Desde el punto de vista de la cronología interna y antes de la segunda novela del Ciclo de los Robots, habría que colocar aquí un cuento escrito en 1972 y titulado “Imagen especular”. En este caso, Daneel Olivaw le pide ayuda a su amigo humano para dilucidar el misterio de una posible violación de las Tres Leyes por parte de dos robots que sirven a sus respectivos amos, dos matemáticos muy prestigiosos que se acusan mutuamente de haberse robado una idea. Elijah se servirá de la lógica aplicada a las Tres Leyes y del conocimiento de la naturaleza humana –algo que el robot no puede entender– para resolver el enigma.
La segunda novela del Ciclo fue El sol desnudo, serializada en Astounding Science Fiction entre octubre y diciembre de 1956 y con edición en libro al año siguiente). Si bien no está a la altura de Bóvedas de acero, es otro misterio policiaco absorbente que, aun conteniendo ciertos elementos ya algo caducos, no malogran la diversión.
Años después de los eventos narrados en Bóvedas de acero, el detective Elijah Baley es requerido por las autoridades de uno de los Mundos Exteriores, Solaria, para que resuelva el misterioso asesinato de uno de sus principales ciudadanos. Se trata de una petición inusual que se produce en un momento en el que las hostilidades entre los terrícolas y los Espaciales son más enconadas que nunca.
Para colmo, Solaria es la imagen especular de la cultura terrestre, un planeta en el que los ciudadanos no solo viven dispersos por toda su superficie sin contacto físico alguno entre ellos sino que la cultura del robot está tan enraizada que prácticamente todas las tareas las realizan éstos, contando cada solariano con varios miles de autómatas y androides en sus extensísimas fincas.
Con los terrestres enclaustrados en sus ciudades abovedadas y sin salir de su planeta, los Espaciales dominan la galaxia y Solaria, que ha alcanzado el estatus de principal fabricante de robots de todos los Mundos Exteriores, es la principal superpotencia.
El hecho de que Solaria solicite la ayuda de un detective de la Tierra indica la dimensión de su perplejidad: es el primer asesinato registrado en toda la historia del planeta. Fundado como una especie de mundo de vacaciones, Solaria se ha convertido en el parangón del aislacionismo. Sus habitantes se han dotado de estrictas leyes eugénicas para limitar su población a 20.000 personas y han cultivado la supresión del deseo de contacto físico, comunicándose exclusivamente entre ellos mediante proyecciones holográficas. El simple pensamiento de estar en una habitación con otro ser humano les provoca temor y repulsión. Así que Elijah no sólo debe luchar contra su crónica agorafobia terrestre sino que debe resolver el crimen sin interactuar personalmente con nadie.
Como en Bóvedas de acero, Baley, acompañado de nuevo por su antiguo compañero robótico Daneel Olivaw, debe desentrañar un crimen que parece imposible: no se ha encontrado arma homicida y en un mundo en el que incluso las parejas casadas –cuya unión está programada a efectos exclusivamente de procreación (sin que esto implique necesariamente sexo)- detestan el contacto personal, la hipótesis de que el culpable sea humano parece poco probable. Pero, por otra parte, las Tres Leyes de la Robótica impiden que cualquiera de los miles de robots al servicio de cada ciudadano puedan hacerle cualquier tipo de daño o dejar que sufra una agresión por parte de otro humano…¿o no? Como sucedió en su anterior caso, el asesinato esconde razones de índole política que pueden afectar al equilibrio de toda la galaxia.
Si el marco de la acción, el planeta Solaria, parece demandar del lector un grado máximo de suspensión de la incredulidad, pensemos que su radical robotización obedece a un propósito satírico. En la década de los cincuenta del pasado siglo, se produjo una expansión del automatismo y la maquinización en Estados Unidos, lo cual era un fenómeno nuevo y emocionante, pero también fuente de preocupaciones en tanto en cuanto se temía que las máquinas acabarían suplantando al hombre, eliminando puestos de trabajo y provocando profundos e imprevisibles cambios en la sociedad y la economía norteamericanas.
En este sentido, Solaria es la sublimación de tales miedos, un mundo de utópica “perfección” robótica cuyos higienizados habitantes han acabado despojándose de todo aquello que les hacía humanos. Los solarianos que encuentra Elijah son apenas menos robóticos que sus robots. Quizá Asimov se pase de la raya al hacer que encuentren incluso difícil pronunciar las palabras “niños” o “amor”, pero en general acertó a la hora de reflejar en su libro algunos de los temores que la ciencia y la tecnología despertaban en su época (y, ya de paso, también en la nuestra).
Sin embargo, nadie podría acusar a Asimov de ser un ludita. Aunque ni siquiera las pasiones humanas de los solarianos pueden suprimirse por completo, la estructura social y la psicología que han emanado de esa hipertecnificación han sumido al planeta en un estatismo letal. Los solarianos han alcanzado tal nivel de riqueza que han caído en una apatía autodestructiva de la que no son conscientes. Es más, están convencidos de que se han convertido en el modelo al que deberían aspirar el resto de los planetas. Asimov nos sugiere que las utopías no existen a largo plazo y que lo que la Humanidad necesita no ya para avanzar sino para sólo sobrevivir son desafíos. La Tierra y los terrestres, considerados como bárbaros por los planetas más “avanzados”, representan la única esperanza de supervivencia, la única reserva de impulso humano si se quiere continuar el proceso de colonización de la galaxia. Es esta una idea que volverá a aparecer en posteriores entregas de la saga.
Como historia detectivesca, El sol desnudo es una novela muy entretenida, con los giros y sorpresas que uno espera encontrar en este tipo de misterios, aunque probablemente Asimov utilice una fórmula demasiado previsible en su desarrollo: Baley va conociendo sucesivamente a los sospechosos para, en el clímax final, reunirlos a todos y pronunciar un revelador monólogo en el que el culpable quedará expuesto. Es un desarrollo que ya en 1957 estaba algo gastado, pero ello no arruina la lectura siempre y cuando lo que se espere de la misma sea una historia policiaca sencilla aunque, eso sí, en la que se puede disfrutar de la fascinante descripción de un mundo sociológica y tecnológicamente muy diferente del nuestro y que vamos descubriendo a través de los ojos de un perplejo Elijah y las explicaciones de Daneel, bien familiarizado con la peculiar cultura de Solaria.
La dinámica entre el humano y el robot sigue siendo central y Asimov la lleva un paso más allá cuando el primero se sorprende a sí mismo sintiendo verdadero afecto por su compañero. Elijah, además, evoluciona como personaje luchando por superar su agorafobia, enriqueciéndose con la visita a un mundo tan diferente del suyo propio –lo cual le llevará en la siguiente novela a encabezar un movimiento procolonización en la Tierra– y afrontando una relación de amistad/romance con Gladia Delmarre, la viuda de la víctima. La relación entre ambos, de todas formas, deja bastante que desear –a Asimov nunca se le dieron demasiado bien ni los personajes femeninos ni las relaciones sentimentales– y sólo en los libros posteriores se profundizaría algo más en la misma.
Artículos dedicados a la Serie de los robots
El ciclo de los robots (1940-1985), de Isaac Asimov
Bóvedas de acero (1954), de Isaac Asimov
El sol desnudo (1957), de Isaac Asimov
Los robots del amanecer (1983), de Isaac Asimov
Robots e Imperio (1985), de Isaac Asimov
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.