La Espada Salvaje de Conan fue sin duda una de las mejores revistas de cómic que se hayan publicado sobre espada y brujería. Nacida para explotar la nueva fiebre por el género que había desatado la colección mensual a color de Conan el Bárbaro a partir de 1970, su primer número apareció en agosto de 1974, recogiendo el testigo de su antecesora, Relatos Salvajes, de la que ya hablé en artículos anteriores.
Se trataba de una publicación en blanco y negro de 64 páginas en formato revista –no comic book– lo que la libraba de las restricciones de la censura del Comics Code Authority que sí recaían sobre su hermana menor, la colección mensual a color, supuestamente destinada a un público de menor edad. La violencia, sangre y carga sexual que sí tenían los relatos originales que sobre Conan escribió Robert E. Howard, podían ser reflejadas sin temor a pisar el territorio de lo moralmente cuestionable. Era la ocasión para los fans del personaje de conocer la auténtica naturaleza de aquellas historias en toda su plenitud.
No sólo se publicaron aquí historias de Conan. Tras las espectaculares portadas pintadas por ilustradores como Boris Vallejo o Earl Norem, sus páginas albergaron aventuras de otros personajes nacidos de la imaginación de Howard (Red Sonja, Solomon Kane, Kull, Bran Mak Morn) además de ilustraciones y artículos sobre el mundo hiborio o el género de la Espada y Brujería.
Pero este artículo no pretende analizar íntegramente la colección de La Espada Salvaje de Conan y todo el material que en ella se publicó, sino sólo las historias firmadas por el dúo Roy Thomas y John Buscema, publicadas al principio de la andadura de la cabecera y que se encuentran entre lo mejor que se puede encontrar en ella. Y es que, habida cuenta de que tuvo una vida muy extensa (235 números hasta 1995), el nivel de calidad de la revista acabó siendo muy irregular. Además, no repasaré todas y cada una de las historias realizadas por ambos autores, sino que sólo destacaré las que a mi personal entender son las más recomendables.
Roy Thomas continuó en La Espada Salvaje una línea similar a la que venía siguiendo en la colección mensual a color, si bien pudo extenderse más en el desarrollo narrativo, incluir más textos y ser más fiel a la carga de violencia que tenía asociada el personaje. Por lo demás, trató de mantener la cronología ya establecida para él, ya fuera adaptando relatos originales de Howard que no hubieran tenido buen acomodo –tanto por extensión como por temática– en la serie a color, como reciclando historias protagonizadas por otros personajes –escritas o no por Howard– e insertándolas en el mundo hiborio de Conan.
Se le ha criticado bastante a Roy Thomas su tendencia a la verborrea. Efectivamente, abundan en sus historias los cuadros de texto con una prosa recargada y florida que hoy se antojan vetustos e innecesarios habida cuenta de que el cómic es un arte eminentemente visual y que el exceso de palabras suele ralentizar el ritmo de lectura. Sin quitarle razón a los críticos, hay que decir en defensa del guionista dos cosas. En primer lugar, que ese estilo de guión era muy habitual en aquellos años, quizá motivado por el deseo no confeso de los guionistas de hacerse valer, de reivindicar su valía o satisfacer sus ocultas fantasías de convertirse en “verdaderos” escritores. Y en segundo lugar, que la prosa que Thomas vertía en sus textos de apoyo remedaba la del propio Howard, recogiendo de esa forma el espíritu pulp de sus libros y ajustándose al mismo en fondo y forma.
Los artistas que trabajaron en La Espada Salvaje pueden dividirse en dos categorías: los estables y los invitados. En cuanto a estos últimos, en los primeros números de la revista, Thomas intentó dar entrada a nuevos dibujantes, como Alex Niño, Walter Simonson, John Brunner, Tim Conrad o el peruano Pablo Marcos, pero ninguno de esos nuevos estilos cuajó entre los lectores; unos lectores, por cierto, bastante conservadores que se habían enganchado al personaje con John Buscema. En realidad, no es justo comparar ambas categorías de dibujantes en términos de calidad porque aquellos que participaron más en la colección tuvieron la oportunidad de mejorar sus estilos y perfeccionar su versión de Conan y el mundo Hiborio. Esa es, sobre todo, la razón por la que el trabajo de John Buscema fue el que estableció el molde definitivo del personaje.
Ahora bien, a esas alturas Buscema se hallaba tan sobrecargado con las historias de Conan tanto para La Espada Salvaje como para Conan el Bárbaro que era prácticamente imposible que sacara tiempo para entintar sus propios lápices. Y es aquí donde entran los artistas de origen filipino a los que, desde comienzos de los setenta, había recurrido Marvel buscando dibujantes y entintadores baratos y rápidos y que en buena medida determinarían el estilo visual de los diferentes magazines en blanco y negro de la casa, ya fueran los de bárbaros, artistas marciales o terror. Así, el estilo de Buscema para Conan fue, digamos, reconvertido en otros tres dependiendo del entintador que terminara sus lápices. De Ernie Chan (Ernesto Chua) ya hablamos en artículos anteriores y fue el que se ocupó sobre todo de Conan el Bárbaro. En la primera etapa de La Espada Salvaje destacaron sobre todo Alfredo Alcalá (quien en 1976 consiguió un visado de residencia permanente en Estados Unidos) y Tony de Zúñiga.
Buscema se erige en el pilar de La Espada Salvaje desde su primer número, con sus lápices entintados por Pablo Marcos. Pero ya en el número 2 (octubre de 1974), en la historia “El Coloso Negro” («Black Colossus»)), une sus fuerzas con el gran Alfredo Alcalá, sembrando la semilla de la grandeza que estaba por venir.
Se trata de la adaptación de un cuento de Robert E. Howard en el que Conan defiende un reino del ataque de un poderoso brujo resucitado tres mil años después de su muerte. La historia tuvo tan buen resultado artístico y de crítica que más adelante Marvel la reimprimió a todo color para una Treasury Edition. Un coloreado que resulta, por cierto, totalmente innecesario, ya que son precisamente las tintas de Alcalá, meticulosamente aplicadas en un estilo barroco y reminiscente de los grabados de Gustavo Doré, lo que hace de esta historia algo sobresaliente.
Por primera vez, el lector no echaba de menos el color. Se trataba de arte en blanco y negro pensado para disfrutarse en blanco y negro, de la misma forma que los directores cinematográficos anteriores al Technicolor utilizaban el blanco, el negro y los tonos de gris para fabricar sofisticadas texturas y atmósferas.
Durante los dos años siguientes, el trabajo conjunto de Buscema y Alcalá en La Espada Salvaje alcanzaría un nivel de excelencia capaz de medirse con cualquier otro cómic de calidad. Insuflaron auténtica vida al mundo hiborio y lo hicieron parecer tan real como el nuestro.
En el número 4 (febrero de 1975) aparece la historia “Sombras de hierro a la luz de la luna” («Iron Shadows in the Moon»), una de las mejor dibujadas de toda la serie. Originalmente publicada por Robert E. Howard en 1934, Roy Thomas realizó con ella una de las mejores adaptaciones al cómic, precisamente porque se resistió a la tentación de efectuar cambio alguno. Su fidelidad tanto al texto como al espíritu del relato de Howard da como resultado una historia que transmite todo su espíritu de misterio y terror, a un nivel rara vez conseguido cuando se trataba de relatos más modernos.
La trama transcurre en la época en que Conan se había erigido como rey de los kozakos –una suerte de bandidos inspirados en los jinetes ucranianos del (casi) mismo nombre–. Habiendo sido derrotados en batalla y prácticamente masacrados por un ejército turanio (los equivalentes a los turcos otomanos en el mundo hiborio), Conan ha conseguido sobrevivir ocultándose en los pantanos. Rescata a la esclava Olivia de ser violada por Shah Amurath, el general turanio y ambos huyen adentrándose en las aguas del mar interior de Vilayet tratando de huir del ejército vencedor.
Al cabo de unas horas llegan a una isla aparentemente desierta y en cuyo interior se alzan las ruinas de un siniestro templo. No tardan en darse cuenta de que algo los acecha desde la espesura pero cuando tratan de huir, encuentran su barca destrozada y un contingente de peligrosos piratas que desembarcan en la isla.
Se trata de una historia autocontenida que se puede leer independientemente de cualquier otra pero que, al mismo tiempo, está bien inserta en la continuidad del personaje. Es más, forma una suerte de bisagra entre dos periodos de su vida y en sí misma define la trayectoria global del propio personaje: al comienzo, está tan despojado de todo como imaginarse pueda: derrotado, herido, cubierto de barro y sobreviviendo a base de ratas crudas; pero gracias a su fuerza de voluntad, astucia y vigor físico, terminará la peripecia como capitán de un barco pirata con una bella mujer a su lado.
El dibujo de John Buscema y Alfredo Alcalá es magnífico. Parece ser que al primero no le gustaba en absoluto la técnica de entintado del segundo. A la vista del espectacular resultado, probablemente una de las historias mejor dibujadas del cimmerio, esto parece difícil de entender. Probablemente la razón de su descontento estribaba en que las detalladas e incluso barrocas tintas de Alcalá ocultaban en buena medida la línea de Buscema. Es más que probable, incluso, que en alguna ocasión el filipino ignorara por completo el dibujo de Buscema y diera su propia versión de la escena. No obstante, el don de Buscema para la composición de viñeta y el dinamismo de las figuras está inconfundiblemente presente en momentos como las peleas a espada o la huida de Olivia por la selva.
