El éxito de Buck Rogers, el primer personaje de ciencia ficción en el cómic, había sido fenomenal. Publicado por el National Newspaper Service, un syndicate de Chicago –en este contexto, los syndicates eran empresas que se dedicaban a encargar y distribuir cómics para la prensa de todo Estados Unidos, ahorrándoles a los periódicos el tener que mantener una plantilla de autores y coordinar su trabajo–, Buck Rogers había debutado en 1929 bajo la forma de tira diaria y en 1930 como plancha dominical.
Durante años, nadie pudo hacer sombra a Rogers. Brick Bradford supuso un tímido intento, pero sus aventuras se encuadraban más fácilmente dentro de la aventura fantástica que de la ciencia ficción, (igual viajaba en el tiempo que peleaba contra dragones) y no sería sino hasta una etapa más tardía que los autores reorientarían la temática de la serie más claramente hacia la CF. Así Bradford, normalmente circunscrito a periódicos de menor circulación, nunca fue una auténtica amenaza para la posición de Buck Rogers como héroe el género.
Su éxito amargaba al syndicate propiedad del magnate de la prensa William Randolph Hearst, King Features, que quería obtener un personaje capaz de competir con él. Y he aquí que a finales de 1933 llega a sus manos una atractiva propuesta de un dibujante relativamente novel de veinticuatro años llamado Alex Raymond. Una propuesta que pretendía ser una alternativa sólida no sólo a la ciencia-ficción de Buck Rogers , sino a las aventuras del Tarzán de Hal Foster y las peripecias policiacas del Dick Tracy de Chester Gould.
Raymond nació en New Rochelle (Nueva York), en 1909. Se inició en el mundo de la narración gráfica como ayudante de dibujantes consagrados como Russ Westover (Tillie the Toiler), Chic Young (Blondie) y Lyman Young (Tim Tyler’s Luck). Su independencia como autor le vino de la mano de su triple propuesta al King Features Syndicate: el guión de la policiaca Agente Secreto X–9 fue a parar al reputado novelista Dashiell Hammett; pero Raymond se ocuparía de Jungle Jim, una serie de de aventuras en parajes exóticos protagonizada por un cazador; y las aventuras espaciales de Flash Gordon . Estas dos últimas, además, compartirían una misma plancha dominical, situándose la primera en la parte superior y ocupando Gordon el resto.
En el borrador que presentó Raymond a King Features Syndicate, un Flash barbudo era el líder de un grupo de astronautas cuya misión consistía en orbitar alrededor de la Tierra durante 24 horas. Sin embargo, este planteamiento inicial, cercano al tipo de historia científica tan cultivado por Hugo Gernsback en la primera etapa de Amazing Stories, no parecía capaz de competir con la fantasía y la acción desbordadas de Buck Rogers. Por ello, los responsables del syndicate exigieron una mayor originalidad y componente aventurero.
Raymond decidió entonces robar la idea de un reciente éxito literario, Cuando los mundos chocan (1933), una novela serializada previamente en una revista pulp y que había alcanzado considerable popularidad. En su trágica premisa –la colisión de un planetoide errante contra la Tierra– se basó el comienzo de Flash Gordon , si bien inmediatamente se desligó del mismo y lo olvidó completamente en favor de aventuras de capa y espada de tono futurista en la mejor tradición pulp.
Así, el 7 de enero de 1934 (cinco años después del nacimiento de su competidor Buck Rogers), debutó Flash Gordon en una página dominical a todo color: Graduado de Yale, famoso jugador de polo, Gordon viaja a bordo de un aeroplano junto a la atractiva Dale Arden, definida simplemente como una pasajera . El mundo está aterrorizado por la amenaza de un planeta errante que se acerca a nuestro mundo. Un meteorito desprendido de ese planeta alienígena golpea al avión y obliga a Flash y Dale a saltar en paracaídas. Al llegar a tierra son secuestrados por Hans Zarkov, un científico enloquecido por la tensión y el exceso de trabajo, que les obliga a subir al cohete que ha construido con el fin de salvar a la Tierra.
