Jack London y Stanisław Lem son dos escritores que tienen muy poco en común. Ni su origen, ni sus vidas, ni su estilo ni los temas que trataron en sus obras se parecen. Pero en lo que sí se asemejan es en que ambos dejaron para la posteridad una colección de relatos que en justicia pueden calificarse como clásicos: no sólo han superado la prueba del tiempo, de forma que pueden ser disfrutados y comprendidos por generaciones de lectores, sino que su actualización y adaptación a otros lenguajes narrativos mantiene su fuerza y mensaje originales. Esto último, claro está, siempre que lo realice alguien con el talento necesario.
A finales de los años setenta, Giménez ya había entrado con paso firme en su etapa de plena madurez artística. Tras sus primeros trabajos de género para agencias y la posterior toma de conciencia social y artística que supuso Hom (1977), Giménez se embarcó en una serie de obras que constituyen lo mejor de su producción. Paracuellos, Barrio, Los Profesionales… son colecciones de historias de corte costumbrista con un fuerte contenido autobiográfico y de crítica social, auténticas obras maestras del cómic patrio, además de extraordinarios estudios de personajes y ambientes. Al extraer su inspiración de sus propias experiencias vitales, el autor ya no necesitó recurrir a autores clásicos en los que apoyarse para el desarrollo de sus argumentos ideológicos, tal y como ya había hecho en Hom o Koolau el Leproso. La obra que ahora nos ocupa, Érase una vez el futuro, serializada entre 1979 y 1980 en la revista 1984 fue una excepción.
Con ella, Giménez regresa a la ciencia ficción, género que había cultivado con cariño en años anteriores (Delta 99, Dani Futuro, Hom), escogiendo para ello dos relatos de Jack London (de quien ya había adaptado Koolau el Leproso) y dos de Stanisław Lem. Este último sí fue clara y reconocidamente un escritor de ciencia ficción, pero London aunque cultivó ocasionalmente el género tanto en historias cortas como en novela (El vagabundo de las estrellas o El talón de hierro), es más recordado por sus relatos de aventuras localizadas en escenarios salvajes o marítimos. Giménez escoge dos de sus cuentos, originalmente ambientados en el mar y en una avanzadilla colonial, y los traslada al futuro. Este cambio no afecta en absoluto al sustrato de dichos cuentos, porque se trata de historias de carácter universal que apelan a sentimientos con los que cualquier ser humano de cualquier época puede identificarse.
Eso sí, como ya he apuntado al principio, London y Lem son dos autores muy diferentes y Giménez adapta su ritmo, narrativa e incluso estilo gráfico al tono emocional que cada autor vierte en sus relatos. Los de London, «Los verdugos» y «¡Aquí base Sahamis llamando a Jessie!» son claustrofóbicos, angustiosos y con una intensa carga emocional. Los de Lem, «El misionero» y «Agonalia», son fábulas ligeras, con un acentuado humor negro.
«Los verdugos» nos traslada a una nave mercante a la deriva cuyos tripulantes, famélicos y desesperanzados, deciden sacrificar a uno de los jóvenes cadetes del grupo para que les sirva de alimento. Es una historia que desborda tensión, rabia y desesperación. Por su parte, «¡Aquí base Sahamis llamando a Jessie!» es una denuncia del colonialismo salvaje; en ella el autor nos traslada a un apartado y subdesarrollado planeta en el que un minero somete a los nativos, obligándoles para que trabajen en penosas condiciones. Cuando una epidemia empieza a diezmar a los obreros, el minero, atemorizado y solo, descarga su miedo y frustración contra los nativos. El miedo de estos a su arma no oculta el creciente resentimiento que amenaza con estallar en cualquier momento.
