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«Cadete del espacio» (1948), de Robert A. Heinlein

Anticipándose a novelas de ciencia ficción militar tan famosas como Tropas del espacio (1959, del propio Heinlein) o La guerra interminable (1974), de Joe Haldeman, poco después de la Segunda Guerra Mundial y ambientada 125 años en el futuro, aparece Cadete del espacio, la tercera novela de Heinlein en ser editada y la segunda dentro de su serie juvenil (la primera fue Cohete Galileo, un año antes). En ella se nos presenta un futuro optimista de unión planetaria y ausencia de guerra que ha permitido la exploración y colonización de otros mundos y en el que el sistema solar es una especie de patio de juegos para los personajes. Eso sí, no exento de peligros, como debe ocurrir en cualquier aventura que se precie.

Cadete del espacio cuenta la trayectoria vital de Matt Dodson tras ser aceptado para el adiestramiento en la prestigiosa Patrulla Espacial, un cuerpo no militar dedicado al mantenimiento de la paz en el sistema solar, ya sea por la fuerza o por medios diplomáticos. La mayoría de sus compañeros están tan decididos como él a superar el periodo de entrenamiento y convertirse en oficiales de la Patrulla. Tex es un terrícola aficionado a contar pintorescas anécdotas familiares relacionadas con su tío Bodie; Oscar procede de Venus y su intervención será fundamental en el último tercio de la novela; y el casi prescindible Pierre es nativo de Ganímedes, una de las lunas de Júpiter. La excepción al modelo positivo es el antagonista de Matt, Burke, que de todas formas nunca llega a ascender al grado de villano.

Una vez admitidos en la Academia (sita en una nave en órbita, el “James Randolph”), Matt y sus camaradas deben soportar los rigores del entrenamiento, las exigencias de la disciplina, el aprendizaje de multitud de materias y las dudas sobre su aptitud para servir en esa institución conforme el glamour y emoción del principio dejan paso al agotamiento y la comprensión de la auténtica y muy seria naturaleza de su trabajo. La parte inicial, que abarca los dos tercios de la novela, se corresponde con ese periodo de entrenamiento y resulta bastante convencional. La primera misión de rescate para Matt, Tex y Oscar llega demasiado tarde para salvar a nadie, siendo más bien una excusa para que Heinlein pueda argumentar los peligros de la guerra nuclear. El último y más interesante tercio de la novela llega cuando el trío de personajes es enviado a la superficie de Venus para efectuar otra misión de rescate. Allí se encuentran atrapados entre las exigencias de un hombre de negocios humano (el mencionado Burke, expulsado de la Patrulla y metido a comerciante sin escrúpulos) y las criaturas nativas, un conflicto para el que Heinlein se aleja de las convenciones del género y que constituye la parte más interesante del relato.

Puede que este resumen suene a relato de space opera convencional al estilo, por ejemplo, de la saga de Los Hombres de la Lente, de Doc Smith, pero a diferencia de ésta, los miembros de la Patrulla no son superhombres. Lo que sí es más predecible, una vez sabemos que la historia versa sobre un muchacho que entra en el cuerpo militar, es la estructura que va a seguir: pruebas iniciales para eliminar a los débiles, los torpes y los corruptos; adoctrinamiento, entrenamiento (con más abandonos y alguna baja) y algunas misiones que demuestran la efectividad de aquél. Cadete del espacio se ajusta perfectamente a este modelo y su reparto de personajes cumple con los arquetipos esperables en el mismo.

En la práctica, la etiqueta “juvenil” que ostenta la novela sirve para indicar que estamos ante una historia que se ajusta a la clásica fórmula del viaje del adolescente hacia la madurez y la asunción de responsabilidades. Matt empieza su aventura con la típica ingenuidad, provincianismo, esperanzas e ilusiones propias de su edad, ansioso por aprender y conquistar el mundo. El adiestramiento le pone ante sí obstáculo tras obstáculo que él debe superar, a veces con muchas dificultades, otras veces con facilidad, descubriendo así cuáles son sus fortalezas y debilidades y adoptando una perspectiva de sí mismo y del mundo que le aleja de sus orígenes y de su propia familia. Por el camino, además, aprende algunas duras lecciones sobre la vida, el honor, la ética y la moral, la dedicación al servicio, la imposibilidad de regresar al punto de partida y la importancia de la responsabilidad. La solemnidad de ese mensaje se aligera con algunas gotas de humor.