Pero ya en la segunda entrega, toda aquella tribulación es completamente olvidada. A partir de ese momento los tres personajes se embarcan en una interminable y frenética saga de huidas, combates, persecuciones, aventuras en tierras exóticas, enfrentamientos con criaturas imposibles y batallas titánicas tejida como si de un antiguo poema épico se tratara.
El atractivo del Flash Gordon de Alex Raymond siempre estuvo más relacionado con su extraordinaria maestría gráfica que con sus estúpidos argumentos repletos de fantasías varoniles propias de adolescentes. El protagonista, agraciado con un físico perfecto ajustado a los ideales estéticos de belleza nórdica y con todas las características del líder natural (arrojado, leal, sincero, piadoso, de voluntad inquebrantable y noble defensor de las causas justas) tiene una personalidad anodina. Dale Arden no tenía otro propósito en la serie que ser capturada por una variopinta lista de villanos para que Flash la rescatara, llorar por el destino fatal de Flash –antes de enterarse de que se había salvado–, o sentirse despechada y celosa sin motivo cuando otras mujeres trataban de seducir –sin éxito– a su amado.
Completando el terceto protagonista, Hans Zarkov ejerce de prototipo de científico: frío en el trato, pero ducho en todas las ramas de la ciencia, igual practica una intervención quirúrgica que diseña un cañón de rayos o una nave espacial. El despiadado y ambicioso Ming y su lujuriosa hija Aura –aunque redimida por su amor hacia el Príncipe Barin de Arboria, amigo y aliado de Flash–ejercían de villanos habituales, que los lectores aprendieron a odiar tanto como amar.
El resto del reparto carece de permanencia y son completamente intercambiables: bellas reinas y princesas ataviadas impecablemente, mezquinos traidores, apuestos aliados y otros comparsas son meros instrumentos sin personalidad que le sirven a Raymond para hacer avanzar la historia y de los que se libra de forma tan rápida e implacable como poco satisfactoria.
Todos ellos, principales y secundarios, evolucionan sobre un escenario magníficamente diseñado compuesto de los más variados entornos geográficos y humanos: los protagonistas visitan reinos aéreos, selváticos, submarinos, congelados o subterráneos, enfrentándose a sus peculiares razas y peligrosa fauna.
Mongo era un compendio de arquetipos, muchos de ellos extraídos del pulp: encontramos aquí una y otra vez la aventura típica de Mundos perdidos propia de H. Rider Haggard y Edgar Rice Burroughs: el héroe apolíneo y sin tacha, el enfrentamiento nítidamente maniqueo entre el Bien y el Mal, capturas, rescates, persecuciones, sentimientos exaltados propios de operetas palaciegas… Posiblemente a ello no sea totalmente ajeno el hecho de que a partir de 1935, para aliviar la carga de trabajo de Raymond, el escritor de pulps Don Moore empezara a escribir los guiones (si bien su nombre jamás figuró en los créditos).
El comienzo de la dominical del 15 de abril de 1934 constituye un buen resumen de lo que era la aventura-tipo de Gordon: «Flash Gordon y Dale Arden, dos terrícolas naufragados en el planeta Mongo, se encuentran separados por el gobernante de ese mundo, Ming el Despiadado, que desea casarse con Dale. Flash hace amistad con Thun, Príncipe de los Hombres León. Mientras Flash combate contra los Hombres Tiburón en una misteriosa ciudad submarina, Thun rescata a Dale. Pero son capturados por los soldados de Ming. Flash regresa sólo para enterarse de que Dale se ha ido. Avanzando a duras penas por el lecho marino, Flash se encuentra con Aura, hija de Ming, que lo pone a salvo. La ciudad de los Hombres Tiburón, alzándose desde el fondo del océano hasta lo alto de una montaña, es misteriosamente reducida a polvo ante sus ojos…»
Raymond diseñó la imaginería heroica de Flash Gordon a partir de las leyendas de Robin Hood, el Rey Arturo, Beowulf… y tomó prestados los trajes de Lancelot, Napoleón o Atila.
