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«Firefly» (2002), de Joss Whedon

Si el espíritu americano pudiera asociarse a un paisaje, éste sería probablemente el Oeste. En la mitología americana, el Oeste representa un lugar de inmensos paisajes, cielos interminables y una moral clara y sencilla. Hay pocos grises en el mito del Oeste. Los buenos llevan sombreros blancos y los malos negros. Históricamente, el Oeste era un lugar al que cualquier hombre se podía dirigir para emprender un nuevo comienzo sin importar lo humildes que fueran sus orígenes. La tierra era barata, fértil y estaba ahí para ser reclamada. Este concepto aún sigue vivo aunque aquellos días –si alguna vez existieron– hace tiempo que terminaron.

Cuando el historiador Frederick Jackson Turner propuso su «tesis de la frontera» en 1893, el público americano acogió con entusiasmo la idea. Dicha tesis afirma que los hombres podían ir al oeste y buscar su lugar en el mundo, pero debían hacerlo en un «lugar donde los ideales americanos de democracia, igualitarismo y confianza en sí mismos no sólo pudieran sino que debieran ponerse en práctica». Por desgracia, expuso esa teoría tres años después de que el gobierno de su país declarara la frontera oficialmente cerrada.

Sin embargo, la idea de «la frontera» continuó unida a la cultura norteamericana durante los siguientes cincuenta años. Fue en ese periodo cuando nació el género cinematográfico del western en Hollywood. Ya no había frontera, pero personalidades del mundo del cine como William S. Hart, John Wayne o John Ford, dieron forma a una nueva –e irreal– que alcanzó una difusión masiva en películas, televisión, revistas populares y libros. Con el tiempo surgió la corriente revisionista en virtud de la cual se introdujeron en el género temas sociales y humanos, especialmente la relación entre colonos y nativos. El western fue ampliando su catálogo temático y conceptual, incluyendo en él los cambiantes movimientos culturales.

No puede sorprender pues, que al comienzo de la Edad Espacial, escritores y cineastas desviaran sus ficciones a la nueva frontera que aguardaba en el cosmos. En 1966, el capitán Kirk afirmaba: «El espacio, la última frontera» en su monólogo de apertura de Star Trek (1966-1969). De hecho, Gene Roddenberry imaginó su proyecto como una «caravana hacia las estrellas». La relación de la ciencia ficción con el western se estableció ya en épocas muy tempranas (véase el artículo sobre El hombre de vapor de las praderas para ampliar este aspecto). En los setenta y ochenta, la fusión de ambos géneros fue explícita en películas como Almas de metal (1973), Atmósfera Cero (1981) o Regreso al futuro III (1985).

Y llegamos al otoño de 2002, cuando la Fox anunció el estreno de una nueva serie titulada Firefly, a la que definía como «un western ambientado en el espacio», creada por el padre de Buffy Cazavampiros, Joss Whedon. Éste halló su inspiración en la novela ganadora del Pulitzer The Killer Angels, de Michal Shaara, un relato sobre la batalla de Gettysburg. El heroísmo y los problemas a los que se tuvieron que enfrentar los protagonistas de aquella difícil época le fascinaron y decidió trasladar parte de aquel espíritu a un universo futurista.

A pesar de contar con catorce episodios rodados, Firefly sólo llegó a ver emitidos once antes de ser cancelada por la Fox. Entonces ¿qué distingue a esta serie de otras igualmente efímeras y que, en cambio, se desvanecieron sin que nadie se acuerde ya de ellas? La diferencia tiene un nombre: Joss Whedon. Su abuelo y su padre ya habían trabajado en programas cómicos televisivos y el propio Joss inició su carrera escribiendo para Roseanne . En el mundo del cine firmó los guiones de Buffy Cazavampiros (1992), Toy Story (1995), Alien: Resurrección (1997), Titan A.E. (2000) y Atlantis: El imperio perdido (2001). Pero su estatus de autor de culto vino de la mano de sus éxitos para la televisión con Buffy Cazavampiros (1997-2003) y su spin–off, Angel (1999-2004).

