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«El refugio» (1994), de Juan Miguel Aguilera y Javier Redal

En un futuro no demasiado lejano, la Tierra ha cambiado mucho… para seguir igual. La tecnología ha seguido avanzando (se han establecido colonias en la Luna y los satélites de Marte) pero también la radicalización religiosa que ha desembocado en sangrientas guerras y desórdenes. Un día, sin previo aviso, la Tierra recibe un bombardeo de antimateria, de origen desconocido pero sin duda deliberado. El choque de positrones con los electrones de la atmósfera crea una tormenta energética que destruye las ciudades y extermina a tres quintas partes de la Humanidad.

Es entonces cuando, en auxilio de la Tierra, llegan los colonos de Marte a bordo de unas enormes y misteriosas naves, con el objetivo no sólo de rescatar a los supervivientes, sino llevarse consigo tantos delfines como sea posible antes de que los océanos, crecientemente radioactivos a causa de la lluvia de isótopos, se vuelvan hostiles a la vida. ¿El motivo? Los delfines, gracias a su cerebro, son los únicos que pueden pilotar las grandes naves que utilizan los colonos marcianos. Así, el papel que va a jugar Susana, una etóloga terrestre que ha sido capaz de comunicarse con esos mamíferos marinos, resultará fundamental. A través de sus experiencias, este personaje nos servirá de guía en el descubrimiento del sistema planetario marciano, los restos de la antigua civilización que habitó el planeta rojo, la dinámica técnica y social del viaje espacial, la nueva sociedad que se está gestando muy lejos de la Tierra y los secretos escondidos en los océanos gaseosos de Júpiter, secretos que servirán para desvelar tanto el misterio de la creación de la especie humana como el de su inminente aniquilación.

Juan Miguel Aguilera es diseñador gráfico. Javier Redal es profesor de biología. Aunque los trabajos de colaboración literaria no suelen ser susceptibles de simplificaciones tan toscas, podríamos decir que la parte más creativa y visual recae sobre el primero, mientras que el segundo aplica sus conocimientos científicos para dotar a las ideas de su colega de una base verosímil. Se trata de una tarea nada fácil, pero culminada con éxito por este equipo de escritores.

Como ya hicieran en las novelas del ciclo de Akasa–Puspa, nos encontramos aquí con poderosos conceptos e imágenes: órdenes religiosas dirigiendo la colonización de Marte, enormes naves envueltas en el misterio, inteligencias inmensamente viejas y longevas, delfines pilotando astronaves vivientes, bibliotecas subterráneas de ADN marciano encerrado en diamantes, espectaculares, restos arqueológicos extraterrestres, drones tecnoorgánicos sensibles controlados cibernéticamente, abordajes de cometas helados, torres orbitales,… Como ya hicieran en Akasa–Puspa, Aguilera y Redal combinan a la perfección el sentido de la maravilla propio de la ciencia-ficción con el sólido soporte científico característico de la versión más dura del género. El resultado es de tanta o mayor calidad que muchas obras de firma extranjera más publicitadas, vendidas y premiadas.

La historia reúne varios elementos que ya aparecían en el ciclo de Akasa–Puspa (al fin y al cabo, esta historia pertenece a esa serie de novelas, si bien la acción está situada miles de años antes): un misterio que hay que resolver viajando a algún lugar lejano (en este caso Júpiter), los delfines como pilotos de astronaves, ascensores espaciales, mercenarios con un rígido código de honor, una inteligencia maestra que dispone las piezas del tablero cósmico y que permanece más allá de la comprensión humana… También como Akasa–Puspa, es un relato impulsado por la acción, por la sucesión de descubrimientos y revelaciones más que por los personajes. El tratamiento de éstos se halla algo descompensado: aunque el protagonista principal parece ser la etóloga Susana, nunca llega a desarrollarse todo su potencial y el reparto coral y multiétnico es algo disperso, demasiado amplio como para poder dotar a cada uno de ellos de rasgos diferenciadores.

Otro de los aspectos destacables de la novela, de gran interés pero continuamente desplazado por el incesante desfile de maravillas, es el religioso. La religión juega un papel importante en los diferentes niveles y escenarios de la aventura. Tenemos, desde luego, las órdenes religiosas cristianas que encabezaron la colonización de Marte, seleccionadas en su día tanto por motivos ideológicos (demostración de fuerza ante los países islámicos) como prácticos (se valoraron como idóneas su larga tradición de vida disciplinada, sujeta a estrictas regulaciones, confinada en espacios cerrados y enfocada a un objetivo determinado).