Afortunadamente, los lectores no tenemos que preocuparnos por estas cosas, sino solo disfrutar con el resultado. Las páginas-viñeta que abren cada capítulo son magníficas, como la escena onírica de Olivia en el interior del templo o la primera aparición de un Conan enfebrecido por la rabia y el agotamiento en la página tres. La combinación del texto de Thomas, la maestría narrativa de Buscema y las evocadoras tintas de Alcalá consiguieron un auténtico clásico en la historia de Conan.
El nº 5 (abril de 1975) es un auténtico tour de force entre Thomas y Buscema a propósito de la adaptación del relato “Nacerá una bruja” de Howard, ayudados por un conjunto de entintadores conocidos como La Tribu y entre los cuales destaca por su evidente influencia Tony de Zúñiga. Ya la portada, pintada por Boris Vallejo sobre un boceto de Buscema, muestra una de las más impactantes imágenes de Conan: aquélla que lo muestra crucificado. De hecho, se trata de una escena tan poderosa que John Milius y Oliver Stone se aseguraron de incluirla en su adaptación cinematográfica de 1982 (si bien en ese caso el responsable del martirio de Conan era el brujo Thulsa Doom y no el mercenario Constantius de la historia de Howard).
“Nacerá una bruja” es una de las mejores historias de Conan aun cuando transcurre en un pequeño reino, Khauran, que nunca volverá a aparecer en la vida del cimmerio. Es una narración brutal en la que cada uno de los personajes principales sufre un auténtico tormento físico y emocional. Tras dedicarse a la piratería en el mar de Vilayet, encontramos ahora a Conan como capitán de la guardia de Taramis, la joven y bella reina de Khauran. Ésta, sin embargo, es suplantada en secreto por su hermana gemela, Salomé, una bruja de cuya existencia nadie sabía puesto que sus padres, al ver la marca que la delataba, habían intentado matarla –sin éxito, claro está– abandonándola en el desierto. Salomé sobrevivió, alcanzó la maestría en las artes oscuras y regresó a su tierra natal para vengarse.
Haciéndose pasar por su hermana, la encarcela para divertirse con su tormento y deja que los mercenarios de su brutal amante, el mercenario Constantius, se apoderen de la ciudad instaurando un reinado de terror. Conan es el único que se ha dado cuenta de la verdadera identidad de Salomé, pero cuando trata de rebelarse es sometido y crucificado.
Desde luego, la crucifixión remite a una imagen muy enraizada en el cristianismo, aunque Conan es todo lo opuesto a una figura mesiánica y cristiana que imaginarse pueda. Aunque vive de acuerdo a un código de honor, rara vez perdona a sus enemigos, jamás pone la otra mejilla y, en lugar de aceptar pasivamente su destino, lucha con todas sus fuerzas para sobrevivir (¿quién no recuerda el momento en que destroza con sus dientes el cuello de un buitre que intenta atacarle creyéndole indefenso mientras está clavado en la cruz?) y conseguir su venganza. De todas formas, la crucifixión era un castigo muy común en la época de los romanos y miles de personas murieron de esta forma, muchas de ellas, seguramente, bárbaros norteños como el propio Conan. Robert E. Howard era un estudioso de la Historia y solía recurrir a ella para alimentar sus fantasías de espada y brujería.
En cualquier caso, Conan es rescatado por Olgerd Vladislav, jefe de los zuagiros, una suerte de merodeadores del desierto, quien le convierte en su mano derecha. El cimmerio no tarda en desplazar a Olgerd del liderazgo, destrozándole la mano y expulsándolo del campamento. Inmediatamente, organiza a los zuagiros para conseguir su venganza contra Salomé y Constantius…
Años más tarde, en 1979, se reeditó esta historia como parte de un Marvel Treasury Edition (nº 29), pero esta vez coloreada, un añadido que a todas luces era innecesario. Las historias que vieron la luz originalmente en La Espada Salvaje de Conan habían sido expresamente diseñadas para alcanzar su máximo efecto gráfico en blanco y negro.
Olgerd Vladislav es lo más cercano que Conan tuvo de una némesis, volviendo a cruzar sus caminos en dos ocasiones más. La primera de ellas fue en el nº 6 (junio de 1975), en “El durmiente bajo las arenas” («The Sleeper Beneath the Sands»), que se abre con un Olgerd moribundo, arrastrándose por el desierto con una mano fracturada por Conan en el número anterior.
A punto de ser devorado por los buitres, es rescatado y curado por un grupo de pacíficos peregrinos que se dirigen al templo del durmiente, donde oran y practican rituales para que no se despierte la criatura monstruosa de tiempos pasados que dormita bajo sus muros. El encuentro de Conan y Olgerd en ese lugar desatará la violencia, la sangre y el despertar del impresionante monstruo.
Es un relato con fuertes influencias lovecraftianas que remite de manera indirecta a los mitos de Cthulhu. Este tipo de referencias cruzadas a las obras de otros colegas era común entre los autores que publicaban en la revista Weird Tales (Lovecraft, Howard, Clark Ashton Smith…) y el propio Howard escribió varias historias sobre “Antiguos que duermen hasta que algún día despierten para destruirnos a todos”. Roy Thomas escribió esta historia siguiendo esas pautas y poblándola con personajes de fuerte carácter, acción y un grotesco elemento sobrenatural. El artista es Sonny Trinidad, que aporta un dibujo sólido y una narrativa ágil en la línea de John Buscema.
Al final de la historia, Olgerd supuestamente sufría una muerte horrible a manos del monstruo. Ello fue así porque Marvel no tenía los derechos para adaptar una historia, “La daga llameante” («The Flame Knife»), escrita por Howard en un entorno histórico y llevada al mundo hiborio por L. Sprague de Camp y Lin Carter, en la que volvía a aparecer el cruel adversario de Conan.
Cuando finalmente la editorial consiguió los derechos y adaptó la historia entre los números 31 y 32 de La Espada Salvaje, el lector se encontró con un Olgerd totalmente restablecido y en pleno uso de su mano derecha. Era una incoherencia que Roy Thomas no podía dejar pasar, aunque su explicación llegaría bastante más tarde, en el nº 58 (noviembre de 1980), en la historia titulada “El espejo de la manticora” («Mirror of the Manticore»), doce páginas muy bien dibujadas por Kerry Gammill en las que a través de la magia y la recuperación de la confianza en sí mismo, Olgerd vuelve a convertirse en un enemigo a tener en cuenta. Se trata de una curiosidad por cuanto ni Conan ni Red Sonja aparecen en absoluto en ella.
El siguiente encuentro entre Conan y Olgerd, ya lo he dicho, tendrá lugar en “La daga llameante” (31-32, julio-agosto de 1978), una variación del tema del “Anciano de la Montaña”, líder de la secta de los asesinos. En los días de las Cruzadas existió un ambicioso individuo llamado Rashid ad-Din Sinan que se hizo con el control de la secta de los hashshashin en Siria. Sinan encargaba a sus fanáticos seguidores cometer asesinatos de importantes figuras políticas y se dice que en su inexpugnable fortaleza en las montañas, Alamut, los Hashsahasin disfrutaban de las drogas y las mujeres en el entorno de magníficos jardines paradisiacos. Howard introdujo una variación de aquel episodio histórico en su serie de El Borak (un aventurero tejano de los años treinta que vagabundeaba por Asia Central, interviniendo en las rencillas y conflictos entre las tribus) y L. Sprague de Camp la reconvirtió en una historia de Conan ambientada en el mundo hibóreo.
Al empezar la historia, Conan está en Iranistán, liderando a los kozakos supervivientes tras su batalla contra las fuerzas turanias del rey Yezdigerd (visto en el nº 4 de la colección). Se ganan la vida sirviendo como caballería ligera al servicio del rey de esa tierra, Kobad Shah. Negándose a cumplir la orden de dirigirse a las montañas y arrestar a su amigo, el jefe tribal Balash, Conan decide abandonar su puesto junto a sus hombres y reunirse con éste. Allí se entera de los misteriosos sucesos que tienen lugar en un escondido valle y, siguiendo el rastro de Nanaia, su amante recién secuestrada, encuentra la ciudad de Yanaidar, cuyo líder, el Magus, comanda un ejército de asesinos. Conan finge querer unirse a sus filas esperando ganar tiempo hasta que lleguen sus hombres y poder rescatar a Nanaia. El inesperado encuentro con su antiguo enemigo, Olgerd Vladislav, segundo al mando de la ciudad, frustra todos sus planes y lo coloca en una difícil situación. En el clímax, un ejército de monstruos comedores de hombres inyecta algo de terror sobrenatural a esta historia de luchas y venganzas entre clanes del desierto.
Nanaia es el típico personaje femenino de carácter fuerte y decidido presente en muchas de las novelas de Conan no escritas por Howard. Por desgracia, Sprague de Camp lo desaprovechó y Roy Thomas tampoco lo volvió a recuperar para historias posteriores. Es de destacar también que esta es la primera vez en la colección que aparecerá una mujer enseñando los pechos de forma abierta, algo que se irá repitiendo en otras historias hasta que el conservadurismo de la presidencia de Reagan le puso fin.
