En muchas de las obras de Michael Crichton es palpable la tensión entre sus dos facetas: la del escritor de ciencia ficción y la del autor de best sellers de fácil digestión para el gran público. Crichton fue un brillante estudiante de medicina en Harvard, donde se graduó con honores, aunque, desencantado por el ambiente hospitalario, más interesado en las intrigas de poder que en el cuidado de los pacientes, nunca aspiró a obtener una licencia profesional para ejercer y prefirió dedicarse a escribir. Sin embargo, de aquellos primeros años le quedó un interés por la ciencia que ya no le abandonaría hasta su prematura muerte en 2008.
No puedo evitar pensar que, en algún rincón de su corazón, Crichton albergó el secreto sueño de convertirse en un auténtico escritor de ciencia ficción. Sin embargo, sabía que la marginalidad de ese género (en términos de número de lectores y apreciación editorial) nunca le permitiría acceder al dinero y la popularidad que le aportaban las novelas de estilo ligero –no se entienda esto necesariamente como un defecto– fácilmente trasladables al cine. Quizá por eso decidió quedarse a mitad de camino: en sus novelas hay microbios alienígenas, procedimientos genéticos inauditos, nanotecnología o medicina futurista, pero siempre las ambientó en un presente muy cercano y puso el énfasis en el desarrollo de los personajes más que en la tecnología. De esta forma, la indudable base de ciencia ficción que tienen esas obras quedaba oculta bajo las etiquetas más desdibujadas de «tecnothriller», “aventuras”, “suspense” o, aún peor, “best seller”.
Esa indefinición, ya fuera voluntaria o impuesta por las editoriales, le valió a Crichton la injusticia de no contar con el suficiente reconocimiento por parte de los aficionados a la ciencia ficción. Pero ni siquiera los más radicales de entre ellos podrían negar que la obra que ahora comentamos, Esfera, con sus inteligencias alienígenas, naves espaciales y viajes en el tiempo, sea ajena a este género.
El psicólogo Norman Johnson, el matemático Harry Adams, el astrofísico Ted Fielding y la zoóloga Beth Halpern han sido convocados por la Marina y transportados a una aislada zona del Océano Pacífico donde se les informa de su increíble misión: serán los consultores científicos y el grupo de primer contacto con una posible inteligencia extraterrestre. Y es que en el fondo marino se ha hallado, oculta por una gruesa capa de coral, una gigantesca astronave que lleva allí desde al menos trescientos años. Acompañados por el capitán Harold Barnes y un equipo de personal de la Marina, se trasladan a unos habitáculos especiales que ya han sido instalados en el lecho oceánico, próximos a la nave.
La sorpresa es mayúscula cuando entran en el gran vehículo estelar, puesto que éste no es lo que en principio esperaban. Aún más, en una de sus estancias encuentran una esfera de factura aparentemente alienígena y para la que no tienen explicación. ¿Está viva? ¿Cuál es su propósito? ¿Cómo llegó a bordo de la nave? ¿Es possible acceder a su interior?
Es entonces cuando empiezan a suceder cosas extrañas que comienzan a causar muertes entre el grupo de exploradores. El habitáculo queda aislado de la flota de superficie y los ataques de improbables criaturas se convierten en una seria amenaza para todos. Al mismo tiempo, una inteligencia aparentemente extraterrestre trata de comunicarse con ellos. Los científicos se verán obligados a enfrentarse con sus propios terrores y a comprender lo que está ocurriendo sin perder su cordura. De ello dependerá su supervivencia.
Esfera es una obra característica de Michael Crichton: comienza con la exposición temprana de una premisa tan atractiva como sencilla para continuar, a partir de ella, desarrollando una historia compacta y fluida, repleta de suspense, sorpresas y un uso inteligente de la ciencia como soporte de aquélla. En este caso, la premisa es “Profundidades submarinas + Exploración de lo desconocido”, dos términos que sugieren misterio y terror. Encontramos también otros elementos comunes en varias de sus novelas (La amenaza de Andrómeda, Devoradores de cadáveres, Congo, Parque Jurásico): un entorno claustrofóbico, aislamiento, un conjunto dispar de personajes que deben trabajar juntos para salvar la vida… El suspense comienza desde el principio y va cobrando ímpetu hasta la última página gracias al planteamiento de nuevos enigmas y la dosificación de la información que los resuelva.
En el aspecto estrictamente científico, Crichton no sólo integra con habilidad en la narración las bases biológicas y tecnológicas de la supervivencia humana en un entorno hostil como es el de las profundidades oceánicas, sino que expone de forma clara, ordenada e interesante para un profano las teorías astrofísicas y biológicas existentes acerca de la posibilidad de vida extraterrestre y las consecuencias que para la especie humana podría tener. ¿De dónde viene la vida y por qué adopta determinadas formas? ¿Puede algo estar vivo y carecer de cuerpo¿ ¿O de ADN? ¿Lo identificaríamos entonces como un ser vivo? ¿Puede existir vida inmortal?