Para su nuevo proyecto, el guionista y productor desarrolló con cariño y solidez un nuevo universo que mezclaba la space opera con el western crepuscular, lo pobló de personajes creíbles y nos narró no sólo los problemas cotidianos de la tripulación de la nave que da título a la serie, sino que introdujo cuestiones y problemas con las que los lectores podían identificarse a pesar del entorno futurista. La tripulación estaba compuesta por personajes bien diferenciados, los diálogos eran excelentes, las historias se desarrollaban con fluidez a pesar de su complejidad y el entorno estaba magníficamente bien diseñado. En lugar de limitarse a tópicos propios de la ciencia ficción estadounidense, Whedon recogió elementos de diversas culturas del mundo y las fundió en un atractivo híbrido que sedujo a los fans.

Firefly esta ambientado en el año 2517. Los recursos de la Tierra han sido exprimidos hasta tal punto de que la humanidad se ha visto obligada a expandirse por el espacio, terraformando planetas lejanos para hacerlos habitables. Más allá de éstos merodean los Reavers, una especie de horrendos zombies mutantes que se alimentan de carne humana y atacan a las naves indefensas. En el momento en el que comienza la serie, la sociedad acaba de salir de una guerra civil que enfrentó a la Alianza Sino-Americana de Planetas Centrales con aquellos mundos exteriores recién colonizados y que se negaban a someterse a un gobierno centralista de corte autoritario. Los «rebeldes», apodados «Browncoats» sufrieron la derrota final en el valle de Serenity, entre ellos el capitán Malcolm Reynolds (Nathan Fillion), un desaliñado veterano muy en el estilo de Han Solo.

Tras la guerra, el desencantado y cínico Reynolds compra y equipa una destartalada nave de transporte de clase Firefly, a la que bautiza Serenity. Se convierte así en el líder de un estrafalario grupo de parias, siempre un paso por delante del omnipresente gobierno de la Alianza y dispuestos a realizar cualquier trabajo que puedan encontrar (legal o no) con tal de permanecer al margen de los mundos controlados por aquél. La tripulación consta de ocho miembros, entre los que se encuentran un predicador, un genio de la mecánica, un mercenario, una militar veterana, una prostituta de élite (denominada compañera en ese universo), un piloto, un doctor y su trastornada hermana.

Lo que situó a Firefly por encima de otras series de ciencia ficción fueron sus personajes, peculiares pero de espíritu romántico. Desde el comienzo queda claro que cada uno de los personajes tiene un pasado bien construido y una interesante historia que contar, se expresa y desenvuelve de forma diferente y coherente a lo largo de todos los episodios. Además, Firefly disfrutaba de unos guiones extraños, atrevidos y viscerales apoyados en poderosos diálogos, mezcla de bromas, pullas, tópicos de las viejas revistas pulp e insertos de chino mandarín.

Malcolm Reynolds, pícaro y arrogante, ejerce su liderazgo con un personal sentido del humor, al tiempo que soporta con orgullo la carga de ser un «Browncoat». Reniega del fascismo inherente a la política del gobierno de la Alianza, pero tampoco simpatiza con los criminales y malhechores con los que se ve obligado a tratar. Traficará con animales vivos, comida o medicinas, rapiñará los restos de naves siniestradas, incluso robará en bancos de la Alianza, todo con tal de conseguir que su nave continúe volando y su tripulación permanezca unida. Puede que perdiera la guerra, pero su militar sentido del honor permanece intacto y la preocupación por sus compañeros/subordinados será siempre su prioridad.

Wash (Alan Tudyk) es un piloto de primera, divertido y locuaz pero poco amigo de la acción violenta. Jayne (Adam Baldwin), en cambio, es un matón políticamente incorrecto, de alma mercenaria y traidora. Book (Ron Glass) es un sacerdote de pasado misterioso que actúa de conciencia de la tripulación y que durante su estancia en la Serenity se verá enfrentado a inquietantes desafíos éticos; Simon (Sean Maher) es un joven y brillante cirujano educado en la alta sociedad y que se encuentra perdido en el mundo de estafadores y contrabandistas al que ahora, en su calidad de fugitivo, pertenece por obligación.