Dado que La Espada Salvaje de Conan no era una revista que necesitase para su distribución del sello de la censura, el Comics Code Authority, y que estaba dirigido a un público más adulto, los desnudos femeninos no causaron nunca ninguna polémica. Además, solían estar bien justificados por la historia y aun en los casos en los que resultaban gratuitos, nunca alcanzaron los niveles de, por ejemplo, la cabecera Heavy Metal.
Las portadas, en cambio, eran harina de otro costal porque prácticamente siempre aparecía alguna mujer ligera de ropa en situación de peligro sin que en muchas ocasiones la escena representada tuviera relación alguna con las historias que contenía el interior la revista. Era, claro está, la descarada utilización del reclamo sexual para atraer al público masculino.
Volviendo a “La daga llameante”, desde el punto de vista gráfico, las fuertes tintas de Tony de Zúñiga –de quien hablaremos algo más adelante– ocultan casi totalmente los lápices de Buscema. Su estilo algo sucio y realista se ajusta bien a la parte de la aventura que transcurre en las montañas pero se queda corto a la hora de representar las supuestamente lujosas estancias del palacio del Magus (siempre se echa de menos el preciosista estilo de Barry Smith en estas escenas). Además y por desgracia, De Zúñiga hace un uso excesivo y ocasionalmente inadecuado de las tramas mecánicas, dando lugar a extraños efectos.
Retrocedamos en el tiempo y retomemos el orden cronológico. Neal Adams aparece acreditado como artista en “Sombras de Zamboula” («Shadows in Zamboula»), publicado en el nº 14 (septiembre de 1976). Tras lo insatisfecho que había quedado por su trabajo en el nº 37 de la colección mensual, Adams le dijo a Thomas que quería disponer del suficiente tiempo para ocuparse de este nuevo encargo. Thomas accedió a no fijar una fecha de publicación hasta que estuviera finalizado y Adams planificó todas las planchas a su gusto. Los bocetos estaban tan bien delineados que se podía entintar sobre ellos sin dificultad. Y, desgraciadamente, eso es lo que ocurrió.
Por algún motivo no revelado y sin permiso ni conocimiento de Adams, Marvel envió esas páginas a sus colaboradores filipinos de aquellos años, que pasaron los lápices a tinta firmando colectivamente como “La Tribu”. Aquello disgustó mucho a Adams, quien, considerándolo la gota que colmó el vaso, no volvió a colaborar para Marvel en sus series regulares.
En el nº 15 (octubre de 1976) se adapta una historia de Howard publicada en 1934: “El diablo de hierro” («The Devil in Iron»). Dibujada por Buscema y entintada con su más espectacular plumilla por Alfredo Alcalá, nos presenta a un Conan al comienzo de la treintena y asentado en las tierras del este, hostigando a las autoridades turanias durante su segunda etapa al mando de los kozakos.
Sabiendo de su debilidad por las mujeres hermosas, un noble turanio, Jehungir Agha, le tiende una trampa llevando a una bella esclava ‒que previamente le había mostrado al bárbaro durante un parlamento entre ambos bandos‒ a la isla de Xapur, en el mar interior de Vilayet, haciendo correr la voz entre los kozakos de que la muchacha se ha escapado y refugiado allí. Efectivamente, Conan acude a Xapur mientras las tropas turanias aguardan emboscadas en la costa; pero allí se encuentra con que de la nada ha surgido una ciudad habitada por lánguidos ciudadanos y en cuyo interior acecha un terrible brujo despertado de su sueño milenario.
A mediados de los setenta, Conan se había convertido ya en uno de los personajes más populares de Marvel. Dado que La Espada Salvaje de Conan se vendía a un dólar mientras que el comic book normal llevaba un precio de portada de entre 25 y 30 centavos (y, además, no era a color, por lo que resultaba más barato de editar), se alzó como una de las cabeceras más rentables para la compañía, tanto al menos como lo era Spiderman. Ello hizo que la editorial, en un momento en el que el resto de sus publicaciones para adultos en blanco y negro cada vez vendían menos, decidiera pasar la cadencia de la revista a mensual. Esto vino a sumarse al progresivo incremento de páginas, que pasó de las 36 del número 2 a las 45 del tres y 55 planchas del número cinco. Por más que la revista diera cabida a otros artistas, estaba claro que Buscema seguía siendo el más apreciado por los lectores y se le fueron encargando más y más historias para La Espada Salvaje, a lo que había que sumar su contribución mensual a Conan el Bárbaro.
Estaba claro que semejante carga de trabajo era inasumible y Buscema se vio forzado a elaborar meros bocetos que el entintador de turno debía completar con su propio estilo. La figura del entintador, por tanto, pasó a tener una importancia capital en el resultado final de cada historia, pero ello no supuso en principio un menoscabo a la calidad de los relatos, que siguieron manteniendo un notable interés.
Desde sus comienzos, La Espada Salvaje fue criticada por la aproximación gráfica que de Conan hizo John Buscema, dotándolo de una apariencia en absoluto noble o épica, sino ruda y estulta a tenor de algunos. Buscema soslayó el problema con su acertado lápiz y gran dominio anatómico, prueba de ello es el premio de la ACBA como mejor dibujante que obtuvo en 1974, y la aceptación mayoritaria de La Espada Salvaje por parte del público. El éxito de ventas permitió el incremento constante de sus páginas de historieta, todas ellas magníficas adaptaciones de relatos de Howard, pasando de las 36 planchas del número dos, a las 45 del tres y hasta las 55 páginas del ejemplar número cinco.
El fenómeno de Conan seguía pegando fuerte, con artistas de lo más diverso encantados de colaborar en los pin-ups que solía incluir la revista. También seguía presente la influencia de Barry Smith, cuyo intrincado estilo continuó inspirando a otros artistas aun cuando ya llevara tiempo alejado del mundo hibóreo. Pero mientras que sus imitadores interpretaron mal a su modelo, creyendo que el detalle era lo que lo definía, Smith regresó una última vez en el número 16 de La Espada Salvaje (diciembre de 1976) para demostrar lo equivocados que estaban.
“Gusanos de la tierra” («Worms of the Earth») era una adaptación de un relato de Howard que Smith había comenzado años atrás como continuación a “Clavos rojos” («Red Nails») y que los fans llevaban demasiado tiempo esperando ansiosos desde el anuncio del proyecto. Pasaron meses, y luego años, sin que se volviera a saber nada de Smith. Al final, cansado de esperar, Thomas decidió dar salida a las páginas ya terminadas por Smith y completar y terminar a historia recurriendo a Tim Conrad, un artista de nueva hornada cuyo estilo estaba modelado a partir del de Smith. Y, con todo, incluso aunque sólo las primeras siete páginas del primer capítulo estaban firmadas por Smith, quedó perfectamente claro que en el momento en el que las dibujó, seguía siendo el mejor artista de cómics del momento. Puede que Kirby fuera el mejor dibujante de comic books, pero Smith, que empezó su carrera como imitador de “El Rey”, le había superado en técnica.
La acción de “Gusanos de la tierra” transcurría durante la ocupación de Gran Bretaña por los romanos y se abría con una escena de crucifixión en la que Smith plasmaba toda la intensidad del horror y el drama. Pero esa perfecta historieta termina abruptamente en la página siete. Aunque Conrad realiza un trabajo admirable (de hecho, sería uno de los más prometedores valores de Marvel en aquellos años), son esas primeras planchas las que sirven de tristes ecos postreros de la gloria de Marvel en los setenta.
La historia principal de ese número 16, no obstante, es la que da inicio a la historia “El Pueblo del Círculo Negro” («The People of the Black Circle»), que continuaría en los números 17 al 19. Se trata de una de las mejores historias de Conan, publicada originalmente en Weird Tales en 1934. En este punto de la vida del cimmerio, cuando tiene alrededor de 34 años, ha dejado a sus kozakos para viajar aún más al este, a Afghulistan (el Afganistán de la Era Hiboria), donde se convierte en el líder guerrero de unas tribus de montaña. Tiene en mente levantar un imperio mediante la unión de varios de esos pueblos primero y la lucha contra el poderoso reino de Vendhya (la India), al sur y el imperio turanio al oeste a continuación.
En Vendhya, el rey muere víctima de la brujería y su hermana Yasmina jura vengarse de quien cree responsable: los temidos brujos de Yimsha, que moran en una remota fortaleza en las montañas, ajenos normalmente a los afanes de los hombres, aunque en esta ocasión, por razones no muy claras, decidieron intervenir a favor de Turán. Yasmina saldrá en busca del único hombre que piensa puede ayudarla en su venganza: Conan, a quien pretende chantajear usando como rehenes a sus capitanes tomados presos en una refriega anterior. Por supuesto, las cosas se tuercen debido a las intrigas políticas y las ansias de poder de ciertos individuos, y Yasmina acaba secuestrada por el cimmerio y expuesta a peligros mundanos y sobrenaturales. A destacar en esta historia tanto la dinámica trama como el personaje de Yasmina, una de las pocas mujeres de las historias de Conan que demuestra tener auténtica personalidad a pesar de no ser del tipo guerrero como Bêlit, Valeria o Red Sonja.