Crichton también acierta al no llegar a aclarar nunca el misterio de la nave y de la “inteligencia” extraterrestre. En parte ello obedece a la simple lógica: nuestro estadio actual como civilización tecnológica y la propia estructura del cerebro humano, muy condicionado por la evolución en las específicas circunstancias de nuestro planeta, no tendría por qué darnos la clave para comprender algo desarrollado en un entorno absolutamente diferente al nuestro. Todo lo que pueden ofrecer los personajes sobre el particular son teorías, hipótesis… que nunca se verán confirmadas ni desmentidas. Pero además hay un interés puramente narrativo en esa indefinición, puesto que cuanto menos sepa el lector acerca del alienígena mayor será la sensación de misterio, terror y angustia que experimentará
Además de ciencias duras, como las matemáticas, la astronomía o la física, y otras más blandas, como la biología o la medicina, el argumento de Esfera se apoya en realidad en algo mucho menos concreto: la psicología. Apoyándose en unos personajes altamente cualificados en sus respectivos campos de conocimiento que se ven obligados a permanecer juntos y encerrados en un entorno claustrofóbico y sometidos a altos niveles de estrés, Crichton realiza un análisis de sus fortalezas y debilidades, de lo mejor y lo peor que hay no sólo en ellos, sino en cualquier ser humano que pueda verse atrapado en una situación límite. También dentro del ámbito de la psicología el libro, a través de sus personajes y del ser (o artefacto) alienígena, plantea una y otra vez sobre la cuestión de la inteligencia en contraste con la emoción y las consecuencias de enfatizar uno de esos aspectos en perjuicio del otro. ¿Es posible una inteligencia no humana si carece de emociones? ¿Qué consecuencias podría tener ello para nosotros, una especie a la que domina más su lado físico que el mental?
Por tanto y como suele ser habitual en los libros de Crichton, el lector encontrará superpuesta a la intriga principal una delgada pero fascinante capa de divulgación científica que en ningún momento resulta aburrida o en exceso prolija.
Michael Crichton nunca fue considerado un icono de la literatura. Tampoco lo pretendió. Fue un “sencillo” contador de historias. Y muy bueno. Porque no todos los gurús de la Alta Cultura tienen su talento para sumergir al lector en las historias que narran, hacerles empatizar con sus personajes y querer saber lo que les ocurrirá a continuación. Y ello aunque, como en este caso, dichos personajes sean algo planos, predecibles y no particularmente memorables: la mujer atractiva y fuerte que esconde una inseguridad enfermiza, el hombre de raza negra de brillante cerebro y carencias emocionales, y el blanco de mediana edad frustrado por la falta de reconocimiento profesional. Puede que esos clichés no sean los más recomendables en una novela que pretende dar protagonismo a la Psicología, pero el secreto de la accesibilidad de los libros de Crichton reside, precisamente, en no centrarse ni profundizar demasiado en ninguno de los aspectos que apunta, sino lograr un equilibrio entre todos: la psicología, la ciencia, el suspense, la acción, el drama personal…
Quizá uno de los más llamativos defectos de Crichton es que, con todo el suspense que habitualmente volcaba en sus relatos, éstos nunca llegaran a las últimas consecuencias, evitando siempre el tono más duro o violento. En este sentido, puede que el lector encuentre el final de Esfera en exceso blando y “feliz”. Algo de esto hay, pero tampoco se puede calificar de absurdo, puesto que se trata de una conclusión coherente con lo narrado hasta el momento y con el carácter de los personajes tras haber vivido terribles experiencias.
Y, después de todo, ese final –que no quiero desvelar para no arruinar la lectura a quienes pudieran estar interesados en esta novela– es el que resume el núcleo del libro: el miedo. Pero no un miedo a sufrir daño físico, sino a algo más profundo e intangible: a nuestras propias mentes, a lo que acecha en el fondo de nuestra propia naturaleza como especie. En este sentido, Crichton vuelve a plantear –como en otras de sus novelas- los peligros de la manipulación un poder, científico o de otra clase, que no comprendemos totalmente. ¿Estamos lo suficientemente evolucionados, individual y colectivamente, como para controlar esas recién descubiertas capacidades? Es un dilema tan antiguo como la propia ciencia ficción y que jamás tendrá una respuesta fácil.
En resumen, una novela de ritmo trepidante y continuo suspense psicológico que toca múltiples campos científicos de forma accesible para el profano. Una buena aproximación a la ciencia ficción para aquellos que no estén familiarizados con la misma.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.