A los que fueron amamantados con celuloide, el nombre de Marilyn Monroe les evocará una mitología en la que confluyen el talento, el magnetismo, la sensualidad y los excesos. Encarnar a una leyenda de ese calibre no es fácil, y sin embargo, la actriz Michelle Williams consigue el milagro.
Por sí sola, logra que Mi semana con Marilyn sea un biopic creíble y poderoso, y que la diva reaparezca en pantalla con una insólita verosimilitud.
En la piel de Williams, Marilyn vuelve a ser la mujer frágil, de perturbadora belleza, cuya sonrisa en Technicolor ha entrado en la eternidad.
La película de Simon Curtis nos sitúa en un momento decisivo de su biografía, cuando la actriz viaja a Londres para rodar la adaptación de una pieza teatral de Terence Rattigan, El príncipe y la corista, junto a Laurence Olivier.
Los fans de la diva saben lo que ocurrió en aquel verano de 1956. Marilyn se instaló junto a su marido, el escritor Arthur Miller, en Parkside House, una mansión en Englefield Green. Los ensayos con Olivier y el resto del equipo comenzaron el 18 de julio, y el rodaje se prolongó entre agosto y noviembre.
La película nos detalla con gracia y verismo el ambiente que se respiraba en los Estudios Pinewood durante aquella tumultuosa filmación.
Olivier (maravillosamente interpretado por Kenneth Branagh) a duras penas puede contener la furia ante las dudas y los constantes retrasos de la estrella.
Miller (Dougray Scott) no sirve de gran ayuda –más bien lo contrario–, y la presencia de Paula Strasberg (Zoe Wanamaker) complica aún más las cosas, pues ejerce como consejera de Marilyn de acuerdo con los métodos del Actors Studio. Unos métodos que chocan con las costumbres de sus compañeros británicos.
Entre quienes ocupan el cuarto de calderas de Pinewood, destacan la mujer de Olivier, Vivien Leigh (Julia Ormond), otra estrella cuyos días de gloria ya se esfumaron, y la veterana Sybil Thorndike (una regia Judi Dench), que demuestra cariño y compasión por Marilyn cuando el resto del equipo mira el reloj y se horroriza ante las incomparecencias y retrasos de la rubia platino.
El film se inspira en dos recopilaciones de los diarios de Colin Clark: El príncipe, la corista y yo (1995) y Mi semana con Marilyn (2000). Clark tenía 23 años cuando se rodó la película de Olivier. Acababa de salir de Oxford y, en calidad de ayudante de producción, acompañó a la actriz en unos momentos cruciales (No entraré en la espinosa cuestión que muchos estarán planteándose: ¿cuenta Clark la verdad o se deja llevar por la fantasía?)
En la película, Colin Clark es interpretado con solvencia por Eddie Redmayne, quien se presenta como un muchacho inteligente y sensible, fascinado por la estrella y al mismo tiempo interesado por otra joven integrante del equipo de producción (Emma Watson).
A pesar de que no incluye alardes técnicos ni grandes desafíos narrativos, Mi semana con Marilyn es una buena película, divertida, emotiva y a ratos brillante, como suelen serlo las producciones históricas de la BBC.
Si he de buscarle un pequeño defecto, sería la obvia insistencia en el personaje de Colin Clark. Ya sé que el punto de vista elegido por el realizador viene justificado por el hecho de que Clark sea el autor de los textos en que se basa la cinta. Pero quizá hubiera prescindido de unos cuantos planos de miradas de asombro –Clark está hechizado por la estrella–, para insistir en asuntos más interesantes. Por ejemplo, las relaciones de Marilyn con Olivier, y sobre todo, la crisis de su matrimonio con Arthur Miller.
Una crisis, por cierto, fundamental para entender la deriva posterior de la actriz.
Así, en julio de 1956, ella lee unos párrafos en el diario personal de Miller, en los que dice sentirse decepcionado por Marilyn. «Para ella –dijo posteriormente Paula Strasberg– fue terrible descubrir ese diario. La dejó muy traumatizada. Perdió mucha confianza en sí misma cuando lo leyó. La pregunta que yo me hago es: ¿por qué andaba el diario rondando por ahí? Por supuesto que todo el mundo tiene derecho a tener sus pensamientos. Pero ¿dejar el diario abierto así, sin más?»
No sé a ustedes, pero a mí este tipo de anécdotas –asimismo reflejadas en la película– me parecen mucho más interesantes que esa dudosa amistad con Marilyn que describe Clark, y que se vuelve aún más difícil de creer cuando la vemos descrita en la pantalla.
Sinopsis
A principios del verano de 1956, la estrella del cine norteamericana Marilyn Monroe pisó por primera vez suelo británico. Recién casada con Arthur Miller y coincidiendo con su luna de miel, Marilyn llega a Inglaterra para rodar El príncipe y la corista, el film que le haría compartir escena con el célebre Sir Laurence Olivier, legendario actor británico de teatro y cine, que protagonizaba y dirigía la cinta.
Ese mismo verano Colin Clark, un joven de 23 años, pisaba un set de rodaje por primera vez. Recién licenciado en Oxford y aspirante a director, aceptó un trabajo de ayudante de producción en el set de El príncipe y la corista. Cuarenta años después explicó sus experiencias durante los seis meses de rodaje en un libro autobiográfico: El príncipe, la corista y yo.
Pero en el libro se omitía lo que había pasado durante una semana.
No fue hasta años después que Clark reveló, en una secuela de su autobiografía llamada Mi semana con Marilyn, lo que de verdad ocurrió en esos siete días que compartió con la mayor estrella de todos los tiempos. La semana que él pasó con Marilyn.
En un relato a la vez cómico y conmovedor, Mi semana con Marilyn ofrece un punto de vista íntimo y poco conocido del icono de Hollywood, trazando la breve y emotiva relación que estableció con un hombre que pareció comprenderla mejor que nadie.
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