«El Pueblo del Círculo Negro” es el momento en el que comienzan a evidenciarse las grietas en el equipo Buscema–Alcalá. El minucioso y barroco entintado del segundo requería una gran cantidad de trabajo y a la altura del número 18 queda claro que Alcalá necesitaba un descanso. Era la tercera parte de un serial de cuatro y difícilmente puede encontrarse otra explicación a lo que sucede en el entintado –los lápices de Buscema siguen siendo igual de buenos que siempre– a no ser el agotamiento o las fechas de entrega –o ambos–. Probablemente, Alcalá se dio cuenta de que no podría entintar todo el capítulo a tiempo, así que debió echar un vistazo por su estudio hasta que su mirada recayó en unos pedazos de carbón tirados por ahí…y decidió utilizarlos para experimentar sobre los lápices de Buscema en lugar de seguir pasando interminables horas aferrado a la plumilla y el pincel. Y, francamente, el resultado es bastante decepcionante, tanto en la calidad como en el mantenimiento de la coherencia gráfica de toda la aventura.
Probablemente, a Thomas no se le pasó por alto este bache, pero también era sabedor de que los problemas con las fechas de entrega eran el principal problema de la Marvel de aquellos años y sin duda decidió que era mejor un mal número que ningún número. “Quizá, después de todo, a los fans les guste este experimento”, debió de pensar en un intento de racionalizar su visto bueno a ese número. No debió ser así y esa solución de emergencia por parte de Alcalá no volvió a aplicarse. En el siguiente número, el 19, vuelve a ofrecer el maravilloso trabajo de línea y sombreado que había seducido a tantos lectores. La cuarta entrega es tan buena como mediocre la tercera, un regreso a los mejores momentos del equipo Buscema–Alcalá, con esa improbable pero exitosa combinación del naturalismo fosteriano del primero con el barroquismo influido por Gustavo Doré del segundo.
John Buscema se quejó de que el entintado de Alcalá convertía a las mujeres que él dibujaba en una especie de actrices de cine mudo. Y tenía cierta razón, pero resultó ser un acierto para esta historia en particular gracias a su ambientación exótica en la lejana Vendhya.
El nº 20 (julio de 1977) incluía “La sombra deslizante” («The Slithering Shadow»), una de las más tópicas y menos apreciadas historias del personaje, publicada originalmente como relato en Weird Tales en septiembre de 1933. Conan ha servido como mercenario en un ejército aplastado en la batalla, por lo que se ve obligado a huir a través del desierto junto a Natala, una prostituta a la que rescató del pillaje en el último momento. Cuando ambos están a punto de morir, vislumbran una misteriosa ciudad y, al llegar a ella, encuentran que está habitada por humanos que pasan la mayor parte del tiempo sumidos en un sopor onírico producido por las droga y esperando a que una monstruosa criatura salga de los subterráneos y se alimente de ellos.
Es una historia que sigue una receta predecible y común a muchos otros relatos de Howard: un héroe perdido encuentra una ciudad perdida, algo de acción con un monstruo, unos toques sexuales (y, en este caso, lésbico-sadomasoquistas) y un desenlace feliz. A pesar de estos elementos reciclados, la historieta mantiene el sabor pulp de los relatos de los años treinta y es un thriller intenso bastante disfrutable, en buena medida gracias al gran trabajo de entintado de Alfredo Alcalá, aquí en su estilo “Gustavo Doré”. Además, aunque no tiene ni de lejos el carisma de Bêlit o Yasmina (de “El Pueblo del Círculo Negro”), Natala no es un mal personaje habida cuenta de lo breve que es el relato.
“El estanque del negro” («The Pool of the Black One», nº 22 y 23, septiembre y octubre 1977) adaptaba una historia de Robert E. Howard publicada en 1933. En ella, un Conan náufrago es recogido por el navío del pirata Zaporavo, donde no tarda en ganarse el aprecio de la tripulación. Al llegar a una isla, Conan desafía a Zaporavo en duelo por el mando del barco. Mientras tanto, Sancha, la amante del pirata, es secuestrada por unos gigantescos humanoides negros que habitan en una extraña ciudad y realizan grotescos ritos al borde de un estanque. Conan rescata a la muchacha, pero las criaturas, mientras tanto, secuestran al resto de la tripulación.
La historia, aunque sencilla y previsible, es una de las que mejor capturan el sentido del horror cósmico propio de muchos relatos de Howard. El origen de la amenaza sobrenatural nunca se explica pero el guión consigue el equilibrio idóneo entre lo grotesco y el terror puro. Además, se muestra a Conan bajo una luz bastante menos favorable que en otras ocasiones: asesinando por simple interés personal, algo que podría esperarse de un bárbaro, un ladrón y un saqueador, pero que resulta inquietante e incómodo cuando lo hace el supuesto héroe protagonista.
Por alguna razón, la historia fue dividida en dos números sin que su extensión o estructura narrativa exigieran tal corte. El que la primera parte, con John Buscema entintado por Sonny Trinidad, luzca bastante mejor que la segunda, con entintado de Alfredo Alcalá, sugiere algún tipo de problema para cumplir las fechas de entrega.
Trinidad, que había empezado a colaborar en la colección en el número anterior para aliviar la carga de trabajo de Alcalá, realiza un excelente trabajo: las escenas con múltiples figuras, los ropajes, los rostros, la exuberante naturaleza de la jungla, la extraña arquitectura de la ciudad perdida… La segunda parte, como dije antes, no tiene demasiado sentido como unidad narrativa en sí misma. Sólo dura 19 páginas y es básicamente una larga secuencia de acción que cierra la trama planteada en la primera. No es que el dibujo de Buscema y Alcalá parezca apresurado, pero muestra sobre todo figuras y descuida los fondos. Además, el entintador utiliza su técnica de aguada, más rápida y menos definida que el magnífico y barroco estilo de plumilla con el que había acabado otros trabajos.
La historia de Conan y Sancha iniciada en “El estanque del negro” tendría una conclusión años después en la aventura “El botín de la isla muerta” («Plunder of Death Island», nº 67, agosto 1981), en la que el barco pirata de Conan localiza y aborda un navío fantasma a bordo del cual se esconde un botín…y lo que queda de la espantosamente mutada tripulación.
De nuevo un guión sencillo con algunos elementos interesantes. Por ejemplo, que el brujo de turno no sea la principal amenaza del episodio; o que las aguas tóxicas hayan afectado tanto a la fauna del lugar como a los humanos. Pero, sobre todo, nos ofrece la oportunidad de saber qué sucede con las muchísimas “novias” de Conan una vez que la aventura ha concluido. En este caso, la chica es, como ya dije, Sancha, sobrina del duque de Kordava, en Zingaria, que había sido secuestrada por el pirata Zaporavo y obligada a convertirse en su amante.
Cuando Conan asesinó a Zaporavo, Sancha pasó a ser “de su propiedad”. A Sancha le gusta Conan pero no está enamorada de él y le pide que la deje en libertad; cuando el cimmerio le pone impedimentos, la muchacha lo traiciona para conseguir sus objetivos, un giro interesante respecto al tópico ya instalado en la serie.
También destacable es el apartado gráfico, a cargo de Buscema, Alfredo Alcalá y Kerry Gammill, un dibujante muy sólido al que creo que nunca se ha valorado lo suficiente. Resulta un acierto que, a pesar de haber transcurrido más de tres años desde la publicación de la historia que precedía cronológicamente a esta, Buscema y Alcalá respetan el mismo estilo de dibujo y entintado, retratando a Sancha con igual aspecto que entonces.
En el número 24, Thomas vuelva a adaptar el clásico relato “La Torre del Elefante” («The Tower of the Elephant»), que seis años antes ya había dibujado Barry Smith para el número 4 de la colección mensual a color. Esta nueva versión es uno de los grandes momentos artísticos en la historia del personaje, auténtico derroche de genialidad por parte de Buscema y Alcalá.
Tras acumular ya una larga experiencia con Conan, Roy Thomas decidió regresar al relato de Howard aprovechando el talento y la muy diferente aproximación gráfica de ambos artistas. Comparar ambas versiones, la de Smith y la de Buscema/Alcalá es la forma perfecta de ver las grandes diferencias entre ambas revistas. La de La Espada Salvaje parece menos apresurada, más evocadora y ajustada al texto original y, sobre todo, una obra más madura destinada a un público más maduro.
Los nº 26 y 27, “Más allá del Río Negro» y “Las bestias de Jhebbal Sag” («Beyond the Black River» y «The Children of Jhebbal Sag», enero y marzo de 1978) adaptan una historia original de Conan escrita por Howard y publicada en 1935. Es una de las aventuras más apreciadas por los fans del personaje, quizá porque se aleja de la archiconocida fórmula de este tipo de relatos y de su habitual ambientación exótica. Howard sitúa la acción en la frontera occidental de Aquilonia, una transposición directa del este americano en el siglo XVIII, un mundo de bosques tupidos habitados por aquilonios vestidos de ante y pictos que actúan como indios al estilo de El último mohicano. Conan no es el “extraño entre nosotros” ni el salvaje primario que se abre camino entre las decadentes civilizaciones hiborias; no, aquí está en su elemento, y aunque es un explorador y guerrero más dotado que sus compañeros aquilonios, se le retrata como el primero entre iguales.