El jesuita Markus es un genio exaltado que combina la erudición con un fervor apocalíptico inspirado por el propio conocimiento que ha acumulado en sus investigaciones arqueológicas; por el contrario, el astrónomo franciscano Álvaro es un hombre tranquilo, amante de la sencillez y del amor por encima del frío conocimiento y cuyo espíritu quedó devastado por el exterminio de casi toda la raza humana, incomprensible desde el punto de vista de un Dios de Amor; ahora sus rezos le suenan mecánicos, fruto de la necesidad de transitar por senderos conocidos y cómodos más que impulsados por la fe. Las bendiciones y las oraciones que se pronuncian antes de la partida de la misión a Júpiter suenan huecas ante un Universo poblado por seres de los que nada se dice en las Escrituras y que han intentado eliminar a la raza humana como antes hicieron con los marcianos.

Hay breves diálogos entre los personajes acerca de las interpretaciones de lo acontecido desde el punto de vista religioso y el origen de las creencias, y se nos apunta la importancia de la Iglesia como impulsora de la reconstrucción social, económica y política de la devastada Tierra gracias a su presencia planetaria y capacidad de organización. Hubiera sido interesante una mayor profundización en este aspecto por parte de los autores pero, sencillamente, no hay tiempo ni espacio para ello: pasan demasiadas cosas y una mayor extensión hubiera convertido la novela en una apuesta económica aún menos segura dentro de un mercado editorial ya de por sí incierto.

También saben a poco los breves apuntes políticos que se dejan caer aquí y allá y que nos sugieren infinitas posibilidades: la necesidad de los colonos marcianos de levantar su propio entramado político tras la catástrofe en la Tierra; o la preponderancia de Japón en la exploración espacial, ya no como una entidad nacional, sino como un conjunto de poderosas corporaciones mercantiles enfrentadas entre sí y dirigidas por antiguas familias en una forma de feudalismo empresarial que despierta adhesiones y enfrentamientos tan intensos como el nacionalismo.

Existen también algunas incoherencias, tanto científicas como narrativas. Entre los primeros, hay enfoques genéticos y astronómicos que han sido superados en los últimos quince años –algo que, en cualquier caso, suele suceder con las novelas del género y que no tiene por qué afectar a la calidad de una obra– ; y en cuanto a los segundos, incoherencias de tipo temporal, como la velocidad a la que los científicos humanos desvelan y desarrollan los secretos de la antigua biotecnología marciana; o que los terrestres sean capaces de una reorganización que se sugiere demasiado rápida tras un desastre que ha diezmado la población, destruido los sistemas económicos y de comunicación y sumido a todo el planeta en el caos.

Algunos de estos defectos fueron los que Juan Miguel Aguilera trató de pulir en una reciente reescritura, que no resulta ser la primera. Porque el origen de esta novela es un relato titulado El escondite, presentado por los autores al certamen de ciencia-ficción que organizó en 1990 la editorial Ultramar, aunque el premio nunca llegó a otorgarse dada la mala situación editorial de la compañía. Tres años más tarde, en una versión ampliada y modificada, fue editado con un nuevo título: El refugio. La novela se hizo merecedora del premio Ignotus en 1995.

Más recientemente, se volvió a presentar el libro en una maniobra comercial que no puedo decir que me agrade: modificar otra vez su texto, retitularlo (Némesis, aunque en esta ocasión firmado solo por Aguilera, colaborando Redal exclusivamente en el apartado técnico) y venderlo como nuevo, algo a lo que no le veo demasiado sentido más allá de exprimir la misma historia por tercera vez. Sí, ciertamente se puede actualizar con los últimos descubrimientos científicos y añadir o quitar cosas y pulir otras que quedaron incompletas. La ciencia siempre avanza y el escritor evoluciona; lo que le pareció bien diez o veinte años atrás puede que hoy ya no le satisfaga y que desee haberlo escrito de otra manera. Pero esto sería aplicable a cualquier obra de ciencia-ficción –o de la literatura en general– y nunca ha sido necesario realizar periódicamente nuevas versiones de obras ya cerradas, algo que los lectores no sólo no exigimos sino que, en general, nos parece un desperdicio de energía y tiempo. La única excusa en este caso concreto sería que El refugio es una obra descatalogada –si bien se puede conseguir sin problemas por internet–, mientras que Némesis todavía está presente en las estanterías de las librerías. En cualquier caso, nunca he sido amigo de estos remontajes literarios, así que prefiero comentar la obra original que su versión remasterizada.

En resumen, con todos sus defectos, una novela apasionante, atrevida, sugestiva y ágil, con escenas plenas grandeza visual y tensión que harían las delicias de un James Cameron o un Ridley Scott.

Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".