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Cómo convertirse en un escritor original en tres días

Al parecer, Freud llegó a la idea de la libre asociación de ideas y de la escritura automática, como método para revelar el mundo íntimo psicológico, porque había leído en su niñez a un periodista llamado Ludwig Börne, y en concreto un artículo que se titulaba El arte de convertirse en un escritor original en tres días.

Freud pensaba que había llegado a la libre asociación de ideas por una «oscura intuición» y había olvidado la influencia de Börne, o quizá ni siquiera fue consciente de ella hasta que alguien le señaló la coincidencia. Entonces buscó en su biblioteca y encontró el libro de Börne, que era casualmente el único que conservaba de sus lecturas de juventud. Recordaba varios de los artículos, pero no aquél en concreto. Hojeó el libro hasta encontrarlo y… Sí, era cierto, allí había una formulación tan clara de su propia teoría que parecía indudable que la había tomado de Börne.

Julio Woscoboinik opina que la teoría de Freud fue un «producto inconsciente de una reminiscencia»; Jean Allouch lo define como un ataque de criptomnesia en su libro Contra la eternidad (que parece coincidir con el Matar a Victor Hugo de mi padre).

Sea como sea, el artículo es muy interesante. Cito aquí el pasaje que se supone inspiró a Freud, en el que Börne explicá como lograr ser un escritor original en tres días:

«Tome hojas de papel y durante tres días sucesivos escriba, sin falsedad ni hipocresía de ninguna clase, todo lo que le venga a la cabeza. Escriba lo que opina de sí mismo, de sus mayores, de la guerra de Turquía, de Goethe, del proceso criminal de Fonk, del Juicio Final, de todos aquellos que tienen más autoridad que usted… y cuando hayan pasado esos tres días usted quedará pasmado ante el reguero de novedosos y asombrosos pensamientos que han brotado en su mente.»

El artículo de Börne, que he podido leer en una traducción inglesa, comienza diciendo que puesto que «ahora» (está hablando de los inicios de 1800) se dan recetas para hacer todo en tres días, como «aprender latín, griego o francés», él quiere contribuir con este método literario, al alcance de cualquiera. Su mayor sencillez radica, dice, en que no hay que aprender, sino desaprender, no hay que adquirir más experiencia, sino olvidar la que ya se tiene. Y concluye advirtiendo que para ser un buen escritor a muchos no les falta más arte o inteligencia, sino más carácter. De ahí, el método de la libre asociación de ideas, aunque Börne no lo llama así, que permite, si se aplica a conciencia, saltarse los frenos del prejuicio y la mojigatería.

En un comentario al texto de BörneLeland de la Durantaye califica el propósito de Börne como «El arte de la ignorancia» y lo compara con lo que diría tiempo después Schopenhauer acerca de lo importante que era no «el arte de leer», sino «el arte de no leer». Leland de la Durantaye, curioso nombre sin duda, recomienda a cualquiera que conceda un sabbath no ya a su cuerpo, sino a su mente. Un día de descanso, un día de no lectura: «sin ese Sabbath existe el riesgo de perder la independencia, de que la mente se convierta sólo en un depósito en el que los otros echan cosas».

Un buen consejo, aunque yo recomiendo más: al menos una hora de soledad completa al día, dejando vagar la mente libremente, sin fijarla en nada ni llenarla de nada, excepto lo que a ella acuda de manera más o menos espontánea (por mera asociación libre de ideas, como recomienda Freud).

Woscoboinik también cita una interesante carta de Freud a Ferenczi en la que le explica cómo funciona su creatividad científica: «sucesión de fantasías audazmente lúdicas y una crítica realista e implacable».

Es decir, el método de Kepler. Una intuición loca, una fantasía creativa sin límites y, a continuación, la aplicación del método científico: observación, predicción contrastable y experimento. Como dice Woscoboinik: «Una mente flotante y abierta y una atención sin memoria y sin deseo (…) Sin memoria, para neutralizar los prejuicios, y sin deseo, por la interferencia que supone.»

En palabras de Allouch: «Una mente librada a su propia invención mediante el ejercicio de una suspensión de toda veleidad de pensar estrictamente por sí misma y con toda conciencia. “No pienso demasiado, luego soy”, soy aquel que deja que llegue la idea por sí misma, relaja su dominio del pensar.»

Imagen superior: retrato de Ludwig Börne, pintado por Moritz Oppenheim en 1827.

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guión del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
Su último libro es 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, pero casi siempre ignorada o silenciada. A este libro ha dedicado una página que se ha convertido en referencia indispensable acerca del escepticismo: 'Sabios ignorantes y felices'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guión, literatura y creatividad en España y América.