La trama descansa principalmente en la aventura y Howard probablemente introdujo el elemento mágico sólo para satisfacer las exigencias del editor de Weird Tales, la revista en la que se publicó el relato original. Aquilonia, el reino más occidental del mundo hibóreo, ha ido extendiéndose hacia el territorio picto que lo separa del océano, colonizando una franja de territorio localizada entre los ríos Negro y Trueno.
Los colonos y soldados que los protegen son gente endurecida por la vida de frontera y el continuo estado de guerra que viven contra los nativos de la zona, los pictos. Conan es explorador en el Fuerte Tuscelán, encargado de mantener a los colonos a salvo. Pero la historia no está narrada desde su punto de vista, sino desde el de un joven aquilonio, Balthus, recién llegado a la zona. Ambos se encontrarán en territorio hostil justo cuando un hechicero picto llamado Zogar Sag, que tiene un extraño control sobre las bestias del bosque, está reuniendo a las tribus de la región para lanzar un ataque exterminador sobre los colonos blancos.
En el número 46 de La Espada Salvaje (noviembre 1979) se publicaría una secuela a esta aventura, titulada “Luna de sangre” («Moon of Blood»), escrita por Roy Thomas (a partir de una novela de L. Sprague de Camp y Lin Carter), dibujada por Ernie Colon y entintada por De Zúñiga. Era, básicamente, la misma historia que ya se había contado en la primera parte: un nuevo chamán picto, un nuevo compañero aquilonio para Conan, un traidor en las filas de los “blancos” y el protagonista salvándolos a todos matando al brujo. Pero es entretenido, hay mucha acción y se nos muestra cómo Conan ascendió de capitán de exploradores en los territorios pictos a general del ejército aquilonio, justo antes de los eventos narrados en “El tesoro de Tranicos”. En años posteriores irían apareciendo más relatos de Conan en su etapa de explorador en las Marcas Occidentales aquilonias, llegando incluso a presentar una especie de némesis en el lugar, el picto Shooz Dinj.
“Más allá del Río Negro” es, además, la primera ocasión en la que los dibujos de John Buscema son entintados en solitario por Tony de Zúñiga, que había realizado la misma labor en aventuras anteriores pero siempre como parte de la Tribu (en los números 5 y 10). Su llegada coincide con la disolución del binomio artístico Buscema–Alcalá, que había proporcionado quizá los mejores cómics de Conan hasta la fecha (con permiso de Barry Smith) eclipsando los trabajos de otros autores.
De Zúñiga tenía una forma muy diferente de terminar los lápices de Buscema. El suyo era un estilo deudor del de Neal Adams: realista, sobrio y elegante al tiempo que áspero, que ya había podido verse en un relato de complemento de doce páginas publicado en el número 3. Pero no fue hasta que formó equipo con Buscema que su trabajo llamó verdaderamente la atención, pasando a estar considerado ese tándem como uno de los mejores en la historia gráfica del cimmerio, para muchos, a la altura del de Buscema–Alcalá.
El suyo es un Conan ojeroso, con una mandíbula más suave que la que dibujaba Alcalá, más bronceado y con una mirada de acero que denotaba astucia y experiencia. De Zúñiga fue el único entintador que consiguió lo que parecía imposible: salvar la brecha entre el Conan de Buscema y el de Neal Adams. Sus terminaciones de los bastos bocetos de Buscema aportaban la verosimilitud y realismo propios del trazo de Adams.
En pocos años, De Zúñiga demostró que podía aportar a La Espada Salvaje una calidad similar a la de Alfredo Alcalá, pero adoptando una forma de trabajo que le permitía cumplir sin problemas las fechas de entrega. A diferencia de Alcalá, que recurría a una minuciosa técnica de plumilla para llenar las viñetas de detalles que aportaran tridimensionalidad y textura, De Zúñiga combina en los fondos pincel, pluma, tramas mecánicas y aguadas, pero siempre de forma bastante simplificada para así atender las exigencias de calendario propias de una serie mensual.
Puede que los cómics de Alfredo Alcalá dejaran boquiabiertos a los lectores e hicieran de él una leyenda entre los aficionados al personaje, pero a medio plazo su meticulosa forma de trabajar resultó ser insostenible. En cambio, De Zúñiga le ofrecía a Roy Thomas la seguridad de que respetaría los plazos de entrega sin descuidar el resultado artístico. Era su momento de gloria. Tras crear a Jonah Hex para DC y dibujar algunos otros westerns también para esa editorial, “Más allá del Río Negro” marcó su llegada a la primera división de Marvel. En poco tiempo, sustituyó a Alfredo Alcalá como principal entintador de Buscema en La Espada Salvaje (Alcalá, por cierto, prestó ayuda a su amigo en este número 26, tal y como se puede apreciar en las páginas 35, 37, 39 y 40).
Había pasado casi una década de publicar historietas de Conan en una u otra revista y el material original del personaje escrito por Howard estaba agotado. Tras un breve intervalo y una vez Marvel negociara con Conan Properties para hacerse con los derechos correspondientes en la primavera de 1978, Roy Thomas dispuso de una nueva fuente literaria para su adaptación: las novelas escritas por Lyon Sprague de Camp, Lin Carter y John Nyberg. Éstas eran en realidad pastiches que aprovechaban relatos inconclusos de Howard o buscaban huecos en la biografía de Conan para ambientar sus aventuras. En cualquier caso, Thomas siguió realizando una sobresaliente labor de adaptación y la calidad de los argumentos no registró una variación importante.
Fueron estos los años en los que la fiebre por Star Wars se convirtió en un fenómeno sin precedentes en el mundo del entretenimiento. Marvel había acertado al confiar en el producto antes de su estreno, cuando compró los derechos para la publicación de cómics basados en ese nuevo universo. Tras el estreno de la película, la colección de Star Wars vendía tanto que, literalmente, salvó a la compañía. En 1979, seguía siendo el título más vendido de Marvel con casi 280.000 copias por número. Pero los títulos de Conan no andaban lejos.
Gracias a Roy Thomas, la salud del personaje seguía siendo envidiable en un periodo muy turbulento en el que los editores se veían obligados a reducir el número de páginas y elevar los precios. El 4 de septiembre de 1978, Thomas y Buscema lanzan la tira de prensa de Conan, una obra que no comentaré aquí por considerarla menor (terminó en 1980). En marzo de 1980 se publicó el primer número de Conan Rey, también realizado por el mismo dúo creativo (se cerró en 1984 tras 55 episodios).
En La Espada Salvaje nº 36 (diciembre de 1978) se publica “Halcones sobre Shem” («Hawks Over Shem»), un relato de Howard ambientado en las Cruzadas que no se publicó durante su vida. L. Sprague deCamp trasladó el argumento al mundo hiborio de Conan y lo editó en 1955 dentro de la revista Fantastic Universe Science Fiction. Es una historia bien realizada en su argumento y dibujo y aunque se puede considerar como otra peripecia más de venganza en la que Conan aplasta unas cuantas cabezas sin obtener por el camino ni poder ni dinero, sí merece la pena destacarse como muestra de la pericia y compromiso de Thomas con el personaje.
Roy Thomas era, en el fondo de su corazón, un historiador. Trataba la continuidad de los cómics como si fuera una auténtica Historia, esforzándose por hacerla más verosímil e interesante. Los universos coherentes que imagina para sus argumentos hacen que uno quiera saber más sobre aquéllos. Pero eso no sería posible si se hubiera limitado, como otros escritores harían en Conan después de él, a escribir el guión del mes sin preocuparse demasiado por lo que había ocurrido antes o lo que debería pasar más adelante en la biografía del personaje ya establecida en la literatura.
En el caso de “Halcones sobre Shem”, la acción transcurre en la ciudad semita de Asgalun, en la que se está desarrollando una peligrosa lucha política: el rey loco Akhirom (un trasunto de Calígula) gobierna mediante el terror apoyándose en tres ejércitos mercenarios cuyos generales están enfrentados entre sí. De manera fortuita, Conan, que ha acudido en busca de venganza sobre Othbal, uno de esos generales, por un agravio pasado, se ve involucrado en un polvorín de codicia, sed de poder, celos y lujuria.
Pero es que, además, Asgalún había sido la ciudad sobre la que reinó el padre de Bêlit, la corsaria que formó pareja sentimental con Conan durante un par de años.
Aquel mismo mes de diciembre de 1978 se publicó el nº 93 de la colección mensual a color del bárbaro, en el que Thomas narraba cómo Bêlit ganaba y rechazaba la corona de Asgalún, sentando las bases para la caótica situación política que, veinte años después (aunque el mismo mes para el fan del bárbaro) iba a encontrar Conan en la ciudad.
Durante los años que estuvo al frente de las colecciones de Conan en Marvel, Thomas fue introduciendo muchos de estos elementos, personajes, situaciones o pequeños detalles que enlazaban con otros episodios pasados o futuros de la vida del bárbaro, estableciendo una sólida continuidad que, sin duda, fue uno de los factores que atrapó a multitud de lectores.
En el apartado artístico, tras una ausencia de varios números, regresa el equipo ya clásico John Buscema/Alfredo Alcalá. En esta ocasión, el entintador refrena un poco su inclinación al barroquismo, reservándolo para viñetas aisladas y páginas-viñeta de apertura y dejando más espacios en blanco que en trabajos anteriores. Hay una marcada ausencia de tramas mecánicas y otros efectos de aplicación de grises y una mayor atención a las figuras que a los fondos, permitiendo brillar algo más de lo habitual a los lápices de Buscema. Esto hace que la historia resulte algo inconsistente en tanto algunas páginas parecen más “Buscema” y otras más “Alcalá”. Es, de lejos, mucho mejor que cualquiera de los números no realizados por Buscema (exceptuando quizá los de Neal Adams), pero “Halcones sobre Shem” no está a la altura de otras colaboraciones de este mismo equipo gráfico.