Su planeta, Mongo, era un mundo extraño y fantástico, poblado por Hombres Halcón y Hombres León, un futuro arcaizante en el que convivían las pistolas de rayos con las espadas y los trogloditas con los cohetes.
En muchos aspectos, Flash Gordon era más un cuento fantástico que una historia de ciencia ficción. La tecnología y los artefactos futuristas quedaban claramente superados por el colorido y el romanticismo de Mongo. Las escenas tenían lugar más frecuentemente en salones del trono medievales que en laboratorios, y la némesis del héroe, Ming, era una especie de Fu Manchú de opereta en lugar de un supercientífico malvado.
Y relacionado con esto último, a pesar de su atmósfera fantástica, la serie contenía referencias poco sutiles a la actualidad política del momento. En una época convulsa e incierta en la que Europa cayó bajo la influencia de dictadores, el villano inicial y definitivo de la serie es el emperador Ming, tirano lascivo cuyos rasgos orientales delatan la presencia de otro tópico, en este caso racial: el Peligro Amarillo. El miedo al despotismo chino –y por extensión oriental– era ya por entonces un tópico bien asentado en la cultura popular y al que también se hacía referencia en la secuela a la novela de Wylie y Balmer de la cual tomó Flash Gordon su inspiración inicial, After Worlds Collide.
Mongo está dominado por una serie de reyezuelos más o menos bárbaros pero siempre autoritarios, cuyo dominio sobre sus súbditos sólo es posible con el beneplácito expreso de Ming. Sus cortes, con nobles y conspiradores elegantemente vestidos, parecen sacados de El prisionero de Zenda. El desarrollo tecnológico no ha traído consigo avance social alguno ni revolución política de ningún tipo, sino que sólo ha servido para perpetuar un sistema viciado y totalitario. A menudo, Flash se aliará con miembros de las clases más populares en contra de los poderosos.
Finalmente, tras años de continuas luchas, en junio de 1941 Flash destrona a Ming y sustituye su dictadura por una democracia poco definida dominada por representantes de la antigua nobleza –aunque dejando sitio a un líder de los Mecánicos, la casta trabajadora, una solución al estilo Metrópolis tan políticamente correcta como poco convincente.
Sea como fuere, en esa fantasía tan querida por los escritores de pulp norteamericanos –y por demasiados políticos de esa nacionalidad–, Flash Gordon, el anglosajón rubio de ojos azules, símbolo de la democracia y la libertad norteamericanas, se erige en paladín de los oprimidos, luchando contra la tiránica oligarquía y reemplazándola, en su sabiduría, por un sistema republicano justo y equitativo.
Tras estabilizar Mongo, Flash, Dale y Zarkov regresan a la Tierra, donde –aunque los auténticos Estados Unidos aún no había entrado abiertamente en el conflicto con Alemania– se verán inmersos en la guerra de su país contra la dictadura totalitaria de La Espada Roja, cuyo fin último es la conquista del planeta. Sus soldados, uniformes, nombres y emblemas (diseñados en rojo y negro) no dejan lugar a dudas sobre su auténtica identidad germánica.
Tras un episodio relacionado con el espionaje enemigo en suelo patrio, Flash construye unagran nave con la que neutralizar la inminente invasión del país. La destrucción de la poderosa flota enemiga por parte del aguerrido Flash se produce a finales de diciembre de 1942, menos de un mes después de que el bombardeo japonés sobre Pearl Harbor señalara la entrada en la guerra de Estados Unidos. Sin embargo, los tres aventureros no se quedarán en la Tierra durante la auténtica contienda que vivió su país, sino que en la ficción regresaron a Mongo para continuar sus estrafalarias aventuras, tratando de ofrecer a los lectores la tan necesitada evasión de las penalidades de la guerra.
