La escuela Bruguera nace en los años cuarenta en torno al resucitado semanario Pulgarcito, que después del periodo bélico ha vuelto a los kioscos. Supone la incorporación de una serie de jóvenes profesionales —al revés de lo que sucede en TBO, casi ninguno de los dibujantes de Bruguera cuenta con una carrera anterior a 1939— al terreno del humor gráfico, grupo que se revela cada vez más innovador y que termina por imponer una nueva forma de entender la comicidad en los tebeos.
La mirada crítica que su humor proyecta sobre la sociedad es menos sutil que la practicada entre los autores de TBO; la creación de personajes fijos, definidos por un acusado rasgo de carácter, supone una novedad y es su más significativa aportación: Don Pío, de Peñarroya; Apolino Tarúguez, de Conti; Carpanta, de Escobar… narran sin tapujos las miserias y servidumbres de la posguerra; otros tantos de Cifré, Vázquez, Ibáñez, Nadal o Segura, son justamente recordados por proporcionar una de las visiones más cáusticas que sobre la vida cotidiana han dado nuestros tebeos.
Se trata de personajes perdedores que repiten semana tras semana sus fracasos para regocijo del lector. En sus historias hay violencia, las caricaturas tienden a ridiculizar groseramente las figuras, el ritmo del dibujo es vertiginoso, expresividad y dinamismo son sus reglas.
Prima la eficacia del gag puramente gráfico frente a un concepto más clásico de la planificación. Esta resulta cercana a lo teatral, con la disposición de las figuras flotando en un primer plano ante los fondos situados tras ellas, como simples decorados.
Como colectivo, estos autores son los más actuales y modernos de su época, y por ello mismo los más adecuados para ser disfrutados por un público adulto. Conocen una enorme popularidad durante décadas, aunque como en los casos de TBO y Jaimito al adentrase en los sesenta las publicaciones de Bruguera sufran una progresiva infantilización fruto de la acción implacable de la censura, perdiendo buena parte de su virulencia y capacidad crítica.
Hacia 1950 Bruguera ha consolidado las ventas semanales de Pulgarcito, que experimenta tiradas cada vez mayores. Buscando ampliar sus mercados y explotar mejor el filón que representa su habitual grupo de colaboradores lanza una nueva cabecera, DDT (1951), basada también en historietas de personaje fijo, que en esta ocasión intenta un humor dirigido hacia un público más adulto dentro de los estrechos márgenes que las normas de censura imponen.
Grandes firmas, pertenecientes al más perdurable grupo de humoristas gráficos de los cincuenta, componen su equipo. Manuel Vázquez, Josep Escobar, Carlos Conti, Guillermo Cifré, Miguel Bernet «Jorge», Ángel Nadal, José Peñarroya… todos ellos desarrollan en DDT un humor de tintes más crudos que el practicado en Pulgarcito, intentando, dentro de los límites permitidos, jugar un poco con los temas llamados «picantes», bien que hoy parezcan la inocencia personificada… Incluso durante unos años, las portadas del semanario se ilustran con fotografías de bellas actrices y modelos.
Imagen 1. ‘Can Can’, un intento de revista «picante» bajo el franquismo. Portada de Carlos Freixas.
Con estas mismas intenciones de conectar con lectores menos infantiles nace Can-Can (1958), realizado por un equipo redactor semejante al de otras revistas de la casa. Se trata de un título plenamente dedicado a satirizar las relaciones entre los dos sexos en historietas eficaces e ingenuas, cuyas cubiertas son ocupadas por una galería de recatadas pin ups en perpetuo tour de force contra el criterio del censor.
Pese a lo difícil del empeño en tales circunstancias, la revista acaba por transformarse en una segunda etapa, presentando formato y modos parecidos a los exhibidos por semanarios de humor gráfico como La Codorniz, y abandonando el espíritu de puro tebeo que en un principio la anima.
La excelente acogida que recibe el DDT le convierte, junto a Pulgarcito y los incipientes éxitos del cuaderno de aventuras, en uno de los pilares de la política editorial de Bruguera. Tan es así que algunos de sus dibujantes, hartos de la explotación a la que según su punto de vista les somete el empresario, abandonan la casa y fundan en régimen de cooperativa otro semanario semejante con el que pretenden hacer la competencia a DDT.
Imagen 2. Un humor festivo cada vez menos inocente: ‘TíoVivo’. Portada de Guillermo Cifré.
Bautizado como Tío Vivo (1956), dedican muchos de sus ejemplares a temas de actualidad y consiguen una publicación de gran interés, que llega a superar a cualquiera de las facturadas por Bruguera. No deja esta que una situación que amenaza el monopolio del mercado al que hace tiempo aspira se prolongue demasiado, y tras poco más de tres años de ejercer sobre el díscolo grupo toda clase de presiones —ante el distribuidor, la imprenta, los mismos kiosqueros— consigue que este se rinda y regrese de nuevo al redil.
