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«Buck Rogers en el siglo XXV» (1929), de Philip Nowlan y Dick Calkins

En 1924, el astrónomo Carl Hubble anunció la existencia de galaxias más allá de nuestra Vía Láctea. En 1926, Robert Goddard lanzó el primer cohete con combustible líquido. Acero inoxidable, tostadoras y máquinas de afeitar eléctricas, radares, calculadoras, aeroplanos cada vez más sofisticados… Nuevas maravillas sorprendían continuamente a la sociedad norteamericana de finales de los años veinte.

Por primera vez en su historia, se sentían próximos al futuro. Inventos, artefactos, tecnología…. capturaban la imaginación de la gente. En ese favorable ambiente proliferaron los soñadores y visionarios. Uno de ellos fue Hugo Gernsback.

Glosar la figura de Gernsback supera nuestro propósito, pero baste decir que fue el fundador de Amazing Stories (1926), un título esencial en la historia de la ciencia–ficción por el papel que jugó en el auge y delimitación conceptual de la misma como género claramente diferenciado –aunque el término «ciencia-ficción» propiamente dicho no se utilizaría por primera vez hasta tres años después–. Sus primeros tres números se limitaron a reeditar relatos de escritores ya muy famosos, como Julio VerneH.G.Wells o Edgar Allan Poe.

A los lectores de Gernsback les encantaban las historias ambientadas en el mañana y repletas de tecnología futurista y logros científicos. Pero pronto expresaron su deseo de leer material nuevo y Gernsback hizo un llamamiento desde las páginas de Amazing Stories solicitando nuevos escritores. Según sus palabras: «autores a los que la posteridad señalará como los forjadores de una nueva senda, no sólo en la literatura y la ficción, sino también en el progreso».

Su petición obtuvo una respuesta entusiasta y en el número de agosto de 1928 de Amazing Stories apareció publicada una historia titulada Armageddon 2419, firmada por Philip Francis Nowlan, un periodista financiero del Philadelphia Retail Ledger. El protagonista del relato era Anthony Rogers, un piloto del siglo XX que despierta de un letargo de quinientos años para encontrarse un mundo devastado por la guerra. Era una ficción plena de movimiento, inventos futuristas y romance, el tipo de historia que Gernsback consideraba ideal para su revista.

Entre los lectores a los que cautivó el relato se hallaba un hombre de negocios de Chicago, John F. Dille, director del National Newspaper Service. En aquellos años, no existían todavía los comic-books como formato popular dentro de la industria de la historieta. Los cómics eran un arte que encontraba su soporte en los periódicos bajo la forma de tiras diarias en blanco y negro o planchas dominicales a color. Las series de cómic eran encargadas y distribuidas por los conocidos como syndicates, una especie de agencias que se ocupaban de controlar todo el proceso creativo, desde la sugerencia de nuevos temas a los creadores hasta la captación de compradores de sus series entre los periódicos nacionales y extranjeros.

El National Newspaper Service era uno de esos sindicatos y como director del mismo, una de las tareas de Dille era buscar continuamente nuevos personajes. A finales de los años veinte, las series de cómics humorísticos y costumbristas habían sido complementadas con otras en las que la aventura ocupaba un lugar central. Cada vez más autores se decantaban por situar su ficción en lugares lejanos y exóticos. El paso siguiente era trasladar la acción en el tiempo y mientras el pasado histórico contaba con suficientes tópicos y lugares comunes como para que todo tipo de lectores pudieran asimilar fácilmente el argumento, no ocurría lo mismo con el futuro.

Desde hacía varios años, John Dille le daba vueltas a la idea de una tira de corte futurista pero no acababa de encontrar el enfoque adecuado.