Seamos sinceros. Lo más probable es que si un lector mínimamente exigente se decida a abordar el Flash Gordon de Raymond, se encuentre con una obra aburrida, repetitiva, de lenguaje innecesariamente alambicado y escasa profundidad. Y es así. Sin que sirva de excusa, hay que decir que la lectura que de ella hacemos hoy difiere sustancialmente de la que pudo realizar un lector de entonces. Y no sólo por las ideas y conceptos que maneja sino por un aspecto tan básico y fundamental como su modalidad de publicación.
Por entonces, el lector se encontraba con una explosiva entrega semanal, pletórica de acción y color en su edición dominical de la prensa. El ritmo de lectura de una de las aventuras de Gordon era, por tanto, forzosamente lento y cada aventura se prolongaba meses y meses. Cuando terminaba una, comenzaba otra que, aunque con un cambio de escenario y con personajes algo distintos, era virtualmente idéntica a todas las precedentes.
El problema es que la lectura integral de la obra supone leer una de esas sagas detrás de otra, y es entonces cuando se hace evidente la monotonía temática, la insipidez de los personajes, la previsibilidad del desenlace y la implausibilidad de toda la trama. Es como esas series de televisión, entretenidas si se ve un episodio semanal, pero insoportables si uno tiene que contemplar dos o tres seguidos.
Pero es que a nadie se le puede aconsejar la lectura de Flash Gordon por el rigor de su historia ni por la originalidad de lo narrado. Es más, lo más probable es que la mayor parte de los lectores de hace ochenta años tampoco estuviesen muy interesados en ello. No, si el héroe espacial de Raymond ha pasado a la historia ha sido por su nivel gráfico, por su creatividad visual y la influencia que tuvo no sólo en la ciencia ficción en los cómics, sino en el mundo de la viñeta en general.
El apartado artístico nunca fue digno de reseñar en Buck Rogers o Brick Bradford, pero el de Flash Gordon –al menos durante la época de Raymond– , consiguió trascender un guión absurdo, repetitivo y carente de lógica para colocar a la serie entre las mejores del género de aventuras. El lector se encontraba cada domingo, destacando por entre las tiras de prensa humorísticas o de corte costumbrista, un despliegue de exuberante belleza en el que se mezclaban apuestos héroes, sensuales mujeres, peligrosos monstruos, naves espaciales, estilizados castillos y escenarios naturales salvajes.
Bien es cierto que el dibujo inicial no hacía presagiar las altas cotas estilísticas a las que llegaría el artista en relativamente poco tiempo. Al principio el dibujo se antoja algo primitivo, inseguro, pero en cualquier caso superior al de sus directos competidores, Buck Rogers o Brick Bradford. Sin embargo, a finales de 1934, con el comienzo del Torneo de Mongo, comienza una rápida evolución que sitúa el dibujo a la altura de las pretensiones épicas de la historia.
El grafismo de Raymond dará un nuevo salto en otoño de 1935, en cuanto consigue liberarse de la tira diaria de la que se ocupaba hasta el momento, Agente Secreto X–9 . El trazo se estiliza, la inicial distribución regular de viñetas sobre la página se rompe para introducir cuadros alargados en los que experimenta con cuidadas composiciones, formales pero elegantes, mientras su trazo se desliza hacia el barroquismo, utilizando los rayados no sólo para introducir juegos de luz, sino subrayar el movimiento y dotar de poderío físico a las figuras.
Esa etapa barroca durará un año. Entre el fin de 1936 y el comienzo de 1939, la estética de la serie vuelve a cambiar, esta vez simplificándose hasta adoptar el que sería su estilo definitivo hasta el final de la etapa de Raymond: un clasicismo reposado y elegante que tomaba su aspecto formal del ámbito pictórico. El autor relegó los diálogos a los cuadros de texto a pie de página con el fin de no estorbar la visión de lo que se convierte en una sucesión de bellas ilustraciones cuyo centro es la figura humana. El sombreado a base de líneas desaparece sustituido por el contraste dinámico de masas blancas y negras.