A lo largo de la trama, Heinlein va además introduciendo una serie de temas generales, como la insensatez del racismo (la Patrulla está formada por miembros de todas las naciones y etnias del mundo), la necesidad de comprender a quien es diferente (en la parte en la que se descubre que los venusianos no se ajustan a los prejuicios que sobre ellos se vertían), el cuestionamiento del patriotismo ciego (se espera de los cadetes que renuncien a su lealtad por su madre patria a favor de consagrarse a toda la Humanidad) o la diferencia entre la misión de mantener la paz y forzarla por medios militares (a pesar de su estructura castrense, la Patrulla se aparta del espíritu, métodos y medios de, por ejemplo, los Marines espaciales).

Es, repito, una fórmula muy conocida en este tipo de novelas orientadas a un público de entre once y dieciséis años, fórmula que en buena medida el propio Heinlein ayudó a definir. En la actualidad, muchas novelas juveniles se atreven a abordar algunos temas bastante maduros e incluso polémicos. En este sentido, Cadete del espacio es una obra más “segura” para los padres que sólo busquen inculcar a sus hijos modelos de conducta generales de carácter positivo: perseverancia, idealismo, integridad, responsabilidad, valor, autonomía… Pero también es verdad que el tiempo no ha pasado en vano para la novela en este aspecto y que cosas que en su momento pudieran parecer vanguardistas, hoy son todo lo contrario. Me explico.

Aunque Heinlein hace un gran trabajo tanto imaginando una sociedad alienígena verdaderamente distinta de la nuestra (los venusianos, además de ser una colectividad compuesta aparentemente solo por hembras, no tienen más tabúes que el de comer en público, necesitando para ello cabinas privadas al estilo de nuestros retretes; y son considerados salvajes primitivos por los humanos porque su tecnología está basada en principios muy distintos a los nuestros) como dando forma a esa sociedad en miniatura y aislamiento que es el cuerpo de la Patrulla Espacial, lo que es la comunidad humana global es básicamente la misma que podía encontrarse en la Norteamérica de los años cuarenta salvo por algunos gadgets futuristas añadidos. No hay aquí extrapolaciones de cómo la tecnología podría afectar la vida cotidiana y las relaciones sociales. En su disculpa hay que decir que Heinlein era perfectamente consciente no sólo de que escribía para un público juvenil, sino que su cauteloso y estricto editor (con el que tuvo más de una discusión) vigilaba muy de cerca el contenido de estas novelas. Así que es bastante probable que una descripción más extensa de una sociedad transformada por la tecnología y los cambios económicos fuera vetada por un editor más interesado en los valores morales y el mensaje optimista y no demasiado complicado.

Quizá sea por eso por lo que sólo encontramos varones en la Patrulla Espacial, asumiendo que las mujeres deben concentrar sus energías en ser buenas amas de casa dado que no tienen ni buena cabeza para las matemáticas y las ciencias ni espíritu afín a la disciplina militar. Aunque Tex tiene un montón de pósters de chicas, sus compañeros desprecian abiertamente a las mujeres y los lamentables ejemplos femeninos que asoman la cabeza en la trama explican claramente por qué los miembros de la Patrulla tienden a posponer sus inclinaciones reproductoras hasta la jubilación. Esta visión retrógrada del sexo femenino para el lector moderno es más chirriante por cuanto en la novela sí se hace hincapié en el multiculturalismo de los cadetes, que se traduce por ejemplo en la celebración de rituales fúnebres de distintas religiones; o en el respeto a los derechos y culturas de los nativos de otros mundos habitados.