El número 38 (marzo de 1979) adapta “El camino de las águilas” («The Road of the Eagles»), una historia escrita por Howard que originalmente había transcurrido en una fecha histórica: 1595. L. Sprague de Camp la modificó para convertirla en un relato de Conan incluido en el libro Tales of Conan (1955). Así, el reino de Turan sustituye al histórico imperio turco y los piratas del Vilayet a los del Mar Negro. A todo ello, De Camp añadió un elemento sobrenatural que realmente era innecesario.
“El camino de las águilas” (dibujado por Buscema y entintado por Tony de Zúñiga) es un ejemplo típico de historia ajena al mundo de Conan pero modificada para ajustarlo a él: de Camp adapta un relato de ambientación aventurera o histórica de tal forma que actúe como puente entre dos aventuras previas y que, además, subraye un importante acontecimiento político del mundo hibóreo.
En este caso en concreto, se nos muestra cómo Conan pierde la capitanía de un barco de piratas que había adquirido en “Sombras de hierro a la luz de la luna” (La Espada Salvaje, nº 4) y cómo el imperio de Turán pasó de las manos del rey Yildiz a las de su malvado hijo Yezdigerd (mencionado en “El diablo de hierro” (La Espada Salvaje, nº 15) y “El Pueblo del Círculo Negro” (nº 16-19). Así, en esta historia, la trama desarrolla dos líneas diferentes: por una parte, Conan busca venganza de un oficial turanio caído en desgracia, Artabán, después de que éste masacrara a su tripulación; por otra, cómo el propio Artabán es convencido para que ayude a un hijo exiliado del rey Yildiz, mantenido prisionero por un jefe de bandidos en las montañas, a convertirse en monarca de su propio imperio.
Entre los números 40 y 43 (mayo-agosto de 1979) se serializa una larga aventura, “Conan el Bucanero” («Conan the Buccaneer»), adaptación de una novela firmada por L. Sprague de Camp y Lin Carter y publicada en 1971. Como otros pastiches y “conanizaciones” de la época, trataba de llenar huecos en la vida de Conan y en este caso, lo hizo narrando lo que ocurrió tras convertirse en capitán del Wastrel al final de la historia de “El estanque del negro”. Aunque la opinión general es que no se trata de un buen libro, como historieta funciona bastante bien por cuanto los lectores de este formato están dispuestos a aceptar ciertas coincidencias y atajos que en la novela desentonan.
Su mayor interés para los aficionados al personaje reside en el papel clave que juega en la historia el brujo Thoth-Amon, desvelándose algunos datos de esta némesis de Conan.
Thoth-Amon ha sido descrito como el “Doctor Muerte del Mundo Hiborio”. Robert E. Howard lo mencionó en varios de sus relatos y, de hecho, fue el brujo que amenazó la vida de Conan en la primera historia publicada del personaje, “El fénix en la espada”. L. Sprague de Camp decidió convertirlo en el principal adversario del bárbaro, decisión un tanto forzada. ¿Por qué siempre un héroe ha de tener un “villano principal”? Las cosas no funcionan así en la vida real. Es más, en “El fénix en la espada”, Thoth-Amon no parece sentir una animadversión especial por Conan. Roy Thomas trató al personaje bastante bien mientras se ocupó del devenir del cimmerio, manteniéndolo principalmente en la sombra, una presencia formidable que no actuaba de forma directa; aparecía muy raramente y no tenía una “historia de origen”, por lo que cada una de sus intervenciones constituía un acontecimiento. Gracias a eso y a diferencia del Doctor Muerte, Thoth-Amon retuvo su aura de verdadera amenaza durante mucho tiempo.
Aunque supongo que a muchos lectores lo que verdaderamente les llamó la atención fue la princesa Chabela, coprotagonista de la aventura y a la que Buscema y De Zúñiga exhibieron en diferentes niveles de desnudez durante toda la narración. Chabela era la hija del anciano rey Ferdrugo de Zingara. Un malvado duque del reino, Villagro, pretende casarse con ella para así acceder al trono. Dado que la muchacha no siente el menor deseo de contraer dicho matrimonio, el noble recurre a los servicios de un brujo estigio de bajo nivel, Menkara, para manipular su voluntad mediante la magia. Así, la chica sufre terribles pesadillas por la noche, pesadillas que la impulsan a viajar a Shem y pedir consejo a su tío Tovarro. Villagro, entonces, envía a Menkara y su sicario, el corsario Zarono el Negro, para que la capturen y se dirijan al sur, a Estigia, con el fin de reclutar los servicios de un hechicero más poderoso, Thoth-Amon. Pero cuando Zarono y Menkara se encaminan al puerto para embarcar en el navío del primero, se topan con un sacerdote de Mitra que casualmente lleva el mapa de una isla del tesoro para su amigo Conan. Los dos secuaces de Villagro apuñalan al sacerdote y le roban el mapa, lo que desatará la ira del cimmerio y lo llevará a perseguirlos.
Ese es el comienzo de una aventura que llevará a Conan –y a Chabela, a la que acaba rescatando– a una isla desierta con monstruo incluido, la Costa Negra de sus días como Amra, el reino de las Amazonas y, finalmente, de vuelta a Zingara para impedir que Thoth-Amon se haga con el poder del reino.
Entre los nº 47 al 48 (diciembre de 1979-enero de 1980) se serializó la que para muchos es la última gran historia de Conan guionizada por Roy Thomas para La Espada Salvaje de Conan: “El tesoro de Tranicos” («The Treasure of Tranicos»). Se cuenta –justificadamente en mi opinión– entre las mejores aventuras del personaje.
Basada en el relato homónimo de Howard, integra elementos tanto de Fenimore Cooper como de Robert Louis Stevenson sin dejar de ser puro Conan. Hay piratas, salvajes ocultos en la espesura, una antigua maldición, un Tesoro por descubrir, un brujo, promesas y traiciones a cuatro bandas, una dama y una niña en peligro y grandes batallas.
Valenso, un noble zingario, se ha exiliado en una aislada fortaleza enclavada en la costa del territorio picto. Bajo su protección se halla su sobrina Belesa, a la que no duda en utilizar como moneda de cambio cuando a su puerta llegan dos piratas, Strombanni y Zarono, quienes, cada uno por su cuenta, se han enterado de que uno de los hombres de Valenso tenía conocimiento de la localización de un legendario tesoro. El noble nada sabe de todo ello, pero cuando llega a sus oídos que hay un misterioso hombre merodeando por la fortaleza, cae en el pánico y pacta con los filibusteros para que, a cambio de prestar sus hombres para encontrar el tesoro, le ayuden a huir.
Entonces llega Conan, quien ha atravesado todo el territorio picto huyendo tanto de las diferentes tribus de ese pueblo como de un vengativo rey Numedides de Aquilonia, celoso de su éxito en la defensa de la frontera del reino. El cimmerio, quien ha encontrado el tesoro pero que se encuentra tan atrapado en esa franja de costa como los demás, utiliza aquí más su ingenio y dotes para el engaño que la fuerza bruta, volviendo la delicada situación a su favor…lo que no le librará de tener que participar en una sangrienta batalla, combates singulares y el enfrentamiento contra el monstruo de turno.
“El tesoro de Tranicos” supuso además la recuperación para el mundo hibóreo de Gil Kane, añorado por los fans desde su aportación para los nº 17 y 18 de la serie mensual a color y el Giant-Size Conan nº 1-4.
En realidad, Kane sólo dibujaría las primeras treinta páginas de la entrega inicial. Luego fue sustituido por el siempre más puntual John Buscema.
A destacar también en el apartado gráfico la incorporación para esta historia de dos nuevos entintadores que aportaron una sensibilidad artística distinta a la ya establecida por los filipinos De Zúñiga o Alcalá: Josef Rubinstein, quien demuestra su manejo de las tramas y los pinceles; y, para la segunda parte y sobre lápices de John Buscema, Klaus Janson, cuyo reconocible estilo se adapta perfectamente al formato en blanco y negro, jugando con la luz y las texturas de una forma distinta a la de sus predecesores, rozando casi la experimentación.
Entre los números 49 y 52 (febrero-mayo de 1980), siguiendo con la biografía de Conan respecto al anterior arco argumental, se serializó “Conan el Liberador” («Conan the Liberator»), adaptación de Roy Thomas del libro del mismo título escrita por Lin Carter y L. Sprague de Camp.
