En las películas de Robert Eggers (La bruja, 2015; El faro, 2019) el espanto y la inquietud no aparecen de forma casual. Su presencia, por el contrario, responde a un estilo propio que ahora Eggers formula una vez más en El hombre del norte, una aventura poderosa y extrañamente turbadora, en la que cada escena rebosa creatividad e inteligencia.
Ambientado en el año 895, el arco argumental de la película comienza con una traición: la muerte del rey Aurvandill (Ethan Hawke) a manos de su hermano Fjölnir (Claes Bang). ¿Qué viene a continuación? El largo camino hacia la venganza del hijo de Aurvandill, Amleth (Alexander Skarsgård), en quien van a influir, para lo bueno y para lo malo, dos mujeres de gran fortaleza: su madre, la reina Gudrún (Nicole Kidman), y una joven hechicera eslava, Olga (Anya Taylor-Joy).
Me fascina el eclecticismo de esta película, su capacidad para fusionar el cine de autor y la épica comercial, apoyándose en la pasión por un mundo atávico, brutal, a medio camino entre la mitología y el folklore. Da la sensación de que Eggers ha captado todo el potencial de las sagas vikingas y lo ha llevado a un terreno intimista, atmosférico y ocasionalmente aterrador.
El hombre del norte interpela especialmente a los espectadores que se aficionaron al mundo escandinavo a partir de unas coordenadas muy concretas. No logro fijar la fecha: quizá principios de los ochenta. Por aquellos días, la buena acogida de los libros de Tolkien y Robert E. Howard ‒por un lado, El Señor de los Anillos; y por otro, las hazañas de Conan el Cimmerio, Kull de Valusia y el rey picto Bran Mak Morn‒ propició que se editasen las obras clásicas que pusieron los cimientos de esas novelas y relatos. Fue así como numerosos lectores se empeñaron en leer textos medievales como la Edda Menor y la Saga de Egil Skallagrimsson, del islandés Snorri Sturluson, cuyo espíritu también está muy presente en el film de Eggers.
En todo caso, incluso para quienes no vivieron aquella experiencia como lectores, está claro que los vikingos ya forman parte de la cultura pop. Cualquiera puede sentirlo tras participar en este viaje en el tiempo que nos propone el film.
A partir de un claro paralelismo con el Hamlet de Shakespeare, El hombre del norte explora un relato previo, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Pero lo hace con una meta muy significativa: que el espectador se sumerja en el mundo que nos muestra la película.
Gracias a ese empeño inmersivo, a lo largo del metraje uno siente en propia piel el frío boreal, el coraje suicida de los guerreros berserker o el choque de las olas contra la proa de los drakkar.
Esta historia de pérdida, traición y venganza ha sido contada muchas veces. En lo básico, sigue el itinerario del viaje del héroe, tal y como lo trazó Joseph Campbell. Sin embargo, Eggers eleva ese material gracias a una espléndida puesta en escena: densa, minuciosa, lúgubre, épica… como si reconstruyese la tierra sagrada de Odín con un verismo digno de un historiador.
Todo parece auténtico: los combates, las canciones litúrgicas o los silencios mientras crepita la leña seca. Y por supuesto, también parecen auténticos los cuidadísimos decorados del diseñador de producción Craig Lathrop.
La poesía de muchos diálogos, entretejida en la trama, conmueve como un eco de eras lejanas. No obstante, estos y otros matices, por bellos o impactantes que sean, valdrían de poco sin la presencia de un reparto muy comprometido con el proyecto. Queda bien claro en la vehemencia física con la que Skarsgård aborda su papel. Lo mismo cabe decir sobre el misterio de Taylor-Joy o la determinante intensidad de Kidman, Hawke, Bang y Willem Dafoe.
El hombre del norte no es la típica diversión brutal o desinhibida que una parte del público asocia con los vikingos. Por razones fáciles de entender, aquí Eggers hace guiños a un cine mucho más personal. Y sin embargo, su cinta nos atrapa mientras consigue que el protagonista desgarre su alma en ese universo atávico, nihilista, angustioso y feroz, donde los mitos ancestrales marcan el principio y el fin de la aventura.
Merece un párrafo aparte la excelente banda sonora de Robin Carolan y Sebastian Gainsborough, obsesiva, rítmica, enraizada en los sonidos escandinavos y muy similar, por cierto, al sonido folk de Hedningarna, el grupo musical de Björn Tollin, Hållbus Totte-Matsson y Anders Stake.
