La observación antropológica del canibalismo tiene mucha enjundia. Demuestra, entre otras cosas, que no estamos en presencia de un mito, sino ante una práctica ritual que impone su sentido de forma sangrienta.
Hablamos de una costumbre cuyo análisis debe plantearse en un marco que, en palabras de Peggy Reeves Sanday, “se concentre en la lógica cultural de la vida, la muerte y la reproducción, en circunstancias particulares, si se quiere ir más allá de los hechos del canibalismo y abrir el imperio del significado”.
Sin ahorrarnos un aluvión de referencias académicas, Sanday escribió un texto memorable, El canibalismo como sistema cultural (Divine Hunger. Cannibalism as a Cultural System, 1986), con aportes de la historia, el psicoanálisis, la filosofía y la antropología simbólica.
Vaya por delante esta confesión: sin llegar a considerarla una obra definitiva, cuando apareció dicha monografía, me pareció difícil mejorar el trabajo divulgativo de esta inteligentísima profesora de la Universidad de Pennsylvania.
En fin: el tiempo me ha quitado la razón. Sería difícil pedirle más a un libro sobre la materia que lo que ahora nos ofrece El banquete humano. Una historia cultural del canibalismo, de Luis Pancorbo. Casi podríamos considerarlo una integral de la antropofagia, pues se trata de una obra contrastada y exhaustiva, de una profundidad sin trampas, escrita con el estilo más ameno que imaginarse pueda.
No lo duden: quien quiera penetrar hasta el fondo en ese abismo donde prospera el tabú caníbal, debe leer este libro. Sobran los motivos para ello. Pancorbo no es un antropólogo académico, sino un buen escritor, un etnólogo bien informado y un pedagogo excepcional, capaz de transmitir con rigor esta lección fascinante y, por qué negarlo, también terrorífica.
En la riqueza de este libro, se revela, por cierto, la experiencia acumulada por el autor en el rodaje de una de las mejores series documentales jamás realizadas en España, Otros pueblos.
El banquete humano. Una historia cultural del canibalismo perpetúa la imagen del caníbal en sus versiones históricas y míticas –busque o elija cada cual su predilecta–, para luego completar el retrato con un caudal de informaciones que, la mayoría de las veces, se leen como pasajes de un cuaderno viajero y pintoresco.
Costumbre sin duda antiquísima, llena de resonancias, el canibalismo social –el canibalismo ritual, distinto del canibalismo en tiempo de hambruna– funciona en el libro de Pancorbo como un resorte para interpretar los límites más inquietantes del relativismo cultural.
Este relato –si lo prefieren, este testimonio histórico– bien podría comenzar con una palabra que confiere carácter. “Crucial en la historia –dice Pancorbo– fue que Colón escribiera la palabra caniba en la anotación de su Diario correspondiente al martes 11 de diciembre de 1492. Eso originó un cliché de tanto alcance como el de los caribes caníbales, términos que acabaron siendo equivalentes con el significado de comedores de carne humana”.
El lector que acceda a estas páginas tendrá, probablemente, referencias al respecto, y puede que éstas sólo provengan de la novela de aventuras o incluso del cine.
En todo caso, no era fácil sistematizar un conjunto de datos en el que, a estas alturas, se entreveran los informes de los bioarqueólogos, las tesis doctorales sobre banquetes humanos entre guaraníes, mapuches o maoríes, y relatos sensacionalistas sobre el consumo de carne humana durante el Sitio de Leningrado.
Ni siquiera falta en nuestra historia un caníbal escritor: Issei Sagawa, que el 11 de julio de 1981 mató y devoró a Renée Hartevelt, y que ahora –les ahorraré comentarios– es una morbosa celebridad.
Todo un panorama, en efecto. Y colmado de lagunas, en las cuales encuentra el ensayista muchos y variados motivos para reflexionar. El caso más evidente tiene que ver con la refinada civilización azteca. ¿Cómo relacionar sus logros más sutiles con los cuchillos de obsidiana y los corazones devorados?
“No siendo el azteca un pueblo exclusivamente bárbaro –escribe Pancorbo–, su canibalismo reproduce la gran pregunta de fondo que se plantea puntualmente cada vez que aparecen restos fósiles humanos canibalizados. Debió de haber un momento en que una gente humana, o casi humana, incluso en la edad de Piedra, para no remontarse a épocas más ambiguas, no distinguía con claridad entre animales o no, entre “ellos” y “nosotros”. Su grupo, su clan, merecía comida, y si alguien de otro grupo o clan aparecía a tiro de piedra cuando había hambre, no se dudaba en acabar con él y comerlo”.
