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Indigestión de Heston: mis películas favoritas de Charlton

Durante toda mi vida he seguido la carrera de Charlton Heston como se sigue la de un semidiós. Si sus películas eran bigger than life, él era bigger than human.

Aquí va mi lista de películas inolvidables de Chuck Heston (en realidad, todas las que he visto), un hombre al que siempre admiré. Durante varios años tuve el número telefónico directo de su casa, conseguido en un festival de cine. Aunque jugaba con la idea como se juega con una travesura estimulante, nunca me atreví a llamar, pese a que sabía que él contestaba personalmente (una buena amiga dio fe de ello un día). O quizá precisamente por eso.

Imagen superior: En 1963 Charlton Heston fue la cabeza visible de Hollywood en la Marcha a Washington por los Derechos Civiles de los ciudadanos afroamericanos. Por aquel entonces, no era cool mostrar en público un compromiso social de tal calibre, y menos para un estereotipo anglosajón de la catadura de Heston. En aquella masiva manifestación contra el racismo también participaron Sammy Davis Jr., Burt Lancaster, Marlon Brando y Harry Belafonte.

Siempre me gustó Heston por defender sus ideas sin miedo a las coacciones de los medios ni a las modas; por defender a punta de pistola (ja, ja, ja) a los directores y actores en los que creía, independientemente de su credo político, como hizo con Orson Welles, Sam Peckinpah o Vanessa Redgrave; por su educación y profesionalidad, garantizada por todas las personas que se cruzaron con él y me lo contaron, más sorprendidos que yo, durante los años que trabajé en el circuito de festivales de cine; por ser, junto a Kirk Douglas, mi actor favorito del Hollywood clásico.

Si Kirk era el héroe extrovertido y promiscuo, Heston era el contenido y torturado: lo mismo vale casi para definir sus idearios políticos.

No nos pongamos aún más solemnes. Charlton, gracias por estos momentos:

Cuando ruge la marabunta (The Naked Jungle, 1954), de Byron Haskin

Hay algo en esta película que me resulta irresistible y no sé qué es. Cuando la volví a ver recientemente ‒la infancia nunca te da todas las pistas‒, me asombró que, por una vez, el héroe de la aventura fuese un hacendado ¡virgen!

Heston ya había desarrollado esa manera de apretar la mandíbula terciada para expresar la represión de sus instintos primarios, que es básicamente lo que hacen las personas biológicamente conservadoras: asumen que la base de la civilización es la autorrepresión y que el hombre debe ponerse un límite o el horror sería insoportable (naturalmente, la demarcación de esos límites también pueden ser un pasaporte estupendo a ese mismo horror). Y no me quito de la cabeza aquella manera tan viril y sexy que tenía de lanzarse al agua cuando las hormigas le reconcomían en el dique.

El secreto de los incas (Secret of the Incas, 1954), de Jerry Hopper

No recuerdo nada rescatable en esta peli, salvo el look à la Indiana Jones de Heston y la presencia de la soprano peruana Yma Sumac, cuyos CDs de mambo me pongo cada mañana en mi casa (es lo único relativamente cool de lo que puedo presumir musicalmente, por eso lo menciono aquí).

Sed de mal (Touch of Evil, 1958), de Orson Welles

Odio el jazz, pero tengo reconocer que ver Sed de mal es embarcarse en un viaje jazzístico donde lo que importa nunca es la meta, sino el vertiginoso y elegante recorrido. Heston mola de mexicano casi tanto como Brando. O quizá más, porque no bufa tanto.

Horizontes de grandeza (The Big Country, 1958), de William Wyler

Disculpen la herejía contra mí mismo, pero creo que esta película ha perdido algo con el tiempo: o el tiempo ha exagerado quizá su ampulosidad formal, ha acentuado su rigidez clasicista, su complicidad coyuntural. Ese subrayado continuo del tema principal… Sea como sea, durante muchos años compartió con Río Bravo la categoría de western predilecto en mis entrañas. Aun hoy, sigo rezumando adrenalina, emoción y ganas de hostiarme cada vez que veo al capataz sudista, sufriente, sudado y sulfuroso dándose de piños con el petrimetre yanqui, remilgado, educado y civilizado.