Pero son los personajes femeninos los más interesantes y llenos de matices. La experiencia de Whedon en este aspecto era amplia, puesto que su anterior serie Buffy Cazavampiros (1997-2003) ya había demostrado la capacidad del productor para jugar con los estereotipos, haciendo que la tópica y aparentemente inocua rubia de instituto se convierta en azote de vampiros y demonios.

Históricamente y debido a las condiciones extremas en las que vivían, las mujeres de la frontera llevaban existencias difícilmente asimilables a comportamientos tradicionales o divisiones de roles según sexo. Whedon traslada esa pauta –que normalmente era suprimida en los westerns de ficción– a los personajes femeninos de Firefly, habitantes de un mundo en los márgenes de la civilización. Pero su acierto no se limita a la simple traslación, sino que adapta esos elementos a la sensibilidad del siglo XXI y le da a sus mujeres no solo una importancia equivalente a sus contrapartidas masculinas, sino una complejidad considerablemente superior.

Zoe (Gina Torres), por ejemplo, es la segunda al mando de Mal, su «compañera» en los momentos de acción. El papel de compañero del protagonista es un tópico del Oeste (desde el Pancho de Cisco Kid al Tonto del Llanero Solitario), pero que ese rol recaiga en una mujer es mucho menos frecuente; como también lo es que el compañero sea un luchador más competente que el héroe, caso de Zoe. Esta inversión de papeles –que aparece en bastantes episodios– da lugar a momentos cómicos, pero también define a los personajes: Mal queda a la sombra de la habilidad de Zoe cuando se trata de pelear, ya sea cuerpo a cuerpo o con armas, pero también en lo que se refiere a sentido común, lo que le resta estatura heroica y lo acerca al hombre corriente.

Pero Zoe es también la esposa de Wash, quien, a su vez, desempeña el tradicional rol femenino pacífico y de guardián del fuego doméstico esperando ansioso y preocupado a que su guerrera esposa regrese al hogar, en este caso la nave Serenity. Incluso en el ámbito de la sexualidad, Wash admite sin reparos la superioridad de Zoe.

Inara (Morena Baccarin) representa a la típica prostituta de tantos westerns; sin embargo, su adiestramiento, elegancia y conocimientos –además de que su profesión está altamente considerada en esa cultura– la sitúa por encima de sus compañeros, tanto masculinos como femeninos, aportándoles un grado de respetabilidad. Su posición exclusiva en Firefly le convierte en nexo de unión de dos mundos y plantear un misterio: ¿es leal a la Alianza a la que debe su estatus social y poder? ¿o es una fugitiva huyendo de algún secreto pecado? La serie es deliberadamente ambigua a este respecto, no aclarando nunca del todo por qué Inara ha decidido dirigirse a los márgenes de la civilización.

De cualquier modo, Inara nos permite visualizar el contraste entre el mundo en el que se mueve Malcolm Reynolds, dominado por el polvo, la precariedad y criminales de poca monta, y el ámbito de trabajo de ella, rebosante de glamour, lords aristócratas, bailes de gala y joyas. Ello nos muestra la decadencia del imperialismo de la Alianza y explica por qué aquellos hombres con algo de moral puedan preferir huir a los mundos exteriores en lugar de glorificar el elitismo imperialista.

La dulce pero firme personalidad de Inara está maravillosamente bien reflejada en la interpretación de Morena Baccarin. Inara ocupa un puesto muy especial en la nave, atrapada entre los estereotipos del Western y el papel de cortesana característico de la tradición asiática y cuyo mejor y más conocido ejemplo es el de la geisha. Puede parecer raro, pero esa mezcla tiene perfecto sentido en el contexto de Firefly, cuyo universo es una fusión de las culturas sajona y china (recordemos que la emigración China jugó un papel importante en la historia del Oeste americano). Inara viste al estilo oriental, con elegantes trajes largos de seda; sus aposentos tienen un estilo inspirado en esa cultura y su adiestramiento en el arte de satisfacer al cliente recuerda al de las geishas japonesas (tradición que, a su vez, llegó a la Tierra del Sol Naciente importada de China durante la dinastía Ming). Ese adiestramiento, según se nos muestra, incluye no sólo técnicas sexuales, sino rituales de hospitalidad, medicina, esgrima o tiro con arco.

