Sorprende la meteórica carrera del cineasta griego Yorgos Lanthimos a partir de que su película Canino revolucionara diversos festivales, hace ya una década. Aquella cinta, entre cómica, terrorífica y surrealista, provocó odios, amores y, sobre todo, desconcierto.
Para sorpresa de todos, una obra tan extraña tuvo una nominación al Oscar. Un par de películas después, el director ya estaba rodando Langosta (2015), una coproducción protagonizada por Rachel Weisz y Colin Farrell, también nominada en los premios de la Academia. Langosta destacaba por su rareza, al igual que El sacrificio del ciervo sagrado, un film que contaba de nuevo con la presencia de Farrell y de una Nicole Kidman siempre dispuesta a trabajar con los directores prestigiosos del momento.
Los fans de Lanthimos se suelen frotar las manos ante cada uno de sus estrenos. Dado que esperan ser sorprendidos con todo tipo de ideas locas y sorprendentes, posiblemente se queden algo desconcertados con La favorita, una película mucho más “normal” que sus anteriores trabajos.
No sería certero decir que este film, protagonizado por Rachel Weisz, Emma Stone y Olivia Colman, es un drama histórico al uso. La lucha entre dos mujeres por ganarse el cariño (y así adquirir poder) de la reina Ana de Gran Bretaña (Olivia Colman) se plantea como una suerte de Eva al desnudo, con la estética de Barry Lindon y con una malicia digna de Las amistades peligrosas.
El enfoque de la película es de comedia negra, asequible a cualquier tipo de público. No obstante, la propia realización (con abundancia de ojos de pez y movimientos de cámara elegantes pero algo imprevistos) genera el suficiente misterio como para que uno se plantee si Lanthimos está jugando con los espectadores y sus expectativas: no ya de los que esperan una clásica película de época, sino de los que quieren ver al Lanthimos más estrambótico.
Las interpretaciones están un poco llevadas al límite, con una sobreactuación buscada. No llegan al Grand Guignol, pero se alejan del realismo, al igual que sucede con los rápidos y brutales diálogos.
A todo ello hay que sumar una cuidada dirección artística en la que se cuelan, de manera voluntaria, algunos elementos anacrónicos (por ejemplo, un absurdo y discotequero baile de salón, que incluye algún movimiento de John Travolta).
La favorita se disfruta como un combate entre dos pájaras de cuidado: Lady Sarah Churchill (Rachel Weisz) y Abigail Masham (Emma Stone). Dos personajes muy inteligentes, que tratan de sobrevivir y luego triunfar en un mundo hostil para el género femenino, recurriendo a todo tipo de trucos sucios, en especial el de aprovecharse de la (¿aparente?) vulnerabilidad de una reina con pocas luces y una psique dañada por diversas causas.
Detrás de ese festival de manipulación y puñaladas traperas, queda el mensaje de que esas dos mujeres somos todos nosotros, enzarzados en una guerra por ascender en la escala social. Una guerra que se basa en una ilusión, ya que los poderosos (los de verdad) jamás consentirán que pertenezcamos a su mundo. Como mucho, seremos sus mascotas, y ellos disfrutarán viendo cómo nos matamos por contar con sus favores.
Sinopsis
Principios del siglo XVIII. Inglaterra está en guerra con Francia. Aun así, las carreras de patos y el gusto por la piña florecen. La frágil reina Ana (Olivia Colman) ocupa el trono y su amiga íntima, Lady Sarah Churchill (Rachel Weisz), gobierna el país en su lugar mientras se ocupa de la mala salud de Ana y su volátil temperamento. A la llegada de una nueva criada, Abigail Masham (Emma Stone), el carisma de esta se gana la simpatía de Sarah, que se convierte en su protectora y por su parte, Abigail ve en ello la posibilidad de regresar a sus raíces aristocráticas. A medida que la política de la guerra consume gran parte del tiempo de Sarah, Abigail llena el vacío que esta deja como compañera de la Reina. Su creciente amistad le brinda la oportunidad de cumplir sus ambiciones y no permitirá que ninguna mujer, hombre, política o conejo se interponga en su camino.
La favorita, de Yorgos Lanthimos, es la primera película de época del cineasta. Esta se desarrolla en el extravagante marco aristocrático de la realeza del siglo XVIII. Una historia oscura además de cómica sobre tres mujeres extremadamente dominantes que compiten con total desenfreno por el amor, el favor y el poder; una escena que, en realidad, parece muy actual.
