En la tercera entrega del Ciclo de Cyann, Aïeïa de Aldaal (Aïeïa d’Aldaal, 2005), la protagonista llega por error a Aldaal, un planeta poco desarrollado cuyo entorno es desolado, húmedo, infestado de peligrosas alimañas y perpetuamente sumido en una mortecina luz anaranjada… al menos la mitad del mundo. Porque la mecánica celeste hace que las noches duren en Aldaal el equivalente a un año terrestre. Nada puede sobrevivir bajo oscuridades de semejante duración y las consiguientes temperaturas asociadas, así que todos los humanos de Aldaal pasan su vida en un viaje interminable huyendo del inexorable avance de la zona de oscuridad.
Cyann, indefensa y confundida tras su llegada al planeta, acaba siendo vendida como esclava a Aïeïa, una mujer a la que la vida ha convertido en un ser duro, cínico y despiadado y cuya intención es utilizar su nueva adquisición como desahogo sexual. Pero Cyann, gracias a su indomable carácter, valentía y abundantes recursos acaba ganándose su respeto. Cuando consigue convencer a Aïeïa de que es posible escapar de ese planeta, la relación ama–sierva va dando paso a una de camaradería. Ambas descubren que Aldaal ha sido artificialmente convertido en un planeta de esclavos que, sin ser conscientes de su situación, extraen una valiosa materia prima, el micomi, para una poderosa corporación galáctica que se sirve ilícitamente de una red de portales estelares para distribuir su mercancía. Decidida a averiguar quién está detrás de ese funesto entramado, Cyann termina el álbum dirigiéndose al que parece ser el centro de ese comercio: el planeta Marcade.
Lacroix y Bourgeon vuelven a crear en Aldaal un mundo complejo y decididamente alienígena. La ausencia de un ciclo día/noche hace que la percepción del tiempo por parte de los aldaalanos sea muy diferente de la de Cyann –y de la nuestra– y que el perpetuo ocaso en el que viven les prive de la visión de las estrellas y, por tanto, de la conciencia del lugar que ocupan en el universo. Desconocen que existen otros mundos habitados y viven en una autarquía económica subdesarrollada, asfixiante y despiadada. Las difíciles condiciones de ese mundo concentran todos los esfuerzos de sus habitantes en una sola actividad: sobrevivir a cualquier coste. No hay tiempo ni lugar para desarrollos tecnológicos, sociales o morales; y el perpetuo nomadismo les impide fundar una civilización sedentaria que pudiera propiciar el progreso.
El tema subyacente del álbum, más allá de la aventura de Cyann y Aïeïa, es una ácida crítica de la explotación ejercida por las grandes compañías mercantiles sobre los habitantes de los países más pobres e indefensos. En la historia, la CUM (Compañía Urbica Micomi) mantiene a los habitantes de Aldaal ignorantes de la red de portales interplanetarios y, por tanto, aislados del contacto con otras civilizaciones. Sumidos en la autarquía económica y el analfabetismo, se ha creado un sistema mercantil basado en el trueque entre los diferentes grupos del planeta cuyo fin último es que la compañía obtenga un suministro regular de micomi, sustancia que exporta a otros planetas y por el que paga a los aldaalanos un precio miserable en forma de baterías energéticas. Los habitantes de Aldaal ni siquiera pueden beneficiarse del micomi, puesto que no conocen sus potenciales usos en, por ejemplo, medicina.
Para la CUM, Aldaal es el planeta ideal: aislado y hostil para sus habitantes, por lo que estos dependen de ella para su supervivencia. Allí tiene la compañía una fuente continua y barata de mano obra esclava sin que ni siquiera sean conscientes de ello. Así, cuando Aïeïa afirma orgullosa: «¡Yo no obedezco a nadie!», Cyann le responde: «Salvo a quien te da la pila…«.
En semejante entorno, en el que todos los nativos sólo pueden preocuparse de su propia supervivencia, la vida de los demás no vale demasiado, como Cyann, para su disgusto, puede comprobar repetidamente. Y es que aunque ella es muy capaz de defenderse y tiene un carácter fuerte y decidido, proviene de un mundo rico y civilizado en el que no se concibe la violencia gratuita. Es en este contexto donde cobran sentido personajes tan duros como el de la propia Aïeïa, cuyas experiencias en la vida son escalofriantes; o el psicópata infante Tilati… Son todos individuos crueles, cínicos y egoístas que no dudarán en explotar a sus propios congéneres si su situación personal les coloca alguna vez en esa posición de dominio.
Tras el bajón de la última parte del álbum anterior, el arte de Bourgeon vuelve a remontarse muy por encima de la media de los artistas de cómic, si bien no llega a la altura de la primera entrega. Como en el resto de álbumes de Cyann, el color es «directo», esto es, no se aplica de forma mecánica en la imprenta de acuerdo con especificaciones del colorista, sino directamente por éste sobre el papel utilizando acuarelas o témperas, técnica mucho más compleja pero que, aplicada con pericia, da resultados infinitamente más satisfactorios. El color en esta serie de álbumes forma parte integral del dibujo, ayudando a crear atmósferas e iluminaciones que redondean e incluso sostienen la creación de sus escenarios. En el caso de Aïeïa de Aldaal, Bourgeon utiliza exclusivamente tonos terrosos de diferentes texturas para crear una atmósfera de atonía, de eterno crepúsculo, de agobio y pesadez, muy acorde con la vida de sus habitantes.
Artículos relacionados con el Ciclo de Cyann
La fOntana y la sOnda (1993), de François Bourgeon y Claude Lacroix
Las seis estaciones en ilO (1997), de François Bourgeon y Claude Lacroix
Aïeïa d’Aldaal (2005), de François Bourgeon y Claude Lacroix
Los colores de Marcade (2007), de François Bourgeon y Claude Lacroix
Los Pasadizos del Entretiempo (2012), de François Bourgeon y Claude Lacroix
Las suaves auroras de Aldalarann (2014), de François Bourgeon y Claude Lacroix
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.