«Un dibujante de cómic», declaró una vez Raymond, «empieza con una hoja de papel en blanco y ha de soñarlo todo. Es escritor, director, editor y artista al mismo tiempo». Reconocía que dibujar Flash Gordon era un trabajo exigente: «Me lleva cuatro días y sus noches completar una página dominical». Cuando la electricidad fallaba de vez en cuando, el artista continuaba su labor a la luz de una vela, sin desviarse jamás de su autoimpuesta disciplina.
La lucha por derrotar a Ming, como hemos dicho, se prolongó desde 1934 a junio de 1941, momento en el que se libera el planeta Mongo. A partir de ese punto, la serie comienza un declive paulatino marcado por la intervención puntual del ayudante de Raymond, Austin Briggs (quien ya venía ocupándose de las tiras diarias del personaje desde su inicio en 1940). En 1943 Raymond se alista en los Marines y abandona definitivamente la serie. Así, a partir de junio de 1944, momento en el que se terminan de publicar las páginas que ya tenía dibujadas, Flash Gordon pasa a manos de Austin Briggs.
Aunque Raymond se reincorporaría a la vida civil y a su ocupación de dibujante tras la Segunda Guerra Mundial, ya no lo haría con Flash Gordon. Esa etapa de su vida había pasado y ahora tenía otras cosas que contar. Su siguiente personaje sería un atractivo e inteligente detective, Rip Kirby (marzo de 1946), del que se encargaría hasta su muerte por accidente de automóvil en septiembre de 1956.
Alex Raymond y Hal Foster (creador de El Príncipe Valiente ) están considerados como los responsables de la introducción en el cómic de un nivel estilístico inaudito hasta la fecha. Separándose del trazo caricaturesco que dominaba la mayor parte del cómic de la época, crearon series heroicas de una épica romántica excepcional que marcarían las pautas gráficas por las que discurriría la historieta realista durante décadas.
En mi opinión, el debate acerca de cuál de los dos autores fue el más importante dentro de este nuevo movimiento se salda a favor de Foster, puesto que éste no sólo se responsabilizaba del guión de su saga medieval, sino que en el aspecto gráfico realizó una labor extraordinaria que todavía no ha sido igualada. Sin embargo, Raymond fue el primero de los dos en seducir a sus lectores esculpiendo con sus lápices un mundo creíble de figuras heroicas pero realistas que evolucionaban en un entorno fantástico. Durante esos años, los competidores de Flash Gordon en el ámbito de la ciencia-ficción, Buck Rogers y Brick Bradford, con su estética más primitiva y aún lastrada por cierto deje caricaturesco, no pudieron ni acercarse al nivel gráfico de Raymond.
Flash Gordon tuvo una segunda y bastante diferente existencia en Europa, consecuencia de las vicisitudes bélicas y políticas que experimentaba el continente. El héroe espacial siempre fue una figura incómoda para las dictaduras fascistas. Su lucha contra las tiranías no podía ser acogida con agrado por Mussolini, Hitler o Franco, que hicieron lo posible por censurar al personaje. Sin embargo, la popularidad de Gordon, aunque con disfraces y bajo nuevas identidades, lo mantuvo vivo.
En Italia, Mussolini prohibió la importación de material cultural de Estados Unidos, entre ellos, claro está, el cómic, por considerarlo subversivo para su propio y personalista régimen. La revista L´Avventuroso, una publicación ya veterana en el mercado italiano, se nutría principalmente de los personajes de la prensa norteamericana y su interrupción significaba de hecho su fin editorial. Así que, ni corto ni perezoso y sabedor de que tal y como estaban las cosas no tendría que hacer frente a demandas judiciales norteamericanas, el editor Mario Nerbini, encargó a diversos autores italianos la continuación de las peripecias de los diferentes héroes. En el caso de Flash Gordon , la tarea recayó en las manos de un Federico Fellini de dieciocho años y el dibujante Giove Toppi. Ambos insuflaron nueva vida a Gordon hasta que la revista cerró definitivamente en 1943.