El idealismo que permea la novela incluye un inquietante subtexto en algunos aspectos: el desprecio que los elitistas miembros de la Patrulla Espacial sienten por los civiles a los que supuestamente deben defender; o el hecho de que tienen a su disposición un arsenal atómico listo para arrojarlo desde el espacio sobre poblaciones indefensas (una posibilidad que provoca, por ejemplo, la renuncia del personaje Bill Arensa). No puede evitar uno pensar que Matt ha pasado a formar parte de una terrible maquinaria bélica que salvaguarda sus propios intereses y que es demasiado ingenuo para darse cuenta de ello; o bien, como ocurriría más adelante en Tropas del espacio, la Patrulla tiene la sincera pretensión de ser una fuerza benéfica y hace lo que puede en este sentido. Según el grado que el lector registre en la escala idealismo-cinismo puede optar por una u otra opción.

Por todo lo dicho, cabe dentro de lo posible cuestionar la idoneidad de esta novela para un público juvenil actual. Por una parte, todo lo que tiene que ver con el aprendizaje y crecimiento personal de Matt Dodson es verdaderamente inspirador. Él y sus amigos pasan de ser unos novatos inexpertos e ingenuos a adultos que saben asumir responsabilidades y utilizar su cabeza y habilidades con aplomo ante los desafíos. En este sentido, son personajes muy propios de Heinlein: aprenden a ser profesionales responsables que no se quejan ni esperan que alguien con autoridad les diga lo que hacer y cómo hacerlo. En cambio, otros aspectos de la novela y como consecuencia del tiempo transcurrido desde su publicación, pueden resultar confusos para un lector joven que no haya acumulado la suficiente experiencia vital como para saber interpretarlos con perspectiva histórica.

Además de entretener y contribuir a la educación moral de sus jóvenes lectores, Heinlein quería introducir en estas novelas otro tipo de enseñanzas, en este caso de carácter científico. Este es uno de los aspectos más endebles de la serie juvenil del autor –y de muchas novelas de ciencia-ficción antigua‒ habida cuenta de lo mucho que han avanzado desde entonces el conocimiento científico del espacio y la tecnología. No se presentan aquí conceptos demoledores pero sí puede disfrutarse en el sentido de descubrir lo que nuestras generaciones precedentes soñaban, aquello que para ellos sería “maravilloso” en el futuro.

Por ejemplo, los teléfonos móviles, un aparato que hoy damos por sentado pero que en los años cuarenta debía parecer casi milagroso. Las aceras deslizantes era un concepto que el propio Heinlein había presentado en su cuento “Las carreteras deben rodar” (1940), incluido en la Historia del futuro (se menciona también, por cierto, una conspiración militar en la Luna que remite a otro de los relatos de Historia del futuro, “La larga guardia”, publicada un año después). Otros, como el catálogo comercial colonial de Sears (a mediados del siglo XX, el mayor minorista de Estados Unidos, especializado en la venta por catálogo), nos hacen sonreír y pensar en firmas modernas de ventas por internet. Personalmente, creo que estos relatos clásicos y sus errores de predicción tienen su encanto. Con la perspectiva que nos da el tiempo, podemos ahora ver en qué acertaron, en qué no y por qué.

Cuando Heinlein escribió esta novela, el Proyecto Mercury aún estaba diez años en el futuro (arrancó formalmente en 1959 y Shepard hizo su primer vuelo en el “Libertad 7” el 5 de mayo de 1961). El autor, por tanto, describía la dinámica del vuelo espacial a partir de extrapolaciones tomadas de escritos como los artículos de Von Braun en la revista Collier’s. Es por eso que, por ejemplo, vemos cohetes atómicos que regresan a la base posándose verticalmente sobre sus aletas de popa en lugar de amerizar como los módulos Mercury, Géminis y Apolo, o aterrizar convencionalmente como el transbordador espacial. Tenemos también la tradicional estación espacial en forma de rueda, aunque Matt y sus amigos apenas la visitan.