Por supuesto, yo siempre estuve del lado del más humilde… y el más resentido. ¡Haz morder el polvo a ese caballerete, Charlton!

En honor a Gregory, hay que decir que Peck también molaba mucho, y que es justo que no quedara solamente uno en pie. Aunque si yo hubiera sido el caballo…

Misterio en el barco perdido (The Wreck of the Mary Deare, 1959), de Michael Anderson

Esta película no me gusta en mis recuerdos, pero es reseñable por unir dos personalidades tan diferentes como la de Gary Cooper y Charlton Heston. Cooper era otro de mis actores fetiche, quizás más en la niñez y por influencia paterna. Su silencio no es torturado, sino calmo (él sí era El hombre tranquilo por antonomasia). Algún día escribiré un subensayo sobre las similitudes interpretativas (qué digo, existenciales) entre Kevin Costner y Gary Cooper, sobre todo cuando hacen comedia.

Ben-Hur (Ben-Hur, 1959), de William Wyler

La primera vez que me tragué esta película ya era talludito y me puse a verla porque estaba solo y no tenía nada que hacer (supongo que ya me habría masturbado también). El caso es que mientras la miraba embobado, me preguntaba por qué motivo había sido tan idiota como para no haberla fagocitado nunca durante todo el tiempo que TVE la programaba anualmente en Semana Santa. (¡Con la de veces que me casqué La túnica sagrada con Victor “Stallone” Mature!)

Sólo puedo decir que probablemente sea la película de Heston que vuelva a revisar primero: todo en ella me pareció tremendo, y digo tremendo desde la perspectiva de lo dramático. Tremenda la relación homoerótica entre Mesala y Ben-Hur, tremenda la carrera de cuadrigas, y tremenda la visión escenográfica que se ofrece de la lepra. ¿Dónde nació la imaginería en torno al mito zombi, sino aquí? La visita de Ben-Hur a la cueva de los leprosos en busca de su madre y su hermana, me parece uno de los momentos más conmovedores y terribles que he presenciado en ficción alguna.

El Cid (El Cid, 1961), de Anthony Mann

La épica western de Mann no se ajusta del todo bien a la épica medieval, pero aun así la peli es bastante chula. Heston parece que se toma más en serio este mito castellano que los propios castellanos, y eso no deja de ser gracioso y desconcertante (y seguramente de agradecer, comprobado nuestro expediente histórico).

55 días en Pekín (55 Days at Peking, 1963), de Nicholas Ray

Esta película nunca me ha gustado. Me parece rimbombante y aburrida. Pero ligada a ella hay una anécdota, creo que referida por el propio Heston en su magnífica autobiografía y que también recoge Marcos Ordóñez en su interesante libro sobre Ava Gardner, Beberse la vida, que indica mucho del talante de nuestro hombre: el rodaje se realizó en España y durante una fiesta privada de despedida, Heston se marchó de madrugada sin encontrar a la Gardner… sólo para topársela en la carretera, borracha perdida, toreando los coches con su abrigo. “Una mujer triste”, pensó Heston, siempre dispuesto a proyectar una mirada compasiva hacia la autodestrucción.

Mayor Dundee (Major Dundee, 1965), de Sam Peckinpah

Nuevo dúo con otro autodestructor de lujo; el conservador y el mal conservado por antonomasia, juntos y revueltos. Habría que examinar atentamente la psicología de Heston para adivinar qué le motivaba a trabajar a las órdenes de gente tan anárquica y antisocial como el director de Perros de paja: ¿sólo el afán de pegarse al talento?

