King Kong es uno de los grandes (en todos los sentidos) monstruos de la Historia del cine. La criatura original conquistó en 1933 el corazón de los espectadores gracias a su indudable carisma y su trágica muerte en lo alto del Empire State Building. RKO hizo inmediatamente una secuela, El hijo de Kong (1933), pero el reinado del gran gorila fue breve debido a la irrupción, ya en los cincuenta, de Godzilla y una avalancha de películas de serie B protagonizadas por monstruos progresivamente más ridículos. En los sesenta los derechos se cedieron a Toho, que integró al simio en su universo de kaijus nipones. Hubo que esperar hasta 1976 para ver reformulada de forma mediocre la historia original en una producción de Dino De Laurentiis; y ya en 2005, Peter Jackson recuperó a la criatura en un remake de bastante mejor calidad pero que no terminó de convencer a todo el mundo. Asimismo, existe una ridícula secuela del remake de 1976 y un par de series animadas.
Kong: La Isla Calavera fue un proyecto que anduvo circulando por Hollywood durante varios años. Neil Marshall, director de The Descent (2005) estuvo vinculado a una versión temprana del mismo, Skull Island: Blood of the King, basada en un cómic y que habría servido de secuela directa de la historia original, con el hijo de Carl Denham regresando a la isla maldita. Posteriormente, se reconvirtió en un reboot que pasó por varias manos, incluyendo las de los directores David Slade y Joe Cornish, antes de que se pusiera al frente definitivamente Jordan Vogt-Roberts, un relativo recién llegado que aparte de cierto recorrido en la televisión tan sólo contaba con un título cinematográfico previo en su haber, Los reyes del verano (2013).
En 1973, Bill Randa (John Goodman), un científico que está obsesionado con la criptozoología, convence al gobierno norteamericano para que financie una expedición a Isla Calavera, en el Pacífico, una zona que ha permanecido inexplorada debido a las pésimas condiciones meteorológicas que siempre se registran allí. Randa solicita también apoyo militar y se le asigna una unidad aerotransportada comandada por el coronel Preston Packard (Samuel L. Jackson) y que acaba de ser desmovilizada de la guerra de Vietnam. También se une al equipo James Conrad (Tom Hiddleston), un excomando británico que ahora ejerce de rastreador; y la fotógrafa de guerra Mason Weaver (Brie Larson).
Al llegar a la isla, el grupo de helicópteros es destrozado en pleno vuelo por un mono de cuarenta metros de alto. Aislados en la jungla y separados en dos grupos, los supervivientes tratan de acudir al punto de recogida inicialmente establecido pero su propósito se ve dificultado por la peligrosa fauna que habita en la isla. Packard, por su parte, sucumbe a sus demonios de la guerra y se obsesiona con matar a King Kong al coste que sea necesario. Sin embargo, tras encontrarse con Hank Marlow (John C. Reilly), un piloto norteamericano cuyo avión se estrelló en la isla durante la Segunda Guerra Mundial, se dan cuenta de que Kong es en realidad el protector de la isla, una barrera natural contra unos monstruos subterráneos infinitamente más peligrosos y agresivos que él.
Kong: La Isla Calavera construye un universo cinematográfico muy diferente al de sus predecesoras y también más complejo (a excepción, quizá, de las versiones japonesas). La película aparece en un momento en el que Marvel Comics había registrado en un colosal éxito creando una serie de films de superhéroes unidos por una continuidad interna. A la vista de esto, otros estudios se lanzan a replicar la fórmula utilizando sus propias franquicias. DC-Warner había emprendido ya una carrera frenética por conseguir la misma cohesión entre sus superhéroes y Universal recuperó sus monstruos clásicos (La Momia, Drácula, el Hombre invisible) con el mismo propósito en su Dark Universe.
Pues bien, habiendo obtenido unos buenos resultados con su remake de Godzilla (2014), Warner decide expandir un nuevo universo a partir de ese núcleo y de acuerdo con la productora Legendary Pictures (que había conseguido la cesión de derechos de Kong por parte de Universal), creando lo que se ha denominado el “Monstruoverso”. Así, en la película –con un primer guion de Max Borenstein, responsable también del de Godzilla– encontramos referencias a un MUTO (Massive Unidentified Terrestrial Organism. En español: Organismo Terrestre Masivo No Identificado), mientras que los créditos finales muestran imágenes de pinturas rupestres representando a Godzilla, Mothra y Ghidorah, todos ellos intervinientes en la siguiente entrega de este universo compartido, Godzilla: Rey de los Monstruos (2019), en la que, a su vez, hay varias referencias a Kong y la Isla Calavera. En su momento, Warner anunció Godzilla vs. Kong para 2020, aunque la irrupción del virus Covid–19 retrasó un año su estreno.
Esta reimaginación de Kong como parte de un universo más amplio de criaturas ha transformado completamente su naturaleza. Ya no estamos ante una historia sobre el destino trágico de un monstruo que se enamora de una chica hermosa y acaba aplastado por las mezquindades de la civilización, sino una épica protagonizada por un protector heroico de la humanidad. Un camino similar, por otra parte, al que siguió Godzilla, que de destructor de ciudades acabó ascendido a héroe en las secuelas de los años sesenta producidas por la Toho.
