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Anna Fay y la pregunta que no tuvo respuesta

La siguiente afirmación se ha repetido durante mucho tiempo en voz baja. Los fenómenos de transmisión del pensamiento fueron introducidos en el mundo del espectáculo de la mano de uno de los más grandes magos de todos los tiempos: Robert-Houdin.

Había gente –sigue habiéndola hoy en día– que no quiere oír algo así. Pero la realidad es que Robert-Houdin presentó la experiencia con el nombre de La segunda vista hacia 1845 o 1846. Vendaba los ojos de su hijo Émile y, seguidamente, se dirigía al público, solicitando que le entregaran los más variados objetos, sin nombrarlos.

Uno tras otro, Émile adivinaba los objetos que no podía ver.

La primera vez que se representó este efecto obtuvo una fría acogida. El público receló de la existencia de compadres. Pensaba que quienes entregaban los objetos estaban conchabados con el mago. Algunos regresaron al día siguiente para constatar la veracidad de su sospecha.

Robert-Houdin perfeccionó el juego. Al comunicarse con su hijo, sustituyó las palabras por una campana como su puede ver en uno de los grabados que publicó en su maravilloso libro Confidencias de un prestidigitador. De esta manera desterraba la idea de que pudiera utilizar un código convenido. Sin que mediaran palabras, Émile llevaba un ramo de rosas a una dama que, previamente y en secreto, había sido elegida por uno de los espectadores. También ejecutaba las acciones que los asistentes susurraban al oído de su padre.

Treinta años después de que Robert-Houdin inventara la segunda vista, Anna Fay idearía un espectáculo de vaudeville llamado a convertirse en un clásico del mentalismo: El juego de las preguntas y respuestas.

También esta segunda afirmación se ha repetido durante mucho tiempo en voz baja. En realidad, Anna imprimió a sus actuaciones una orientación totalmente distinta a la de Robert-Houdin. Porque Anna nació prácticamente al mismo tiempo que una nueva religión llamada Espiritismo, que sustentaba la creencia de que es posible ponerse en contacto con los espíritus a través de «médiums» y obtener de ellos toda clase de informaciones privilegiadas desde el Más Allá.

En Southington, la aldea de Ohio donde nació, estas creencias prendieron como una chispa en un barril de pólvora. Cuando era sólo una niña, algunos familiares y convecinos creyeron advertir en ella síntomas de mediumnidad. Es decir, la capacidad proporcionar un soporte material y físico a la manifestación de los espíritus de los muertos. Su primera demostración tuvo lugar en su propia escuela. A veces, siento un escalofrío al imaginar lo complicada que debía resultar para los otros niños la convivencia con un ser que pretendía poseer unos poderes psíquicos semejantes.

Tras su graduación, inició una exitosa carrera sobre las tablas, mostrando sus habilidades como médium, Aunque no renunció del todo a presentarlas como un espectáculo, daba a entender que eran experimentos psíquicos reales y demostraciones de fenómenos supranormales ciertos. A ello contribuyó su matrimonio con Henry Melville Cummings «Fay” uno de los grandes recordmans de la mediumnidad fraudulenta.

Henry Melville Fay había sido descubierto realizando trucos, que hacía pasar por genuinas experiencias espiritistas. Muchas de estas triquiñuelas procedían de los Hermanos Davenport. Pero incluso en estas condiciones, algunos espiritistas sostenían que a pesar de ello era un médium fidedigno.

La propia Anna repetía un razonamiento extraordinario. ¿Por qué los espíritus no iban a ayudarle a realizar sus artimañas? No todos los espíritus habían llevado una vida honrada durante su estancia en la tierra. Entre ellos había pícaros, bribones, tunantes y estafadores. ¿Por qué esa gentuza no iba a colaborar con sus trapacerías y embelecos? Las manifestaciones mediumnicas –afirmaba– pertenecen a la naturaleza que no está sometida a reglas o leyes morales.

Anna, que hasta entonces se había llamado Heathman, adoptó como nombre artístico el apellido de su marido. Él le ayudó a montar un programa en el que emplazaba a los espíritus de los muertos, con el que desorientó no sólo a los ignorantes, también a mentes de gran brillantez.

Su actuación en The Crystal Palace, en la que incorporó los efectos que realizaban los Hermanos Davenport, despertó el interés del físico y químico William Crookes. El descubridor del Talio e inventor del tubo de descarga de rayos catódicos la invitó a repetir la experiencia en su casa.

Años antes, los Hermanos Davenport habían ofrecido una sesión privada en la mansión de Arthur Conan Doyle con un resultado totalmente convincente para el escritor. Cuando se trataba de espiritismo, Doyle se volvía la antítesis de su personaje Sherlock Holmes.

Crookes era un científico y como tal tomó precauciones para la realización del experimento, aunque, por supuesto, no todas las necesarias. La transformación de los deseos en credulidad es un mecanismo difícil de controlar. Le impresionó que las manifestaciones que producía Anna tuvieran repercusiones físicas, no sólo mentales.

Su número fuerte se asemejaba a La cabina espiritista de los Hermanos DavenportAnna permanecía atada a un poste sin posibilidad de valerse de los pies, ni de las manos, atadas a la espalda con vendas de algodón. Una vez inmovilizada, se colocaban a su lado una serie de objetos variopintos: un sonajero, una campana, una pandereta, un vaso lleno de agua… Todo ello se supervisaba por varios testigos, elegidos entre el público. Se la rodeaba con una pantalla y antes de que los observadores pudiesen regresar a sus asientos, los instrumentos empezaban a sonar frenéticamente. Segundos después, derribaban la pantalla –supuestamente lo hacían los espíritus– y Anna aparecía totalmente atada. A su lado se hallaba el vaso de agua vacío.

