar a trabajar, pero que, por lo general, carecen de valor y/o son debilitantes» )

Aunque la frase está dicha en un contexto tecnológico, es perfectamente aplicable a numerosas disciplinas, desde la tecnología de consumo a la cultura en general.

Cuando eliminamos el aprendizaje, entendiendo como tal el proceso durante el cual adquirimos una serie de conocimientos y destrezas, estamos perdiendo la base para progresar.

Se habla de ello en uno de los libros de la Saga de la Fundación, de Isaac Asimov. En la decadencia de la humanidad, la tecnología ha pasado a ser una religión. La Fundación no permite que el conocimiento de cómo funcionan las cosas salga de su control. Lo único que hace la gente es apretar un botón, y si no funciona, llama al sacerdote, el cual, con sus plegarias y una serie de instrumentos mágicos, hará que la maquina vuelva a funcionar.

En ese futuro imaginado por Asimov, lo que ha hecho la Fundación es eliminar la curva de aprendizaje, y de esa forma, mantiene su control sobre la humanidad. Solo ellos tienen la capacidad de progresar; y entendamos progresar no solo en un ámbito tecnológico, sino en todos los aspectos: progresar en el sentido de hacer que nuestro mundo sea mas amplio.

Como mi formación ha sido científica, voy a hablar del caso del arte, porque es algo que yo mismo he buscado. Mi acercamiento a ese universo ha sido principalmente querido por mí, y por eso lo aprecio tanto.

En la actualidad, el acceso al arte es mas fácil que nunca. Basta tener unas horas libres, y por un precio ridículo, podemos entrar en cualquier museo. Otra cosa es entender lo que alberga ese museo: eso es lo verdaderamente difícil.

Para entender y apreciar las obras ahí exhibidas, hacen falta tiempo, entrega, esfuerzo, y en muchos casos, ni siquiera nos gustará lo que vemos. Tampoco pasa nada: a mí me fascina Turner, pero el Greco me deja indiferente. Ver un Rothko o un Pollock me parece una experiencia increíble, pero Miró no me dice nada, y no encuentro que sea un problema, porque, pese a que no encaje con mis gustos o mi sensibilidad, entiendo su valor como expresión artística, y lo mas importante, comprendo que a otras personas les pueda gustar su obra.

Para llegar a apreciar a esos pintores, he estado dispuesto a aceptar muchas influencias, a mirar las cosas desde muchos puntos de vista, a interesarme por lo que veo, a tener curiosidad… y todo ello me ha exigido tiempo y dedicación. Estoy mas que satisfecho de haberlo hecho, porque ahora mi mundo es mucho mas rico y amplio, y además soy capaz hacer que siga creciendo.

Frente a esa pauta, de pronto nos encontramos con que hay que democratizar el arte, y para ese fin, lo que hacemos es simplificar las cosas. Llevamos a los niños a museos donde hay un taller en el que se les da una caja de pinturas. Hacen manchas y les decimos que eso es arte abstracto.

Cuando el niño crezca y vea una caja de Cornell, o un Pollock, lo único que verá son manchas al azar o un montón de cosas en una caja. Y pensará así precisamente porque, de pequeño, hizo eso mismo durante aquella lluviosa tarde de sábado, en la que no había donde meterse y acudió a un supuesto taller artístico.

A lo mejor, el verdadero objetivo es que los niños se interesen por el arte en general. Y eso no es democratizar, sino hacer un esfuerzo pedagógico y ver qué tipo de arte es más accesible para ellos, qué obras les van a resultar más comprensibles o les van a llamar más la atención.

Quizá ‒ese fue mi caso‒ sea mas fácil para un niño entender La noche estrellada antes que Las Meninas, o un móvil de Calder en lugar de la Capilla Sixtina. Pero sobre todo, si queremos que el arte sea accesible, no sólo hay que entender la técnica empleada o lo que una pieza representa, sino la motivación que llevó a crear esa obra y la sensación individual que ésta nos produce individualmente. Ahí es donde, de verdad, reside nuestra experiencia del Arte.

Debemos ser nosotros quienes nos acerquemos a la obra, y no la obra a nosotros, porque de ese modo empezaremos a buscar más, y a elegir unas obras sobre otras dependiendo de nuestra personalidad.

El problema es que la democratización no pretende que la gente aumente su nivel, sino que el objeto a democratizar reduzca el suyo, para que, de esa forma, al no tener que realizar el esfuerzo de comprenderlo, pueda llegar a un público más amplio. En realidad, a eso se le llama marketing.

A la vista de todo ello, debemos ser cuidadosos cuando usamos el término democratización, y saber de qué estamos hablando al emplearlo, porque, pese a que tenemos cada vez mas información ‒en abstracto‒ sobre todo tipo de campos, y estamos empeñados en democratizarla toda, en realidad ni sabemos manejarla, ni somos más cultos, ni manejamos mejor las maquinas. Más bien al contrario.

Y si quieren disfrutar del arte como niños, busquen El circo de Calder.

Copyright del artículo © José Luis Arana Aroca. Reservados todos los derechos.

José Luis Arana Aroca

Jose Luis Arana es programador y ha desarrollado su labor para firmas como Cambridge University Press, Editorial Santillana, Mahou, LG y BBVA. Asimismo, ha sido profesor y editor de video. Entre sus pasiones, figuran el cine, la literatura y la prestidigitación.