Imagen 3. Santos de mi santoral: San Manuel Vázquez. Por la gracia que derrocha por arrobas, por inventarse todo un lenguaje gráfico él solito, por ser Padre de la Escuela Bruguera, por sus personajes desvergonzados, tiernos y cínicos a la vez, por su Familia Cebolleta y por sus Hermanas Gilda, por Angelito, por Ángel Siseñor y por Anacleto. Por su lúcido optimismo, por todas las risas que nos ha regalado, por su expresividad absolutamente única, San Manuel Vázquez, ruega por nosotros!!
Bruguera adquiere la cabecera Tío Vivo y continúa publicándola durante varios años más. La fuga de sus principales colaboradores deja a esta momentáneamente descolocada, pese a que todavía cuenta con el talento enorme de autores como Manuel Vázquez. A él se suma pronto un dibujante que practicando un estilo similar parece ir un paso más allá en mordacidad y dinamismo gráfico. Proviene de la publicación de ediciones Marco La Risa y está destinado a convertirse en la firma más popular del tebeo español. Su nombre es Francisco Ibáñez, quien pronto se revela como autor preferido por el público gracias a una de sus series aparecida en enero de 1958 en las páginas de Pulgarcito: Mortadelo y Filemón, agencia de información. «Fue al principio una especie de parodia de Sherlock Holmes y el doctor Watson, incluida parte de la indumentaria de los mismos, pero muy pronto abandonaron sombrero de fieltro y pipa y tomaron la forma y los ropajes por los que son reconocidos hoy en día: camisa blanca y pantalones rojos para Filemón; levita negra hasta el cuello para Mortadelo. La serie, muy bien recibida por los lectores casi desde el principio, empezó a madurar su condición de mito popular a partir de 1969, con el nacimiento de la revista Gran Pulgarcito y la iniciativa de publicar por entregas historietas de 46 páginas. […] Su primera historia larga, El sulfato atómico, muy bien planificada y dibujada, confirmó a Ibáñez como autor de éxito […] Una clara muestra del espectacular éxito de la serie fue el nacimiento en 1970 de la revista Mortadelo, a la que seguirían otras publicaciones como Mortadelo Especial, Mortadelo Gigante y Súper Mortadelo» (1).
Imagen 4. Mortadelo y Filemón, de Francisco Ibáñez (‘Pulgarcito’, 1958).
La obra de Francisco Ibáñez marca la evolución de títulos y personajes de Bruguera, cada vez más codificados. En mayor o menor medida buena parte de los autores de la casa acusan su influencia, no solo a través de Mortadelo y Filemón, sino de otras creaciones del autor que conocen larga vida.
Rompetechos es la estrella de un nuevo semanario dedicado al público infantil, Din-Dan (1965), de presupuestos similares a los de Pulgarcito; 13 Rúe del Percebe, Pepe Gotera y Otilio o El botones Sacarino son otras creaciones salidas de la pluma de Ibáñez destinadas a conocer enorme popularidad.
Durante los años sesenta las publicaciones de Bruguera copan unos kioscos en los que su única competencia proviene de los títulos de Valenciana y el veterano TBO de Buigas. Su hegemonía respecto al público infantil, perseguida desde hace tiempo por la firma barcelonesa, se consuma. Es importante en este sentido la aparición en 1969 de Gran Pulgarcito, una revista que intenta compaginar la idiosincrasia de los personajes españoles con la difusión de un modo europeo de hacer historietas que Asterix, El Teniente Blueberry o Aquiles Talón ejemplifican.
La costumbre francesa de editar en álbum monográfico las aventuras previamente seriadas en el semanario se generaliza, y a la lujosa colección Alegres Historietas (1971) —ocupada casi por completo por los sucesivos títulos de Mortadelo y Filemón— se suma el mismo año la longeva Olé! donde en volúmenes recopilatorios desfilan todos los personajes de la casa.
La fórmula se revela una vez más extraordinariamente eficaz; con ella Bruguera consolida el dominio del mercado en lo que a tebeo popular se refiere durante esta década y la siguiente, hasta su decadencia en la de los ochenta, cuando entra en una crisis creativa y comercial que deriva en la desaparición de la mayor factoría de la historieta que ha conocido nuestro país.
Capítulos anteriores
Cap. 1 La historieta española de 1951 a 1970
Cap. 2 Los cuadernos de aventuras en España
Cap. 3 Los cuadernos de aventuras de Bruguera
Cap. 4 Los cuadernos de aventuras de Ediciones Toray y la Editorial Valenciana
Cap. 5 Los cuadernos de aventuras de la editorial Rollán
Cap. 6 La editorial Maga y la evolución de los cuadernos de aventuras
Cap. 7 Las revistas de historietas: el caso del ‘TBO’
Capítulos siguientes
Cap. 9 Las revistas de historietas: Editora Valenciana
Cap. 10 ‘El Coyote’, ‘El Capitán Trueno Extra’ y otras revistas de aventuras
Cap. 11 La historieta española entre 1966 y 1970. Perplejidades y mutaciones
Notas
(1) Antoni Guiral, Cuando los cómics se llamaban tebeos, Ediciones El Jueves, Barcelona, 2004.
Copyright del artículo ‘La historieta española de 1951 a 1970’ © Pedro Porcel. Publicado previamente en ‘Arbor’, nº 187, con licencia CC y editado en ‘Cualia’ con permiso del autor. Reservados todos los derechos.