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Buscando a D.H. Lawrence

Esta podría ser una virulenta discusión de Facebook de hoy mismo, pero fue escrita hace 103 años: tres jóvenes pasean por el bosque y dos de ellos, Paul y Miriam, deciden arrancar hermosas flores para llevarlas a sus casas; Clara se abstiene y él la cuestiona:

«–¿Por qué no coges flores?

–No creo en eso. Son más bonitas así, creciendo.

–¿Pero no te gustaría llevarte algunas?

–Las flores quieren que se las deje en paz.

–Pues yo no lo creo así.

–No quiero verme rodeada de cadáveres de flores –dijo ella.

–Ése es un concepto artificial y postizo –dijo él–. No mueren más rápido estando en agua que a través de sus raíces. Y además, ESTÁN bonitas metidas en un jarrón: se las ve alegres. Y sólo puedes llamar a algo un cadáver si lo que parece es eso, un cadáver.

–¿Independientemente de que lo sea o no? –le discutió ella.

–A mí no me lo parece. Una flor muerta no es el cadáver de una flor.

Clara ahora le ignoró.

–Y aunque así fuese… ¿qué derecho tienes a arrancarlas? –preguntó.

–Porque me gustan, y las deseo: y hay una gran abundancia de ellas.

–¿Y ese es suficiente motivo?

–Sí. ¿Por qué no? Estoy seguro de que olerían de maravilla en tu habitación de Nottingham.

–Y yo debería sentir placer mirándolas morir.

–Pero es que… lo de menos es que se mueran. (…)

–Creo –intervino Miriam– que si las tratas con reverencia no les provocas daño alguno. Es el espíritu con el que te las llevas lo que importa.

–Sí –dijo él–. Pero no, las coges porque las deseas, y ya está».

Sons and Lovers (1913), de D.H. Lawrence. El sosiego y confortación que muchas personas dicen obtener leyendo pasajes de la Biblia, yo lo obtengo leyendo las obras de D.H. Lawrence. En sus inquietudes plasmadas con sensibilidad pasmosa se resumen gran parte de mis preocupaciones (y del mundo contemporáneo) e intereses, muy propios de la clase baja aburguesada, empezando por el regreso a los sentidos como único modo de salvar el espíritu humano, lejos de la intelectualización excesiva que merma nuestra capacidad de sentir, del flujo informativo que pretende mantenernos aterrorizados –con el fin del mundo como eterna amenaza de fondo– para que sigamos apegados a ese mismo flujo de información inútil, y de la sociedad del bienestar que agosta el impulso vital: he conocido en el mundo cultural tantos niños de papá torturados por su incapacidad para sobrevivir en equilibrio emocional, que me alegra muchísimo haber nacido en un entorno obrero, donde la necesidad te provee de anticuerpos que serán de utilidad en un presente adulto más acomodado: Lawrence entronca con todo eso.

Sons and Lovers me parece todavía una obra primeriza, pero está considerada como una de las mejores novelas del siglo XX. En cualquier caso, abunda en pasajes desafiantes y memorables y, al final, lo que su lectura aporta es una aliviadora calma de espíritu y la secreta satisfacción de saberse todavía vivo.

(Disculpas por mi precipitada traducción del diálogo).

Imagen superior: Donald Pleasence, Dean Stockwell y Mary Ure en «Hijos y amantes» («Sons and Lovers», 1960), de Jack Cardiff

Copyright del artículo © Hernán Migoya. Reservados todos los derechos.

Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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