La historia de Nowlan en Amazing Stories y la ilustración de su portada, obra de Frank R. Paul (que, en realidad, se refería a la primera entrega de The Skylark of Space, otro serial incluido en el mismo número y no a la narración de Nowlan), fueron la inspiración que necesitaba Dille para concretar su proyecto. Contactó con el escritor para proponerle que adaptara el relato a una tira de cómics, imponiendo sólo una condición: el nombre del héroe debía cambiarse de Anthony a Buck («Buck» era un nombre muy común en las inmensamente populares películas del Oeste de la época). Nowlan accedió, aunque no tenía muy claro que su relato fuera susceptible de una serialización en el restringido formato de las tiras diarias.

Mientras Nowlan escribía el guión, Dick Calkins, un dibujante de plantilla en el sindicato de Dille que había ideado una tira sobre aviadores titulada Sky Roads, trataba de convencer a su jefe de que aceptara o bien una serie ambientada en la prehistoria o bien en el Salvaje Oeste.

Calkins, que había sido aviador durante la Primera Guerra Mundial, debutó como dibujante en el Free Press de Detroit antes del conflicto y más tarde encontró empleo como dibujante deportivo en el Chicago ExaminerDille echó un vistazo a los dinosaurios y vaqueros de Calkins e inmediatamente comprendió que la carrera profesional del dibujante no estaba en el pasado, sino en el futuro, el siglo XXV para ser exactos. Así que le asignó el apartado gráfico de la nueva serie. Calkins estudió el estilo de la portada de Frank R. Paul y, tras unos cuantos comienzos en falso, consiguió dar con el tono apetecido por su jefe. Había nacido el primer comic de ciencia–ficción de la historia.

Buck Rogers in the Year 2429 AD debutó en los periódicos el 7 de enero de 1929, acompañado en la página de tiras cómicas de los periódicos por dos superestrellas del cómic costumbrista: Mutt and Jeff y Little Orphan Annie. La historia comenzaba con un joven Rogers que acababa de ser desmovilizado una vez finalizada la Guerra Mundial. Mientras realizaba un trabajo de prospección en los niveles más profundos de una mina abandonada próxima a Pittsburgh, detecta la presencia de un extraño gas justo antes de que un desprendimiento lo sepulte.

Pero Buck no muere: el misterioso gas lo deja en una especie de animación suspendida hasta que un movimiento tectónico permite la entrada de aire del exterior y lo despierta. Cuando se abre paso hasta la superficie, averigua que ha dormido durante quinientos años y que el mundo que le espera no es precisamente idílico. El planeta ha sido invadido y devastado por los Rojos Mongoles, una versión del «peligro amarillo» al que se unía la amenaza comunista –años antes de que la Revolución triunfara en el gran país asiático–. Peor aún, los perversos orientales manifiestan un insano interés por las voluptuosas mujeres blancas. Se trata de una aproximación racista muy común en la época.

Los cómics de aventuras tendieron a reflejar en sus viñetas amenazas provenientes del exterior: Flash Gordon también se enfrentaría al peligro amarillo encarnado en el despiadado Ming del planeta Mongo; el Príncipe Valiente encabezaría una guerra contra los hunos, Tarzán lucharía contra los nazis y Terry y los Piratas se ambientaría en la invasión japonesa de China durante los años treinta.

La población ha sido dominada, humillada y esclavizada y la civilización ha experimentado un retroceso, recuperando formas e instituciones propias de la Edad Media. Sin embargo, la resistencia lucha con denuedo contra la tiranía. El renacido Buck contempla un combate entre soldados que se desplazan por los aires impulsados por mochilas a propulsión y armados con pistolas de rayos desintegradores. Uno de esos guerreros es derribado cerca de él y cuando acude a auxiliarlo se encuentra con que es una chica, Wilma Deering, destinada a jugar el papel de «novia eterna» del héroe. Con el tiempo, los dos juntos y ayudados por un grupo de fieles amigos, derrotarán a las destructoras hordas mongolas utilizando «rayos ionizantes» y «balas explosivas», surcando los cielos con cohetes de pintoresco diseño. En otras aventuras, su defensa del bien y la libertad les llevará a intervenir en las guerras de otros planetas, dentro y fuera de nuestro sistema solar.