Tanto da si hablamos del canibalismo ritual de los aztecas como si afloran en nuestra imaginación las prácticas antropofágicas en Papúa-Nueva Guinea. A decir verdad, el canibalismo ya no pertenece a esta modernidad que, ahí es nada, sí comprende el asesinato o el genocidio. “Sea como fuere –concluye el escritor–, el canibalismo se ha quedado de una forma residual en la frontera cultural del hombre y la bestia, como un tabú consistente pero que se puede quebrar en cualquier momento”.
Marginalmente, El banquete humano. Una historia cultural del canibalismo puede interpretarse como un abundante catálogo de lugares míticos, coincidencias rituales y atrocidades a cuyo origen es casi imposible remontarse.
Una encrucijada, pues, en la que se ven las caras el Homo antecessor de Atapuerca y un criminal como Blanco Romasanta, que allá por 1846 devoró a trece personas aullando a la luna nueva.
Más coincidencias. El almirante Cook, muerto en la bahía Kealakekua, troceado y comido en diversos poblados hawaianos, nos introduce, de forma dramática, en el canibalismo polinesio, casi tan sugerente –en términos literarios– como esos cazadores de cabezas que merodeaban por las junglas de Asia o América, y que luego vinieron a formar parte de apasionados folletines.
Lo mismo da si cambiamos de continente. ¿Desentona la tópica imagen del caníbal africano en un mundo que quiere ceñirse a la corrección política? ¿Hablamos de construcciones simbólicas o de certezas asentadas en la Historia? Animados por una luz misteriosa, esos guerreros de dientes afilados aún nos enfrentan con el Otro en su perfil más rotundo. Y así, cubriendo etapas en el subconsciente, despunta la cara oscura del hombre.
El relevo, como ven, pasa de manos. Por este camino, lleno de rumores, prejuicios y clichés, la costumbre antropófaga de guerreros como los azande conecta con casos tan atroces como los de Idi Amin y Jean Bedel Bokassa. El modelo, como ven, no parece flaquear.
Digamos que era inevitable llegar a ese punto. Dice Pancorbo que “la lista de los pueblos antiguos y modernos que han cometido canibalismo o, si se prefiere, que han incurrido en él, es tan larga como la de pueblos virtuosos, siempre atentos a costumbres y tabúes dietéticos que no implican consumir carne humana”.
Ninguna zona geográfica es ajena a ese mapa de la antropofagia. La afinidad entre caníbales persiste, como un emblema atávico. Como la herencia de un sustrato común.
Sinopsis
Confiesa Luis Pancorbo en el prólogo a esta obra haberse topado con el canibalismo a lo largo del tiempo y del mundo, de los años y los libros, y su intención en estas páginas: recopilar todo cuanto pudiera sobre él, un tema latente en algunas culturas, pero con plena presencia aún en la imaginación de muchos pueblos, incluidos los occidentales.
Así, con su característico estilo ameno nos acerca, por ejemplo, a una reahu de los yanomami, una ceremonia de canibalismo fúnebre que implica el consumo de cenizas de un muerto con carato o puré de plátano.
Nos habla también de los lugareños del valle de Okapa, en Papúa-Nueva Guinea, gentes supervivientes del kuru, una epidemia causada por la ingesta de cerebros humanos; de las islas Marquesas y sus paisajes abruptos y solitarios, donde los enata, o marquesanos, devoraban a sus enemigos, o de las piedras verticales de la isla de Vanua Levu (Fiyi) donde ataban a las víctimas antes de comérselas.
Y es que el tema antropofágico recibe no sólo incontables retornos antropológicos sino una constante atención informativa así como amplias coberturas literarias y subliterarias, cinematográficas y televisivas.
El canibalismo sigue suscitando una curiosidad insaciable. Apartado ya del camino del hombre moderno, se ha quedado de forma residual en la frontera cultural del hombre y la bestia, como un tabú consistente pero que puede quebrarse en cualquier momento, pues si bien pudo haber canibalismo en las etapas formativas de la humanidad, fue siempre ayer cuando se dio el penúltimo acto de canibalismo. En esta obra podemos acercarnos a algunos de esos casos.
Luis Pancorbo lleva más de tres décadas dedicadas a viajar por esos mundos y contarlo en libros de viajes y documentales televisivos, de los que ya ha realizado más de un centenar (es director desde 1981 del programa Otros Pueblos de TVE ).
Además del Abecedario de antropologías, publicado también en Siglo XXI, cabe destacar entre sus obras Las islas del rey Salomón (Laertes, 2006), Río de América (Laertes 2004), Tiempo de África (Laertes, 2000) y Samsara, un viaje a Oriente (Kairós, 2000).
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