Sinopsis
El joven príncipe Amleth está a punto de convertirse en hombre cuando su tío asesina brutalmente a su padre y rapta a su madre. El niño consigue huir de la isla en una barca, pero jura venganza. Dos décadas después, Amleth se ha convertido en un guerrero berseker o ulfhednar, dedicado al pillaje de pueblos eslavos, pero una vidente le recuerda su promesa: vengar a su padre, salva a su madre y matar a su tío. Amleth regresa a Islandia en un barco de esclavos y se infiltra en la granja de su tío con la ayuda de Olga, una esclava, para cumplir su promesa.
Comentario del director
«Nunca quise hacer una película de vikingos. Pensaba que los vikingos eran unos brutos violentos que carecían del menor interés. Mi mujer, sin embargo, siempre se interesó por las sagas islandesas, los cuentos tradicionales vikingos, y sabía que me encantarían.
A pesar de su insistencia, nunca me molesté en abrir uno de esos libros. Pero cuando viajamos a Islandia en 2015, la amplitud épica y avasalladora de los paisajes me cautivó inmediatamente; imaginé a solitarios jinetes del siglo X cruzando llanuras delante de montañas de colores sobrenaturales, glaciares y cielos infinitos. Entonces empecé a pensar en los vikingos y decidí leer acerca de lo que realmente había sido Escandinavia en la primera mitad del siglo X. También intenté tener cuidado con las reinterpretaciones y los errores que se habían proyectado sobre la cultura vikinga en el milenio siguiente.
Descubrí una civilización compleja con espléndidas muestras artísticas, una profunda cultura y una religión producto de la fusión con otras, además de una tecnología muy avanzada para la época, costumbres elaboradas, así como profundos códigos de honor y justicia. Pero también era una cultura violenta, de sumisión, con terribles ciclos de venganza. Al parecer, el ser humano no cambia. Quizá sea la razón por la que me atrae el pasado. Es un espejo oscuro y distante.
Después de que el destino me reuniera en una comida con Alexander Skarsgård, la idea de realizar una película sobre los vikingos se hizo realidad. Estaba convencido (disculpen la presunción) de que debía esforzarme en hacer la película vikinga. O sea, la película vikinga definitiva.
Con la ayuda del brillante novelista y poeta islandés Sjón, nos lanzamos a hacer la película vikinga más correcta históricamente y más realista de toda la historia del cine. Para eso deberíamos trabajar con arqueólogos e historiadores, e intentar recrear el mundo vikingo en todos sus detalles, y también esforzarnos en capturar –sin prejuicio alguno– el mundo espiritual de los vikingos: sus creencias, mitos y rituales.
En ese aspecto, el mundo sobrenatural debería tener tanto peso como el mundo físico en la película, ya que lo tenía para ellos. Las imágenes recientes que vemos en televisión, cine y videojuegos son llamativas, coloridas y “geniales”. La percepción que se tiene actualmente de un vikingo se parece más a la de una estrella del rock futurista que a la de una antigua sacerdotisa nórdica, un granjero, un guerrero o una reina de entonces. Decidimos que, a través de una documentación próxima al fanatismo, intentaríamos redefinir esta imagen mediante algo tan realista y elemental como unos paisajes que solo pueden inspirarnos.
El arte de la época vikinga, al igual que la poesía, es rico, nada simplista y muy complejo; tiende más hacia lo abstracto y menos hacia una representación de la realidad. Por lo tanto, los paisajes y los elementos –el viento, el barro, la lluvia, la nieve, la tierra, el hielo, las cenizas y el fuego –deberían crear el ambiente de la película. Eso, y los sonidos de la naturaleza acompañados por el sonido de los instrumentos vikingos.
La cámara debería proponer una sensación atemporal con una puesta en escena gráfica, organizada, desnuda y nórdica. El movimiento continuo de la cámara sería hipnótico, transportaría al espectador a otro mundo mediante largas tomas que permitirían sentir y observar una época desaparecida. Pero estas tomas largas y densas –que no solo cuentan la historia, sino que se esfuerzan en sumir al espectador en la cultura de entonces– requerían una tremenda disciplina y una absoluta colaboración. Los participantes, desde los actores, pasando por los operadores, especialistas, miembros del departamento de vestuario, armeros, atrecistas, encargados de animales, instrumentistas de flautas de hueso y de cuernos de abedul, hasta los ejecutivos del estudio de producción, nos esforzábamos en que absolutamente todo estuviera constantemente cohesionado, y nos animábamos mutuamente a sacar lo mejor de nosotros.
El mito nórdico de la creación dice que el mundo surgió a partir del cuerpo de un gigante al que se mató. Nosotros fuimos cada uno de esos elementos: la sangre, los huesos, los dientes y el cerebro. Juntándolos, y tan solo entonces, pudimos crear al imperfecto gigante llamado El hombre del norte.
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