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Crítica: «Gran Torino» (Clint Eastwood, 2008)

Con una leyenda creciente, Clint Eastwood cumple 79 años y demuestra, una vez más, que se trata de un artista superdotado. Llena de vida en cada fotograma, Gran Torino es lo más parecido a lo que deberían ser las películas de repertorio si la herencia de John Ford no se hubiera olvidado en Hollywood.

Sin salirse de las normas del clasicismo, Eastwood nos entrega una cinta espléndida, que nos susurra emociones de un tiempo irrecuperable.

No exagero. Gran Torino es portentosa. Aun así, queda la sensación de haberla visto antes, muchas veces, contada como un western: ese territorio fabuloso del que, en el fondo y pese a sus incursiones en casi todos los géneros, nunca ha salido el viejo Clint.

No quiero decir con esto que la película sea convencional. Mejor dicho: lo sería su argumento, si no fuera porque el guión de Nick Schenk sacude continuos destellos y somete toda la carrera de Eastwood a la prueba del ADN.

En este sentido, el acierto del protagonista y realizador es total. A partir de la trama de Schenk, y usando como resorte al personaje de Walt Kowalski –un trabajador jubilado, veterano de Corea, sobrio, racista, huraño y caballeroso–, la película repasa el mito central de Clint Eastwood con el descaro de quien cuenta con numerosos cómplices.

Kowalski es entrañable porque reniega con la picardía de Thomas Highway –El sargento de hierro (Heartbreak Ridge, 1986)–, porque escupe y amenaza como Josey Wales –El fuera de la ley (The Outlaw Josey Wales, 1976)–, porque defiende a los débiles como ese misterioso desconocido al que llaman Predicador –El jinete pálido (Pale Rider, 1985)– y porque, al igual que Harry Callahan –Harry el sucio (Dirty Harry, 1971)– ha superado pruebas que habrían hecho trizas a la mayoría de los hombres.

¿Hay quien dé más? A Walt Kowalski se le acelera el pulso y se le ensancha el tórax frente a los pandilleros que merodean por su barrio. Pese a sus casi innumerables prejuicios, acaba teniendo una relación familiar con sus vecinos asiáticos, en especial con el joven Thao (Bee Vang) y la hermana de éste, Sue (Ahney Her). A su manera, viene a ser un padrino o un tutor de ambos, al estilo de John Wayne en The Cowboys (1972).

Poco tiene que ver todo esto con el cine reivindicativo, y sin embargo, Eastwood filtra mensajes muy saludables. La primera mitad de la película, animada con ingredientes de comedia costumbrista, deja claro que la convivencia y la solidaridad son dos materiales resistentes en el imaginario americano –ya les dije que John Ford da para mucho–. Sorprendentemente, ese mundo amable no es interpretado en los habituales términos de corrección política. Al contrario. Kowalski es un tipo intolerante, con un talento natural para insultar a conocidos y a desconocidos.

Cuando encauza su tramo final, la película se complace en un giro previsible, útil para dar coherencia a la fábula y permitir al protagonista el arrebato de lo sincero. De hecho, aquí es donde adquieren sentido algunas viejas heridas sin cicatrizar.

En último término, todo ello convierte Gran Torino en un espectáculo inteligente, conmovedor y muy bien tramado. No deja de asombrar la facilidad con la que Eastwood, un narrador ágil e imaginativo, explora bajo todas sus formas y todos sus matices dos emociones, la épica y la melancolía, que vienen de lejos y que aún gozan de gran prestigio entre los espectadores más veteranos.

Sinopsis

Clint Eastwood dirige y protagoniza el drama Gran Torino, que marca su primer papel cinematográfico desde su película ganadora de un Oscar, Million Dollar Baby. Eastwood interpreta a Walt Kowalski, un veterano de la Guerra de Corea inflexible y con una voluntad de hierro que vive en un mundo en perpetua evolución, que se ve obligado por sus vecinos inmigrantes a enfrentarse a sus antiguos prejuicios.

Walt Kowalski, un trabajador del automóvil jubilado, ocupa su tiempo con reparaciones domésticas, cerveza y visitas mensuales al peluquero.

Aunque el último deseo de su difunta esposa fue que se confesara, para Walt, un resentido veterano de la Guerra de Corea que mantiene su rifle M-1 limpio y listo, no hay nada que confesar. Y del único que se fía lo suficiente como para confesarse es de su perra, Daisy.

Aquellos a los que solía considerar sus vecinos se han trasladado o han fallecido y han sido sustituidos por inmigrantes hmong, del sudeste asiático, que él desprecia. Ofendido por prácticamente todo lo que ve, los aleros caídos, el césped descuidado y los rostros extraños que le rodean; las pandillas sin propósito de adolescentes hmong, latinos y afroamericanos que creen que el barrio les pertenece; los extraños inmaduros en que se han convertido sus hijos, Walt sólo espera a que llegue su última hora.

Hasta la noche en que alguien intenta robar su Gran Torino del 72.

Tan reluciente como estaba el día en que el propio Walt ayudó a sacarlo de la cadena de montaje hace décadas, el Gran Torino hace que su tímido vecino adolescente, Thao (Bee Vang), entre en su vida cuando los pandilleros hmong presionan al chico para que intente robarlo.

Pero ahí está Walt, entre el golpe y la pandilla, convirtiéndose en el reacio héroe del barrio, especialmente para la madre y la hermana mayor de Thao, Sue (Ahney Her), quien insiste en que Thao trabaje para Walt para enmendar su conducta.

Si bien al principio no quiere tener nada que ver con esa gente, finalmente Walt cede y encarga al chico que arregle el vecindario, lo que dará lugar a una amistad increíble que cambiará la vida de ambos.

Gracias a Thao y a la amabilidad implacable de su familia, finalmente Walt empieza a entender ciertas verdades sobre sus vecinos y sobre él mismo. Esta gente, prófugos provincianos de un pasado cruel, tienen más en común con Walt de lo que él tiene con su propia familia y le desvelan cosas íntimas que había dejado apartadas desde la guerra… como el Gran Torino guardado en las sombras de su garaje

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Warner Bros. Pictures, Village Roadshow Pictures, Double Nickel Entertainment y Malpaso. Fotos por Michael Rivetti. Cortesía del Departamento de Prensa de Warner Bros. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.