Su refinamiento y conocimientos le confieren un elevado estatus social en el entorno de las élites. Pero la típica moralidad de frontera del capitán Reynolds, incapaz de captar las sutilezas de la cultura oriental y lastrada por el concepto judeo-cristiano del pecado y la culpa, no puede sino sentirse ofendida por su profesión, considerándola poco más que una prostituta. En cambio, Inara viene de una tradición más liberal en la que el sexo se celebra como una unión sagrada –de hecho, es ella quien elige a sus clientes y no al revés–. Esta disparidad de ideas entre Inara y Mal se extiende a la política puesto que ella apoyó durante la guerra al bando de la unificación. Y, con todo, la atracción entre ambos es evidente y la tensión sexual da lugar a escenas que oscilan entre lo cómico y lo dramático.

Kaylee (Jewel Staite) es otro personaje intrigante, una mezcla entre la osada pionera y le feminista del siglo XXI, que despierta una simpatía inmediata en el espectador. Su honestidad e inocencia primitiva pero también su capacidad de trabajo y su disposición a mancharse las manos cuando y cuanto sea necesario, podrían estar inspirados por la novela La casa de la pradera (1935) en la que su autora, Laura Ingalls Wilder, describe su propia vida como pionera en Kansas en el último tercio del siglo XIX; o las igualmente autobiográficas novelas de Willa Cather.

Pero, al mismo tiempo, bajo el inocente exterior de Kaylee anida una mujer sexualmente liberada, que no solo no se avergüenza sino que disfruta con desenvoltura de los placeres que puede ofrecer su cuerpo. Esto supone una desviación radical del tópico de la mujer pionera. Su honestidad sexual difícilmente tendría cabida en un episodio de La casa de la pradera . De nuevo, Whedon crea un personaje femenino que fusiona con éxito dos tradiciones aparentemente opuestas, la libertad sexual propia del feminismo y la inocencia femenina característica de la literatura romántica. Y aunque Kaylee es inocente y soñadora, ello no la convierte en ilusa. Tiene muy claro quién es y no se deja subyugar por los encantos masculinos ni aparece como objeto de deseo (aunque a veces lo desearía). Todo lo contrario, es ella la que intenta seducir –sin éxito– a su compañero el doctor Simon.

Y, finalmente, River Tam (Summer Glau), otro ejemplo de fusión de tópicos tradicionales y nuevas interpretaciones. River parece la típica chica de ciudad de clase alta, a la que todos deben proteger de los indios (papel que en el universo Firefly asumen los terroríficos Reavers que, como los indios, mutilan su propio cuerpo y el del adversario). Es este otro tópico del western. Recordemos El último mohicano (James Fenimore Cooper, 1826), en el que las hermanas Alice y Cora son defendidas por Ojo de Halcón y sus compañeros nativos. El trastorno mental de River, producto de los experimentos que sobre su cerebro realizó la Alianza, potencia su aspecto vulnerable y frágil.

Sin embargo, esa chica perturbada y débil, esconde un secreto que, excepto a su hermano Simon, pasa desapercibido para todos a pesar de que Whedon ofrece destellos del mismo en la serie. Será en la subsiguiente película, Serenity, donde veremos florecer al personaje y descubriremos que en realidad no sólo es la más inteligente de todos ellos sino la luchadora más letal.

La historia principal se centra en la constante lucha de todos ellos como equipo para encontrar y llevar a cabo trabajos que les permitan sobrevivir sin llamar la atención de la Alianza. Son, generalmente, variaciones de lugares comunes en el género western: asaltos a trenes, robos a bancos, traiciones, duelos al amanecer, huidas de las fuerzas de la ley… todo ello en los márgenes habitados del sistema solar que habitan, el equivalente a la mítica frontera de la que hablábamos al principio. En esos mundos, la tecnología juega un papel marginal, la gente vive al límite y no hay fuerzas de la ley que intervengan en caso de conflicto. Son mundos duros en los que cada uno depende de sus propios recursos.

