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La ciencia ficción de Jack London

A finales del siglo XIX, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos surgieron muchas publicaciones periódicas que se convirtieron en escaparate de multitud de escritores. A diferencia de los libros tradicionales de entonces, que dividían las obras en volúmenes de tapa dura y sólo estaban al alcance de unos pocos, estas nuevas revistas eran baratas y accesibles para un público más diverso. Esa diversidad y la necesidad de llenar semana tras semana las páginas de la publicación, llevaron a los editores a buscar nuevos autores que pudieran moverse en todo tipo de géneros. Uno de los que se aprovecharon de la nueva coyuntura fue Jack London.

A finales del siglo XIX el trabajo de Julio Verne ya era conocido en Estados Unidos, como también las novelas de H.G. Wells. La zona de San Francisco – donde residía Jack London– también contaba con escritores que cultivaban la ficción especulativa, publicando sus trabajos en los periódicos y revistas que se vendían allí. Trabajos de corte fantástico o de ciencia ficción habían encontrado cabida en el Overland Monthly, la misma revista que le compró a London algunos de sus primeros trabajos. El propio Ambrose Bierce escribió por entonces algunos relatos fantásticos y Edgar Rice Burroughs creó a John Carter de Marte aún en vida de London, en 1912.

La vertiente fantástica de la literatura de London no es lo más conocido de su bibliografía, pero lo cierto es que sus historias cortas pavimentaron el camino para la popularización de la ciencia-ficción. Trece de las 188 historias cortas que publicó y 4 de sus 22 novelas pueden clasificarse como de temática fantástica, por lo que podríamos decir que su aproximación a la ficción especulativa o la ciencia ficción fue algo más que simple anécdota. Aunque hoy es recordado sobre todo por sus relatos de aventuras en las heladas tierras del Yukón o las embravecidas aguas el Océano Pacífico, sus relatos de fantasía/CF son mucho más interesantes que los de otros autores contemporáneos más conocidos pero menos originales en sus ideas. Veámoslos.

Un millar de muertes (1899) fue la primera obra que el escritor consiguió publicar –en la revista Black Cat, en 1899–. Un enloquecido científico experimenta con su hijo en una alejada isla del Pacífico, asesinándole de exóticas formas una y otra vez para luego resucitarlo utilizando distintos métodos desarrollados por él.

El rejuvenecimiento del mayor Rathbone (1899). Un suero de la juventud permite resucitar un antiguo amor.

Una reliquia del Plioceno (1901). Un colono del norte de Canada encuentra a un viajero que le narra su encuentro con el último de los grandes mamuts, a quien persigue con tenacidad hasta acabar con él. No muy acertada en el apartado evolutivo, es, sin embargo, una buena historia de aventuras.

The Shadow and the Flash (1903). Dos hermanos profundamente competitivos inventan dos métodos alternativos de invisibilidad, sólo para verse enfrentados por sus descubrimientos hasta el punto de asesinarse. Aparte del tema que tocan (el mal uso de la ciencia por individuos desequilibrados), ya desarrollado por Edward Page Mitchell y H.G. Wells, la historia aporta poco a nivel literario o de caracterización.

Antes de Adán (1907). Una historia sobre la sociedad humana primitiva, construida sobre las bases del darwinismo social y la creencia de London en la pervivencia de las memorias raciales.

El enemigo del mundo entero (1908). La génesis de un genio del mal. Los malos tratos en la infancia, los amores desgraciados, el sensacionalismo y acoso periodístico… todo se confabula para convertir a un desgraciado pero inteligente hombrecillo en un amargado criminal que, con ayuda de una máquina de su invención, causa la destrucción y siembra el pánico por todo el globo.

El talón de hierro (1908): ya comentado en un artículo anterior. Distopía en la que el capitalismo acaba degenerando en una tiranía contra la que luchan los esforzados socialistas revolucionarios.

Un fragmento curioso (1908). Cuento distópico sobre la servidumbre industrial. Los historiadores del lejano futuro examinan los documentos de una oligarquía industrial que nació del capitalismo salvaje de nuestra era. Se prohibió la educación para los trabajadores, creando un cuerpo de trovadores que recorrían el país anunciando las noticias aprobadas por el gobierno. La historia del auge y corrupción de una familia descendiente de un antiguo esclavo es deprimente y un tanto insulsa.

El sueño de Debs (La huelga general) (1909). Relato de política–ficción en la que una brutal huelga general paraliza el país, lleva a la catástrofe a las clases más pudientes y provoca un panorama de hambre, caos y apocalipsis. Un alegato en favor de la resistencia y la negociación al tiempo que un relato gráfico de la ruina de una nación.

Goliah (1910). Una serie de industriales y políticos se niegan a obedecer las órdenes de un misterioso individuo recluido en una isla del Pacífico. Todos mueren a resultas de una misteriosa arma. Los ejércitos de varias naciones nada pueden hacer y el gobierno americano acaba viéndose obligado a cederle el poder a este excéntrico y peligroso científico. Éste acaba levantando un paraíso utópico, tan agradable como imposible. London no nos dice cómo se consigue el éxito económico y social y cómo se obliga a la gente a actuar en determinado sentido sin despertar resentimientos y revoluciones antes o después.

Cuando el mundo era joven (1910). El encuentro de un ladrón con un hombre con personalidad desdoblada: por el día es un exitoso hombre de negocios; por la noche es poseído por el alma de un primitivo teutón atrapado en el tiempo.