El reparto principal se completaba con el archivillano «Killer» Kane, a menudo un pirata espacial y siempre envuelto en perversas conspiraciones; su exuberante ayudante Ardala Valmar; el Dr. Huer, un brillante científico; y Black Barney, un pirata reformado y reconvertido en fiel amigo. A Buck le acompañaban a menudo el hermano de Wilma, un hiperactivo adolescente llamado Buddy Deering y su amor platónico, la princesa Alura de Marte. Más tarde se unirían al grupo los estrafalarios «Hot-Rocket» Horace y «Ram-Jet» Rosie.

El relato de Nowlan que se publicó en Amazing Stories (y que continuaría en el número de marzo de 1929, en The Airlords of Han, también utilizado posteriormente como guión de los cómics) alcanzó los 100.000 lectores; la tira de Buck Rogers llegó a aparecer en casi 400 periódicos, acumulando 50 millones de lectores todos los días. Ese simple y aplastante hecho numérico tiene un claro significado social: para la inmensa mayoría de los estadounidenses, el primer contacto con los temas y la iconografía de la ciencia–ficción no vino a través de la literatura, sino del cómic, concretamente Buck Rogers.

No fue la primera tira de cómics en mostrar cohetes y pistolas de rayos, pero sus antecesores (como Hairbreadth Harry, de C.W. Kahles) los utilizaban como atrezzo de secuencias cómicas puntuales para luego regresar al mundo real. Las andanzas interplanetarias de personajes como Little Nemo eran fantasía. Buck Rogers era claramente ciencia–ficción.

Para mantener a Buck Rogers tan «verosímil» como fuera posible, John Dille consultó con científicos de la universidad de Chicago que, por ejemplo, le sugirieron el diseño que deberían tener los trajes espaciales para no contaminar la Luna con los gérmenes de Buck y sus compañeros. Otros tópicos de la ciencia–ficción con los que los lectores pudieron maravillarse en la serie fueron los cohetes controlados por televisión, los cinturones antigravitatorios, variados seres alienígenas, piratas espaciales, radares robotizados, vidas alargadas científicamente, máquinas electrohipnóticas o ciudades submarinas protegidas por cúpulas transparentes.

Buck Rogers basó su éxito inicial, como hemos dicho, en el optimismo que se respiraba en la sociedad hacia las posibilidades de una tecnología en continuo desarrollo. Resulta curioso, por tanto, que no sólo consolidara su popularidad sino que la aumentara a partir del «crack» bursátil de 1929, momento en el que se inició uno de los episodios más negros de la joven nación americana. ¿Cómo es posible que sus luminosos dibujos e indestructible fe en el futuro sobrevivieran al pesimismo que impregnó los años de la Depresión?

En contraste con los cómics costumbristas que reflejaban el drama colectivo estadounidense de esa época, como Little Orphan AnnieDick Tracy o Li’l Abner, las historietas de aventuras, a través de sus escenarios exóticos, viriles protagonistas, astutos villanos y dramáticas peripecias ofrecían un mensaje positivo que ensalzaba el infinito potencial humano al tiempo que brindaba una oportunidad de evasión en unos tiempos muy necesitados de ella. Fue por eso que los años treinta se convirtieron en la Edad Dorada de los cómics de aventuras de dibujo naturalista: Buck Rogers, Flash Gordon, Tarzán, Mandrake, Sheena, el Príncipe Valiente, Terry y los Piratas, Superman, Batman…

El éxito del personaje impulsó la creación de una página dominical el 30 de marzo de 1930, escrita por Nowlan y dibujada inicialmente por Russell Keaton (aunque seguía firmándolas Calkins, profesional de menor talento que Keaton) y más adelante, de 1933 a 1958, por Rick Yager, en la que se desarrollaba un argumento protagonizado por Buddy Deering, el aguerrido hermano de Wilma. El cómic inspiró en 1932 un programa de radio que duró varios años y en las navidades de 1934, la Pistola Cohete de Buck Rogers, a 50 centavos, fue el regalo favorito de los niños de todo el país. Aquellas pistolas otorgaron a la lengua inglesa una nueva palabra: «Zap!», onomatopeya ampliamente utilizada a partir de entonces en el cómic y el habla común.