Famosa es la anécdota del actor galopando tras Peckinpah sable iracundo en alto, pero el mismo Heston confiesa haber acudido más de una vez a puticlubs mexicanos para recoger al maltrecho director de la compañía de niñas de doce años. La mirada de Heston (¡oh, herejía, un hombre de derechas como él!) hacia Peckinpah nunca es de censura o indignación moral, sino de cierta melancólica compasión y, siempre, inagotable admiración hacia su talento artístico.

A mí Mayor Dundee no me mata, ni me dejo llevar por la mítica de su equipo artístico, pese a que también tiene a Richard Harris en el reparto. De rodarse diez años más tarde, eso sí, probablemente hubiera sido otra obra maestra.

El tormento y el éxtasis (The Agony and the Ecstasy, 1965), de Carol Reed

Pesada pero solidísima, en esta película Heston encarna a Michelangelo con un aplomo que cree heterosexual pero podría estar abierto a múltiples lecturas.

No sé por qué, no recuerdo gran cosa del filme, pero sé que cada vez que lo veo me encanta. Y lo he visto ya más de tres veces. La primera de las grandes pelis que Heston protagonizó en los años 60, los más gloriosos de su producción.

El señor de la guerra (The War Lord, 1965), de Franklin J. Schaffner

Viendo esta película aprendí lo que era el derecho de pernada y cómo en una película yanqui el protagonista podía caer también en bajezas de pecador sexual de la pradera. Segunda obra maestra de Heston en los sesenta.

También aquí me di cuenta de por qué Schaffner era para mí el director ideal: todo el mundo recuerda Patton, El señor de la guerra, El planeta de los simios y Los niños del Brasil, pero casi nadie recuerda quién las dirigió. A mí eso me parece mucho más meritorio que proyectar continuamente tu ego estilístico sobre el material que estás rodando. ¡QUE RECUERDEN LA OBRA!

El planeta de los simios (Planet of the Apes, 1968), de Franklin J. Schaffner

Tercera obra maestra sesentera de Heston, segunda de Schaffner. Quizá la película hacia la que guardo más cariño.

Es un filme relativamente irregular, pero su primera mitad, hasta que Heston recupera el habla, y especialmente su primera media hora, hasta que aparecen los simios, es digna de figurar en cualquier antología del buen cine. El “extrañismo” que mana de todas las primeras imágenes, de esos espantapájaros que parecen caníbales alienígenas, de esos humanos disecados, de esa colosal estatua herrumbrosa…

Ver El planeta de los simios de niño es lo mejor que le puede pasar a nadie: es como un electroshock de emociones fuertes y raras. Uf… qué goce para los sentidos ocultos.

Ideológicamente, con diferencia del resto y sólo igualada por Conan el Bárbaro, mi película predilecta (rodada en España: ¿quién dijo que en mi país no se hacían buenas películas?). Rod Serling… te amo.

El más valiente entre mil (Will Penny, 1968), de Tom Gries

Y van cuatro. Demasiado olvidada película perteneciente al llamado subgénero del western crepuscular. Gries es uno de mis artesanos favoritos: aparte de dirigir el mejor plano medio que Rachel Welch haya protagonizado en su vida (en 100 rifles), un par de pelis entretenidísimas de Charles Bronson (el bueno, el de los 70) y el biopic de Cassius Clay autointerpretándose (bastante mal) en Yo, el mejor, escribió y realizó esta crónica desesperada de la vida de un cowboy con parsimonia no exenta de nervio (Kevin Costner podría haber sacado de aquí alguna lección a la hora de soltar lastre en la por otro lado muy lograda, a ratos, Open Range).

Donald Pleasence y Bruce Dern se salen como extravagantes integrantes de esa desquiciada familia asesina pre-Matanza de Texas, y la historia de amor entre el lacónico Heston y la madura Joan Hackett es de una dulzura deliciosa y tristísima.

Con todos estos últimos títulos, Heston demostró su intuición para levantar personajes vivos: personajes que saben que todo tiene un precio y que los fantasmas merodean siempre.