La película crea su propio universo lleno de vida. Lanthimos juega libremente con los sucesos externos del día que motivan y están al servicio de la vida interior y la política personal de sus personajes. Especulaciones aparte, nadie sabe lo que realmente ocurrió de forma verbal, física o de cualquier otra tras las puertas de la corte de la reina Ana, y menos aún en su cama.
Para un relato de tal magnitud histórica, La favorita se desarrolla en un mundo muy aislado: en gran medida dentro de los confines del Palacio Real, donde discurren juegos de poder, seducciones, lanzamientos de naranja roja y las ocasionales carreras de patos o de langostas, lejos de la realidad del mundo exterior.
Aunque la película se presenta como una comedia de alcoba con consecuencias a nivel mundial, el guionista, Tony McNamara, que trabajó estrechamente con Lanthimos a partir de un guion original de Deborah Davis, coincide en que, en última instancia, es una historia de amor. “La historia trata sobre cuán complicado es el amor y cómo tu identidad como persona puede ser tergiversado y deformado por esas complicaciones”, comenta. “Lo llamamos una tragedia cómica y eso es lo que es. Trata sobre personas que se aman, pero hay muchos otros aspectos de su personalidad y de lo que aspiran a obtener en la vida que se interponen en aquel amor”.
A pesar de que Lanthimos se inclina hacia la psicodinámica y las chispas que saltan en las relaciones interpersonales, la base de La favorita empezó con el de por sí plagado de misterio reinado de la reina Ana. “Lo que más me llamó la atención fueron estos tres personajes, su poder, sus relaciones frágiles y cómo el comportamiento de tan pocas personas podía alterar el curso de una guerra y el destino de un país. También es para mí una historia de amor que puede ser bastante divertida, dramática y que se tiñe de oscuridad”, afirma el director.
Es posible que la reina Ana sea la monarca menos conocida de Inglaterra, en parte porque, a pesar de sus insólitos diecisiete embarazos, no dejó herederos que hablaran de ella. (De hecho, si Ana hubiera dejado un heredero, puede que no hubiese existido Estados Unidos como tal, ya que Jorge III quizá nunca se habría convertido en rey). Ascendiendo al trono a fines del siglo XVIII, básicamente porque no hubo otro sucesor protestante de la casa de los Estuardo, Ana asume el poder cuando Inglaterra estaba al borde de una oleada de cambios. La Reina supervisaría una guerra con Francia, considerada la primera guerra mundial de los tiempos modernos, y la unión de Inglaterra con Escocia para forjar el Reino de Gran Bretaña. Además, se enfrentaría a una nueva e impactante era de amarga división nacional, con los whigs y los tories enfrentándose como partidos y luchando encarnizadamente entre sí para lograr mayor influencia a medida que nacía un nuevo sistema político bipartidista.
Para el mundo de las agendas personales y políticas en rápida expansión en el que se desenvolvía, a los ojos de los demás Ana no era la candidata ideal a reina y gobernante. Se la percibía como una persona muy propensa a la manipulación, debido a los constantes problemas de salud que la aquejaban, su conocida docilidad, su glamur nulo a causa de sus innumerables afecciones de la piel y de las articulaciones, y debido a que poseía una educación limitada.
Todo aquello suponía a su vez que Ana estuviera rodeada de personas que competían para conseguir más influencia hallando una manera de ganarse su confianza, o tal vez, su corazón.
Las dos mujeres que se adentraron de forma profunda en el santuario interno de Ana crearon un triunvirato de jugadoras femeninas potentes y poco comunes para cualquier época, menos aún en aquel periodo conocido como la Preilustración.
La primera fue Lady Sarah Churchill, la legendariamente audaz y encantadora Duquesa de Marlborough, mejor amiga de Ana desde la infancia que, una vez que esta ascendió al trono, se convirtió en su principal asesora política y tal vez (según los rumores que han circulado durante siglos) en su amante. La segunda fue Abigail Masham, prima de Sarah de nacimiento que, a pesar de ello, se encontraba en la miseria debido a la bancarrota familiar y entró a formar parte de la casa real como una humilde doncella. Sin embargo, Abigail iniciaría una batalla épica y vehemente contra Sarah para convertirse en la nueva “favorita” de la Reina, volviéndose indispensable para Ana, mientras la llevaba en la dirección política opuesta a la de Lady Sarah.
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