No puede extrañar que semejante éxito generara imitadores. Los dos más importantes, y que examinaremos en futuros artículos, fueron Brick Bradford y Flash Gordon. Este último, nacido en enero de 1934 y dibujado de forma espectacular por Alex Raymond para el King Features Syndicate, fue rival de Buck Rogers durante años y aunque su arte le ha hecho figurar merecidamente en un lugar especial dentro del panteón de Grandes del Cómic, lo cierto es que, al contrario que en Europa, en Estados Unidos nunca llegó a disfrutar de la fama de Buck Rogers, quizá porque éste contaba con la ventaja de ser el primero y porque sus guiones, pese a que hoy contemplemos con cierta condescendencia sus ridículos diálogos, eran más complejos que los de Flash Gordon.

Fue Buck Rogers quien retuvo el estatus de símbolo de la ciencia–ficción más melodramática hasta el punto de que cuando el director de animación de Warner Bros, Chuck Jones y el guionista Michael Maltese parodiaron este género en 1953, el hilarante corto se tituló Duck Dodgers in the 24 1/ Century.

Por razones que tenían más que ver con la facilidad en la obtención de derechos que con la popularidad real del personaje, Flash Gordon fue, sin embargo, el primero en dar el salto a la pantalla grande en la forma de dos seriales en 1936 y 1938, protagonizados por Larry «Buster» Crabbe. Este actor se convirtió rápidamente en el preferido por el público para encarnar héroes espaciales por lo que en 1939 fue el elegido para encarnar a Buck Rogers en su propio serial.

Rogers contó también con presencia en el incipiente mundo del comic–book. El origen de este formato se halla en los cuadernos que reimprimían tiras de prensa populares. En esta modalidad, fue pionero el título Famous Funnies, editado por Eastern Color Printing Company. Durante seis años reimprimió las tiras de prensa del héroe espacial hasta que en 1940 obtuvo su propia cabecera, editada por la misma compañía. Hasta 1943 sólo se editaron seis números: los cinco primeros reeditaron páginas dominicales dibujadas por Rick Yager y el sexto reimprimía tiras diarias de Dick Calkins junto a una historia nueva de dos páginas.

Por su parte, entre enero y mayo de 1951, Toby Press editó varios números en los que se reimprimía la aventura Modar de Saturno, aparecida en las tiras diarias dibujadas por Murphy Anderson entre 1947 y 1948. También incluían historias originales, como esa en la que Buck Rogers retrocedía en el tiempo hasta el siglo XX para detener una revolución comunista en Austria. Fue aquí donde se pudieron disfrutar algunas de las primeras páginas que el maravilloso Frank Frazetta realizó para el cómic. Por último, en octubre de 1964, Gold Key publicó un número único titulado The Space Slavers.

Pero el tiempo pasa para todos y quien no se renueva está condenado a languidecer. Buck Rogers perdió buena parte de su encanto y comenzó a parecer claramente infantil cuando se desató la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética a partir de finales de los cincuenta y principios de los sesenta. La tecnología de los auténticos cohetes y la perspectiva real de llegar a otros planetas hizo parecer postizos y poco verosímiles los argumentos del personaje.

Fue entonces cuando comenzó un baile de creadores que intentaban encontrar un rumbo nuevo para la serie. Nowlan había sido apartado del personaje en 1940, poco antes de su prematuro fallecimiento (lo que motivó la repetida afirmación de que escribió las historias hasta su muerte). Calkins y Yager pasaron entonces a convertirse en guionistas además de dibujantes de sus respectivas tiras hasta 1947, cuando el primero dimitió del Dille Syndicate.

