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«Atmósfera Cero» (1981), de Peter Hyams

Recordemos por un momento aquellas entrañables imágenes que sobre la exploración del espacio nos ofrecían las viejas películas y series de televisión. Aquellos valientes pioneros volaban en brillantes naves de avanzadísima tecnología en la que todo estaba disponible con solo apretar un botón.

Habría, claro está, un robot dispuesto a complacernos en todos nuestros caprichos. ¿Y cuando llegaban a la Luna o Marte? Antiguas civilizaciones pobladas de hermosas mujeres esperando a ser rescatadas por los heroicos terrícolas, artefactos alienígenas que transportaban a algún estado trascendente, desagradables monstruos que era necesario destruir…

Hasta el estreno de Alien (1979), pocos films estuvieron dispuestos a enfrentarse a la dura realidad: la vida en el espacio era sólo otro trabajo sucio que alguien tenía que hacer. Atmósfera Cero adoptó la misma filosofía cínica que se negaba a ver el lado romántico de la exploración extraterrestre. Sus personajes no eran héroes y debían afrontar cuestiones siniestramente familiares para los espectadores. Los siete protagonistas de Alien eran camioneros espaciales, tripulantes de la Nostromo, un enorme carguero/refinería. Atmósfera Cero nos lleva a Con-Am 7, una ciudad minera en Io, la tercera luna de Júpiter, en la que 2.144 endurecidos humanos dedican sus peligrosas vidas a extraer titanio.

William O’Niel (Sean Connery) llega a la colonia minera como oficial de seguridad. Enseguida se encuentra con una serie de extraños incidentes provocados por trabajadores enloquecidos que se vuelven agresivos o se suicidan. Su investigación revela que tal comportamiento se debe a la ingestión de una droga estimulante suministrada clandestinamente por la compañía. Esta sustancia hace que los mineros mejoren su rendimiento, pero a cambio provoca serios problemas mentales. La compañía, a través del director de la colonia, trata de comprar el silencio de O’Niel, pero cuando este se niega a colaborar, envían unos sicarios para eliminarlo. Nadie se muestra dispuesto a ayudarlo y es imposible huir a parte alguna…

Peter Hyams es principalmente un director de películas de acción que desde mediados de los setenta frecuentó el género de ciencia-ficción, a menudo con aproximaciones poco ortodoxas y resultados irregulares. Capricornio Uno (1978) y 2010 (1984), a pesar de beber del éxito de la marea Star Wars ofrecían historias ciertamente desmitificadoras e inteligentes que se apartaban de la ciencia-ficción épica propia de Lucas que tanto se prodigó por entonces. Tras una larga temporada alejado del género, volvió a él con Timecop (1994) y El sonido del trueno (2005), ambas películas de acción más convencionales y con claras aspiraciones comerciales.

Así como Alien siempre ha gozado de respeto y consideración (en buena medida gracias a su espectacular diseño y las escalofriantes escenas que nos regaló), Atmósfera Cero ha tenido que sufrir –injustamente a mi parecer– críticas bastante demoledoras. Harlan Ellison machacó la película en un corrosivo artículo en 1984, atacando sus inexactitudes científicas y su rapiña de un argumento clásico del western.

En cuanto a la segunda acusación, no puede negarse. El guión –escrito por el propio Hyams– es un remake totalmente intencionado de Solo ante el peligro (1952), aquella película del Oeste en la que Gary Cooper interpretaba a un sheriff abandonado por sus vecinos cuando tiene que enfrentarse al malvado pistolero Frank Miller y sus secuaces. La intención de aquel western era la de ilustrar la angustiosa situación de aislamiento de aquellos acusados de comunistas durante la caza de brujas. Hyams, desde luego, no tenía semejante propósito ideológico y su historia se limita a trasladar fielmente la estructura del viejo western al espacio, eso sí, con un resultado sorprendentemente satisfactorio. Sí es cierto también que el film incluye unos cuantos absurdos desde el punto de vista científico (como el que la exposición al vacío provoque que las cabezas exploten).

Pero todo lo anterior no invalida el principal activo del film: su visión descarnada de un espacio poblado por rudos y sucios obreros y capataces corruptos dejándose la piel para multinacionales que, lejos de la Tierra, hacen y deshacen a su antojo. Los mineros de Io son solteros (únicamente los administradores de alto nivel pueden llevar a sus familias consigo) y las condiciones de vida nada tienen que ver con las brillantes y sofisticadas colonias espaciales de las películas de los cincuenta. Apiñados en instalaciones básicas, sin intimidad, con largos turnos de trabajo y pocas distracciones aparte de beber en el bar y acostarse con las prostitutas de la compañía. Mark Shepard (Peter Boyle), el corrupto gerente de la estación minera, está allí para maximizar los beneficios al tiempo que proteger celosamente su propia carrera. Le dice a O’Niel: «Hay un tipo como yo en cada operación minera del sistema. Mis putas están limpias, algunas son incluso atractivas. Mi bebida no está aguada. Mis obreros son felices, extraen más mineral, se les pagan más bonus… Funciona. Es suficiente».

Un ambiente de estas características no atrae precisamente a la crema de las respectivas profesiones. La cínica doctora Lázarus (Frances Sternhagen) o el ayudante del sheriff (James B. Sikking) no se tienen en gran estima a sí mismos y lo único a lo que aspiran es a pasar desapercibidos, cobrar a fin de mes y no meterse en problemas. O’Niel es un policía honesto, incluso idealista. Pero ese temperamento no ha hecho sino indisponerle con sus jefes, que le han enviado a una lejana y desagradable colonia. Y aunque al final consigue sobrevivir y destapar los trapos sucios de la compañía, no podemos evitar sentirnos pesimistas. Todo en la película nos indica que se trata sólo de una victoria pírrica, de un aislado e insignificante episodio dentro de un gran mosaico de abusos, intrigas y poder.

Peter Hyams, apoyado por los excelentes diseños de Philip Harrison, hizo un excelente trabajo a la hora de recrear con verosimilitud el ambiente opresivo, oscuro y endurecido de una colonia minera en el espacio. Asimismo, la película disfruta de un buen ritmo, bien resueltas escenas de angustiosa persecución por el interior y el exterior de la base minera y sólidas interpretaciones de Sean Connery y Peter Boyle.

Algún día habrá colonias en nuestra Luna, en Marte o quizá en algún satélite de Júpiter (al menos eso es lo que nos gusta creer). Sin embargo, películas como AlienAtmósfera Cero o Blade Runner predicen que el camino que habrá que recorrer desde las desiertas y hostiles planicies de esos mundos extraterrestres hasta las bonitas colonias de aspecto suburbano será cualquier cosa menos sencillo. Porque aunque se consigan resolver los problemas de energía, alimento, agua y oxígeno, como dice el lema de Atmósfera Cero, «incluso en el espacio, el enemigo último es el hombre».

Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".