El último hombre… vivo (The Omega Man, 1971), de Boris Sagal

No es una gran peli, pero está arraigada también en el inconsciente colectivo de mi generación. La campechanía mezquina de Anthony Zerbe se mantiene presente en el cerebelo asumiendo el banquillo como suplente hetero de Roddy McDowall, y sigue molando recordar a Heston jugando solo al ajedrez y defendiéndose de los vampiros.

Claro, claro, la novela es mucho mejor. De hecho, es una novela inigualable. Pero si alguien tuviera que ser el último hombre vivo en la Tierra, yo también querría que fuera Charlton Heston. ¿Quién se lo iba a merecer más?

Marco Antonio y Cleopatra (Antony and Cleopatra, 1972), de Charlton Heston

Sólo por volver a ver a Carmen Sevilla merecería la pena revisar esta película. La vi un par de veces de niño, pero no recuerdo nada, salvo cierta ampulosidad formal típica del teatro adaptado a cine por un paleto yanqui (y por no paletos y no yanquis). Heston vuelve a explotar su casi nunca comprendida ‒ni aceptada‒ pasión por Shakespeare.

La selva blanca (The Call of the Wild, 1972), de Ken Annakin

Heston dice que ésta es su peor película. Puede ser. Yo sólo recuerdo que la vi de niño en el colegio y que me encantaba ese aire congelado y el color de la sangre tan años setenta. Ese rojo brillante me sigue obsesionando. Pero, ciertamente, ya entonces me pareció muy mala.

Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973), de Richard Fleischer

Al contrario que muchos cinéfilos, nunca he sido muy fan de esta película. Hay algo en ella que disuade mi afecto: quizá su tono mustio, su poca garra, o quizá un aire, cierto desgarbo, que yo no supe aprehender en su momento y que a lo mejor ahora me entusiasmaría, como me ocurre con otras películas de Fleischer (El estrangulador de Boston, mayormente: puro cálculo que yo nunca aprecié de niño).

Tampoco encuentro que su conclusión sea tan arrolladoramente impactante y trascendental como las de los otros buenos filmes de Heston en la época. En todo caso, una película con sus defensores a ultranza. Que yo respeto.

Los tres mosqueteros (The Three Musketeers, 1973) y Los cuatro mosqueteros (The Four Musketeers, 1974), de Richard Lester

Cómo lloré el día que se fue la luz en el barrio y no pude ver entera Los tres mosqueteros en Sábado Cine, cagoendiós. Con Michael “El Cordobés” York pegando saltos, Oliver Reed trompazos y Charlton Heston miradas malgeniadas y bigotudas, mi infancia fue más divertida. No tengo prisa en revisar la doble sesión de Lester, pero le debo muchas risas tontas. O infantiles, que tontas nunca son.

Los últimos hombres duros (The Last Hard Men, 1976), de Andrew V. McLaglen

Mola la pinta de Heston y la de Coburn, y mola mucho que salga Barbara Hershey, la mujer más mimable del mundo. El resto, como toda la filmografía que yo he visto del hijo de Victor McLaglen (y me tragué muchas Sesión de Tarde suyas), flojo flojo.

Jefes (Chiefs, 1983), de Jerry London

Con esta serie me lo pasé pipa durante mi primera adolescencia. Creo que la emitían los viernes por la noche. Y no sé muy bien de qué va, pero permanece en la Zona Prohibida de mi cabeza, generando imágenes de malrrollismo sureño en blanco y negro, casi con la misma intensidad con que recibíamos el malrrollismo inglés transmitido por otras series como Dentro del laberinto, Espacio 1999 y Los chicos de Stone, generadoras todas de inquietudes muy alejadas de la luminosidad habitual en los productos de la pequeña pantalla.

Heston ya parecía un viejo zombi, tan agarrotado iba el hombre. Quizá por eso mi sensación al recordarla es terrorífica. Por suerte me perdí su aterrizaje en Los Colby.