Dibujada por Buscema y entintada por Tony de Zúñiga, esta es básicamente una historia bélica. Tras luchar contra los pictos en las marcas bosonias y conseguir una fortuna en “El tesoro de Tranicos”, Conan reúne en torno a sí a un grupo de aliados con los que reúne un ejército y marcha contra el maniaco rey de Aquilonia, Numedides. Hay muchas conversaciones estratégicas, maniobras e intrigas políticas, movimientos de tropas, escaramuzas y batallas, con las esperables dosis de brujería y algo de extraña fantasía ‒¿unos sátiros?‒ que parece pertenecer a otra historia. El Conan que encontramos aquí es ya un hombre maduro de unos cuarenta años, que reprime sus impulsos bárbaros consciente de que todo un ejército depende de él y que, al final de la aventura, conseguirá la corona que tanto tiempo atrás se le había profetizado: de ladrón, mercenario y pirata se había convertido por méritos propios en prestigioso general y, por fin, en monarca de Aquilonia, el reino más poderoso y próspero del mundo hiborio. La página final, con un Conan enfrascado en las cuentas del reino, representa el final de toda una etapa de su vida y el comienzo de otra, no exenta de aventuras, pero más centrada en la administración del reino y el sofoco de las intrigas de poder que se tejen a su alrededor.
La aplicación de las tramas mecánicas por parte de Zúñiga no se mostró muy acertada en las dos terceras partes de la historia, estropeando el entintado que él mismo había aplicado y oscureciendo en demasía determinadas figuras o fondos. En el último capítulo, sin embargo, abandona las tramas a favor de la aguada, lo que aclara el dibujo y le permite mayor juego con las tonalidades de grises.
Entre los números 53 y 55 (junio-agosto de 1980) Roy Thomas adaptó la novela de Andrew J. Offutt Conan y el Brujo («Conan and the Sorcerer»). Se trata de una aventura que transcurre en la juventud del cimmerio, cuando a los 17 años ejercía de ladrón en Arenjún. El frustrado intento de robo de un amuleto de gran poder, el Ojo de Erlik, le pone en manos de un brujo que le roba el alma y le impone una misión como condición para recuperarla. Es una historia entretenida que se beneficia de la presencia de una protagonista femenina de fuerte personalidad, Isparana, una ladrona de la ciudad-estado de Zamboula y una década mayor que Conan.
Es interesante observar el contraste entre la caracterización del Conan, digamos “Marvel” y el imaginado por otros autores. Mientras que en la serie mensual a color de Marvel el cimmerio nunca aparecía retratado como físicamente inepto o torpe en las artes de la guerra (excepto en el tiro con arco, habilidad que adquirirá como soldado del ejército turanio), tampoco resulta demasiado inteligente o interesado por nada que no tuviera que ver con la comida, la bebida, las peleas o las mujeres. En cambio, el Conan de las novelas de Offutt (que según muchos son las mejores del personaje no escritas por Robert E. Howard),demuestra ya una agudeza mental, dotes diplomáticas y capacidad para navegar en las intrigas de poder que más tarde en su vida lo llevarían mucho más lejos que tan sólo su fuerza o habilidad guerrera. Roy Thomas respeta ese rasgo en su adaptación y convierte al personaje en uno de los más interesantes de la Marvel de los setenta gracias, precisamente, a que ofrecía una evolución, un desarrollo mental (Shang-Chi fue otra excepción).
Gráficamente, Buscema dibuja a Conan con guiños a la etapa de Barry Smith en la serie regular de Conan el Bárbaro, tocándole con un casco con cuernos y un colgante con tres medallones. El entintado de Rudy Nebres en la primera parte aporta un barroquismo especial a los fondos y atrezzo, algo que se pierde con el más tosco trabajo de Ricardo Villagrán en el resto de la historia, si bien sus aguadas consiguen interesantes efectos de contrastes o momentos tan conseguidos y agobiantes como el encuentro con el demonio de arena.
Esa aventura continuaría entre los números 56-58 (septiembre-noviembre de 1980), en los que se adaptaba “La espada de Skelos” («The Sword of Skelos») a partir del libro homónimo de Offutt. Conan e Isparana viajan hasta Zamboula para entregar el Ojo de Erlik al tirano de esa ciudad. Allí se ven envueltos en las intrigas por el poder y traiciones a tres bandas –que suele ser siempre lo mejor de las historias de Conan- entre el khan, el rebelde que aspira a ocupar el trono y su manipulador mago-visir, Zafra, que ha puesto un hechizo letal sobre dos espadas. Zafra es una interesante variación del tópico brujo. No es un anciano barbudo y susurrante, sino que parece y se comporta como una joven, vanidosa y arrogante estrella del rock: disfruta de la atención, la riqueza, las mujeres y la influencia que sus talentos le proporcionan en la corte del khan.
En esa ocasión, Buscema vuelve a estar entintado con su competencia habitual por Tony de Zúñiga. Por cierto, que en este largo arco argumental de seis números, hay abundancia de desnudos y escenas de corte sadomasoquista más o menos explicito. Puede que ello venga explicado por el hecho de que la mayor parte de la bibliografía de Offutt consista en novelas pornográficas….
Es notable la cantidad de historias de Conan que Roy Thomas tenía en reserva cuando decidió marcharse de Marvel. Todas ellas fueron sirviendo para rellenar huecos en la revista durante meses.
Por ejemplo, “Las capas negras de Ofir” («Black Cloaks of Ophir», nº 68, septiembre de 1981), dibujada en solitario por Ernie Chan y basada en un argumento de Andrew J. Offutt (cuyas novelas del personaje, recordemos, habían sido adaptadas entre los nº 53-58 de la colección). Se trata de una historia sobre intrigas políticas alrededor de la corona de Ofir, un reino en el cual Conan ya había intervenido en el nº 44, ayudando a la reina Marala a escapar de prisión y huir a Aquilonia, donde adoptaría el nombre de condesa Albiona. Es una historia entretenida y dibujada con oficio por Chan, aunque no es la mejor que haya realizado.
Al mismo tiempo que se estaba lanzando Conan Rey, en 1980, a Thomas le llegó la hora para abandonar Marvel. Tras haber servido como puntal de la editorial, escrito largas etapas de las principales series de la casa (Sargento Furia y sus Comandos Aulladores, X-Men, Los Vengadores, Doctor Extraño, Daredevil, Hulk, Los Cuatro Fantásticos, Thor… y desde luego todos los títulos de Conan) y ocupado el sillón de editor en jefe de 1972 a 1974, se dio cuenta de que no era más que otro engranaje del que se podía prescindir.
Por entonces, Marvel había dejado ya de ser una editorial pequeña y familiar, un grupo de amigos pasándoselo bien y haciendo buenos cómics, por mucho que la compañía siguiera transmitiendo deliberadamente esa imagen. Stan Lee ya no aparecía por las oficinas y el propio Roy Thomas se había mudado a casi cinco mil kilómetros, a la soleada California, una vez dejó el puesto de editor en jefe en manos de Len Wein en 1974. Durante los setenta, aquél fue un puesto de atribuciones cada vez más difusas, porque los editores adjuntos acabaron teniendo una notable independencia; de hecho, algunos de los guionistas incluso editaban sus propios cómics, como era el caso de Roy Thomas con Conan el Bárbaro y las revistas en blanco y negro.
Pero en 1978, Archie Goodwin es relevado del puesto de editor en jefe a favor de Jim Shooter, quien se propuso cambiarlo todo. Quería centralizar la coordinación y producción de todos los cómics Marvel bajo un solo techo: el de las oficinas centrales en Nueva York. Durante años, la compañía, con sus muchos guionistas-editores, había carecido de una dirección unitaria y fuerte, lo que provocaba frecuentes retrasos en las salidas de ciertos números y chapuzas en la producción de otros. Shooter creía que su obligación era acabar con el caos y repartir y delimitar todas las responsabilidades de una forma que él pudiera supervisar.
Ello significó acabar con la independencia de algunos veteranos guionistas-editores de Marvel. Marv Wolfman fue el primero y Roy Thomas sabía que su turno no tardaría en llegar. De hecho, en el momento de renegociar su contrato en 1980, Thomas le dejó claro a Shooter que no trabajaría para Marvel si no tenía control editorial sobre su obra. Una conversación telefónica preliminar con Shooter le hizo pensar que sus demandas serían atendidas y encargó a su abogado que redactara el nuevo contrato. Cuando este llegó a manos de Shooter, sin embargo, rechazó los poderes de editor que le otorgaba el documento, lo que hizo sentirse a Thomas engañado y decepcionado, especialmente porque había tenido que pagar de su bolsillo el asesoramiento del abogado. A continuación llamó a Paul Levitz, editor en jefe de DC Comics, que no se lo pensó en contratarlo para un periodo de tres años.
De todas formas, es posible que la partida de Thomas fuera lo mejor que le pudo pasar a Conan. Tras 114 episodios de Conan el Bárbaro y muchísimas historietas para La Espada Salvaje, el equipo Thomas–Buscema se había quedado estancado. Cojamos ese mismo número 114, “La Sombra de la Bestia” («The Shadow of the Beast!», septiembre de 1980), por ejemplo. Aunque John Buscema y Ernie Chan seguían realizando historietas bastante sólidas narrativa y gráficamente, había claros signos de cansancio. Aún podía encontrarse alguna viñeta sorprendente aquí y allá pero, como sucede con la mayor parte de los artistas al final de sus carreras, sus antiguas capacidades estaban en declive. La intervención de Chan en el acabado final era cada vez más evidente, lo que apuntaba a que Buscema se limitaba a entregar meros bocetos (de hecho, en este número ambos profesionales están acreditados como “ilustradores” al mismo nivel, sin distinguir entre dibujante y entintador). Las poses y el trabajo de figuras de Buscema se repetían y la carencia de detalles en los fondos debía ser suplida por Chan.