A destacar también es el caso de Bélgica. Tras su ocupación por los nazis, la revista Bravo vio interrumpido el acceso al material de Flash Gordon que venía publicando. No era sólo que la comunicación por mar se hubiera reducido a la mínima expresión, sino que los alemanes habían prohibido la importación y reproducción de cómics americanos. También aquí se recurrió a un artista autóctono para que tratara de llenar el hueco dejado por la ausencia de las páginas de Raymond. El elegido fue Edgar Pierre Jacobs, un dibujante relativamente novato y de estilo ciertamente alejado del de Raymond, al que sin embargo trató de imitar. El desafío a la prohibición alemana se prolongó varias semanas, narrando las aventuras de unos avatares poco disimulados de Flash y sus amigos. Finalmente, la censura nazi se dio por enterada y prohibió la continuación de la farsa. Jacobs alcanzaría renombre internacional unos años después con sus personajes Blake & Mortimer, cuyas peripecias en muchas ocasiones se mezclaron con la ciencia ficción.
En cuanto a España, Flash Gordon se había publicado desde fecha muy temprana en las páginas de El Aventurero , pero la Guerra Civil arrasó el mercado editorial. Tras ella, sólo un puñado de publicaciones obtuvieron el permiso de la dictadura para su edición periódica, siendo una de ellas Leyendas Infantiles, cabecera propiedad de la barcelonesa Hispano Americana de Ediciones desde 1943.
Por desgracia, y aunque la convaleciente España no participó en la Segunda Guerra Mundial, sí quedó afectada en cuanto a las comunicaciones marítimas con Estados Unidos. Así, el suministro de material original para su reproducción se interrumpía con frecuencia, obligando a la editorial a encargar a autores hispanos la elaboración de páginas con que llenar los huecos y enlazar unos episodios con otros. Ello se hacía ya por el rústico procedimiento de calcar las páginas de ediciones brasileñas (Alfonso Figueras, Juan García Iranzo), bien dibujándolas enteramente (Jesús Blasco).
A estos problemas, claro está, se añadía la vigilancia de la censura, que velaba porque Dale Arden cubriera sus encantos (bellamente sugeridos por los vestidos que dibujaba Raymond) o eliminando el retorno de Flash a la Tierra para combatir a los fascistas, episodio que los aficionados hubieron de esperar tres décadas para leer.
Flash Gordon es uno de los grandes héroes de la ciencia ficción en viñetas, un excelso representante de la escuela naturalista en los cómics y, en su etapa inicial a manos de Alex Raymond, una obra imprescindible para todo aquel que disfrute de este medio. Ciertamente, su momento ha pasado. Sus aventuras –ya solo en forma de página dominical– fueron canceladas en 2003 y los continuos rumores de películas basadas en sus aventuras no han cuajado en nada concreto a excepción de la producida por Dino De Laurentiis en 1980. Pero durante setenta años, el rubio jugador de polo reconvertido en aventurero espacial visitó con éxito todos los formatos: seriales radiofónicos y cinematográficos, novelas, televisión, dibujos animados y superproducciones para la pantalla grande. Y si su nombre aún sigue hoy asociado con el concepto de aventura épica espacial, es gracias a la intemporal fascinación gráfica de las planchas de Raymond.
Para la gran mayoría de norteamericanos de los años treinta del pasado siglo, la ciencia-ficción eran Buck Rogers y Flash Gordon. Millones de personas tenían contacto con ellos diariamente a través de sus viñetas, las películas y los seriales radiofónicos que narraban sus aventuras. El cómic proporcionó así dos personajes que, para bien o para mal, pasaron a definir visualmente la ciencia-ficción.
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Copyright © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.