Resulta difícil imaginar que de haber tomado un camino diferente en la investigación espacial, hubiéramos podido llegar al futuro imaginado por Heinlein. Aunque él manejaba el conocimiento disponible en el momento –aunque interpretado con un sesgo optimista en aras de crear una buena historia‒ su idea de unos Marte y Venus habitables y con vida nativa inteligente, o incluso que la Luna hubiera podido albergar habitantes antes de que una catástrofe la volviera inerte, pronto quedaría desmentida de forma radical a raíz de los primeros viajes de sondas automáticas a esos mundos. Y peor aún, tras embarcarnos en una carrera frenética por llegar a la Luna utilizando una tecnología apenas capaz de realizar la hazaña, abandonamos cualquier pretensión para pasar las siguientes cuatro décadas confinados en la órbita terrestre, enviando el transbordador espacial arriba y abajo, una y otra vez, en misiones rutinarias. Por mucho que se hable y se discutan ideas sobre bases en la Luna o colonias en Marte –proyectos que no son ni mucho menos nuevos y de los que se hablaba en serio ya en los años setenta‒, el programa espacial está atascado por las reticencias a gastar dinero, los miedos a los peligros inherentes al viaje espacial y los –carísimos- desafíos tecnológicos, los problemas que nos acosan en la Tierra, una opinión pública desafecta a la aventura espacial y las maravillas del Universo…

En otro orden de cosas, aunque algunos de los diálogos entre los jóvenes protagonistas resulten hoy demasiado acartonados y sentimentales, la prosa de Heinlein es clara, ágil y de fácil digestión, por lo que la novela puede terminarse fácilmente, incluso siendo un lector joven. Varias de las escenas están bien resueltas, y evocan con precisión el sentido de lo maravilloso de la exploración espacial, como el paseo orbital, los entrenamientos de vuelo…

Por otra parte, y denotando el carácter de obra primeriza de Heinlein, hay ocasiones en las que la novela se desequilibra narrativamente. Su construcción del ambiente y procedimientos del “pequeño” mundo al que ha pasado a pertenecer el protagonista, es excelente. El problema es que en esta ocasión ello se consigue a expensas del ritmo y la historia. No quiero decir que todas las novelas tengan que rebosar acción en cada una de sus páginas y discurrir a velocidad de vértigo, pero sí debe existir una proporción entre la exposición y el ritmo, tomándose el tiempo necesario para describir las cosas pero sin dejar de impulsar la trama hacia delante.

En una situación ideal, todo en una historia debe avanzar: los personajes, los diálogos, el entorno… todo debe estar al servicio de esa historia. La exposición es importante para situar a los lectores, permitirles imaginar lo que ocurre, dónde y cómo; pero si se cae en el exceso se corre el riesgo de aburrir al lector, ya que toda esa descripción no tendrá una función proporcional a su importancia en el avance de la trama. Contar demasiado no sólo deja poco espacio a la imaginación sino que estanca el ritmo. Parece evidente que todo el periodo de adiestramiento y adoctrinamiento de los aspirantes a cadetes está inspirado en las vivencias del propio Heinlein durante su juventud en la Academia Naval, pero su extensión, más del sesenta por ciento de la historia, podría haber sido fácilmente recortada y condensada para dar más peso a sus primeras misiones, que es donde la acción cobra impulso y suceden cosas más interesantes.

Cadete del espacio es todavía un libro primerizo dentro de la bibliografía de Heinlein, y adolece de algunos de los inconvenientes mencionados. Puede que todavía funcione bien para un lector joven sin demasiadas exigencias, pero quizá lo aprecie más uno experimentado que desee empaparse un poco del espíritu de la ciencia-ficción más añeja. Aquí encontrará una historia optimista y llena de valores positivos que, no siendo muy extensa, se digiere con ligereza y de la que se puede disfrutar, repito, adoptando el enfoque adecuado.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".