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Crítica: «Cyrano» (Joe Wright, 2021)

«Clásico» es una palabra que imprime carácter. En el caso de Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand, ese calificativo está respaldado por la evidencia. La obra de Rostand es un clásico del teatro no solo por su calidad literaria, sino por un despliegue emocional que aún funciona a pleno rendimiento. Vista hoy, Cyrano sigue siendo una pieza romántica, vibrante, bulliciosa, épica, transgresora, divertida, trágica, y por encima de todo, muy inteligente.

Pero ¿qué hay de sus adaptaciones al cine? En realidad, las hay de todas las categorías, y después de analizarlas a conciencia, uno siente que casi todo lo que había que decir sobre el personaje ya quedó dicho en las versiones de 1950 y 1990.

No obstante, cada nueva generación de espectadores pide que le cuenten de nuevo las viejas historias. Como ese ciclo nunca se apaga, nos llega ahora un nuevo Cyrano, digno de esta época mustia y tirando a melancólica que nos toca vivir. ¿Por qué digo esto último? Pues porque el Cyrano de Joe Wright es más serio que los anteriores avatares de la misma figura. Hay, desde luego, momentos de simpatía, pero en este caso, prima el drama por encima del desahogo cómico, con lo cual se pierde una faceta significativa de la obra de Rostand.

En todo caso, ya digo que hay un Cyrano para cada ocasión, y este que interpreta con total entrega Peter Dinklage tiene una gran fuerza interior, y además nos conmueve con sinceridad mientras mantiene ardiendo la llama del amor platónico.

Me resulta un tanto chocante que, pese a tratarse de un musical, los números musicales sean, con diferencia, lo menos interesante de un film tan cuidado y lleno de alicientes. No olvidemos que esta película surge de la versión teatral estrenada en 2018 por el propio Dinklage. La pieza fue escrita por su mujer, Erica Schmidt, con música de Aaron Dessner y Bryce Dessner y letras de Matt Berninger y Carin Besser. Dicho de otro modo, la parte cantada del espectáculo corresponde a The National, la banda de rock indie que marca con su sello personal, para lo bueno y lo menos bueno, todos los tramos cantados de esta función.

Dinklage compone un Cyrano lleno de dignidad. Sentimental, quijotesco e idealista. Su interpretación marca la pauta dramática de la película, que escala gracias al buen desempeño de Haley Bennett como Roxanne, Kelvin Harrison Jr. como Christian de Neuvillette y Ben Mendelsohn como un De Guiche más malo que la quina.

Los escenarios monumentales de Sicilia contribuyen a dar lustre a un film más que correcto, rodado con elegancia y con una interesante apuesta estética. Aunque se pierda en parte el caramelo literario de Rostand, el guión es eficaz, y lo más importante, está interpretado con gran honestidad por todo el elenco.

Sinopsis

El aclamado director Joe Wright nos envuelve en una sinfonía de emociones, música, romance y belleza en Cyrano, brindándonos su propia visión de la intemporal historia de un desgarrador triángulo amoroso. Adelantado a su tiempo, Cyrano de Bergerac (interpretado por Peter Dinklage) deslumbra en cualquier enfrentamiento tanto con su afilado ingenio verbal como con su punzante espada en un duelo. Pero, convencido de que su apariencia lo hace indigno del amor de su gran amiga, la brillante Roxanne (Haley Bennett), Cyrano no se decide a declararle sus sentimientos… y, mientras, su querida Roxanne se enamora a primera vista de Christian (Kelvin Harrison, Jr.).

Unas palabras del director (por Joe Wright)

Llevábamos confinados casi cuatro meses cuando, el 28 de junio de 2020, recibí el último borrador de una película musical que llevaba desarrollando los últimos dos años, llamada Cyrano. Más tarde aquel día, llamé a Eric Fellner de Working Title y le dije: «Está lista. Tenemos que hacerla ya».

Tenía una idea muy clara de cómo hacer la película. Sabía dónde y cómo, y el aspecto que debía tener. Sabía de qué trataba. Podía verla. Estaba muy emocionado. Íbamos a crear nuestra propia burbuja en la isla de Sicilia. Los primeros tres actos de la estructura de cinco se rodaría en una ciudad barroca de finales del siglo XVII llamada Noto. Usaríamos cada rincón de aquel increíble lugar y, si no fuera allí, no lo rodaríamos. La película sería una fantasía de época, en algún punto entre 1640 y 1712. El vestuario sería una interpretación moderna de vestidos de época, con toques de Alexander McQueen y Jean-Antoine Watteau. La cámara destilaría una sensación de libertad, una fluidez mucho menos formal que en cualquiera de mis obras recientes. Se trataría de una película anárquica, una celebración irreverente de la vida y una carta de amor al romance. Transportaríamos a nuestro público a un lugar donde la vida volvería a ser bonita. Y de ahí pasaríamos al monte Etna, un volcán activo, y rodaríamos la secuencia de guerra a casi 5000 metros sobre el nivel del mar (sin duda, la elección que más desafíos me ha planteado de mi carrera). Por último, el último acto de la película quedaría reducido a un estilo casi minimalista, un sencillo «te quiero». Una especie de paraíso.

También sabía cómo quería que sonara. Todas las canciones se interpretarían en vivo. Sería íntimo, quería que se oyese la respiración, las pequeñas imperfecciones que pudieran rompernos el corazón. No habría fanfarria antes de una canción. Los actores, sin recobrar el aliento, pasarían de hablar a cantar y viceversa. La música siempre ha sido una parte enorme de mi vida y de mi arte; ahora, le daría rienda suelta.

Ni qué decir tiene que Eric pensó que estaba mal de la cabeza. No creía que nadie fuera a financiar algo así en ese momento. Nadie estaba haciendo nada. El mundo se había parado. Y así comenzó la producción más inusual de mi carrera.

Pero, en tiempos de crisis, como narradores, tenemos la responsabilidad de reunir a nuestra comunidad, grande o pequeña, alrededor de una fogata proverbial e intentar ayudarla a sanar. Lo hacemos usando el poder de nuestra imaginación para contar historias con verdades emocionales. Para ofrecerles luz cuando el mundo parece impenetrablemente oscuro. Para ofrecer un lugar donde conectar con sus emociones y un conducto para expresarlos. Un lugar de belleza, quizá belleza en un mundo feo. Un lugar sin cinismo ni ironía. Un lugar de amor y compasión.

Siempre he adorado el drama. Todas mis películas plantean la misma cuestión central: «¿Cómo conecto con otros y por qué a menudo no lo consigo?». El drama, para mí, es un intento por conectar con los demás y, al mismo tiempo, una expresión de lo difícil que resulta.

Aquel día de junio de 2020, sentados en pleno aislamiento, me parecía que necesitábamos más que nunca una sencilla conexión humana. Cyrano tenía que convertirse en realidad. Los tres protagonistas se esfuerzan en conectar sin conseguirlo. Los tres están enamorados, pero se sienten indignos del amor que buscan. Su percepción de sí mismos se interpone en su camino. Sin embargo, el intento lo es todo.

Que todos podáis hallar a vuestra persona amada y se lo hagáis saber.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Working Title Films, Metro-Goldwyn-Mayer, Mestiere Cinema, Universal Pictures. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.