Los problemas a los que se enfrentaban los personajes provocaban conflictos entre ellos mismos, revelando su auténtico ser. En este sentido, Firefly remite a series de ciencia ficción con una premisa similar, como Los Siete de Blake o Farscape, pero también a westerns como Grupo salvaje (1969); la película de Sam Peckinpah sobre un grupo de forajidos cercados por la civilización en el México de principios del siglo XX; o La diligencia (1939), de John Ford, en el que un grupo variopinto de personajes se internan juntos en un territorio plagado de peligros.

Asimismo Firefly adopta la idea de los veteranos alienados dirigiéndose a la Frontera en busca de un nuevo –y difícil– comienzo tras haber luchado en una guerra civil, idea que figuraba en muchísimos westerns, desde la novelesca El virginiano (Owen Wister, 1902) a la cinematográfica Bailando con Lobos (Kevin Costner, 1990).

Pero Whedon también introduce otros hilos narrativos de fondo que van desarrollándose conforme la serie avanza. Los principales son el misterio que rodea a River (rescatada por su hermano de un laboratorio de la Alianza en el que realizaban experimentos secretos) y su estado mental y la atracción romántico/sexual entre Reynolds e Inara por un lado y Simon y Kaylee por otro. Buena muestra del grado de implicación de los fans por esta serie es el detalle con el que discuten en sus webs los más mínimos pormenores y posibles arcos argumentales, a veces diseccionándolos escena a escena.

Hay series a las que les cuesta arrancar. Necesitan varios episodios o incluso toda una temporada para establecer su marco narrativo, presentar los personajes y fijar la dirección. El caso de Firefly fue el contrario. Desde el primer episodio, los personajes y la historia gozaron de una vida extraordinaria. Entre los mejores capítulos se encuentra el hilarante Jaynestown (18 de octubre de 2002); el dramático Sin gasolina (25 de octubre de 2002) en el que de manera magistral el guonista conecta perfectamente tres periodos temporales diferentes; o Corazón de oro (4 de agosto de 2003), donde se tratan con delicadeza los sentimientos de todos los protagonistas.

El propio Whedon indicó en una entrevista: «La gente siempre piensa algo así como Están luchando contra un malvado imperio; mientras que yo digo: Bueno, no es realmente un imperio tan malvado». La clave estuvo siempre en crear algo lo suficientemente complejo como para suscitar un debate, que no fuera blanco y negro, no «¡si disparamos en este agujero de la Estrella de la Muerte todo irá bien!». Era más complicado que eso, especialmente que el gobierno fuera básicamente benévolo y más avanzado culturalmente .

Los efectos visuales de Firefly recibieron tanto un Premio Emmy como un Society Award. Dirigidos por Whedon, los especialistas infográficos introdujeron efectos hasta entonces nunca utilizados en el cine de ciencia ficción, como zooms, encuadres mal ajustados o imágenes vibrantes y mal enfocadas que daban sensación de verosimilitud. Además, Whedon utilizó esos brillantes efectos con comedimiento para que nunca se convirtieran en protagonistas, dejando que sean los personajes y sus conflictos los que atraigan la atención del espectador.

Otro acierto fue el diseño conceptual que servía de base para su particular universo. Fundiendo la cultura china tradicional con los spaghetti-westerns y añadiendo elementos clásicos de la ciencia ficción y la Guerra Civil Americana, Whedon dio forma a un sucio realismo en el que se daba cita lo sencillo con lo tecnológicamente complejo. Jinetes a caballo se mezclan con aerodeslizadores y naves espaciales, las siniestras tabernas llenas de humo cuentan con hologramas, la gente pasa sin problemas del inglés al chino mandarín y viven en casas hipermodernas con decoración oriental construidas en lunas rocosas y polvorientas. Esta ecléctica mezcla se sintetizó con la habilidad necesaria para que el espectador se sintiera cómodo con lo que veía y contemplara ese futuro como algo más verosímil que los higiénicos entornos de Star Trek o los pintorescos mundos alienígenas de Star Wars.

