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Piano, Piano

Tú, yo, todos nosotros, pasaremos pero como testigos de nuestro paso por el tiempo quedarán, por ejemplo, los edificios del arquitecto genovés Renzo Piano.

Seguramente conocerás el Centro Pompidou de París. ¿Te gusta? A mí, no. Su mejor virtud es que no se lo ve más que de frente. En cambio admiro lo que cumplió en Berlín, en la Plaza de Potsdamm, donde se amontonaban ruinas como memoria de lo que nunca más habría que hacer, o sea deshacer. Y la clásica torre de cincuenta y dos pisos para el New York Times.

A su edad ‒nació en 1937‒, Piano sigue en plena actividad, no sólo como profesional, sino criando a hijos pequeños. Tiene etapas de aislamiento en su estudio con vistas al mar, en un punto silencioso y calmo de Génova. Allí piensa en construir y reconstruir ciudades rumorosas, llenas de gente, que necesitan espacios para existir y, a la vez que los cuidan, los erosionan. Así es el arte científico o la ciencia artística que Piano practica.

Como su nombre lo indica en italiano, con calma, en voz baja, pacientemente. La rapidísima semblanza viene a cuento de haber leído una reflexión del arquitecto a propósito de la edad cumplida. «No termino de entender por qué he envejecido.»

No se trata, evidentemente, de las razones biológicas que alteran nuestro aspecto y nuestra vida cotidiana. Más bien, creo descifrar, apuntan sus palabras al hecho de que lo que no se entiende es por qué caen las fechas sobre cualquiera de nosotros si nuestro proyecto no es envejecer. Si continúo diseñando edificios y ayudando a crecer a mis hijos, ¿qué viene a hacer la vejez en medio de todo esto? Sigo atribuyendo mis palabras a Renzo Piano: mi proyecto es vivir y, si para mí la vida es la arquitectura, pues entonces lo mío es la escuadra, el rotulador y la imaginación matemática de mi oficio.

Quizás haya manipulado yo un tanto sus dichos, pero siempre a su favor. Remato con una figura afín a sus trabajos de constructor. La vida es una suerte de torre de Babel, que crece para alcanza una altura ilusoria, la del cielo, pero que no cesa de crecer. Lo saben los arquitectos que la planearon, unos pocos, y la inmensa mayoría restante, tú, yo, todos nosotros, albañiles modestos e insustituibles.

Imagen superior: Biosfera del Puerto de Génova (1985–2001). Fotografía: Christine Zenino.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Este artículo fue publicado previamente en ABC y se reproduce en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")