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¡Dios mío, otro americano no!

«Era demasiado tímido para hacerse justicia a sí mismo, pero cuando esta timidez natural era vencida, todos sus actos revelaban un corazón franco y afectuoso. Era hombre de entendimiento, y su educación lo había mejorado sólidamente» (Jane AustenJuicio y sentimiento, capítulo 3)

Walt Whitman era un poeta estadounidense decimonónico. Está considerado como el más grande poeta de Estados Unidos y su personalidad resulta asombrosa en una época que asociamos a la austera y severa Reina Victoria, lo que David Stove llama el horror victorianorum. Sin embargo, si miramos con más atención, descubriremos a unos cuantos personajes que no se ajustan a ese tópico victoriano (a lo mejor nos sorprendería la propia reina Victoria, quién sabe).

Muchos de estos personajes victorianos son americanos, como Thoreau, autor de Walden e inspirador de la desobediencia civil (junto a La Boetie), hoy en día adorado por anarquistas y uno de los santos patrones del ciberspacio; Ambrose Bierce, autor del Diccionario del Diablo, mejor en mi opinión que el Diccionario de filosofía de Voltaire y el Diccionario de lugares comunes de Flaubert.

Pongo algún ejemplo del diccionario de Bierce:

«Abdicación, s. Acto mediante el cual un soberano demuestra percibir la alta temperatura del trono.

Aborígenes, s. Seres de escaso mérito que entorpecen el suelo de un país recién descubierto. Pronto dejan de entorpecer; entonces, fertilizan.

Y éste que le gustará a mi querido amigo Java Jenner:

Paraíso, s. Lugar donde los malvados cesan de perturbarnos hablando de sus asuntos personales, y los buenos escuchan con atención mientras exponemos los nuestros».

Otros americanos del siglo XIX e inicios del XX: Edgar Allan PoeHerman Melville (autor de Moby Dick y Bartleby), Mark Twain… Podría seguir y no parar, porque los Estados Unidos en el siglo XIX y en el XX han dado a la cultura mundial un verdadero diluvio de delicias.

Volviendo a Whitman, lo cierto es que su personalidad resulta asombrosa incluso para el día actual. Creo que si hay alguien con el que se le puede comparar es con Aristipo el cirenaico, o con Francisco de Asís.

Whitman amaba con tanta pasión todo que no tuvo más remedio que escribir el Canto a mí mismo, que es quizá la más elocuente demostración de que el amor al universo y el amor a uno mismo no se oponen, sino todo lo contrario.

William James decía a propósito de Walt Whitman algo que, en realidad, era algo que contaba un amigo del propio Whitman, llamado Bucke: «Su distracción preferida parece que era pasear y dar vueltas solo, contemplando la hierba, los árboles, las flores, las perspectivas de luz, los aspectos cambiantes del cielo, escuchar los pájaros, los grillos y los cientos de sonidos naturales; era evidente que estas cosas le proporcionaban un placer mayor que a la gente corriente. Hasta que le conocí no se me había ocurrido que se pudiera obtener tanta felicidad de esas cosas, tal y como él la poseía. le gustaban mucho las flores ‒silvestres o cultivadas‒, le gustaban todas; creo que admiraba las lilas y los girasoles tanto como las rosas. Tal vez no haya habido hombre alguno al que le agradaran tantas cosas y le desagradasen tan pocas como a Walt Whitman. Todos los objetos naturales poseían para él algún encanto; todo cuanto veía y sentía le complacía; (parecía y pienso que era verdad) que le gustasen todos los hombres, mujeres y niños que veía (aunque nunca le oí decir que le gustase alguno), pero cuantos le conocían se sentían amados y amaban a su vez a los demás. Jamás discutía ni se peleaba, y nunca hablaba de dinero. Siempre justificaba, unas veces en serio y otras en broma, a quienes hablaban de él duramente en sus escritos, y pensé a menudo que incluso gozaba con la oposición de su enemigos.»

Un temperamento como este es el de un santo, un santo pagano y ateo, que ama al mundo con la misma intensidad que Francisco de Asís, pero sin ver a Dios detrás de todas esas cosas que ama.

Se puede sospechar, y a menudo se hace, y algunas veces con razón, si detrás de este santo pagano que es Walt Whitman, no se esconderá un hipócrita, un falso, alguien que controla sus emociones y sonríe falsamente al mundo.

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guión del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
Su último libro es 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, pero casi siempre ignorada o silenciada. A este libro ha dedicado una página que se ha convertido en referencia indispensable acerca del escepticismo: 'Sabios ignorantes y felices'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guión, literatura y creatividad en España y América.

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