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“Jefes” (1983): La jerarquía del horror

La primera vez que vi Jefes (Chiefs, 1983, de Jerry London) tenía unos 13 años y vagamente recuerdo que su contenido me pareció bastante tétrico para tratarse de una miniserie de TV. Revisitada casi tres décadas después, no me extraña que guardara tal impresión: las vicisitudes de un violador (uno de los primeros psicópatas de la ficción en la pequeña pantalla, que yo recuerde) y los 40 años que toma resolver el misterio de sus andanzas siguen resultando a día de hoy un planteamiento inesperadamente frío y cruel en contraste con la amabilidad de la ficción catódica de aquellos años.

Basada en una novela de Stuart Woods, el anzuelo primero de Jefes (miniserie de 200 minutos de metraje, dividida en tres episodios, reconvertidos a cuatro en su emisión/edición española) es su extraordinario reparto, realizado con mucha visión y esa preclaridad que viene después confirmada por la rutilante carrera subsiguiente de la mayoría de su elenco: junto al insustituible Charlton Heston (que como “patriarca” de la ciudad retratada, salpica la narración con su voz en primera persona, recurso que parecía inevitable cuando se trataba de él: “Hay que contar la historia de un pueblo con tono épico y enfático, ¿a quién llamamos?”. “¡A Charlton, claro!”), están Keith Carradine, Wayne Rogers (Mash), Stephen Collins (Cuentos del mono de oro), Billy Dee Williams (Star Wars), Danny Glover, Tess Harper, Paul Sorvino, Victoria Tennant, y hasta un jovencito John Goodman en un papel anecdótico pero lucido al protagonizar la secuencia más divertida de la por otro lado lúgubre historia… y quien yo creo que se lleva el gato al agua en brillantez interpretativa: el ya desaparecido Brad Davis.

[Atención: contiene aguafiestas]

Lo interesante y casi diamantino de Jefes es que podría tratarse de una crónica épica sobre el desarrollo y la progresiva civilización de una pequeña ciudad sureña de los EEUU, desde los años 20 hasta los 60 del siglo XX… si no fuera porque el contrapunto de esa crónica lo protagonizan los sucesivos jefes de policía que, casi siempre por despiste o casualidad, están a punto de descubrir las malandanzas de un psychokiller que disfruta disfrazándose de uniforme y vejando y matando jovencitos autoestopistas. Es decir, la crónica de la ciudad es su crónica negra.

El desarrollo de la miniserie está sazonado con multitud de puntos de giro inhabituales, gracias al desapego sentimental de base que su escritor/guionista/director demuestran hacia sus personajes. De hecho, si uno no sabe nada de la obra, se da cuenta de que usa el mismo truco que Hitchcock en Psicosis: cuando uno cree que el trayecto emocional está encarrilado con un “protagonista” a través del cual vamos a presenciar el desarrollo de la investigación que desenmascare al asesino (cuya identidad el espectador conoce casi desde el principio), el devenir de los acontecimientos se lo carga y tenemos que esperar a que ese “prota” sea sustituido por otro… y otro… El truco ‒excelente truco, pues demuestra lo incidental que puede ser todo en torno a un crimen o a cualquier evento digno de ser conocido‒ es utilizado más de una vez y forma parte consustancial del concepto de Jefes.

Esos sucesivos jefes de policía serán el hilo conductor de la trama:

El primer Jefe: En los años 20, Will Henry Lee será el primer encargado de poner orden en la supuestamente apacible Delano, encontrándose con que no solamente la ciudad oculta un criminal aborrecible, sino que sus habitantes esconden sus propios fantasmas no tan soterrados: violencia marital, racismo institucionalizado, abuso de la autoridad… Wayne Rogers da vida con mucha convicción a este hombre del Sur honesto y amigo de todas las razas, cuya simpatía y bondad contribuyen a que joda aún más su grotesco final.

El segundo Jefe: Brad Davis encarna (y uno puede ver que pone el alma en ello) a Sonny Butts, joven desequilibrado por las palizas que su padre le propinaba de niño y con acusadas tendencias violentas él mismo, sumado a un racismo típico de la mentalidad sudista. Lo interesante de Butts es que como jefe de policía en plenos años 40 (tras la Segunda Guerra Mundial), casi resulta él más vicioso, perverso y temible que los personajes que están fuera de la Ley, y por poco no gana en antipatía al por otro lado apacible psicópata, al que raramente vemos en acción. En cualquier caso, Davis protagoniza las mejores secuencias interpretativas de la miniserie.

El tercer Jefe: Finalmente, Billy Dee Williams interpreta a Tyler Watts/Joshua Cole, el antiguo “delaniano” que tuvo que huir del pueblo cuando niño y regresa a él a principios de los años 60, como primer jefe de policía negro de la ciudad, coincidiendo con la década más activa en las luchas estadounidenses por los derechos civiles de los ciudadanos de color. Williams no representa mi ideal de tipo duro, pero su personaje es una perita en dulce y él le saca buen rendimiento.

Los cadáveres exhumados de las víctimas del psicópata de Delano, un oprobio para la “respetabilidad” de la ciudad, son en realidad los pecados de una civilización que permitió durante demasiado tiempo la represión del instinto, el abuso de género y la opresión de otra raza.

Denle una oportunidad a Jefes y disfrútenla de una sentada.

Copyright del artículo © Hernán Migoya. Previamente publicado en Comicsario, un blog para la fenecida editorial Glénat España. Reservados todos los derechos.

Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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