Tengo que decir que el señor Jodorowsky no me entusiasma demasiado. Admiro su imaginación y su talento para crear historias, pero no digiero con facilidad su misticismo barato ni su tendencia a salpimentar en exceso todas sus historias con una mezcla de ocultismo, filosofía oriental y ensoñaciones cósmico-religiosas.
Tampoco hace gala de comedimiento en la extensión de sus relatos, dilatando sus ficciones durante álbumes y más álbumes que necesitan años, incluso décadas para ver la luz, y en los que la fuerza de la idea inicial se diluye a base de sobrecargarla de personajes e hilos narrativos. Pero por alguna razón, el psicomago chileno goza del favor de una parte de la intelectualidad europea y ha tenido el privilegio de ver sus obras viñeteras ilustradas por algunos de los mejores dibujantes del continente: Moebius, Juan Giménez, Arno, Boucq…
En sus trabajos dentro del ámbito del cómic se pueden detectar algunas constantes: el sentido de aventura cargada de violencia y crueldad, el viaje iniciático, la obsesión por los cristales, los personajes algo histriónicos y la figura del mesías. Todo ello está presente en su serie El lama blanco, compuesta por seis álbumes: El lama blanco (Le Lama blanc / Le Premier Pas, noviembre de 1988), La segunda visión (La Seconde Vue, noviembre de 1988), El tercer oído (Les Trois Oreilles, septiembre de 1989), La cuarta voz (La Quatrième Voix, enero de 1991), Mano cerrada, mano abierta (Main fermée, main ouverte, noviembre de 1992) y Triángulo de agua, triángulo de fuego (Triangle d’eau, triangle de feu, septiembre de 1993). Sin embargo, en esta ocasión, gracias a cierta mesura, consigue un mejor anclaje a la realidad, mérito del que participa su ilustrador en esta obra, Georges Bess.
La acción transcurre en un Tíbet imaginario de comienzos del siglo XX, una nación amenazada no por los chinos, sino por unos británicos erigidos en amos de la vecina India. El Gran Lama experimenta un sueño que le impulsa a dejar morir su ya anciano cuerpo con el objetivo de reencarnarse en un recién nacido que, al madurar, esté en disposición de hacer frente a los desafíos por venir. Su espíritu, efectivamente, acaba reencarnándose, pero no en un tibetano, sino en el bebé albino de una viajera occidental asentada con su marido en un pueblo de la región.
El joven, de nombre Gabriel, iniciará su doloroso camino hacia el destino que debe cumplir. Adiestra cuerpo y alma guiado por el avatar de un monje guerrero y cuando la tragedia se abate sobre su familia, emprende su peregrinación a un monasterio para convertirse en monje. Allí descubrirá la podredumbre y corrupción que carcome a la congregación, despertará los inmensos poderes que duermen en él y vengará las humillaciones que ha sufrido su madre y hermana adoptivas. Luego, tras un periodo de purificación como eremita, regresará al mundo revestido de santidad y ocupará su lugar como Gran Lama. Las tribulaciones físicas y espirituales que Gabriel debe superar tanto en el mundo de los blancos como en el de los tibetanos, en el monasterio y en su familia, como parte de una comunidad y en su vida como ermitaño, irán moldeando su espíritu, a veces alejándolo aparentemente de su destino profetizado y otras impulsándolo hacia su culminación.
Como hemos dicho al principio, Jodorowsky no se sustrae a su atracción por lo sobrenatural. En El lama blanco encontramos levitación, reencarnaciones, nigromancia, adivinación, presagios oníricos, el Yeti, cuerpos astrales, bilocación, poderes devastadores de la mente sobre la materia… Quizá la diferencia con otras obras suyas sea que en esta serie los elementos mágicos sí parecen bien integrados en la historia, mientras que en otras ocasiones se antojan gratuitos, forzados y hasta incoherentes.
El montañoso mundo del Tíbet, sus apartados monasterios y la religiosidad de sus gentes parecen un escenario más favorable a las manifestaciones sobrenaturales que la ciudad futurista del Incal. Por otra parte, la propia historia, una búsqueda espiritual, favorece la inclusión de esos fenómenos mágicos. Porque la aventura de Gabriel no es solo exterior, enfrentándose contra infortunios del mundo real (peleas, persecuciones, peligros, muertes…), sino contra sí mismo, sus deseos, instintos y debilidades.
Aventura, sí. Pero en absoluto amable. Jodorowsky no tiene reparos en lanzarnos a la cara los aspectos más oscuros de la naturaleza humana. La historia rezuma violencia, física y psicológica. La muerte de los verdaderos padres de Gabriel, los asesinatos del nigromante, la cacería del Yeti, el estado policial impuesto en el monasterio, la destrucción desatada por Gabriel a instancias de su enloquecida madre… pero también la humillación de su madre y hermana, el sentimiento de miedo y terror en la comunidad monacal, la rígida educación a la que someten a Gabriel los ingleses, el sufrimiento de éste durante su vida como eremita…
Por desgracia, el pulso no se mantiene uniforme en todos los álbumes. Lo que en las dos primeras entregas es una interesante mezcla de drama humano e intriga política bajo la forma de «realismo mágico», se desliza claramente hacia la pura fantasía en los últimos episodios, cargando la historia de palabrería seudo-religiosa y paratrascendental. Y es que, como le suele suceder a Jodorowsky, intenta verter en la saga tantas ideas, personajes e historias que resulta casi imposible alcanzar en todas ellas un clímax emocional y un cierre adecuado.
Las pinceladas coloniales expuestas en los primeros álbumes se resuelven de un plumazo, como también el papel y destino final del brujo o la relación con el Yeti. Son anzuelos prometedores y sugerentes que captan al lector en los dos primeros álbumes, pero cuya torpe y rápida resolución es ciertamente decepcionante.