La invasión sin paralelo (1910). Una historia futura alternativa que avisaba del «peligro amarillo». Augura el ascenso de Japón, su occidentalización y la creación de un imperio asiático, invadiendo China. Ésta acaba convertida en la principal potencia del planeta, expulsa a los japoneses y hace valer su poder comercial además de enviar a otras naciones millones de sus ciudadanos como emigrantes. Es 1976 y nada puede hacerse para detener la expansión china… hasta que un americano propone un plan para acabar con ellos: rodearlos por mar y tierra y liberar un virus que liquide a casi todos sus habitantes, masacrando al resto haciendo uso de escuadrones de exterminio para, a continuación, repoblar el territorio con colonos occidentales. Repulsivo manifiesto racista, expresión del temor al Peligro Amarillo que se sentía entonces en California (recordemos la abultada colonia china que tenía San Francisco).

El poder de los fuertes (1911). Una historia tan brillante como tendenciosa que nos cuenta cómo un grupo de salvajes prehistóricos aprenden a agruparse para repeler las amenazas externas, evolucionando hacia una sociedad de capitalismo primitivo en el que los fuertes abusan de los débiles. De nuevo, el darwinismo social y el comunismo, tan queridos ambos para London.

La plaga escarlata (1912). Un anciano cuenta a sus hijos la caída de la civilización de la que él fue parte cuando, en 2013, un virus acabó con casi toda la población humana del planeta. Este trabajo de ficción especulativa resultó ser profético. Unos años después de su publicación, se desató la epidemia de la gripe española; la enfermedad se extendió rápidamente –aunque no tanto como la imaginada por London– y afectó sobre todo a adultos jóvenes en lugar de los habituales niños o ancianos. Se cree que en todo el mundo murieron víctimas de la gripe de 30 a 40 millones de personas, el 2% de la población mundial. Por otra parte, muchas de las ideas presentes en La plaga escarlata serían reutilizados por autores posteriores, desde Stephen King (Apocalipsis) a William Golding (El Señor de las Moscas) pasando por George Stewart (La Tierra permanece).

El vagabundo de las estrellas (1914). La proyección astral de un preso en San Quintín, le lleva a vivir experiencias de lo más diversas a lo largo de la corriente temporal, desde la crucifixión de Cristo a las emigraciones de los mormones. Comenté esta obra más extensamente en un artículo anterior.

El Rojo (1918). Una historia que hace uso de la fórmula –ya muy popular por entonces– de la raza perdida, eso sí, despojada del romanticismo y los ideales de «buen salvaje» tan habituales en esos relatos.

Entre las historias reseñadas hay de todo, desde relatos de gran intensidad y capacidad de evocación hasta otros totalmente olvidables o incluso absurdos. Los temas que en ellos desarrolla London habían sido ya tratados por otros autores anteriores o contemporáneos a él: cuentos prehistóricos, catástrofe apocalíptica, declive de la civilización, guerras futuras, distopias, fantasmas, viajes en el tiempo, percepción extrasensorial, utopías tecnocráticas, política-ficción… Subyacente en la mayoría de las historias están las ideas de London sobre la evolución social, el racismo y el anticapitalismo. En algunas de ellas el énfasis recae sobre lo que podemos llamar «ciencia ficción social»: los problemas futuros de la sociedad, en especial la explotación de los trabajadores y el materialismo capitalista. Son relatos en los que se exponen casos extremos de desorden –u orden– social, especulando sobre cómo eliminar el sufrimiento enraizado en la desigualdad económica. En otros casos, sus sociedades imaginarias trataban de demostrar la validez del darwinismo social y, concretamente, la superioridad de la raza anglosajona. Como se puede ver, este tipo de radicalismo político y social nada tiene que ver con la imagen de autor de aventuras para niños y adolescentes que los editores han tratado de vender una y otra vez.

Hay otro elemento, este en un plano más secundario, en sus relatos de ficción especulativa: el medio ambiente, especialmente en aquellas historias en las que algún tipo de revolución ha acabado con buena parte de la población. London parece confiar en la capacidad regenerativa de la naturaleza, e incluso llega a esgrimirla como razón para adelantar la revolución.

Jack London fue el primer escritor norteamericano que fue capaz de ganarse la vida exclusivamente con su talento literario; al dedicar todo su tiempo a esa tarea, escribió más y de mejor calidad. No sólo eso, sino que su contribución a las revistas pulp –junto a las de otros escritores muy conocidos en su tiempo– hizo de esas publicaciones un negocio de éxito que propiciaría su futuro papel de escaparate de la ciencia ficción (aunque el primer pulp íntegramente dedicado al género no aparecería hasta 1926: Amazing Stories). La ciencia-ficción norteamericana se desarrolló casi exclusivamente en el ámbito de estas revistas hasta los años sesenta, cuando se impuso el formato de edición directa en volumen.

La ciencia ficción de London muestra la influencia de escritores de horror y fantasía de finales del siglo XIX como Mary Shelley o Edgar Allan Poe, o escritores de romances científicos de la misma época como Julio VerneH.G. Wells o H. Rider Haggard. Queda por estudiar la influencia de London sobre las generaciones posteriores de escritores, especialmente en lo que se refiere a la novela distópica. Entre ellos se encuentra George Orwell, que produjo programas radiofónicos sobre London cuando trabajó para la BBC en Londres y reconoció su deuda con libros como Antes de AdánEl talón de hierro o El pueblo del abismo.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, con licencia CC, y editado en TheCult.es con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".