Ambas historias giran alrededor de un tema recurrente en la obra y pensamiento de London: el abuso de poder por parte de los poderosos. En «Los verdugos», es el poder de la mayoría y la fuerza física contra la inferioridad numérica de los indefensos cadetes; en «¡Aquí base Shahamis…!» es el poder que emana de la posesión de un arma. En ambos casos, el poder se ejerce de forma cruel y en circunstancias extremas en las que el instinto de supervivencia se antepone a cualquier consideración moral. Y también en ambos casos, ese abuso de poder acaba volviéndose contra quienes lo esgrimen. Los tripulantes de la nave naufragada serán castigados por su asesinato a la postre inútil; y el tirano explotador, en las puertas de la muerte, no hallará entre quienes le rodean, víctimas de su maltrato, ni una sola mano amiga.
Para reflejar el ambiente opresivo y violento, Giménez utiliza en «Los verdugos» dobles páginas que combinan planos generales del exterior de la nave con primeros planos de las figuras sobre fondos oscuros; el efecto resultante es el de enfatizar la soledad de los náufragos y dirigir toda la atención al dramatismo del episodio que se desarrolla en el interior del pecio. En»¡Aquí base Shahamis…!», una planificación más tradicional permite aumentar el número de viñetas por página y ralentizar el ritmo de la historia. Ello, unido a los cielos inmaculadamente blancos y la luminosidad general del dibujo, transmite una sensación de calor, agotamiento y tensa espera.
«El misionero» nos cuenta con fluidez la historia del monje Oribacio, quien llega a un planeta utópico habitado por los memnogos, raza gentil y bondadosa –una mezcla de pitufos y duendes– con el objetivo de evangelizarlos y anunciarles la buena nueva del Señor. Pero la pasión del religioso a la hora de narrar las vidas de los mártires le reporta una reacción inesperada por parte de sus amables anfitriones. «Agonalia» es una sencilla anécdota en la que un humano de visita en un extraño planeta contempla con aprensión la costumbre local de dejarse descuartizar por una sofisticada máquina con el fin de transformar el dolor en placer, sólo para ser reconstruido y comenzar el proceso de nuevo.
En «El misionero» Giménez recurre a planos abiertos, con viñetas de hasta doble página, la estilización de la línea y la eliminación del sombreado. El resultado es un dibujo luminoso y despejado que remite a la ilustración infantil y ofrece un chocante y deliberado contraste con la dureza inherente a la historia. En «Agonalia» utiliza una escenografía a base de grandes volúmenes de arquitectura y tecnología de inspiración orgánica que remite a la ciencia ficción francesa de la época –especialmente Moebius– resaltando la pequeñez del ser humano frente a la tecnología.
Si hay algo común a los cuatro episodios contenidos en este volumen es la crueldad, un rasgo desgraciadamente muy humano que adopta diferentes formas y que Giménez refleja con una efectividad escalofriante: crueldad colectiva en el sacrificio forzado del individuo a favor de la mayoría en «Los verdugos»; del individuo contra la mayoría en «¡Aquí base Shamis…!; crueldad tan aberrante como bienintencionada derivada de la exaltación religiosa en «El misionero»; o crueldad autoinfligida y masoquista en «Agonalia».
Y en todas ellas se despliega un amplio catálogo de emociones que Giménez refleja con maestría: pánico, odio, desprecio, asombro, bondad, demencia, furia, desesperación… La ambientación de cada historia, el escenario sobre el que se emplaza la acción principal, ésta diseñado y dispuesto de forma acorde con su fondo emocional.
Érase una vez el futuro pasó sin pena ni gloria en su momento y ni siquiera hoy se la contempla como una de las grandes obras de su autor. Pero claro, teniendo en cuenta el altísimo nivel de su bibliografía esto no supone ningún desdoro. Es más, en el ámbito de la ciencia ficción nos encontramos ante cuatro historias compactas, desarrolladas con estructuras narrativas diferentes y, más importante aún, autocontenidas; esto es, el lector no precisa de introducción alguna ni referencias adicionales a través de las cuales entender el relato. A Giménez le bastan unas breves pinceladas para definir y describir a la perfección el temperamento, el alma, de los personajes y fijar claramente la situación en la que se encuentran. Y es precisamente eso, junto a su sensibilidad y comprensión de la naturaleza humana, lo que convierte a Giménez en un narrador de primer orden.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.