La tira diaria pasó a estar escrita por Bob Barton (1947–1951) y dibujada por Murphy Anderson (1947–1949) y Leon Dworkins (1949–1951). Desde 1951 hasta 1958, Rick Yager escribió y dibujó tanto la tira diaria como la plancha dominical, pero se marchó del sindicato tras la muerte de Dille. Su sustituto fue Murphy Anderson otra vez (1958–59) y George Tuska (1959–1965 para la dominical y hasta 1967 para la tira diaria, momento en que el personaje desapareció de los periódicos). En cuanto a los escritores que aportaron sus relatos en la última década de la serie se cuenta el famoso autor de ciencia–ficción y fantasía Fritz Leiber.

Irónicamente, coincidiendo con la desaparición de la serie, se desató una ola de nostalgia por los antiguos cómics de prensa. Fue el momento en el que intelectuales y estudiosos de la cultura popular empezaron a cultivar un interés académico por el cómic considerado como arte visual. Un grueso volumen titulado The Collected Works of Buck Rogers in the 25th Century (1969), recuperó una abultada selección de la época de Dick Calkins, de 1929 a 1947.

Este renovado interés culminó en 1979 en una película y una serie de televisión, ambas tituladas Buck Rogers in the 25th Century y protagonizadas ambas por Gil Gerard. Producida por Glen Larson y Leslie Stevens, la teleserie duró de septiembre de 1979 a abril de 1981. Los aficionados más puristas echaban pestes del resultado, criticando las influencias de Star Wars en el aspecto visual, el forzado y estúpido humor y la interpretación de Rogers como un tipo divertido y hedonista.

Traicionara o no el espíritu original del cómic, la serie refrescó el interés por el personaje y durante cuatro años, de 1979 a 1983, volvió a los periódicos en forma de tira diaria. Jim Lawrence y Gray Morrow formaron el primer equipo creativo; Cary Bates se ocupó de los guiones en 1981 y Jack Sparling del dibujo en 1982. Además, durante ese tiempo Gold Key resucitó el comic book, esta vez basado en los personajes y conceptos de la teleserie. Los números 2 al 4 adaptaron la película (el número 1 de la colección había sido el publicado por esa misma editorial en 1964). Entre los guionistas estuvieron Paul S. Newman y B.S. Watson y los artistas fueron Frank Bolle (2–4), Al McWilliams (5–11) y Mike Roy. Tras 14 episodios (por algún motivo que se me escapa no hubo nº 10), la colección se canceló en mayo de 1982, cuando el interés por las intrascendentes aventuras televisivas de Buck Rogers ya había decaído. En 1990, TSR, Inc editó tres números como complemento a los juegos de rol que constituían el núcleo de la compañía, adoptando un tono “realista” y algo “sucio” que poco tenía que ver con el origen alegre y chispeante del héroe.

La última incursión del personaje en el mundo de las viñetas tuvo lugar en abril de 2009, cuando Dynamite Entertainment decidió efectuar una profunda renovación del personaje, encargándole la tarea al guionista Scott Beatty y el dibujante Carlos Rafael. Esta etapa duró doce números y un especial hasta junio de 2010. Fue un intento digno, interesante, bien dibujado y que, no siendo totalmente original, sí destacó por encima de la media.

Buck Rogers en el siglo XXV ejerció una inmensa influencia. No sólo introdujo la aventura espacial en el cómic, sino que fue el enlace de millones de personas con la ciencia-ficción, pasando a ejemplificar el género de la space opera en su forma más pura. Tanta fue su importancia que durante las siguientes cinco décadas los norteamericanos se referían a cualquier tipo de ciencia–ficción como «that crazy Buck Rogers stuff». E igualmente importante: Buck Rogers nació como un relato, se hizo famoso en la forma de cómic, consolidó su popularidad a través de la radio y el cine y, en épocas posteriores, la televisión. A través de su figura, la ciencia ficción dejó de ser un género claramente circunscrito a la literatura, saltando cómodamente y con naturalidad a otras modalidades narrativas y estéticas.

Copyright © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".