El álbum final se concentra en la iluminación de Gabriel y su elevación al estatus de Buda vivo como ser superpoderoso, pero poco dramatismo e identificación puede el lector encontrar en ello. Ni siquiera al cabo de diez años y seis álbumes, la historia recibe un final definitivo. Los invasores chinos se acercan al Tíbet y uno puede preguntarse si en ese momento Jodorowsky llegó a un callejón sin salida: después de haber creado un personaje inmensamente poderoso capaz de desatar terremotos, reverdecer valles o exterminar a ejércitos, ¿qué posibilidades tiene el invasor chino ante semejantes facultades? ¿Por qué entonces quemar el monasterio y todo lo que contiene y dispersar a la comunidad?
Tampoco parece muy coherente la brillante y todopoderosa elevación a la santidad de Gabriel y su palabrería sobre la exploración del alma y liberación de los embrutecedores instintos terrenales, con sus actos, ya sea la ejecución del brujo y su siervo, la aniquilación de todo su pueblo natal –animales incluidos– o la masacre de los monjes-policía. La justificación de que todo es ilusión, y por tanto no violencia real, no resulta convincente.
En cuanto al catálogo de personajes, encontramos algunos quizá demasiado tópicos y otros poco desarrollados. Entre los primeros, Migmam, el pérfido monje ávido de poder que sustituye al Gran Lama y que engaña y mata con tal de no abandonar sus privilegios; o el enloquecido misionero cristiano, fanático hasta el histerismo y particularmente repelente al lector –aunque en el tercer álbum de la serie se matiza esa caracterización–. Otros, como el maestro espiritual de Gabriel o el maléfico nigromante merecen sin duda más atención de la que se les presta.
Como decíamos al comienzo, Jodorowsky ha sabido rodearse de dibujantes de primer nivel. Y no solo eso, sino que éstos han aportado a las obras del chileno su mejor hacer. Georges Bess, hasta cierto punto, fue una excepción, puesto que cuando comenzó El lama blanco no podía presumir de un currículo particularmente brillante y conocido como Moebius o Juan Giménez.
Bess nació en Túnez en 1947, se educó en París y allí dio sus primeros pasos en el mundo artístico a través de la escultura, el cine de animación y la historieta. En 1970 se traslada a Suecia, donde realizará cómics diversos bajo seudónimo, especialmente y desde 1975 historias del clásico El Hombre Enmascarado para su publicación directa en revistas escandinavas. Por fin, en 1987, regresa a París para hacerse cargo de la nueva serie de Jodorowsky, El lama blanco, editado por los Humanoides Asociados.
Bess es un dibujante versátil que aúna la tradición europea, británica y norteamericana. Por una parte, su exhaustiva documentación y la atención por el detalle propias de la escuela gala se aúnan con un estilo gráfico reminiscente de los dibujantes e ilustradores ingleses como Don Lawrence. Sin embargo, su composición de página y pulso narrativo remiten al comic-book norteamericano, con atrevidos cambios de planos y puntos de vista y la utilización del tamaño, posición y forma de las viñetas con fines expresivos y dramáticos.
Bess renueva el modelo europeo sin caer en el manierismo y aunque su trazo pueda parecer a primera vista algo aburrido, lo cierto es que cumple perfectamente su función de narrador. A lo largo de los años en los que los seis álbumes fueron publicados, se percibe una evolución gráfica hacia la simplificación de figuras y rostros, si bien su retrato de la árida y hostil naturaleza del Tíbet no pierde fuerza evocadora. Mención aparte merece su capacidad para dibujar con convicción lo invisible, lo intangible y lo inexistente, algo en absoluto baladí en una historia como la que nos ocupa: auras, cuerpos astrales, ilusiones y criaturas imaginarias son presentadas con brillantez e imaginación.
En resumen, El lama blanco es una historia de aventuras sobrenaturales cuyos dos primeros álbumes resultan absolutamente recomendables tanto por el interés y la imaginación de su propuesta argumental como por su sólido dibujo. Los cuatro siguientes son entretenidos e incluso brillantes en ocasiones, pero adolecen de los puntos negros que suelen poblar los trabajos de Jodorowsky y puede que sólo satisfagan plenamente a quien conozca, entienda y disfrute de las ideas de su autor.
[Nota posterior: en 2006, Georges Bess, con ocasión del lanzamiento del segundo volumen de su serie Pema Ling, confesó lo siguiente a Nicolas Anspach: «Dejé mi colaboración con Jodorowsky para asumir un riesgo. Me gusta lo desconocido y no quería seguir haciendo lo mismo con él. Hubiera sido impensable para mí hacer un segundo ciclo del Lama blanco, por ejemplo. (…) Atribuimos a los guionistas un talento que no necesariamente tienen. Cuando comencé a colaborar con Jodorowsky, pensé que era uno de los guionistas más talentosos de Europa. Sin embargo, con el tiempo, realmente me convertí en el coautor de las historias que escribimos juntos. Coescribí el 80% de los textos de nuestra serie. Jodorowsky me daba una sinopsis, y yo me encargaba de darle ‘material’ a la historia y realizar el desglose. Él trabaja de esta forma con todos sus dibujantes. Así que, con franqueza, pensé que bien podría inventarme mis propias historias». Pese a este distanciamiento, Bess y Jodorowsky acabaron publicando en Glénat una segunda entrega de la serie. Bajo el título La Légende du Lama Blanc, la completaban tres volúmenes: La Roue du Temps (octubre de 2014), La Plus Belle Illusion (febrero de 2016) y Le Royaume sous la Terre (mayo de 2017)].Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.