Crookes se persuadió de sus poderes para provocar la intervención de los espíritus. Ciertamente los espíritus no eran necesarios. Sí lo eran el ingenio, el sentido escénico y la sincronización de movimientos. Pero mientras el espiritismo vivió una de sus épocas doradas, Anna mantuvo una calculada ambigüedad sobre el origen de sus poderes, fluctuando entre la magia de escena y la doctrina de Kardec, que ambicionaba elaborar una versión científica de la religión.

En su camino se cruzó un gran mago, que escogió dedicarse en cuerpo y alma a esa profesión tras descubrir los secretos del espectáculo de los hermanos Davenport. Se llamaba John Nevil Maskelyne y logró construir una réplica de la cabina espiritista de los Davenport, con la ayuda de su socio, el ebanista George Alfred Cooke. Puede decirse que Markelyne es uno de los primeros magos que utilizan sus conocimientos de magia para desenmascarar los fenómenos espiritistas.

El duelo entre la médium y el mago se trasladó a los escenarios. Se trataba de un desafío entre dos concepciones del misterio. Por supuesto, John Nevil Maskelyne probó que todo lo que Anna Fay decía realizar como conducto de los espíritus, él era capaz de hacerlo empleando el arte y el ingenio. Fue sin embargo una victoria amarga, porque John Nevil Maskelyne experimentaba una gran fascinación por aquella belleza rubia y, además, admiraba su desenvoltura sobre las tablas. Pero estaban situados en dos campos opuestos, difíciles de conciliar.

Anne Fay intentó hacerlo cuando la seducción del espiritismo comenzó a declinar a partir de los años sesenta del siglo XIX. Además, la traición de uno de sus ayudantes puso al descubierto las técnicas, en ocasiones muy sutiles, que utilizaba para realizar sus efectos maravillosos. Washington Irving Bishop, de quien he hablado en estas páginas, acabaría convirtiéndose en un gran mentalista, pero cuando fue despedido por Anna, hacia 1876, estaba más interesado en vengarse, que en proseguir su carrera. Sacó a la luz las tripas del espectáculo en el Daily Graphic, un periódico de Nueva York.

A pesar de ello, Anna Fay insistió, durante un tiempo, en seguir presentándose como un genuino fenómeno espiritista. El célebre detective inglés Allan Pinkerton ironizó sobre uno y otra en su novela The Spiritualists and the Detectives.

Por entonces Anna se había separado de Henry Melville Fay y John Nevil Maskelyne le escribió una carta. Poco después, Anna se casó con David H. Pingree, que a partir de entonces actuó como su representante. Ya había incorporado a su repertorio algunos efectos de adivinación en su primer espectáculo. Paulatinamente cobraron mayor protagonismo. Se empezó a interesar más por adivinar lo que pensaban los vivos que por lo que pensaban los muertos. Pingree, que tenía un indudable olfato para detectar lo que pudiera interesar al público, apoyó la creación de una función basada en efectos mágicos, aunque subsistía la pretendida intervención de los espíritus, a la que llamó Clarividencia.

Una nueva traición, rescataría la contribución de Anna Fay para el mundo de las artes escénicas, la mejoraría y depuraría. Su hijo se casó con una muchacha llamada Anne Norman, a la que enseñó los secretos de Clarividencia, el acto de adivinación del pensamiento. Fue su nuera, con el nombre de Eva Fay, quien perfeccionó el método y puede ser considerada la primera médium teatral, que no recurre a las equívocas explicaciones sobrenaturales para justificar su arte aparentemente imposible.

El público redactaba sus preguntas por escrito. Eran introducidas en un sobre cerrado. Eva aproximaba el sobre a su frente, hasta que el papel tocaba la piel y, poco después, adivinaba la pregunta y profetizaba la respuesta. El resultado fue El juego de las preguntas y respuestas, que prolongaba la Segunda vista de Robert-Houdin. Se trata de una obra maestra del mentalismo escénico.

A veces es más fácil adivinar los pensamientos, que los sentimientos. En sus últimos años, Anna Fay recibió el reconocimiento de las sociedades mágicas y se entrevistó con Harry Houdini, a quien reveló el secreto de cómo había burlado al científico Crookes. Parece ser que pasaba su tiempo respondiendo a las preguntas que le formulaban por correo. Mucha gente seguía empeñándose en creer que tenía dotes de adivinación. Algunos testimonios afirman que al morir se encontró entre los montones de cartas recibidas una cuyo remitente era John Nevil Maskelyne. Estaba sin abrir.

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Ramón Mayrata

Poeta y novelista, ha ejercido también el periodismo escrito y ha trabajado como guionista de radio y de televisión. A los diecinueve años publicó su primer libro de poemas: "Estética de la serpiente" (1972). Un año antes aparecieron sus poemas iniciales en la antología "Espejo del amor y de la muerte", prologada por Vicente Aleixandre (1971). Trabajó como antropólogo en el antiguo Sahara español en pleno proceso de descolonización. Estas experiencias fueron la materia de su primera novela: "El imperio desierto" (Mondadori, 1992). Su amplia bibliografía incluye títulos como "Valle-Inclán y el insólito caso del hombre que tenía rayos x en los ojos", "El mago manco" y Fantasmagoría. Magia, terror. mito y ciencia".
Junto a Juan Tamariz fundó y dirigió la editorial Frackson especializada en libros técnicos de magia. Autor de innumerables artículos en periódicos y revistas, en la actualidad colabora en "El Norte de Castilla".