Fue la energía y profundidad de las historias lo que cimentó el éxito de Firefly . Aunque cada episodio era independiente, también hacía referencia a pasados acontecimientos y adelantaba otros por venir, conformando una serie de arcos narrativos de larga duración al estilo de Babylon 5. En aquellos años no había muchas series de televisión que tuvieran tal formato. De hecho, la moda televisiva era de la del reality, con mínimos costes de producción e ideas recicladas. Aparte de los consabidos programas sobre abogados o policías, no había otras series originales cuya duración llegara a la hora.

Aunque Babylon 5 ya había cosechado éxito en ese formato, su trayectoria durante los noventa no había estado en absoluto exenta de problemas con las cadenas. Firefly ofrecía la oportunidad de llevar las cosas un paso más allá. Utilizando historias estándar de género con un entorno multicultural y un reparto brillante, cada episodio ofrecía tentadores destellos de una historia mucho mayor discurriendo de fondo. La idea ya había demostrado su potencial en series como Embrujadas, Eureka e incluso Buffy Cazavampiros. Pero la Fox prefirió adherirse a las tendencias del momento y no correr riesgos. Whedon ha afirmado que «preferiría tener un programa que cien personas necesiten ver que uno que simplemente entretenga a mil personas». Por desgracia, esta actitud no es la preferida de las grandes cadenas dependientes de los ingresos por publicidad.

Whedon había empezado a darle vuelta a la idea de Firefly durante la tercera temporada de Buffy, en 1999. Fueron los guionistas de su equipo los primeros que entonces oyeron hablar de Mal, Kaylee, Zoe, Wash o Inara, mucho antes de que ningún actor fuera considerado siquiera para los papeles. La concibió como un ambicioso proyecto que se extendería a lo largo de siete años.

Inicialmente, la Fox se mostró receptiva a la propuesta de Whedon, pero más que por la chocante descripción que les ofreció de aquélla (La diligencia en el espacio ) lo que les convenció fue el prestigio del propio Whedon. Además, la cadena acababa de cancelar otra serie de ciencia ficción, Dark Angel y, manteniendo su poco frecuente apuesta por el género, aceptó financiar la idea de Whedon.

Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha de estreno, los ejecutivos de la Fox comenzaron a dar marcha atrás. Se negaron a que el episodio piloto, básico para establecer los parámetros del universo en el que transcurría la serie, tuviera una duración de dos horas y exigieron uno considerablemente más corto. A pesar de la premura con la que Whedon tuvo que reformular su proyecto, cumplió su cometido.

Pero los ejecutivos seguían sin entender la visión de Whedon. Pensaron que el piloto era demasiado western y pidieron más alienígenas. El productor se negó, ofreciendo a cambio más acción y humor.

El universo Firefly era cualquier cosa menos glamouroso. Y esto no sólo en cuanto a los trajes y la tecnología, sino a la propia moral de los protagonistas, continuamente puesta a prueba por la dura vida que llevaban. Malcolm Reynolds se enfrentaba en cada episodio con su propia conciencia al igual que el resto de su tripulación debía batallar contra sus demonios personales. Whedon estaba satisfecho con la química que consiguió no sólo entre los personajes, sino entre los actores que los encarnaban. Pero el estudio le presionó para que «ablandara» a Mal, que lo hiciera menos áspero, más «heroico». Whedon no cedió y el capitán siguió siendo el clásico antihéroe: «Si tienes un trabajo, lo podemos hacer. No nos importa lo que sea», decía. Es más, en caso de peligro prefería huir antes que pelear y arriesgar la integridad de su nave y la vida de su gente.

El asunto del horario fue otro campo de batalla. El programa fue colocado en la rejilla del viernes por la noche, considerado el peor de la semana junto al del sábado, lo que le aseguraba una difusión mínima. Para colmo, la cadena cambió el orden de los episodios. En lugar de con el piloto, Firefly se estrenó con el episodio que había sido concebido para emitirse el tercero, El trabajo del tren (20 de septiembre de 2002), lo que confundió a muchos espectadores. El piloto sería por fin emitido el último de los once que Fox colocó en su programación antes de cancelar la serie.