También es destacable que Kong: La Isla Calavera se separe de la narración original del mito de King Kong. Se conservan la isla y el simio gigante; pero aunque hay nativos, éstos son marginales en la trama y no llevan a cabo ningún sacrificio humano –de hecho, protegen al equipo expedicionario–. No hay tampoco dinosaurios, aunque sí algunos otros monstruos, incluyendo los MUTOS y varias especies de insectos gigantes. El equipo de filmación ha sido sustituido por una mezcla de exploradores, científicos y militares. Y no existe el tradicional tercer acto en el cual Kong era capturado y llevado al mundo civilizado, donde encontraría su trágico final encaramado a la cima del emblemático rascacielos. Ello implica, por tanto, que el monstruo no muere y se deja abierta la puerta a una mayor exploración de su universo.
Quizá lo más llamativo de esta versión es la ausencia de nada que se parezca a Fay Wray, Jessica Lange o Naomi Watts. La única mujer presente es una aventurera no precisamente indefensa ni remilgada, Mason Weaver, con la que Kong forma una especie de asociación implícita y a la que salva de ahogarse transportándola en la palma de su mano. Pero en ningún momento el simio la coge prisionera o se obsesiona con ella, quizá porque los guionistas decidieron –con acierto, en mi opinión– que el secuestro de damiselas y el forzado romance interespecies no funcionarían narrativamente tan bien en los tiempos que corren.
Dentro de su propio universo y no comparándolo con otras encarnaciones de King Kong, Kong: La Isla Calavera funciona bastante bien como lo que es: un film de aventuras. En la película de 1933, las escenas en el mundo perdido de la isla ocupaban parte pero no todo el metraje; en la de 2005, ya tenían más peso que el segmento de Nueva York; y ahora, toda la acción se concentra en ese lugar. No en vano, el propio título ya deja clara la importancia que va a tener el escenario en el que transcurre la acción. El director divide ésta en diferentes grupos de personajes que pasan por distintas peripecias conforme atraviesan un territorio lleno de paisajes impresionantes (excelentemente fotografiados por Larry Fong en localizaciones de Vietnam, Hawái y Australia) y fauna sobrecogedora: insectos palos camaleónicos del tamaño de troncos, arañas de inmensas dimensiones; pulpos capaces de enfrentarse con Kong; incluso un búfalo de agua tan grande como un camión.
La Isla Calavera que crean Jordan Vogt-Roberts y Larry Fong bien puede ser la definitiva. No han caído en los excesos digitales que lastraron la versión de Peter Jackson y cada uno de sus bestiales habitantes tiene una presencia física creíble. Y esto significa que esta Isla Calavera parece lo que debería ser: un lugar terrible, peligroso, casi lovecraftiano, un ecosistema único en el que los humanos no son bienvenidos. Es, también, un lugar sorprendentemente polifacético en el que existe tanta belleza como muerte. Hay planos dignos de un póster en mitad de cada escena de acción, pero más allá de su atractivo estético tienen un sentido narrativo: impulsan la trama o revelan nuevos aspectos de los personajes, los monstruos o la propia isla. Además, el director inserta momentos de inesperada tranquilidad en este paraje de múltiples peligros, como el encuentro con el búfalo de agua. Esos pasajes, repartidos por el metraje, le dan a la isla una verosimilitud que nunca antes se había alcanzado.
Los nativos están asimismo bien retratados. Mientras que en versiones anteriores los habían imaginado como unos nihilistas adoradores de la muerte directamente extraídos de la imaginería pulp, Isla Calavera ofrece una interpretación algo más sofisticada, como descendientes de una cultura en decadencia que saben más de lo que parece y que han aprendido a coexistir con los enormes animales con los que comparten la isla. Sí, en el fondo siguen siendo un adorno, un aderezo exótico, pero al menos no tan flagrante ni ofensivo.
Los tráilers se centraban sobre todo en los personajes de James Conrad y Mason Weaver, pero realmente ninguno de los dos registra un arco propio. Pasan por mucho y hacen un montón de cosas, pero no se puede decir que experimenten un desarrollo, que terminen la aventura siendo diferentes a como la empezaron. Al principio se nos informa de que Conrad es un amargado soldado de las fuerzas especiales inglesas reconvertido en rastreador… y exactamente eso es lo que sigue siendo al final. De la misma forma, el pacifismo de Weaver –cuya inclusión en el equipo está escasamente justificada y sólo parece obedecer a la obligación no escrita de incluir un personaje femenino fuerte– es su característica definitoria al principio y al final. Esa falta de evolución, en sí misma y para una película de puro entretenimiento como esta, no es necesariamente malo.
Sí hay personajes que el guion desperdicia, como San Lin (Jing Tian), que apenas tiene nada que hacer y cuya presencia sólo se explica por la participación china en la financiación de la película; o Victor Nieves (John Ortiz) y Landsat Steve (Marc Evan Jackson), que quedan reducidos al segundo plano poniendo caras de preocupación. Para compensarlos, tenemos a John C. Reilly interpretando al náufrago Marlow, errático y socarrón pero entrañable en último término; y, claro, Samuel L. Jackson, tan sólido siempre en su papel de militar al que la situación revela como un lunático violento trastornado por la guerra.