Un hombre para la eternidad (A Man for all Seasons, 1988), de Charlton Heston

Hecha para TV por el propio hombre, recuerdo que su pase en la tele española me dejó muy buen sabor de boca. Este drama histórico es célebre por incluir como co-estrella a Vanessa Redgrave, por la que Heston dio la cara cuando ella estaba vetada en Hollywood debido a su trotskismo (ahora se la puede ver en la nada trotskista y muy sensacionalista Nip & Tuck ejerciendo de madre frívola… olé por ella). Creo que es una película muy rescatable.

La isla del tesoro (Treasure’s Island, 1990), de Fraser C. Heston

El hijo de Heston no dirige nada mal, por lo que recuerdo de La tienda ‒manufacturada con mucha mayor corrección de lo que merecía la novela original‒. Este telefilme sobre la obra de Stevenson lo han pasado mil veces por la tele, y creo que alguna vez le eché algún vistazo, pero… ¡me da tanta pereza La isla del tesoro!

Wayne‘s World 2 ¡Qué desparrame! (Wayne’s World 2, 1993), de Stephen Surjik

Heston hace de “buen actor”, protagonizando uno de los mejores gags en esta mediocre secuela de la magistral comedia de Penelope Spheeris. Cuando Myers y Carvey deciden que el tipo que les atiende en la gasolinera es un actor terrible y piden su sustitución… entra en escena el inimitable Chuck, componiendo un personaje en cinco segundos. Excelente y cariñoso cameo.

Tombstone (Tombstone, 1993), de George P. Cosmatos

Tombstone mola más que Wyatt Earp, sí.

Mentiras arriesgadas (True Lies, 1994), de James Cameron

Esta peli a mí me da por culo por el envoltorio tan convencional que adopta su sana frivolidad (es a James Cameron lo que El quinto elemento a Luc Besson).

Pero ver a Heston en plan Nick Furia tiene su rollo. ¡Piérdete, Samuel L. Jackson!

En la boca del miedo (In the Mouth of Madness, 1995), de John Carpenter

Nunca pude terminar de ver esta película en el cine. Su paranoica trama desató en mí un ataque de pánico que me obligó a abandonar la sala a media proyección. Juro que Heston no tuvo nada que ver en ello.

Hamlet (Hamlet, 1996), de Kenneth Brannagh

El parlamento del hombre de teatro Heston se come todo lo demás, excepto quizás a la ladrona de escenas Kate Winslet, de nuevo soberbia en su discreción. Una de las pocas oportunidades, quizá la única, en la que Charlton Heston pudo demostrar a placer que lo shakespeariano es más cosa suya de lo que muchos quieren concederle.

Armaggedon (Armaggedon, 1998), de Michael Bay

Una de las películas más entretenidas del Hollywood de los 90 (sus vertiginosos diálogos deberían enseñarse en las escuelas de guión de cine como modelo de síntesis e ingenio) se abre con la voz apocalíptica del mítico Heston. Sigue pareciéndome la última gran película de Bruce Willis, con perdón de Shyamalan Ding Dong.

Un domingo cualquiera (Any Given Sunday, 1999), de Oliver Stone

La película, excelentemente montada ‒lo que en mi opinión no significa que esté bien dirigida‒, incluye la que sea quizá la última participación digna de Charlton Heston. Como siempre, juega duro, atando en corto al diarreico e insoportable Al Pacino.

El planeta de los simios (Planet of the Apes, 2001), de Tim Burton

Lo único que recuerdo es a Charlton Heston haciendo de simio agónico. Ay…

My Father, Rua Alguem 5555 (2003), de Egidio Eronico

La proyectaron en la sección de Mercado del Festival de Cannes, y me metí a verla sin dudarlo, interesado por la expectativa de ver a Heston convertido en el asesino nazi Josef Mengele.

Está basada en una historia supuestamente real (la visita de su hijo a Brasil, donde Mengele se refugió en la posguerra). Lo que vi no me pareció muy estimulante, así que a la media hora me salí de la sala. Es la última película de Charlton Heston.

Copyright del artículo © Hernán Migoya. Previamente publicado en Comicsario, un blog para la fenecida editorial Glénat España. Reservados todos los derechos.

Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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