Por si fuera poco, la cadena no tuvo reparos en modificar su horario para hacer sitio a partidos de béisbol ¿A alguien le puede extrañar que las cifras de audiencia no fueran favorables? A los espectadores les gusta saber con antelación si su programa se emitirá a las 9 de la noche del viernes, todos los viernes; no quieren tener que estar pendientes de si lo han cambiado a las 11 o, peor aún, lo echaron el jueves. Con el exagerado volumen de publicidad que emite la televisión americana, más y más gente dejaba grabando sus programas favoritos y luego los veía saltándose los dieciocho minutos por hora de anuncios. Modificar el calendario de emisión sólo sirve para hastiar a esos espectadores y, además, emitir los episodios en un orden diferente a como fueron concebidos estropea la coherencia interna del programa.

Las críticas fueron buenas, muy buenas, para Firefly . El conocido escritor Orson Scott Card, que se negó a verla al principio, acabó enganchado, afirmando que era «la mejor serie de ciencia ficción de la historia de la televisión». Cuando preguntaron a Whedon acerca de los factores que hacían de la serie un programa sólido declaró: «Creo que es el tipo de televisión que siempre intento hacer; no siempre con éxito, pero siempre lo intento. Es la clase de televisión que llega a las entrañas, que te hace enamorarte de los personajes instantáneamente o, en el peor de los casos, gradualmente; hasta el punto de que sus vidas se incorporan a la tuya».

El público estuvo de acuerdo y a pesar de los impredecibles cambios en los horarios de emisión, comenzaron a surgir con rapidez páginas web centradas en el programa y clubs de fans acérrimos (los Browncoats ) que apreciaban unos guiones inteligentes que respetaban al espectador culto apartándose de los caminos más trillados.

Pero ni las buenas críticas ni el fervor de los fans eran capaces de levantar las mediocres cifras de audiencia producto del maltrato a que la compañía sometía a la serie, que ocupaba un injusto puesto 129 entre los 159 shows de la temporada. Cuando comenzó a rumorearse que el programa se iba a cancelar, los aficionados iniciaron una campaña, Firefly Immediate Assistance, que inundó la sede de Fox con postales a favor de aquél. Por desgracia, no fue suficiente y la serie recibió carpetazo igualmente en diciembre de 2002, dejando sin emitirse tres episodios ya rodados. Entonces, los fans cambiaron de objetivo, intentando que una cadena rival, UPN, se quedara con él. Buen intento, pero igualmente fallido.

Cuando se le comunicó a Whedon la cancelación de su criatura, aseguró a los fans: «No penséis ni por un momento que me he rendido». Se dirigió a ABC, CBS, NBC, UPN y el Sci–Fi Channel, pero todos le dieron un no como respuesta. Whedon lo siguió intentando, pero el reparto perdió la esperanza y se comprometió con otros trabajos. La revista TV Zone indicaba en un artículo: «La cancelación de Firefly te hace desesperar de que un material tan refrescante y edificante como este pueda encontrar un público, especialmente cuando programas como Star Trek: Enterprise o Stargate SG–1 siguen adelante con fuerza».

Pero los fans son difíciles de desanimar. Cuando Fox editó el DVD recopilatorio, muchos grupos de Browncoats comenzaron a organizar Noches de Firefly, proyectando un episodio semanal para presentárselo a su familia y amigos. A medida que se corría la voz, el DVD –que contenía los catorce episodios rodados colocados en su orden correcto– comenzó a acumular una cifra de ventas fenomenal, permaneciendo entre los más vendidos de Amazon durante casi dos años. Para septiembre de 2005 ya había vendido más de medio millón de copias.

Este favorable dato junto al evidente interés que todavía mantenía el universo Firefly tras más de un año fuera de las pantallas, llamó la atención de Mary Parent, vicepresidente de Universal Pictures y fan del trabajo de Whedon. Fue ella la que dio la oportunidad al creador de demostrar a Fox que se había equivocado al cancelar su programa. Y lo haría con una película a lo grande, dirigida tanto a los fans como a los que se acercaban a los personajes por primera vez. Su título fue Serenity, y sobre ella hablaremos en el siguiente artículo.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".