De hecho, la guerra, la de Vietnam, juega en la historia más papel del que podría parecer. La acción arranca en los últimos estertores de ese conflicto y el coronel Packard es un producto del mismo, un oficial dispuesto a cometer actos monstruosos apoyándose en razonamientos aparentemente sensatos. Hubiera sido fácil para un actor menos dotado tropezar y caer en la autoparodia, pero Jackson esquiva el peligro y nos ofrece a un militar esencialmente honesto, preocupado por sus hombres y eficaz, pero que no sabe hacer otra cosa más que combatir y que, incapaz de enfrentarse a una vida de paz, termina convirtiéndose en una especie de capitán Ahab, persiguiendo a su monstruo particular con la excusa de rescatar a sus hombres primero y vengarlos y proteger a la especie humana después. Y Kong es su enemigo soñado, el último soldado sobre el campo de batalla que es Isla Calavera, herido y cansado tras mil combates. Packard quiere una nueva guerra; Kong, por el contrario, es lo último que desea.
Frente a Packard, en el nivel humano, se alza su opuesto: James Randa, interpretado por otro actor, John Goodman, que mejora cualquier película con su sola presencia. Randa es uno de los enlaces con Godzilla, el representante de la organización secreta Monarch, un individuo al que Goodman dota de múltiples facetas, desde la autoridad y la frialdad científica hasta aspectos bastante más oscuros. Si Packard, ya lo he dicho, quiere una guerra, Randa necesita un enemigo que de sentido a Monarch, el proyecto de su vida. Los dos hombres orbitan uno alrededor del otro atrapados por una red de dependencia y desconfianza mutuas. Un aspecto este en el que habría merecido la pena profundizar más.
Por tanto, y quizá con excepción de los veteranos, Packard y Randa, el resto de personajes humanos encajan en arquetipos bien conocidos y, por tanto, predecibles aunque también eficaces en el contexto de una producción de aventuras como esta: el líder, el mártir, el forzudo, el cerebro, el malo, el narrador, el científico obsesionado que pone a todo el mundo en peligro… Individualmente no son particularmente interesantes ni tienen demasiado carisma o personalidad, pero en conjunto funcionan bien y cumplen con su principal misión: hacer de Kong un personaje más complejo e interesante de lo que nunca lo había sido.
Desde su primera aparición y hasta la película de Jackson, las historias de Kong siempre habían hecho hincapié en su humanidad, escondida en algún lugar bajo su exterior bestial. Pero en Kong: La Isla Calavera, el enfoque es diferente. Se nos informa de su historia y propósito y de adversario terrorífico que se limita a cuidar de sus necesidades básicas, pasa a ser un protector heroico con una misión definida, la de garante del equilibrio de la vida sobre el planeta. Incluso su lenguaje corporal cambia a lo largo de la película: su ferocidad animal del principio se transforma en la arrogancia de un rudo campeón con el que resulta más fácil simpatizar. Es un Kong nuevo y del que el espectador queda con ganas de saber más.
En mi opinión, Industrial Light and Magic no ha conseguido hacer de Kong un personaje tan carismático, sutil y detallado como el que Weta Workshop diseñó y animó para Peter Jackson; no imprimen en su rostro y cuerpo la extensa galería de expresiones, gestos y movimientos que veíamos en el gorila de aquella película. Dado que la intención es integrar a Kong en el universo de Godzilla, forzosamente había que abandonar el diseño “realista” de la versión de 2005 para recuperar al primate de enormes dimensiones y con aspecto antropomorfo del original. Lo cual no quiere decir que el trabajo de ILM aquí sea mediocre, ni mucho menos. Los combates entre las criaturas son técnicamente sobresalientes y la batalla del clímax entre Kong y el MUTO es absorbente. Asimismo, Jordan Vogt-Roberts consigue construir imágenes icónicas que apelan al sentido de lo maravilloso, como la cara de Kong saliendo de un muro de llamas para clavar su mirada en el coronel Preston; el simio emergiendo de la niebla o su mano descendiendo bajo el agua a cámara lenta para rescatar a Mason.
A menos que se tenga una predisposición abiertamente negativa hacia las películas de monstruos gigantes, Kong: La Isla Calavera ofrece exactamente lo que vende. No se van a encontrar aquí conceptos de altos vuelos con los que estimular el cerebro ni reconsiderar la naturaleza de la existencia, sino un espectáculo de aventuras muy entretenido y de argumento sencillo que recupera con dignidad al icónico simio y fusiona, sin pretenciosidad pero con mucho acierto, el clasicismo del género (mundos perdidos, criaturas tan fascinantes como peligrosas, heroísmo, traición, locura, peligro) con referentes del cine moderno (Apocalypse Now de Coppola, John Woo, Zack Snyder, Terrence Malick…). Dentro del Monstruoverso, es superior a las películas de Godzilla que le precedieron y sucedieron, pero está por ver que la propuesta pueda estirarse mucho más sin caer en la reiteración.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.