Por su parte, Thomas parecía ya haber abandonado cualquier pretensión de contar algo nuevo. Tras tantas peripecias vividas por el bárbaro cimmerio, ya no quedaban trucos que sacar de la chistera y que pudieran siquiera tener apariencia de novedad. Conan se había enfrentado ya con todas las brujerías, amenazas sobrenaturales y monstruos imaginables. En este episodio, por ejemplo, tenemos un perro gigante y parlante que camina sobre sus patas traseras como un hombre y que resulta ser el receptáculo del espíritu de un brujo maligno que quiere utilizar al cimmerio y a la chica de turno como comida para su cachorro. Naturalmente, Conan, tras correr un poco de aquí para allá, consigue dominar la situación y resolverla a su favor. Sí, el guión estaba razonablemente bien escrito y el dibujo cumplía su función de forma competente… pero no había nada que el seguidor del personaje no hubiera leído ya cientos de veces.
El último número escrito por Thomas fue el 115 (octubre de 1980), fue doble y recuperó a la popular Red Sonja para la aventura. Sin embargo, ni Thomas ni Buscema parecían poner ya sus corazones en ello. Thomas escribió una nota de despedida a los lectores destinada a publicarse en ese número postrero, pero Shooter no la incluyó.
De la misma forma que la marcha de Stan Lee en los setenta había supuesto el fin de una época para Marvel, la de Thomas puso punto final a otra. No fue la única pérdida de un buen profesional que sufrió Marvel a raíz del nuevo cambio editorial. Muchos de los que habían contribuido a levantar la compañía y que habían crecido leyendo esos cómics, se marcharon, dejando a Marvel carente de una memoria “institucional” que quizá hubiera podido detener o al menos suavizar el abismo creativo que aguardaba tan sólo unos años en el futuro.
Por su parte, y estas alturas, La Espada Salvaje de Conan hacía ya algún tiempo que había entrado también en un proceso de fosilización creativa del que parecía difícil escapar. Las ventas seguían siendo buenas, pero precisamente por eso Marvel no tenía alicientes para dotar a su editor con una mayor asignación financiera que permitiera contratar a autores de cierto peso que aportaran una visión nueva. Éstos, por su parte, veían abiertas las puertas del floreciente mundo de las editoriales independientes, que les reconocían derechos de autor y les otorgaban una libertad creativa inaudita en la industria hasta ese momento y que, desde luego, no encontrarían en un personaje como Conan.
A partir del número 60 (enero de 1981), Michael Fleischer pasó a ser el principal guionista de la colección. Proveniente de DC –que por entonces sufrió un severo recorte en su catálogo, forzando a muchos autores a buscarse la vida en otras editoriales–, pronto quedó claro que no estaba a la altura de Roy Thomas en cuanto a compromiso y comprensión del personaje. Interrumpió la continuidad biográfica que hasta ese momento había ido tejiendo cuidadosamente su predecesor y se limitó a ir rellenando la revista con historias autoconclusivas ajustadas a una fórmula predecible por repetitiva en la que a base de agrandar el elemento sobrenatural (monstruos, brujos, criaturas bizarras de todo pelaje) se trataba de disimular lo aburrido de las premisas, el escaso carisma del protagonista y la gris caracterización de los secundarios. Tuvo a su favor, eso sí, que John Buscema y Ernie Chan mantuvieran el tono gráfico de la colección.
Con todo, hay algunas historias de esta etapa que revisten cierto interés, como “La cosa en el laberinto” («The Lurker In the Labyrinth», nº 71, diciembre 1981). Aquí, Conan trabajaba como mercenario para la ciudad corintia de Ezar Bar Q´um (una de las cosas que Fleischer no podía evitar era cargar sus nombres con apóstrofes). Los guionistas de Marvel decidieron que Corintia fuera una especie de confederación de ciudades-estado, lo que les permitía inventarse tantas urbes nuevas como necesitaran para la historia. Esta en cuestión está en guerra constante con su vecina y rival Khumar Rhun. Su rey acaba de morir envenenado, según muchos, por agentes de la ciudad enemiga. El monarca ha dejado el reino en manos de su joven hijo y heredero, el príncipe Nyad, su hermana mayor, la princesa Alissa, y el consejero –de aspecto claramente siniestro– Carnek. Antes de que Nyad tenga la oportunidad de ser coronado, es secuestrado. Conan recibe la misión de rescatar al joven, pero las cosas no son lo que parecen en este juego de intrigas cruzadas… El guión incorpora algo de humor tontorrón (al parecer inevitable en La Espada Salvaje de principios de los ochenta), pero no distrae de lo que es una historia seria y bien narrada sin parecer forzada.
El dibujo de Buscema y Chan está a la altura de sus mejores momentos. Los bocetos del primero proporcionan la energía, la fluidez de movimientos y el conocimiento y manejo de la anatomía; Chan aporta el barroquismo de su entintado y la atención por el detalle en fondos y personajes, más incluso que en otros episodios: los castillos tienen más pasillos y ventanales, las tabernas más clientes, los monstruos más pústulas… Chan, además, añade aguadas a sus contundentes líneas, aportando aún más matices y texturas.
Pero esa calidad residual no tardaría en diluirse. El cansancio de haberse ocupado tanto tiempo de un personaje y el ritmo de producción hicieron que el dibujo fuera descuidándose cada vez más, tanto por parte de Buscema como de Chan, mientras la editorial se empeñaba en no abordar la necesaria renovación y aportar el dinero que facilitaría la entrada de artistas de calidad. Ni siquiera la participación de gente como Gil Kane, Val Mayerik o Chris Claremont consiguieron levantar el nivel de la serie.
El regreso de Roy Thomas en el número 190 (octubre de 1991), tratando de volver a las adaptaciones de los nuevos libros de Conan publicados desde los años ochenta por varios autores, resultó un intento demasiado tardío para una revista en franca decadencia y con los lectores huyendo en estampida desde hacía años.
Aunque en general el trabajo de Roy Thomas en esta nueva etapa no estaba a la altura de lo realizado en los setenta, sí superaba con creces todo lo que diferentes guionistas habían ofrecido durante los últimos diez años. Por su parte, un breve regreso del dúo Buscema–Chan evidenció tanto el cansancio de ambos como el desfase que su arte empezaba a acusar respecto a las nuevas corrientes artísticas en el comic book.
Resulta indicativo de la incapacidad de renovación de la editorial en lo que se refiere a este personaje, que fueran Thomas y Buscema los firmantes de la última historia publicada en la revista antes de su cancelación, en el número 235 (julio de 1995). Cancelación en falso, puesto que en realidad fue sustituida por otra, titulada Conan the Savage, que era prácticamente la misma revista con otro título y un número uno en la portada con la esperanza de que ello mejorara las moribundas ventas. Pese a la adición del guionista Chuck Dixon y varios dibujantes (Enrique Alcatena, Tim Conrad, Rudy Nebres, Geoff Isherwood), el proyecto no cuajó y se le dio carpetazo con el número 10… de nuevo con una historia escrita por Thomas y dibujada por Buscema.
Algo parecido sucedió en la colección mensual de Conan. Cuando Roy Thomas regresó a Marvel quince años después y se hizo cargo otra vez de los guiones de la colección en el número 241 (febrero de 1991), ya no interesó a nadie más que a los irredentos fans que durante los años precedentes habían aguantado un infame baile de guionistas y dibujantes a cual más mediocre. Tampoco Thomas era ya el mismo que en los años setenta y con el número 275, publicado en diciembre de 1993, Conan el Bárbaro tocó a su fin como cómic regular de Marvel.
Lo que diferenció a Conan de otros cómics –más que sus hechiceros, monstruos, batallas y entornos exóticos– fue su enfoque y ambición. Enfoque porque se trató –algo inaudito hasta entonces en Marvel– de un auténtico antihéroe, un protagonista que robaba, se emborrachaba, se acostaba con mujeres y mataba a gente. Y ambición porque Roy Thomas trabajó sobre la cronología de los pulps originales desde los primeros números, permitiéndose la suficiente flexibilidad y licencias como para construir algo verdaderamente original dentro del mundo del comic book: desarrollar íntegramente la peripecia vital de un personaje literario cuyos principales hitos ya estaban marcados desde los años treinta y cuyos huecos se propuso rellenar de forma coherente. Todos los cómics que escribió Thomas podían así encajar sin fisuras en uno y otro momento de la vida de Conan.
A ello también ayudó el que Robert E. Howard escribiera la mayoría de sus relatos de Conan utilizando el mismo molde de “noble bárbaro contra civilización corrupta”, aderezado con monstruos, bellas mujeres y malvados brujos, una fórmula que puede trasladarse con facilidad desde la revista pulp al formato de comic book de veintitantas páginas. Muchos de los cómics de Conan se limitaban a tomar ese puñado de elementos y mezclarlos de forma mecánica y poco imaginativa. Son canciones de un solo acorde, pero pueden funcionar bien siempre y cuando el lector no alcance su punto de saturación. Aunque ya en las primeras ocho páginas se pueda predecir con exactitud qué va a suceder con la mujer, el brujo y el tesoro, muchas de esas historias siguen resultando hoy una lectura entretenida, dinámica y, en el caso de contar con un dibujante de la calidad de Barry Smith o John Buscema, una delicia visual.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de viñetas, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.